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martes, 29 de agosto de 2017

Fornicación en legítima defensa (Jim Russell)



Me permito disentir y ofrezco una interpretación ciertamente no autorizada y contraria a la que parece sostener el Arzobispo Fernández: Considero que sus afirmaciones son sofismas falsos y toscos de primera categoría.

¿Cuándo la fornicación no es realmente fornicación?

Si la información publicada es exacta
, el Arzobispo Víctor Manuel Fernández, al que algunos consideran el «asesor teológico más cercano del papa Francisco», ha afirmado que en el caso de una pareja no casada que convive y mantiene relaciones sexuales, «es lícito preguntarse» si esas relaciones sexuales «deben caer siempre, en su sentido íntegro, dentro del precepto negativo que prohíbe fornicar.»

Anticiparé desde este momento una respuesta teológico-moral: Sí, Excelencia. Sí, esas relaciones sexuales deben caer siempre dentro del precepto prohibitivo de la «fornicación».

Ah, pero no he sido suficientemente paciente como para escucharle por completo. Tiene más que decir. Fundamenta su notable afirmación en otra notable afirmación. Asegura que «no es posible sostener que esos actos sean, en todos los casos, gravemente deshonestos en sentido subjetivo.»

¿Recuerdan ese buen tiempo pasado en que la teología moral católica se basaba realmente de modo bastante concreto en normas morales objetivas? ¡Sorpresa! Hoy en día, si un acto no es «gravemente deshonesto en sentido subjetivo,» cabe suponer que ya no es tan importante el mero hecho observable de que ese mismo acto continúe siendo gravemente deshonesto en sentido objetivo.

Pero un momento: ¿no existen normas morales realmente objetivas? Sin duda. Ahora bien, según Fernández (si la información publicada es correcta), hay un gran problema, no con las normas, sino con su formulación: «Es la formulación de la norma la que no puede abarcarlo todo, no la norma en sí misma», indica el arzobispo. Añade que la formulación de la norma es «incapaz de expresarlo todo.»

¿Entendido?

Así, la fornicación es siempre mala como norma general. Pero si la fornicación se comete con la misma persona y bajo el mismo techo, esa situación queda fuera de la «formulación» de la norma y puede ser «subjetivamente honesta», por lo que en realidad no siempre debe considerarse como una vulneración del precepto prohibitivo de la fornicación.

Pero aún no he contado lo mejor de todo esto: la «defensa sistemática» por el Arzobispo Fernández de los pasajes problemáticos de Amoris Laetitia, que muchos consideran que contribuyó a redactar. Llega incluso a asegurar que la tristemente célebre nota 351 de Amoris Laetitia fue redactada intencionadamente con el fin de que la pastoral de la Iglesia se aproxime a permitir que algunos católicos divorciados sin anulación matrimonial, tras intentar inválidamente contraer otro matrimonio, puedan recibir la Comunión sin dejar de mantener relaciones sexuales.

Pero, en realidad, tal vez lo más grande de todo es la insistencia del Arzobispo Fernández en que el Papa Francisco ha dado a la Iglesia una «interpretación autorizada» del acuciante problema de la recepción de la Comunión a través de una carta en la que el Papa agradeció a los obispos de Buenos Aires las indicaciones de éstos, en virtud de las cuales pueden discernirse los casos en los que esas parejas podrían recibir la Comunión. En dicha carta, el Papa Francisco declaró que «no hay otras interpretaciones» distintas de la de dichos obispos.

Me permito disentir y ofrezco una interpretación ciertamente no autorizada y contraria a la que parece sostener el Arzobispo Fernández: Considero que sus afirmaciones son sofismas falsos y toscos de primera categoría.

Si fuera cierta su afirmación de que una nota de la exhortación apostólica postsinodal del Papa persigue de modo deliberado socavar «discretamente» el magisterio claro y constante de la Iglesia, dicha nota debería ser ignorada, suprimida o eliminada del recuerdo consciente de los fieles católicos. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.

Desde un primer momento, sé muy bien que no hay verdad alguna en las retorcidas tesis que el arzobispo expone acerca de la fornicación. Pero permítanme remachar algunos puntos para dar por sentenciadas sus tesis.

Si las ideas del arzobispo a este respecto fueran ciertas, la fornicación en legítima defensa sería posible.

En efecto, él mismo cita, a modo de comparación, los actos de matar en legítima defensa y robar para dar de comer a un hijo hambriento, como ejemplos de «excepciones» a normas en otro caso absolutas. Pero el problema con la comparación de la «legítima defensa» es éste: cuando estamos obligados por las circunstancias a hacer algo que produce un efecto malo, este efecto malo queda excusado por el hecho de que no teníamos otra opción, como sucede con la legítima defensa con resultado de muerte o con el robo de comida para librar a la familia de la muerte por inanición.

El caso de la fornicación es completamente distinto. La preservación de la propia vida y el derecho al alimento son cuestiones de justicia. Se refieren a valores que se derivan de la dignidad inviolable de la persona.

Por el contrario, la fornicación afecta a uno de esos valores inherentes a la dignidad humana –la realidad de que las relaciones conyugales están reservadas únicamente para un matrimonio auténtico, y no para un falso matrimonio aprobado por el Estado ni para el concubinato. Esta es una norma absoluta que no puede ser modificada, con independencia de la «formulación» que reciba.

No existe ningún «derecho» a la actividad sexual que deba ser salvaguardado o protegido por razones de justicia. Esto es especialmente obvio para quienes ni siquiera están casados. En cambio, existe el deber para una persona no casada de evitar por completo la fornicación.

No sólo no puede existir el ridículo concepto de «fornicación en legítima defensa,» sino que tampoco es admisible la fornicación en caso de extrema necesidad (como en la comparación con el robo). Imaginemos que fuera admisible. La llamada profesión más antigua del mundo –la prostitución– sería moralmente admisible, siempre que fuera un intento subjetivamente «honesto» de ejercerla como medio de vida.

La «lógica» de estas afirmaciones está viciada por una demencia increíblemente virulenta. Aunque la Iglesia siempre ha enseñado claramente que sólo lo que es verdad es auténticamente pastoral, ahora nos enfrentamos a una perspectiva distorsionada que sostiene que el único camino pastoral exige dejar a un lado lo que es verdadero porque, si no (según el Arzobispo Fernández), quedamos atrapados en una «trampa mortal» que es una «traición al corazón del Evangelio.»

La fornicación continuada en parejas en concubinato no puede ser calificada de honestidad «subjetiva». Tales alegaciones –procedentes incluso del clero– deben ser rechazadas por contrarias a la fe católica. El auténtico acompañamiento pastoral no implica ni puede implicar ignorar la realidad objetiva del pecado simplemente porque quienes lo cometen no creen subjetivamente que sus actos son gravemente deshonestos.

Asimismo, como fieles católicos debemos rechazar de modo cuidadoso y tenaz toda afirmación que sostenga que en ocasiones lo mejor que puede hacer una persona en situaciones concretas y reales es cometer un pecado de forma libre y deliberada. Esta conclusión priva a la persona de su más preciosa libertad interior de efectuar elecciones morales. La persona no debe verse rebajada y reducida a un objeto por este tormentoso razonamiento.

Todos lo hemos oído. Una persona abandonada por su cónyuge ha de encontrar una nueva pareja y ciertamente no cabe esperar que haga la elección moral correcta de mantenerse fiel a las promesas asumidas frente a un cónyuge que partió hace ya largo tiempo hasta que obtenga la nulidad matrimonial, en su caso. Del mismo modo, se dice que no puede esperarse que un divorciado vuelto a casar solucione el lío de su nuevo matrimonio ahora que esta unión «irregular» ha engendrado hijos.

Al igual que en el caso del absurdo de la fornicación en defensa propia, simplemente no hay forma de cometer «adulterio en legítima defensa», es decir, contrayendo nuevo matrimonio, sin obtener la nulidad previa, tras la separación del cónyuge legítimo.

Sin embargo, eso es lo que ahora está sucediendo ante nuestros propios ojos. Altos clérigos están dejando atrás las ambigüedades acerca de Amoris Laetitia mantenidas durante meses y ahora realizan declaraciones inequívocas sobre sus fines. Por desgracia para la Iglesia universal, estas tesis profundamente corruptas están siendo bien acogidas por algunos como auténtico «progreso.» Sin embargo, apenas cabe imaginar nada tan regresivo, tan temerario y nocivo para las almas. Al igual que el absurdo concepto de fornicar en legítima defensa, la aseveración de que la fornicación no es tal y el adulterio tampoco es adulterio no son en absoluto pastorales. Por otra parte, este tipo de «acompañamiento» de las almas heridas sólo las alejará del Reino de Dios, y no las acercará al mismo.

Con el debido respeto a las opiniones publicadas del Arzobispo Fernández, aquí la «trampa mortal» es pretender que las cosas no son lo que realmente son. El camino hacia la vida y la conservación del Evangelio sólo se encontrarán en las verdades que nos debemos a nosotros mismos y a todos los demás.

La verdad es, en última instancia, ineludible. No podemos cambiarla con sofismas artificiosos que se presentan bajo la forma de acompañamiento pastoral. Podemos conocer la verdad ahora o bien más tarde. Conocerla ahora es mucho más sencillo.

Rev. Jim Russell, diácono
Publicado originalmente en Crisis Magazine

Traducido por Víctor Lozano, del equipo de traductores de InfoCatólica