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jueves, 20 de octubre de 2022

No mires lo que digo, sino a quién nombro



Desde tiempos de Ronald Reagan, los norteamericanos tienen un dicho difícil de traducir, pero muy interesante: personnel is policy. Significa algo así como que no es indiferente qué personas se contratan para una empresa (o un gobierno o cualquier otra entidad), sino que esa elección constituye la política más básica de esa entidad y determina cómo actuará en todo lo que haga. Sencillamente porque son esas personas las que se van a encargar de tomar las decisiones posteriores. De nada sirve que un presidente del gobierno, por ejemplo, diga que va a emprender una lucha a muerte contra la corrupción si los ministros que elige son conocidos por recibir sobornos a troche y moche. El dicho norteamericano podría traducirse libremente como: no mires lo que digo, sino a quién nombro. O, más libremente aún, con el viejo refrán castellano de obras son amores y no buenas razones.

Menciono todo esto porque la selección de personal en la Iglesia desde hace unos años es, cuando menos, muy preocupante. Si bien se trata de una tendencia presente, por distintas razones, a todos los niveles, empezando por los catequistas de las parroquias, nos centraremos en el más alto y manifiesto, ya que de otro modo no terminaríamos nunca.

Por ejemplo, la doctrina de la Iglesia establece sin lugar a dudas que el aborto es matar a un niño inocente, pero uno puede preguntarse de qué sirve eso si a continuación se elige oficialmente a personas abortistas y defensoras de los anticonceptivos como miembros de la Academia Pontificia para la Vida (después de echar de malos modos a los miembros vitalicios nombrados por los papas anteriores y a pesar de que el reglamento de la Academia establece que los miembros deben “comprometerse a promover y defender los principios relacionados con el valor de la vida y la dignidad de la persona humana, interpretadas de acuerdo con el magisterio de la Iglesia”). O si el mismo Papa desautoriza de forma pública a los pocos obispos valientes que se atreven a decir que el Presidente norteamericano no puede comulgar, porque promueve el aborto (y, de hecho, acaba de anunciar que quiere una ley que permita el aborto hasta el momento mismo del parto en todo el país).

La doctrina sobre el matrimonio, las relaciones prematrimoniales o las relaciones entre personas del mismo sexo está muy clara en el Catecismo, pero esa doctrina pierde gran parte de su fuerza cuando los obispos belgas o alemanes, por ejemplo, proclaman diversas herejías públicamente sobre esos temas sin la más mínima consecuencia. O cuando en Amoris Laetitia se nos asegura que, en algunos casos, adulterar es lo que Dios le está pidiendo a una persona. El Papa no se ha cansado de pedir parresía y armar lío, pero cuando el cardenal Zen o los cuatro cardenales de los dubia denuncian valientemente problemas muy graves de la Iglesia, ni siquiera son recibidos (¡a pesar de que son sucesores de los apóstoles!).

No hay nada de lo que se hable más estos días que de la sinodalidad, pero es difícil no darse cuenta de que este pontificado es el más autoritario desde el de Pío IX, por lo menos. Recordemos, por ejemplo, que el Papa Francisco ha promulgado más motu proprios que sus dos antecesores juntos o los casos de obispos despedidos sin contemplaciones ni juicio alguno y sin ni siquiera ser escuchados por el Papa, por razones aparentemente triviales (como Mons. Daniel Fernández Torres o Mons. Livieres). Las opiniones de los fieles supuestamente son valiosísimas… hasta que esos fieles piden que se defienda verdaderamente la indisolubilidad del matrimonio, que los obispos y párrocos no digan herejías o poder asistir a la Misa antigua. De nada sirve, por otro lado, decir que se van a tomar muchas medidas contra los abusos en la Iglesia si después, por ejemplo, se invita expresamente y a dedo a participar ¡en el Sínodo de la Familia! al cardenal Daneels, que había sido grabado presionando a unos fieles para que no denunciaran los abusos cometidos por su propio sobrino.

Se recuerda (y muy bien recordado está) que el papel de los abuelos y las personas de edad es esencial en la transmisión de la fe, pero ahora mismo tenemos miembros de la Pontificia Academia para la Vida, el P. Casalone SJ y Marie-Jo Thiel, que han defendido públicamente la eutanasia (y, además, para meter más dedo en el ojo esa defensa ha sido publicada por La Civiltà Cattolica, el periódico oficioso del Vaticano). En la misma línea, aunque un sucesor de los apóstoles pueda perfectamente cumplir su misión con 75 años y quiera hacerlo, si por alguna razón se le considera “demasiado” ortodoxo, como a Mons. Aguer, Mons. Reig Pla o Mons. Leonard, se le jubila por ordeno y mando una semana después de su cumpleaños, mientras que se prologa durante años la actividad de prelados como mínimo bastante mejorables.

En fin, creo que queda claro lo que quiero decir y no merece la pena seguir dando ejemplos (que por desgracia son muy numerosos). Personnel is policy y obras son amores y no buenas razones. Las palabras pueden ser buenas, conciliadoras o políticamente correctas, pero para entender hacia dónde va de verdad la Iglesia hay que mirar a las obras y, en particular, a quiénes se está nombrando y a quiénes se está postergando, ignorando, jubilando con prisas o directamente despidiendo. Si tenemos esto último en cuenta, la situación es desoladora y debemos rezar sin descanso por los que mandan en la Iglesia, porque lo necesitan mucho.

En cualquier caso, como siempre y a pesar de las apariencias, la Iglesia no la dirigen los hombres, sino Cristo nuestro Señor, Rey de reyes. Por mucho que los hombres metan la pata, intriguen o hagan el mal, como dice el salmista, el que vive en el cielo sonríe; desde lo alto, el Señor se ríe de ellos. Después les habla con ira y los espanta con su cólera.

Bruno Moreno