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lunes, 30 de noviembre de 2020

En el nombramiento de los nuevos obispos chinos, Pekín barre a Roma. El caso de Fujan

 IL SETTIMO CIELO


Los “pobres uigures” a los que el papa Francisco por primera vez ha considerado perseguidos –en un capítulo de su último libro, que saldrá a la venta el 1 de diciembre en varios idiomas–, han sido el centro, en los últimos días, de las noticias sobre las relaciones entre el Vaticano y China.

En efecto, la inmediata y polémica reacción del gobierno chino –que ha rechazado como "desprovista de pruebas en la realidad” la acusación del papa, dados “los plenos derechos de existencia, desarrollo y libertad de credo religioso de los que gozan todos los grupos étnicos” en China– ha descubierto las razones de la Realpolitik de un silencio tan duradero, tanto de Francisco como de las máximas jerarquías de la Iglesia, sobre una de las más macroscópicas y sistemáticas persecuciones actuales en China (en la foto un campo de “reeducación”); silencio roto solamente, hasta el momento, por las denuncias aisladas de los cardenales José Zen Zekiun, obispo emérito de Hong Kong, y Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon.

Pero el ruido sobre la cuestión de los musulmanes uigures ha eclipsado otra noticia importante: el primer nombramiento de un obispo católico según la modalidad del acuerdo secreto firmado entre la Santa Sede y China el 22 de septiembre de 2018, y prolongado el mes pasado para otros dos años.

El nuevo obispo es Tomás Chen Tianhao, 58 años, y ha sido puesto a la cabeza de la diócesis de Qingdao, en la rica provincia de Shandong, en la costa.

La diócesis estaba vacante desde junio de 2018, después de la muerte a los 94 años del predecesor, José Li Mingshu, reconocido tanto por la Santa Sede como por las autoridades de Pekín, pero manifiestamente sometido a estas últimas y, de manera particular, a la Asociación patriótica de los católicos chinos, el instrumento de control agresivo de la Iglesia católica en China, cuyo jefe supremo ha sido durante décadas Antonio Liu Bainian, también él de Shandong.

La consagración del nuevo obispo tuvo lugar el 23 de noviembre en la catedral de Qingdao. La ceremonia la ha presidido el obispo de Linyi, Juan Fang Xingyao, que es también presidente de la Asociación patriótica y vicepresidente del Consejo de los obispos, un falso simulacro de conferencia episcopal que reúne solamente a los obispos reconocidos por el régimen, y a quien corresponde –según el acuerdo secreto, por lo que se puede intuir– la elección y la propuesta al papa de cada nuevo obispo, después de haber llevado a cabo una “selección” previa, controlada por el régimen, en la respectiva diócesis por parte de representantes del clero, las religiosas y los laicos integrados en el régimen.

Como confirmación de esto, la agencia Asia News, del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, ha dado a conocer que en la fórmula de consagración del nuevo obispo de Qingdao “se ha citado el mandato del Consejo de los obispos, pero no se ha dicho nada del papa y de la Santa Sede”. Su “elección” previa habría tenido lugar el 19 de noviembre de 2019.

Al igual, si no más que el predecesor, el nuevo obispo Chen también es un hombre del régimen, dirigente desde hace mucho tiempo, tanto a nivel local como nacional, de la Asociación patriótica, cuyos miembros más importantes han participado en la ordenación.

En la carta de 2007 de Benedicto XVI a la Iglesia de China –todavía válida como “su magna carta”– está escrito que “la finalidad declarada [de la Asociación patriótica] de actuar ‘los principios de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática de la Iglesia’ es inconciliable con la doctrina católica”.

Pero las instrucciones prácticas que Roma ha dado al clero y a los obispos chinos el 28 de junio de 2019 han ampliado el espacio discrecional de las inscripciones a la Asociación patriótica, que el régimen pide insistentemente.

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Volviendo al acuerdo de 2018 sobre el nombramiento de los obispos, hay que reconocerle el mérito de haber puesto fin al nombramiento unilateral que el gobierno chino hacía precedentemente, sin ningún consenso por parte de Roma, con la consiguiente excomunión de los nombrados.

Pero el número de diócesis vacantes sigue siendo alto. Las que están actualmente dirigidas por un obispo son 74, muchas menos, pues, de las 135 diócesis y prefecturas apostólicas de toda China, sin contar Hong Kong y Macao, y muchas menos también de las 104 diócesis que el gobierno ha reestructurado y unido unilateralmente sin la aprobación de Roma.

El 24 de noviembre, la sala de prensa vaticana anunció que “se prevén otras consagraciones episcopales, porque están en curso diferentes procesos de nuevos nombramientos episcopales”.

Pero proveer estos “vacíos” no será nada fácil, porque cada diócesis, en China, es un caso singular que exige soluciones específicas, como explica un interesante ensayo que el antropólogo y teólogo francés Michel Chambon ha publicado el 16 de noviembre en UCA News:


Un caso ejemplar de estudio para entender hasta qué punto son complicadas las cosas lo vemos en Fujan, la provincia de la costa situada frente a la isla de Taiwán.

Según la distribución vaticana, en Fujan hay cuatro diócesis y dos prefecturas apostólicas: a lo largo de la costa, partiendo del norte, la diócesis de Xiapu-Mindong, la arquidiócesis de Fuzhou y la diócesis de Xiamen, y en el interior la diócesis de Changting y las prefecturas de Jian’ou y de Shaowu.

Al contrario, según la distribución gubernativa, la diócesis de Changting está incluida en la de Xiamen, y las dos prefecturas apostólicas está unificadas en una nueva diócesis, la de Minbei.

Pues bien, ateniéndose a esta segunda distribución, a la que también el Vaticano se adecua en la práctica, esta es la situación.

En la diócesis de Xiapu-Mindong, antes del acuerdo de 2018, la mayor parte de los fieles y del clero eran subterráneos, es decir, sin reconocimiento gubernativo, dirigidos por un obispo también subterráneo, reconocido solamente por Roma, Vicente Guo Xiijin. Pero había también una pequeña minoría de católicos oficiales, dirigidos por un obispo unilateralmente nombrado por el gobierno chino y excomulgado, Vicente Zhan Silu.

Con el acuerdo, Roma levanta la excomunión y nombra a Zhan como titular de la diócesis, degradando a Guo como auxiliar suyo. Gao acepta, pero rechaza la adhesión, como pide el régimen, a esa “Iglesia independiente” que él y sus fieles continúan considerando “irreconciliable” con la fe católica. Sometido por esto a represalias crecientes, hasta la expulsión de su casa y la pérdida completa de la libertad, en un silencio total de la Santa Sede, termina por dimitir de todos sus cargos públicos, precisamente en la vigilia de la renovación del acuerdo. Es fácil entender que la oposición entre oficiales y subterráneos, en la diócesis de Xiapu-Mindong, continúa siendo muy conflictiva.

Por el contrario, en la diócesis de Fuzhou, una de las más pobladas de China con 300.000 fieles, 120 sacerdotes y 500 religiosas, la contraposición es entre los mismos subterráneos, y tiene una larga historia. Antes del acuerdo de 2018, una parte del clero y de los fieles era partidaria del obispo nombrado por Roma, Pedro Lin Jiashan, mientras que otra parte más grande y combativa desconfiaba de él, creyéndolo demasiado deseoso de someterse al régimen. Para sanar estas posturas opuestas, entre 2007 y 2016 Roma incluso suspendió a Lin, sustituyéndole con un administrador apostólico. Pero en vano.

En efecto, cuando el 9 de junio de 2020 Lin, de 86 años, obtuvo el deseado reconocimiento gubernativo y firmó la adhesión a la “Iglesia independiente”, en la diócesis muchos se sintieron traicionados, tanto por él como por el Vaticano. Y ahora la oposición es más profunda que nunca.

En comparación, la pequeña diócesis de Xiamen es un oasis de tranquilidad, gobernada por un obispo reconocido desde hace tiempo tanto por Roma como por Pekín, y pacíficamente aceptado por los fieles: José Cai Bingrui, de 54 años.

Al contrario, la diócesis de Minbei lleva décadas sin obispo y probablemente no lo tendrá durante mucho tiempo. Se encuentra en un territorio montañoso y rural, tan grande casi como la mitad de la provincia de Fujan. Las comunidades católicas son pequeñas y dispersas, sin clero propio, asistidas por sacerdotes llegados de fuera.

Uno de estos sacerdotes, el más activo desde hace muchos años, proviene de la diócesis limítrofe de Xiapu-Mindong, precisamente del círculo del activo obispo anteriormente excomulgado que ahora la dirige. De hecho, este sacerdote desempeña el cargo de administrador de la diócesis vacante de Minbei. Pero si llegase a ser su obispo, se prevé que encontrará una fuerte oposición por parte de los fieles, precisamente por su cercanía al obispo excomulgado, con una gran oposición en su diócesis de Xiapu-Mindong.

Además, los católicos de este territorio dan muestras de preferir estar sin obispo –y así menos institucionalizados–, a fin de estar menos vigilados por las autoridades chinas. Se aplican a sí mismos el dicho: “Se caza el pájaro que alza el vuelo”. Mejor mantener un perfil bajo, sin obispo, sobre todo si este es un hombre del régimen, que sufrir una represión más fuerte de la que ya existe.

En resumen, cuatro diócesis con cuatro situaciones muy diferentes entre ellas. Fujan es una fotografía perfecta de lo complicada que es la estructura de la Iglesia china.

Sandro Magister