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domingo, 5 de julio de 2020

Viganò el cismático (Luis Fernando Pérez Bustamante)

EXSURGE, DOMINE

Sandro Magister ha escrito un artículo en el que acusa abiertamente a Mons. Carlo Maria Viganò, arzobispo y Nuncio emérito de EE.UU, de estar al borde del cisma.

Don Sandro sostiene que:

– Viganò se acerca al cisma por mantener que el CVII supone una ruptura con el Magisterio anterior.

– Viganò se acerca al cisma al acusar a Benedicto XVI por sus “intentos fracasados de corrección de los excesos conciliares invocando la hermenéutica de la continuidad“

¿Qué se le ocurre a Magister para rebatir a Viganò? Darle la palabra a Benedicto XVI. ¿Cómo? Recordando “su memorable discurso a la curia vaticana en la vigilia de Navidad de 2005“. Y ya les adelanto que se trata de un discurso en el que junto con el que pronunció al año siguiente, Benedicto XVI sostiene sobre el CVII exactamente lo mismo que Mons. Lefebvre. Uno, el Papa alemán, para reafirmar los cambios. Otro, el arzobispo francés, para condenarlos.

Y, OJO AL DATO, el propio Magister reconoce lo siguiente:

“Efectivamente, es innegable que sobre la libertad religiosa el Concilio Vaticano II marcó una clara discontinuidad, por no decir una ruptura, con la enseñanza ordinaria de la Iglesia del siglo XIX y principios del XX, claramente antiliberal”.

Es decir, Magister reconoce que Viganó tiene razón. Sin reconocerlo, a la vez, le da la razón a Lefebvre al calificar de ruptura el CVII respecto al Magisterio anterior. Y reconoce que Benedicto XVI admite tal hecho pero a la vez pretende que donde hay discontinuidad y ruptura en realidad hay a la vez continuidad.

Vamos al discurso del papa alemán. Cito:

El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. Esta puede ser consciente de que con ello se encuentra en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de los mártires, con los mártires de todos los tiempos.

Benedicto XVI reconoce, pues, que el CVII asume el principio del estado moderno a la hora de definir la libertad religiosa. Poco después, ratifica que eso supone una novedad que corrige la enseñanza anterior de la Iglesia. Y no contento con ello, afirma que esa aparente (sic) discontinuidad es cosa maravillosa:

El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad.

Por si la cosa no había quedado clara en las Navidades del 2005, al año siguiente el papa Benedicto XVI volvió a explicar en qué consistió el Concilio Vaticano II. Y lo hizo de forma aún más contundente:

En el diálogo con el islam, que es preciso intensificar, debemos tener presente que el mundo musulmán se encuentra hoy con gran urgencia ante una tarea muy semejante a la que se impuso a los cristianos desde los tiempos de la Ilustración y que el concilio Vaticano II, como fruto de una larga y ardua búsqueda, llevó a soluciones concretas para la Iglesia católica.

Se trata de la actitud que la comunidad de los fieles debe adoptar ante las convicciones y las exigencias que se afirmaron en la Ilustración. Por una parte, hay que oponerse a una dictadura de la razón positivista que excluye a Dios de la vida de la comunidad y de los ordenamientos públicos, privando así al hombre de sus criterios específicos de medida. Por otra, es necesario aceptar las verdaderas conquistas de la Ilustración, los derechos del hombre, y especialmente la libertad de la fe y de su ejercicio, reconociendo en ellos elementos esenciales también para la autenticidad de la religión.

Como ven ustedes, Benedicto XVI admite que el Concilio Vaticano II asume el principio de libertad religiosa de la Ilustración y del estado moderno. Y no contento con ello, afirma que ello supone para la Iglesia asumir de nuevo -antes no lo hacía- la enseñanza de Jesús, recoger el testigo de la Iglesia de los mártires y sostener la autenticidad de la religión.

Llegados a este punto, y antes de seguir, es necesario plantear algunas preguntas y dar las respuestas:

– ¿Es cierto que desde la Ilustración hasta el Concilio Vaticano II los Papas habían condenado expresamente la libertad religiosa?

Sí. Creo innecesario llenar este artículo de citas pontificias.

– ¿Es cierto que esa condena unánime era de carácter magisterial?

Sí. tanto por la naturaleza de los textos de los Papas como, sobre todo, porque se basaba en un principio elemental de la fe católica: el error no tiene derechos. Puede llegar a ser tolerado, ciertamente, pero derechos… ninguno. Lean ustedes Libertas Praestantissimum de León XIII.

– ¿Ese magisterio pontifico preconciliar versaba sobre una doctrina fundamental para la fe católica?

Sí, porque entra de lleno en la cuestión del Reinado Social de Cristo. Y si alguien sostiene que la doctrina sobre la soberanía de Cristo sobre lo espiritual, lo temporal y los individuos y la sociedad (véase Quas Primas de Pío XI) es un tema menor y desechable, ya puede ir dejando de celebrar la Solemnidad de Cristo Rey, lo cual es lo mismo que dejar de confesar a Cristo. Eso, señores, es apostasía.

Nadie puede negar que el camino indicado por Pío XI..:

Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

… no es otro que el camino de apostasía iniciado en la Reforma protestante y, sobre todo, a partir de la Ilustración. Esa que Benedicto XVI alaba diciendo que obtuvo grandes logros. Esa cuya doctrina en materia de libertad religiosa asumió el Concilio Vaticano II.

No es de extrañar que Mons. Athanasius Schneider (¿otro cismático?) relacione el CVII con el sincretismo de Asís y el sincretista documento de Abu Dhabi, en el que se afirma que Dios quiere la pluralidad de las religiones. Pluralidad que vimos actuar a pecho descubierto durante la celebración pagana en honor a la Pachamama en los jardines del Vaticano en octubre del año pasado, en pleno Sínodo para la Amazonia.

¿Quién es el cismático, señores míos? ¿Qué creen que le habría pasado a un obispo anterior al CVII si hubiera dicho que era necesario reconocer y asumir que la Ilustración había reconquistado la verdadera doctrina sobre los derechos del hombre y la libertad religiosa?

Amicus Plato, sed magis amica veritas

¡¡Viva Cristo Rey!!

Luis Fernando Pérez Bustamante