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jueves, 20 de junio de 2019

Desde laicos que dicen misa hasta la abolición de la castidad



Las primeras noticias sobre el sínodo de la Amazonia están levantando pasiones. Sí lo que se pretendía era reabrir por enésima ver la posibilidad del acceso al sacerdocio de hombres casados el objetivo está conseguido cum laude. El abanico de posibilidades va desde los laicos que pueden decir misa hasta la abolición del celibato. Cuando se habla de la abolición del celibato todo apunta a la abolición de la castidad, que es otra cosa bien distinta. El melón está abierto de nuevo y lo seguirá por algunos meses. 

Los partidarios no pierden ocasión y, a pesar de las repetidas negativas del Papa Francisco, cualquier excusa es buena para retomar el argumento. Los contrarios buscan razones de todo orden que justifique lo que hoy se llama inmovilismo. Todo este debate se produce en medio de un mundo que está apostatando masivamente y donde estos temas quedan reducidos a diálogos de carmelitas.

No se puede vivir y gobernar con el privilegio. El privilegio es la privación de la ley, no se cambia pero se aplican excepciones, que pueden terminar siendo más importantes que la propia ley. Cuando se plantea la resurrección del diaconado permanente se nos vendió que era para solucionar la carencia de sacerdotes en Africa y otros lugares de misión. El resultado ha sido que donde abundan es en Estados Unidos y en Europa. Tenemos la sensación de que se nos vende por progresista lo que ya ha sido superado por la historia

El discurso de la abolición del celibato lleva vivo desde los tiempos conciliares. Muchos de los que pensaron que era una cosa ya hecha, cosa de días, ya han dejado este mundo. Hoy no vemos masas de curas jóvenes defendiendo el fin del celibato. Vivimos en una sociedad con una profunda crisis matrimonial y muchos jóvenes ya no ven el matrimonio con la mentalidad de sus padres y abuelos. Si analizamos las vocaciones de hoy veremos que provienen, en su mayor parte, de matrimonios rotos y esto marca. 

Estamos seguros de que ya vivimos una nueva lectura reforzada y positiva de los que supone el celibato, y la virginidad consagrada, y de los muchos valores que aporta al ejercicio del ministerio sacerdotal en tiempos de tormenta. Sin duda que es revolucionario, y anti sistema, y esto molesta, y es bueno que así sea. El sacerdocio debe de ser un aldabonazo continuo que recuerde la presencia de la transcendencia en una sociedad secularizada. Hoy, más que nunca, es necesario hacerlo visible y los deseos de diluirlo en una presunta normalidad son el camino hacia su destrucción. Lo mismo podemos decir de la vida religiosa que muchos desean que termine en una especie de comunas de espiritualidad ecológica.

SPECOLA