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lunes, 3 de julio de 2017

El caso Müller (por Roberto de Mattei)



La destitución del cardenal Gerhard Ludwig Müller supone un momento crucial en la historia del pontificado del papa Francisco. La verdad es que Müller, nombrado prefecto de la Congregación para Doctrina de la Fe el 2 de julio de 2012 por Benedicto XVI, sólo tiene 69 años. Jamás se vio que a un cardenal al que le faltasen más de cinco años para la edad canónica de jubilación (75 años) no se le confirme en el cargo por otro lustro.

Tengamos en cuenta que hay prelados que a pesar de tener diez años más que el cardenal Müller siguen ejerciendo cargos importantes, como el cardenal Francisco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, el mismo purpurado cuyo secretario fue recientemente sorprendido in fraganti por la gendarmeria pontificia, en una orgía homosexual aliñada con drogas en un apartamento del Vaticano. Ahora bien, Coccopalmerio había manifestado aprecio por Amoris laetitia, y explicado que «la Iglesia siempre ha sido el refugio de los pecadores», mientras que Müller no había ocultado su perplejidad por las aperturas de la exhortación pontificia, aunque fuera con declaraciones oscilantes.

Desde esta perspectiva, la destitución del cardenal Müller es un acto autoritario que constituye un desafío abierto del papa Bergoglio al sector de cardenales conservadores a los cuales era notoriamente próximo el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Francisco ha actuado con energía, pero también con habilitad. Ha comenzado a aislar a Müller, obligándolo a despedir a tres de sus más fieles colaboradores. Lo ha hecho para agotar toda posibilidad de renovación, aunque sin dar en ningún momento garantías explícitas. Al final lo ha sustituido, pero no por un exponente del progresismo radical, como sería por ejemplo el rector del la Universidad Católica de Buenos Aires, monseñor Víctor Manuel Fernández, o el secretario especial del Sínodo, monseñor Bruno Forte. El elegido es el arzobispo Luis Francisco Ladaria Ferrer, jesuita, hasta ahora secretario de la Congregación. Su elección tranquiliza y sorprende a los conservadores. Lo que algunos de éstos no entienden es que lo que le importa al papa Francisco no es la ideología de los colaboradores, sino la fidelidad a su propio plan de reforma irreversible de la Iglesia.

Más que de victoria del papa Francisco se debería hablar de derrota de los conservadores. El cardenal Müller no era partidario de la tendencia del papa Francisco, y se había sentido inclinado a adoptar públicamente una postura contraria, pero la idea más general en el sector conservador era que sería preferible que siguiera en su puesto callando antes que abrir la boca y perderlo. El Prefecto había escogido una actitud discreta. En una entrevista concedida a Il Timone, había dicho: «Amoris laetitia se debe interpretar claramente a la luz de toda la doctrina de la Iglesia. […] No me agrada, no es correcto que tantos obispos interpreten Amoris laetitia según entiende cada uno de ellos las enseñanzas del Papa», si bien en otra declaración había expresado su contrariedad por la publicidad dada a las dubia de los cuatro cardenales. Lo cual, no obstante, no ha impedido su destitución.

En la estrategia de algunos conservadores, esa actitud discreta supone un mal menor comparado con lo que sería perder el cargo que había conquistado sobre sus adversarios. Esta estrategia de contención no funciona, sin embargo, con el papa Francisco. ¿Cuál ha sido en realidad la consecuencia de todo esto? Que el cardenal Müller ha perdido una valiosa oportunidad de criticar públicamente Amoris laetitia y ha terminado por ser destituido, sin la debida notificación previa. Es cierto que, como señala Marco Tosatti, ahora tiene más libertad para decir lo que piensa. Pero aunque lo hiciera, sería la voz de un cardenal jubilado y no la del prefecto del dicasterio más importante de la Iglesia. El apoyo de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los cuatro cardenales que prosiguen por el camino que han emprendido habría sido catastrófico para quien dirige actualmente la Revolución dentro de la Iglesia, y el papa Francisco ha conseguido evitarlo. La lección que podemos sacar del asunto es que quien no combate por miedo a perder, después de echarse para atrás conoce la derrota.

Roberto de Mattei