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martes, 7 de febrero de 2017

Pasquino regresa a Roma (Roberto de Mattei)


En la noche del viernes al sábado, una mano desconocida ha empapelado las calles en las proximidades del Vaticano con un manifiesto en el que, bajo la imagen de un papa Bergoglio de mirada sombría y ceño fruncido se lee: 

«Ah, Pancho, has intervenido congregaciones, destituido a sacerdotes, decapitado a la Orden de Malta y a los Franciscanos de la Inmaculada, desdeñado a cardenales… Pero ¿dónde está tu misericordia?».

La cáustica protesta en dialecto romanesco se ajusta a lo que en Roma es conocido como la tradición de las pasquinadas. Se conocía como Pasquino a una estatua sobre la cual se fijaban durante la noche carteles y manifiestos en los que se denunciaban los abusos de las autoridades o se hacía burla de los defectos de pontífices y cardenales. Por ejemplo, cuando falleció Clemente VII (1534) apareció un retrato de su médico, que en vez de sanar a un paciente lo había enviado al otro mundo, acompañado de un letrero que expresaba gratitud: ecce qui tollit peccata mundi (he aquí al que quita los pecados del mundo).

Hoy lo mismo que ayer, las pasquinadas han recogido siempre sentimientos difundidos entre el pueblo y aun el mismo clero romano.

En nuestro caso, precisamente en estos días en que la cuestión de la Orden de Malta ha concluido con la destitución del Gran Maestre, la rehabilitación por el Vaticano de un hombre acusado de deriva moral, Albrecht von Boeslager, y la atribución a monseñor Angelo Becciu facultades para intervenir la Orden. Todo ello en absoluto desprecio a la soberanía de la Orden, que sólo está subordinada a la Santa Sede en lo que respecta a la vida religiosa de sus caballeros profesos, pero que es –o debería ser– totalmente independiente en la vida interna y sus relaciones internacionales.

La misma falta de consideración por la ley parece extenderse al derecho civil italiano. Un decreto de la Congregación para los Religiosos con la aprobación del Papa, impone al padre Stefano Maria Manelli, superior de los Franciscanos de la Inmaculada, a «devolver en el plazo de 15 días a contar de la recepción del presente decreto el patrimonio económico administrado por asociaciones civiles y cualquier otra cantidad a su disposición de cada uno de los institutos». Es decir, devolver a la Congregación de los Religiosos los bienes patrimoniales de los que, como ha confirmado el Tribunal de Apelación de Avellino, el padre Manelli no puede disponer porque pertenecen a asociaciones legalmente reconocidas por el Estado italiano.

Por si fuera poco, monseñor Ramon C. Argüelles, arzobispo de Lipa (Filipinas), ha tenido noticia de su destitución por un comunicado de la Sala de Prensa Vaticana. Se desconocen los motivos de tal medida, pero se pueden intuir: monseñor Argüelles ha reconocido canónicamente una asociación que agrupa a ex seminaristas de los Franciscanos de la Inmaculada que han abandonado la orden a fin de poder estudiar y prepararse para el sacerdocio con plena libertad e independencia.

«Libertad libertad, ¡cuántos delitos se cometen en tu nombre», se lamentaba Madame Roland, ilustre víctima de la Revolución francesa. «Misericordia, misericordia, ¡cuánta violencia se ejerce en tu nombre!», podrían repetir las víctimas del Pontificado de la misericordia.

Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)