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sábado, 19 de marzo de 2022

LOS SEMINARIOS DIOCESANOS SON NECESARIOS



¿Qué hacer con la disminución de seminaristas en España, y en general en Europa? La Congregación para el Clero ha venido insistiendo ante los obispos en la necesidad de programar una reducción de seminarios, proponiendo una reagrupación de seminaristas y sugiriendo la posibilidad de crear algunos seminarios interdiocesanos o reagrupar las pocas vocaciones de dos o más diócesis. Los obispos siempre se han mostrado reticentes a una solución que en gran parte se asemeja a un atajo que no parece conducir fácilmente a la solución, ya que las pocas experiencias que conocemos de los seminarios que nos recomiendan no siempre han resultado todas exitosas. La propuesta de agrupación de seminaristas se haría con miras a los siguientes elementos de valoración de cada caso y según la propia Ratio formativa que gobierna los seminarios: 1) la formación que ofrece el seminario; 2) la calidad de los estudios eclesiásticos; y 3) la apertura al crecimiento de la vocación sacerdotal que puede significar la convivencia más numerosa de seminaristas en un centro regional, o en el seminario que tiene pocos seminaristas más que las diócesis que tienen menos.

Si nos detenemos primero en el centro académico, ya regional o sencillamente de otra diócesis, sobre todo si ambos centros cuentan con un Instituto Superior que imparte con garantía universitaria los estudios de Filosofía y Teología preceptivos, no siempre es mejor el centro regional o de reagrupación que el centro diocesano. Es un hecho objetivo la variedad de profesores que todo claustro lleva consigo, y los alumnos están prestos a evaluar a sus miembros, concluyendo por su cuenta que unos profesores son mejores que los propios de casa y otros notablemente peores y a veces científicamente menos preparados. Hoy son bastantes las diócesis que cuentan con nuevas generaciones de sacerdotes bien formados, que han cursado sus estudios en Universidades nacionales y de otros países, sobre todo en las Universidades romanas, pero también en Universidades civiles nacionales o extranjeras. Estos sacerdotes han cursado con éxito notable estudios de humanidades y ciencias, necesarias y complementarias de los estudios específicamente eclesiásticos. Los centros superiores diocesanos son centros afiliados e incluso integrados en Universidades y Facultades, centros que tienen hoy que pasar los estándares universitarios establecidos por las Facultades que los afilian o patrocinan conforme a norma. Estos centros no sólo cuentan con profesores sacerdotes, también con profesores laicos, hombres y mujeres, catedráticos y docentes en universidades civiles y que, con grande generosidad, son profesores de los claustros de los seminarios.

Por otra parte, cuando los obispos quieren pedir a alguien que complete o se especialice en estudios de postgrado suelen pensar en jóvenes sacerdotes más que en seminaristas, para enviarlos a una Universidad o Facultad. Esto no excluye que algunos seminaristas sean enviados a una determinada Universidad o Facultad de la Iglesia, a veces como residentes de un colegio o convictorio para seminaristas de distintas procedencias. Pasaron los años ochenta del pasado siglo que tan mal recuerdo nos traen y que a algunas diócesis dejaron sin ordenaciones durante años, hasta que los obispos devolvieron de nuevo los seminaristas a sus diócesis de origen.

Si ahora consideramos la necesaria formación humana, espiritual y pastoral que debe acompañar a la formación académica, y que los seminaristas han de recibir como candidatos al ministerio sacerdotal, como lo prescribe la Iglesia, no cabe la menor duda que esa formación encuentra en la propia diócesis un encaje natural que no suele darse del mismo modo fuera de ella. Es así precisamente por la variedad que los seminarios receptores tienen de pequeños grupos de seminaristas de otras diócesis, por lo que se ven obligados a orientar la formación, aun siguiendo las pautas generales de la Iglesia, de modo más genérico y sin el contexto y la referencia natural a la comunidad diocesana propia de cada grupo de seminaristas. Se puede decir que para eso ya está la diócesis, pero los seminaristas no pueden estar yendo y viniendo de un lugar a otro a lo largo del curso académico; y más si, por añadido, tienen que cumplir con el régimen pastoral que les ocupe el fin de semana, sin dejar espacios convenientemente tranquilos para el estudio personal prolongado y el tiempo que requieren las lecturas.

Más todavía, si se alejan del desarrollo que la vida litúrgica tiene en la propia diócesis, para la cual se preparan en el Seminario diocesano, vinculados a la celebración del Obispo en la catedral de la diócesis y en las parroquias a criterio del propio Obispo. Una liturgia más doméstica, sin duda bien realizada correcta, les recortará la experiencia fundamental de la celebración de la fe como meta a la que conduce la vocación al sacerdocio. La introducción en la vida pastoral, aconsejada especialmente para los últimos cursos de formación del candidato al sacerdocio, es inseparable de esta experiencia celebrativa y solemne en aquellos tiempos y festividades que la reclaman. Esta experiencia de litúrgica que acompaña la misma introducción en la acción pastoral, a la que introduce el Seminario, es el ámbito en el que se aprende a vivir la imposibilidad de separar práctica pastoral y celebración de la fe, como lo ha clarificado para quienes padecen confusiones indeseadas la Comisión Teológica Internacional en el documento «La reciprocidad entre fe y sacramentos», que sancionó con su aprobación el papa Francisco el 19 de diciembre de 2019.

Falta en esta reflexión aludir al Seminario diocesano como la plataforma determinante de la pastoral vocacional, continuada y no eventual, que constituye la comunidad del Seminario diocesano para los adolescentes y jóvenes que sientan la llamada de Jesús que les invita a seguirle; y para aquellos a los que se les comunique por contagio deseable la inquietud y la pasión de la vocación sacerdotal. Una pastoral vocacional sin contexto pierde enteros a la hora de su concreción cotidiana y de su programación a lo largo del año pastoral en la diócesis.

Por todo ello, la reagrupación de seminaristas sólo puede darse por necesidad perentoria, sin que la opción por ella contribuya a disminuir aún más el número de seminaristas. Donde se cierra el Seminario será muy difícil volverlo a abrir durante años, como pone de manifiesto la experiencia. No enumeramos los cierres que esta experiencia nos proporciona, para que nadie piense que menoscabamos cualquier situación de emergencia, porque las emergencias acontecen contra nuestra voluntad. Sin embargo, hemos de contar con que los prejuicios han sido siempre malos consejeros, porque deforman la realidad, y algunas soluciones que se postulan pueden ser necesarias en las emergencias reales, pero a veces ni siquiera, cuando sobre su realidad se suscita la crítica sospecha de que se pueden crear primero las emergencias para aplicar después las soluciones.

Estas reflexiones que me sugiere la fiesta de San José, custodio del primer Seminario de la historia, la casa y la familia de Nazaret, quieren ayudar a poner en común la preocupación que la disminución de las vocaciones sacerdotales suscita, y a no cesar en suplicar de Dios las vocaciones que necesitamos, sin tranquilizar nuestra conciencia con la vana ilusión de que se puede paliar esta pérdida de vocaciones con el compromiso pastoral de los laicos. Esta resignación parece a veces esconder falta de fe en que Dios escucha siempre nuestras súplicas y, como único Señor de la mies, no dejará de enviar obreros a su mies, porque los campos, la mies y los obreros son siempre y sólo suyos.

En la Fiesta de San José
Patrono de la Iglesia y de las vocaciones sacerdotales
19 de marzo de 2022

Monseñor Adolfo González Montes
Obispo emérito de Almería