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lunes, 6 de abril de 2020

Cardenal burke: “¡No cedáis ante la mentira de Satanás!”



Mensaje para la semana más santa del año
Raymond Leo Cardenal Burke

Queridos amigos,

Desde que inicié mi servicio como obispo de una diócesis, parecía que cada año, a medida que se acercaban las celebraciones de Navidad y Pascua, ocurría un hecho profundamente triste en la diócesis o una crisis difícil de enfrentar por el bien de la diócesis. Justo cuando comenzaba a preparar con alegría las celebraciones de los grandes misterios de nuestra salvación, algo sucedía que, desde un punto de vista humano, ponía una nube oscura sobre las celebraciones y dejaba en tela de juicio la alegría que inspiraban. Una vez le comenté a un hermano obispo esta experiencia angustiosa y demasiado regular. Me respondió sencillamente: “Es Satanás, tratando de robarte la alegría”.

Tiene sentido que Satanás, a quien Nuestro Señor describe como “asesino desde el principio, …mentiroso y padre de toda mentira”(Jn 8, 44) quiera esconder de nuestros ojos las grandes realidades de la Encarnación y la Redención, quiera distraernos de los ritos litúrgicos a través de los cuales no sólo celebramos esas verdades, sino que también recibimos las inmensurables e incesantes gracias que ellas nos han ganado. Satanás quiere convencernos de que las pérdidas y la muerte, con la tristeza y el miedo que naturalmente las acompañan, muestran que Cristo es falso, desmintiendo así su Encarnación redentora y tratando de mostrar como una mentira nuestra fe y alegría.

Pero Satanás es el falso. El es el mentiroso. Cristo, Dios Hijo, de hecho, se ha hecho hombre, ha sufrido la más cruel Pasión y Muerte para redimir nuestra naturaleza humana, para restaurarnos la verdadera vida, la vida divina que vence los peores sufrimientos e incluso la muerte misma y ​​que nos conduce en modo certero y seguro a nuestro verdadero destino: la vida eterna con Él.

San Pablo, ante tantas pruebas profundamente desalentadoras a lo largo de su ministerio apostólico, que culminó con su martirio en Roma, escribió a los colosenses: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Para él, como debiera serlo también para nosotros, sufrir con Cristo por la Iglesia, por amor de Dios y de nuestro prójimo, es la fuente inagotable e indefectible de nuestro gozo. Es la máxima expresión de nuestra comunión con Cristo, Dios el Hijo encarnado, compartiendo con Él el misterio del amor divino de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La vida de Cristo, la gracia del Espíritu Santo derramada del Corazón de Cristo para morar en nuestros corazones, nos inspiran y nos fortalecen para que podamos abrazar las pérdidas y la muerte con Su amor, transformándolas en ganancia eterna y vida sin fin. Nuestro gozo, entonces, no es un placer o emoción superficial, sino el fruto del amor que es “fuerte como la muerte” y el cual “las muchas aguas no podrán apagarlo, ni lo ahogarán los ríos.” (Cant 8, 6-7).

Nuestra alegría no nos dispensa del agudo aguijón de las pérdidas y de la muerte, sino que, con confianza y coraje, los enfrenta como parte del combate de amor que estamos llamados a librar durante esta vida; después de todo, somos, por gracia de Dios, verdaderos soldados de Cristo (2 Tm 2, 3), que tenemos conocimiento seguro de la victoria de la vida eterna. Así, al final de su vida, San Pablo escribió a su hijo espiritual y hermano como pastor del rebaño, San Timoteo:

“Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación". (2 Tm, 4. 6-8)

Amemos a Nuestro Señor, amemos la Encarnación Redentora, por la cual Él está vivo para nosotros en la Iglesia y, por lo tanto, estemos contentos de pelear con Él la buena batalla, de mantenernos en la competición sin importarnos de las pruebas que enfrentemos, y mantengamos la fe cuando el Padre de las Mentiras nos tiente a dudar de Cristo e incluso a negarlo.

Quizás Satanás nunca haya tenido un medio mejor que el coronavirus para robar nuestro gozo de celebrar los días más santos del año, los días en los cuales Cristo nos conquistó la vida eterna. ¡Cómo le gustará sustraernos la santidad de aquella única semana del año, que se conoce simplemente como Semana Santa! La actual crisis de salud internacional causada por el coronavirus COVID-19 continúa en una cosecha trágica de pérdidas y de muerte, engendrando profunda tristeza y miedo en el corazón humano. Ciertamente, Satanás estará utilizando el sufrimiento que acosa a tantos hogares, vecindarios, ciudades y naciones, para tentarnos a dudar de Nuestro Señor y de la Fe, la Esperanza y la Caridad, que son sus grandes dones para nuestra vida diaria. El efecto de la intención asesina de Satanás y de sus mentiras se hace aún mayor cuando estamos lejos del Señor, cuando damos por por cosa sentada su vida dentro de nosotros, cuando incluso lo abandonamos persiguiendo placeres mundanos, conveniencias o éxitos.

En la misma Iglesia hemos sido testigos de una carencia en enseñar primero a Cristo como Señor. ¿Cuántos hoy están sufriendo profundamente de un miedo inútil porque han olvidado o incluso rechazado el Reino del Corazón de Jesús en sus corazones y en sus hogares? Recordemos las palabras de Nuestro Señor a Jairo que buscaba ayuda para su hija moribunda: “No tengas miedo, solo ten Fe” (Mc 5, 36). ¿Cuántos hoy no tienen esperanza porque piensan que la victoria sobre el mal del coronavirus COVID-19 depende totalmente de nosotros, porque han olvidado que, mientras debemos hacer todo lo humanamente posible para luchar contra el gran mal, sólo Dios puede bendecir nuestros esfuerzos, dándonos la victoria sobre las pérdidas y la muerte? 
 
Es muy triste leer documentos, incluso documentos de la Iglesia, que pretenden abordar las dificultades más importantes que enfrentamos sin que encontremos en ellos ningún reconocimiento del Señorío de Cristo, de la verdad de que dependemos completamente de Dios para nuestro existir, dependemos completamente para todo lo que somos y todo lo que tenemos, y que, por lo tanto, la oración y la adoración son nuestros primeros y más importantes medios para combatir cualquier mal.

Hace unos días, un joven adulto católico me dijo, como si fuera un hecho lógico, que no celebraría la Pascua este año debido al coronavirus. Si la alegría de nuestra celebración de Pascua fuera simplemente una cuestión de buenos sentimientos, entonces entiendo su sentimiento. Pero la alegría de la Pascua está enraizada en una verdad eterna, la victoria de Cristo sobre lo que claramente parecía ser su aniquilación, la victoria ganada en Su naturaleza humana al fin de que triunfemos en nuestra naturaleza humana, sin que nos importen las dificultades que podamos estar sufriendo.
 
Si creemos en Cristo, si confiamos en sus promesas, entonces debemos celebrar con alegría la gran obra de su redención. Celebrar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo no es faltar el respeto al sufrimiento de tantos en estos tiempos, sino reconocer que Cristo está con nosotros para vencer nuestros sufrimientos con Su amor. Nuestra celebración es un faro de esperanza para aquellos cuyas vidas han sido severamente probadas, invitándolos a depositar su confianza en Nuestro Señor.

Sí, la Semana Santa este año es muy diferente para nosotros. El sufrimiento que corre paralelo al coronavirus incluso lleva a una situación en la que muchos católicos, durante la Semana Santa, no tienen acceso a los sacramentos de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, que son nuestros encuentros extraordinarios, pero también ordinarios, con el Señor Resucitado, al fin de renovarnos y fortalecernos en Su vida.

Pero sigue siendo la semana más sagrada del año, ya que conmemora los eventos por los cuales estamos vivos en Cristo, por los cuales la vida eterna es nuestra, incluso ante una pandemia, una crisis de salud mundial. Os exhorto, por lo tanto, a que no cedáis ante la mentira de Satanás, quien os convencerá de que, este año, no tenéis nada que celebrar durante la Semana Santa. No, tenemos todo que celebrar, porque Cristo nos ha precedido en cada sufrimiento y ahora nos acompaña en nuestros sufrimientos, para que podamos permanecer fuertes en su amor, el amor que vence todo mal.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos, cuando Cristo entró en Jerusalén con pleno conocimiento de la Pasión y la Muerte que le esperaba. Sabía cuán efímera fue la bienvenida que había recibido, una bienvenida justa para el Rey del Cielo y la Tierra, pero superficial porque aquellos que la extendieron sólo tenían una comprensión mundana de la salvación que vino a ganar para nosotros. No estaban listos para ser uno con Cristo en el establecimiento de Su Reino eterno a través de los eventos de Su Pasión y Muerte. Después del Domingo de Ramos, cada día de la Semana Santa es justamente llamado santo porque es parte del firme abrazo de Cristo de su misión salvadora en su culminación.

Tomaos el tiempo hoy para reflexionar sobre la verdadera bienvenida real que le habéis extendido a Cristo en vuestro corazón y en vuestro hogar. Lean nuevamente el relato de su entrada en Jerusalén y de cómo, después de su entrada triunfante, lloró sobre Jerusalén con las palabras: "¡Oh Jerusalén, Jerusalén, matando a los profetas y apedreando a los que te son enviados! ¿Con qué frecuencia habría reunido a tus hijos como una gallina junta a su prole bajo sus alas, y tú no lo harías?” (Mt 23, 37). 
 
Si usted o su hogar están lejos de Nuestro Señor, recuerde cómo Él desea estar cerca de usted, ser el invitado constante de su corazón y su hogar. Permanezca con Cristo durante la Semana Santa. De manera particular, haga del Jueves Santo un día de profunda acción de gracias por los sacramentos de la Sagrada Eucaristía y el Orden Sacerdotal, que Nuestro Señor instituyó en la Última Cena. Haga que el Viernes Santo sea un día tranquilo durante el cual emprenda prácticas penitenciales, para profundizar en el misterio del sufrimiento y la muerte de Cristo. El Viernes Santo, se llenará de gratitud por los sacramentos de la penitencia y de la unción de los enfermos. El Sábado Santo, vigile con Nuestro Señor, alabándolo y agradeciéndole por el don de Su gracia en nuestras almas mediante la efusión del Espíritu Santo a través de Su glorioso Corazón traspasado. Medite especialmente en cómo su gracia está en usted a través de los sacramentos del bautismo, la confirmación y la sagrada eucaristía. Durante todos estos días, reflexione y agradezca a Dios por el regalo del Sacramento del Santo Matrimonio y sus frutos, la familia, la “Iglesia doméstica” o pequeña Iglesia del hogar, el primer lugar en el que llegamos a conocer a Dios, ofrecerle oración y adoración, y disciplinar nuestras vidas de acuerdo con su ley.

Si no puede participar en los ritos litúrgicos durante estos días especialmente sagrados, lo que de hecho es una gran privación, porque nada puede sustituir el encuentro con Cristo a través de los sacramentos, luche en sus hogares por estar en la Sagrada Liturgia a través de su deseo de estar en compañía de Nuestro Señor, especialmente en el misterio de Su obra salvadora. Nuestro Señor no espera de nosotros lo imposible, pero espera que hagamos lo mejor que podamos para estar con Él durante estos días de Su poderosa gracia.

Hay muchas ayudas maravillosas para alimentar ese deseo sagrado. En primer lugar, hay un rico tesoro de oración en la Iglesia, por ejemplo: la lectura de las Sagradas Escrituras, por ejemplo, los Salmos Penitenciales, especialmente el Salmo 51 [50], y el relato de la Pasión de Nuestro Señor en los cuatro Evangelios, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, meditación sobre los misterios de nuestra fe a través de la oración del Santo Rosario, especialmente los Misterios Dolorosos, las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús, de la Santísima Virgen (de Loreto), de San José , y de los Santos, el Vía Crucis, que también se puede hacer en casa usando las imágenes de las Catorce Estaciones representadas en un libro de oraciones o en un objeto sagrado, la Coronilla de la Divina Misericordia, visitas a santuarios, grutas y otros lugares sagrados para Nuestro Señor y para los misterios de la Encarnación Redentor, y la devoción a los santos que han sido poderosos para ayudarnos, especialmente a San Roque, Patrono contra las Pestilencias. También en nuestro tiempo, tenemos la bendición de tener acceso, a través de los medios de comunicación, a los ritos sagrados y a las devociones públicas que se celebran en ciertas iglesias, especialmente en las iglesias de los monasterios y conventos en los que se encuentra toda la comunidad religiosa participando
 
Ver un rito sagrado que se transmite, ciertamente no es lo mismo que participar directamente en él, pero, si es todo lo que nos es posible, seguramente será agradable para Nuestro Señor, quien nunca dejará de colmarnos de Su gracia en respuesta a nuestro humilde acto de devoción y amor. 
 
En cualquier caso, la Semana Santa no puede ser para nosotros como cualquier otra semana, sino que debe estar marcada por los sentimientos más profundos de fe en Cristo, nuestra única salvación. Los sentimientos de fe durante estos días más santos son, asimismo, sentimientos de gratitud y amor más profundos. Si su gratitud y amor no pueden tener su máxima expresión a través de la participación en la Sagrada Liturgia, deje que se exprese en la devoción de sus corazones y hogares. Conmemorando, con Cristo, Su Santísima Madre y todos los santos, los eventos del Sagrado Triduo, contemplamos el misterio de Su vida dentro de cada uno de nosotros. Para todos, el tiempo dedicado, cada día, en oración y devoción, meditando sobre la Pasión de nuestro Señor, nos ayudará a estar con nuestro Señor durante estos días más santos de la mejor manera posible en este momento. ¡Cuánto nos debe enseñar el sufrimiento del tiempo presente sobre el don incomparable de la Sagrada Liturgia y los Sacramentos!

Para terminar, les aseguro que ustedes y sus intenciones están en mis oraciones de hoy y permanecerán en mis oraciones durante la Semana Santa y especialmente durante el Sagrado Triduo del Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo. Que todos nos acompañemos con Cristo con la más profunda fe, esperanza y amor, mientras celebramos estos días más santos en los que sufrió, murió y resucitó de los muertos para liberarnos del pecado y de todo mal, y para ganarnos la vida eterna. Que nuestra celebración de la Semana Santa, este año, sea nuestro armamento fuerte en el combate en curso contra el coronavirus COVID-19. En Cristo, la victoria será nuestra. “No temas, solo cree” (Mc 5, 36).

Raymond Leo Cardinal BURKE

5 Abril 2020

Domingo de Ramos