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martes, 18 de junio de 2019

Una entrevista reveladora, la última de Francisco con los jesuitas. También con sus contradicciones (Sandro Magister)


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Cuando el papa Francisco está en viaje fuera de Italia, no tienen lugar solamente las conferencias de prensa en el avión, para preguntarle y escuchar en vivo sus respuestas. Tienen lugar también sus encuentros con los jesuitas del lugar, que se llevan a cabo a puertas cerradas, pero de los que, puntualmente, pocos días después, el padre Antonio Spadaro publica la transcripción íntegra en “La Civiltà Cattolica”.
El informe de la entrevista entre Francisco y los jesuitas de Rumanía, acontecida al atardecer del 31 de mayo en la nunciatura de Bucarest, contiene tres pasajes con tres argumentos particularmente reveladores del pensamiento del Papa.
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El primero tiene que ver con las acusaciones públicas contra Francisco de haber protegido y promovido a personajes de los cuales conocía sus fechorías sexuales, en particular las del ex cardenal estadounidense Theodore McCarrick y las del obispo argentino Gustavo Óscar Zanchetta.
A los jesuitas de Rumanía el Papa no les volvió a repetir que jamás había sabido algo de los delitos de uno y del otro. Pero confirmó que no quiso responder a esas acusaciones, invocando en apoyo de su propio silencio dos ejemplos extraídos de la historia de la Compañía de Jesús.
El primer ejemplo es la apacibilidad del jesuita san Pedro Fabro (1506-1547), contrapuesta por Francisco a la dureza batalladora de otro jesuita contemporáneo suyo, san Pedro Canisio (1521-1597):
“Hay que llevar sobre los propios hombros el peso de la vida y de sus tensiones. […] Hay que tener paciencia y dulzura. Eso mismo hacía Pedro Fabro, el hombre del diálogo, de la escucha, de la cercanía, del camino. El tiempo actual es más de Fabro que de Canisio, quien, a diferencia de Fabro, era el hombre de la disputa. En un tiempo de críticas y de tensiones hay que hacer como Fabro, que trabajaba con la ayuda de los ángeles: le rogaba a su ángel que hablara con los ángeles de los otros para que hiciesen con ellos lo que nosotros no podemos hacer. […] Este no es el momento de convencer, de hacer discusiones. Si uno tiene una duda sincera sí, se puede dialogar, aclarar. Pero no responder a los ataques”.
El segundo ejemplo está dado por las cartas – reunidas en un volumen editado por los jesuitas de “La Civiltà Cattolica” – de los prepósitos generales de la Compañía de Jesús en el período de la supresión de la Orden, en la segunda mitad del siglo XVIII:
“Si leen el libro, verán que allí se dice qué se debe hacer en los momentos de tribulación a la luz de la tradición de la Compañía. ¿Qué hizo Jesús en el momento de la tribulación y del ensañamiento? No se ponía a litigar con los fariseos y saduceos, como había hecho antes cuando estos intentaban tenderle trampas. Jesús permaneció en silencio. En el momento del ensañamiento no se puede hablar. Cuando hay persecución […] se abraza la cruz”.
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El segundo pasaje revelador se refiere a la idea apreciada por Francisco de la sabiduría y de la inocencia innatas en el “pueblo”. Una idea que sustenta tanto su visión teológica de la Iglesia como “santo pueblo fiel de Dios”, como su visión política típicamente “populista”:
“¿Cuáles son las verdaderas consolaciones? […] Las encuentro con el pueblo de Dios. […] El pueblo de Dios comprende mejor que nosotros las cosas. El pueblo de Dios tiene un sentido, el ‘sensus fidei’ que te corrige la línea y te pone en el recto camino”.
En apoyo de esta visión suya, Francisco recurrió a dos anécdotas.
En la primera relató haber encontrado un día a una anciana con “los ojos preciosos, brillantes”, quien después de un par de bromas le había dicho que rezaba todos los días por él. Y él le respondió: “Dígame la verdad: ¿por mí o contra mí?”. Y la anciana que le dijo: “¡Pero, por supuesto: rezo por usted! Muchos otros dentro de la Iglesia rezan en contra de usted”. Moraleja de la fábula: “La verdadera resistencia [contra el Papa] no está en el pueblo de Dios, que se siente de verdad pueblo”.
La otra anécdota remite a cuando Jorge Mario Bergoglio era un simple sacerdote y se llegaba cada año al santuario de Nuestra Señora del Milagro, situado en el norte de Argentina:
“Allí hay siempre mucha gente. Un día, después de la misa, mientras salía con otro sacerdote, se acerca una señora sencilla, del pueblo, no ‘ilustrada’. Llevaba consigo estampitas y crucifijos. Y le pidió al otro sacerdote: ‘Padre, ¿me bendice?’. Él, que es un buen teólogo, respondió: ‘Pero, ¿usted estuvo en la misa?’. Ella respondió: ‘Sí, padrecito’. Entonces él preguntó: ‘¿Usted sabe que la bendición final bendice todo?’. La señora: ‘Sí, padrecito’. […] En ese momento salía otro sacerdote, y el «padrecito» se dio la vuelta para saludarlo. En ese momento, la señora se dirigió de repente a mí y me dijo: ‘Padre, ¿me bendice?’. Ahí está. ¿Veis? La señora había aceptado toda la teología, pero quería esa bendición. ¡La sabiduría del pueblo de Dios! ¡Lo concreto! Vosotros diréis: pero podría ser superstición. Sí, algunas veces alguien puede ser supersticioso. Pero lo que importa es que el pueblo de Dios es concreto. En el pueblo de Dios encontramos lo concreto de la vida, de las verdaderas cuestiones, del apostolado, de las cosas que tenemos que hacer. El pueblo ama y odia como se debe amar y odiar”.
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El tercer pasaje revelador, en la entrevista con los jesuitas de Rumanía, se refiere a la cuestión de la Comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, cuestión todavía irresuelta desde que los “Dubia” expuestos por cuatro cardenales permanecen aún sin respuesta:
“El peligro en el que corremos el riesgo de caer será siempre la casuística. Cuando comenzó el Sínodo sobre la familia, algunos dijeron: ahí está, el papa convoca un Sínodo para dar la comunión a los divorciados. ¡Y siguen todavía hoy! En realidad, el Sínodo recorrió un camino en la moral matrimonial, pasando de la casuística de la escolástica decadente a la verdadera moral de santo Tomás. El punto en el que en ‘Amoris laetitia’ se habla de integración de los divorciados abriendo eventualmente a la posibilidad de los sacramentos fue hecho según la moral más clásica de santo Tomás, la más ortodoxa, no la casuística decadente del ‘se puede o no se puede’”.
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El argumento presentado aquí por Francisco como justificación de “Amoris laetitia” es el mismo que ya había expuesto, casi con las mismas palabras, a los jesuitas de Chile y Perú, con quienes se encontró el 16 de enero de 2018 en Santiago de Chile, durante su viaje a esos países.
De la misma manera que el remitirse a san Pedro Fabro, contrapuesto a san Pedro Canisio, con muchas invocaciones a los ángeles, se encuentra igualmente y en forma idéntica en la entrevista entre Francisco y los jesuitas de Lituania y Letonia, con quienes se encontró en Vilnius el 23 de setiembre de 2018.
Sucede muchas veces que Francisco se repite, especialmente cuando habla improvisando. Pero a veces sucede que también saca a la luz aspectos íntimos de su personalidad.
Por ejemplo, a los jesuitas de Chile y Perú llegó a decir que es “por salud mental” que se niega a leer los escritos de sus opositores:
“Por salud mental yo no leo los sitios de Internet de esta así llamada ‘resistencia’. Sé quiénes son, conozco los grupos, pero no los leo, simplemente por salud mental. […] Algunas resistencias vienen de personas que creen poseer la vera doctrina y te acusan de hereje. Cuando en estas personas, por lo que dicen o escriben, no encuentro bondad espiritual, yo simplemente rezo por ellos. Siento pena, pero no me detengo en este sentimiento por salud mental”.
En otras ocasiones Bergoglio ha presentado otras vetas sobre sus inquietudes interiores y sobre sus momentos “de desolación” en su vida.
Pero basta señalar aquí su más reciente caída en contradicción con el declarado rechazo de leer “los sitios de Internet” de sus opositores.
El jueves 13 de junio, en el discurso dirigido a los nuncios apostólicos convocados en Roma, en un cierto punto Francisco les ordenó que corten todo contacto con los sitios de Internet y los blogs de los “grupos hostiles al Papa, a la Curia y a la Iglesia de Roma”.
Ahora bien, ¿cómo concluyó Francisco este discurso? Con las “Letanías de la humildad”, del siervo de Dios y cardenal Rafael Merry del Val (1865-1930), secretario de Estados de san Pío X.
Una nota a pie de página, en el texto oficial del discurso, remite a las fuentes de las que ha recogido esta oración.
Esa fuente es un post de sitio de Internet “Corrispondenza Romana”, con la firma de su fundador y director Roberto de Mattei, historiador de la Iglesia, uno de los críticos más radicales del actual pontificado.
¿Esto no constituye un signo que Francisco no sólo lee, sino que también abreva, cuando sirve, en estos sitios de Internet que “por salud mental” dice que pone a un lado?
Sandro Magister