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miércoles, 18 de julio de 2018

Un sacerdote italiano propone convertir las iglesias en refugios para ilegales (Carlos Esteban)



Hablábamos el otro día de la conferencia que se prepara a vuelta de verano sobre el destino de los lugares de culto que han dejado de serlo, iglesias que -en alto número en la Europa rápidamente descristianizada- se convierten a veces en centros comerciales, garajes e incluso discotecas.

Pero no es siempre necesario que las iglesias pierdan su titularidad católica para que el culto quede, como mucho, como una actividad residual y accesoria.

El órgano de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire, entrevista en su último número al sacerdote comboniano Alex Zanotelli, uno de los ‘activistas’ que mantiene un ayuno-protesta contra el ‘dictador Salvini’ y su postura antiinmigracionista y que quiere que los templos católicos se conviertan en refugios para los recién llegados de las costas africanas.

Sí, es una mejora con respecto a las palabras del obispo emérito de Caserta, que se mostraba partidario de convertir todas las iglesias católicas en mezquitas, si eso podía ayudar a los ‘refugiados’, aunque nadie entienda bien cómo.
“Propongo a la Iglesia italiana seguir el ejemplo estadounidense y convertirse en ‘sanctuary’, refugio para quien está destinado a ser deportado de vuelta a países donde se arriesgan a morir”, declara el sacerdote a Avvenire. “Se trata de albergar dentro de los edificios sagrados a inmigrantes clandestinos, darles una ‘zona franca’, con el fin de que la policía no pueda arrestarles”.
Es curiosa esta confianza, digamos de pasada, en la inviolabilidad de los espacios sacros para la policía de un Estado laico, en un país tan afectado por la creciente secularización como cualquiera en el Occidente europeo. ‘Acogerse a sagrado’ era, sí, una vieja tradición europea, pero de cuando Europa era universal y oficialmente cristiana y, sobre todo, de cuando el centro de la vida cristiana estaba en la adoración más que en las periferias. Era entonces el catolicismo más una ‘Iglesia de entrada’ que de salida, a diferencia de ésta, caracterizada por la cantidad de cristianos que salen de ella cada año.

Pero igual que en su ayuno, Zanotelli y los suyos subrayan su condición de ayunantes, en lugar de perfumarse la cabeza y lavarse la cara como aconseja el Evangelio, también en esta propuesta se refleja esa hipócrita política de signos y poses que la realidad derriba de un soplido.

¿Convertir las iglesias en albergue de clandestinos? Ahí tiene el APSA, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica sus más de 5.000 propiedades inmobiliarias repartidas, sobre todo, por Italia. Hace poco que tiene un nuevo administrador, el ex secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, Nunzio Galantino, tan conmovido con la condición de los refugiados como el que más, a juzgar por sus constantes declaraciones en este sentido.

Pero eso sería vertiginosamente real, ¿verdad? Que la Iglesia sea realmente ‘pobre’,  como ha repetido el Santo Padre y dicen desear con él los clérigos con intenciones de ascender en la jerarquía, está al alcance de Galantino, que puede deshacerse de ese multimillonario patrimonio y cederlo a los refugiados con una firma. Pero mejor nos quedamos con los gestos, o cedemos las iglesias a las que, total, solo acude un puñado de cristianos sospechosos de rigidez, ese pecado del que debemos siempre guardarnos.

Este eclipse del culto, sin embargo, quizá fuera preferible a la profanación de la Santa Misa por quienes tienen la sagrada responsabilidad de celebrarla. Es el caso, por poner un ejemplo de ayer mismo, del padre Fabian Ploneczka, de la diócesis alemana de Augsburgo, en cuya primera misa, recién ordenado, bailó un joven en taparrabos y el nuevo cura habló en la homilía del “erotismo de la fe” y aconsejó un “amor sensual por Jesús”.


Para eso, sí, mejor refugios.

Carlos Esteban