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domingo, 27 de mayo de 2018

Müller: “La ideología gay pone en riesgo el sentido de la existencia humana” (Carlos Esteban)

“A medida que más y más gobiernos por todo el mundo legalizan el matrimonio entre personas del mismo sexo, el debate interno en la Iglesia católica sobre si deberían reconocerse tales uniones -y si fuera así, cómo- es probable que se vuelva cada vez más intenso y divisivo”, se lee en un artículo del diario americano The Wall Street Journal titulado ‘La acechante lucha por las bendiciones homosexuales en la Iglesia Católica’.

¿Lucha? ¿Debate? ¿Sobre unas uniones consagradas a uno de los cinco pecados que, según las Escrituras, ‘claman la venganza de Yahwé’?

La palabra que están buscando es ‘aggionarnamento’, clave con la que se pretendía interpretar los nuevos tiempos en medios eclesiales inmediatamente antes, durante y en las postrimerías del Concilio Vaticano II. Actualización, puesta al día, sería el significado del término italiano, pero, ¿a qué día? ¿A qué tiempos?

‘Adaptarse a los tiempos’ es, naturalmente, una expresión tramposa: los tiempos serán lo que se quiera hacer con ellos, y abarcarán siempre muchas actitudes en conflicto, precisamente porque el mundo -o el Mundo, en su definición teológica, como uno de los enemigos del alma- es cambiante, frente a la Iglesia, que representa el Mensaje de Cristo, que es intemportal y perenne: Stat crux dum volvitur orbis, la Cruz permanece mientras el mundo da vueltas.

Pero lo que muchos explicaban, para tranquilizar conciencias, como una mera adaptación de las formas corre cada vez más el riesgo de tocar el núcleo, hasta el punto de que el reportaje del Journal no suena ya tan ridículo. La obsesión por el cambio que sacudió -y vació- la Iglesia postconciliar, de adaptarse a las modas ideológicas mundanas como conversos al mito del progreso, parecía haber entrado en una fase de replanteamiento y desaceleración con los dos pontificados anteriores, pero Francisco ha llegado para apretar el acelerador, siquiera con su actitud más que con pronunciamientos claros y concretos.

“Es difícil imaginar al Vaticano bajo el Papa Francisco prohibiendo categóricamente a los sacerdotes de todo el mundo tal actividad [la bendición de uniones del mismo sexo]”, se lee en el Journal. “Una prohibición así no solo chocaría con el tono de acogida que ha adoptado el Papa hacia los gays, sino que también entraría en conflicto con el énfasis que ha puesto en el ejercicio de la conciencia individual, más que el cumplimiento de normas estrictas, en el proceso de toma de decisiones morales”.

Ya saben, el famoso ‘discernimiento’ que, pese a todo lo que se repite de continuo, no parece de aplicación universal sino que se limitaría, oh casualidad, a las áreas en las que el ‘Zeitgeist’ más se aleja de la doctrina moral de la Iglesia. Cuando Su Santidad habla de los asuntos que le impone la agenda de la actualidad, de las ‘fake news’ al cambio climático o los riesgos de las altas finanzas, no hay referencias a la famosa ‘epiqueya’ ni se le ocurre exclamar que quién es él para juzgar.

Pero con la ‘bendición’ de las relaciones homosexuales habríamos llegado al ‘último discernimiento’, habríamos tocado fondo. Contradecir lo que no solo es una doctrina que se desprende diáfanamente de toda la concepción cristiana de la sexualidad, sino que ha sido repetida y contundentemente definida tanto en la Escritura como en la Tradición y el Magisterio llevaría ineluctablemente al paso final, es decir, negar que la Iglesia sea fuente de verdad infalible.

El Cardenal Gerhard Müller, que desde que fue cesado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe parece haberse recuperado de su anterior afonía y no cesa de advertir del desastre, ha dicho durante la presentación de la edición italiana del libro de Daniel Mattson ‘Por qué no me defino como gay’, que “con la ideologia gay se pone en riesgo el sentido de la existencia humana”.

El Santo Padre ha mantenido en esto lo que ya es un peligroso patrón de conducta: lanzar dos opiniones sobre el mismo asunto, una a título privado, por un medio que permita negar que se haya expresado de la forma en que aparece públicamente, y otra con ocasión del algún acto oficial.

En el primer caso nos encontramos con las declaración de la víctima chilena de abusos clericales, Juan Carlos Cruz, en entrevista concedida a El País. En ella Cruz asegura que el Papa le dijo que “Dios le había hecho gay”. En este caso, la Oficina de Prensa del Vaticano ni siquiera se ha molestado en desmentirlo, y el editor del periódico jesuita estadounidense America, Padre James Martin, da las declaraciones por ciertas tuiteando la propia noticia de InfoVaticana:


Por otro lado, dirigiéndose a los obispos italianos reunidos en asamblea, el Santo Padre ha aconsejado a los purpurados que, “en la duda, es mejor que no entren” los homosexuales en los seminarios.

Es comprensible una actitud tal en un político, que lanza un ‘globo sonda’ para tomar la temperatura de la opinión pública sobre un cambio ideológico antes de decidirse a aplicarlo. En un Papa, resulta directamente aterrador.

Carlos Esteban