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sábado, 22 de julio de 2017

MONS. SCHNEIDER: La interpretación del C. Vaticano II y su conexión con la actual crisis de la Iglesia




“Nos sentimos honrados en publicar esta exclusiva que nos ha enviado Su Excelencia el Obispo Athanasius Schneider. No sólo permitimos, sino que animamos, a todos los medios y blogs a que también la compartan”

RORATE CAELI. (Traducción Dominus Est)
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La interpretación del [Concilio] Vaticano II y su conexión con la actual crisis de la Iglesia.

Por el Obispo Athanasius Schneider

Entrega especial para Rorate Caeli

21 de Julio de 2017.

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La actual situación de la crisis sin precedente de la Iglesia es comparable con la crisis del siglo IV, cuando el Arrianismo había contaminado a la abrumadora mayoría del episcopado, tomando una posición dominante en la vida de la Iglesia. Debemos buscar conducir esta situación actual, por un lado siendo realistas y, por el otro, con un espíritu sobrenatural – con un profundo amor por la Iglesia, nuestra madre, que está sufriendo la Pasión de Cristo debido a esta tremenda y general confusión doctrinal, litúrgica y pastoral.

Debemos renovar nuestra fe en la creencia de que la Iglesia está en las manos seguras de Cristo, y de que Él siempre interviene para renovar la Iglesia en los momentos en que la barca de la Iglesia parece zozobrar, como evidentemente es el caso en nuestros días.

En cuanto a la actitud hacia el Concilio Vaticano II, debemos evitar dos extremos: un completo rechazo (tal como hacen los sedevacantistas y una parte de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), o una “infalibilización” de todo lo que dijo el concilio.

El [Concilio] Vaticano II fue una asamblea legítima presidida por los Papas, y debemos mantener una actitud respetuosa hacia este concilio

No obstante, esto no significa que tengamos prohibido expresar dudas bien fundadas o recomendaciones respetuosas de mejoras en relación a algunos puntos específicos, haciendo lo anterior, con base en la completa Tradición de la Iglesia y en el Magisterio constante.

Las declaraciones doctrinales tradicionales y constantes del Magisterio durante un periodo de siglos más antiguos, tienen precedencia y constituyen un criterio de verificación respecto a la exactitud de las declaraciones magisteriales posteriores. Las nuevas declaraciones del Magisterio deben, en principio, ser más exactas y más claras, pero nunca deberían ser ambiguas y en contraste aparente con las declaraciones magisteriales previas.

Aquellas declaraciones del [Concilio] Vaticano II que son ambiguas deben ser leídas e interpretadas de acuerdo a las declaraciones de toda la Tradición y el Magisterio constante de la Iglesia.

En caso de duda, las declaraciones del Magisterio constante (los concilios anteriores y los documentos de los Papas, cuyo contenido demuestra ser una tradición segura y reafirmada durante siglos en el mismo sentido) prevalecen sobre aquellos objetivamente ambiguos o sobre nuevas declaraciones del [Concilio] Vaticano II, las cuales con dificultad concuerdan con declaraciones específicas del Magisterio anterior y constante. Por ejemplo, el deber del Estado de venerar públicamente a Cristo, Rey de todas las sociedades humanas, el verdadero sentido de la colegialidad episcopal en relación con el primado Petrino y el gobierno universal de la Iglesia, la nocividad de todas las religiones no católicas y su peligrosidad para la salvación eterna de las almas.

El [Concilio] Vaticano II debe ser visto y acogido tal cual es y tal como realmente era: un concilio pastoral primordialmente. Este concilio no tiene intención de proponer nuevas doctrinas o de proponerlas de una manera definitiva. En sus declaraciones, el concilio confirmó ampliamente la doctrina tradicional y constante de la Iglesia.

Algunas de las nuevas declaraciones del Vaticano II (por ejemplo, colegialidad, libertad religiosa, diálogo ecuménico e interreligioso, la actitud hacia el mundo) no tienen un carácter definitivo, siendo éstas incongruentes, en apariencia o verdaderamente, con las declaraciones tradicionales y constantes del Magisterio, y deben ser complementadas por explicaciones más exactas y por suplementos más precisos de carácter doctrinal. Una aplicación a ciegas del principio de la “hermenéutica de la continuidad” incluso no ayuda, ya que de este modo se crean interpretaciones forzadas, que no son convincentes ni útiles para llegar a una comprensión más clara de las verdades inmutables de la fe católica y de su aplicación concreta.

Ha habido casos en la historia, en los que declaraciones no definitivas de ciertos concilios ecuménicos, fueron perfeccionadas o corregidas tácitamente – gracias a un debate teológico sereno (por ejemplo las declaraciones del Concilio de Florencia respecto a la materia del sacramento del Orden, es decir, que la materia consistía en la entrega de los instrumentos, mientras que la tradición, segura y constante, decía que la imposición de manos del obispo era suficiente, una verdad que finalmente fue confirmada por Pío XII en 1947). 

Si después del Concilio de Florencia los teólogos hubieran aplicado ciegamente el principio de la “hermenéutica de la continuidad” a esta declaración en concreto del Concilio de Florencia (una declaración evidentemente errónea), defendiendo la tesis de que la entrega de los instrumentos como materia del sacramento del Orden coincidiría con el Magisterio constante, probablemente no se habría alcanzado el consenso general de teólogos respecto a la verdad que dice que, la sola imposición de las manos por el obispo es materia real del sacramento del Orden.

Debe crearse en la Iglesia un ambiente de discusión doctrinal sereno respecto a aquellas declaraciones del Vaticano II que son ambiguas o que hayan causado interpretaciones equivocadas. No hay nada de escandaloso en tal discusión doctrinal, sino al contrario, será una contribución con el fin de mantener y explicar de una manera más segura e integral el depósito inmutable de la fe de la Iglesia.

Uno no debe remarcar tanto un concilio determinado, volviéndolo absoluto o equiparándolo de facto con la Palabra de Dios, palabra oral (Tradición Sagrada) o escrita (Sagrada Escritura). El propio [Concilio] Vaticano II dijo correctamente (cf. Verbum Dei, 10), que el Magisterio (Papa, concilio, Magisterio ordinario y universal) no está por encima de la Palabra de Dios, sino debajo de ésta, sujeta a ésta, y siendo únicamente el siervo de ésta (de la Palabra de Dios dicha = Tradición Sagrada, y de la Palabra de Dios escrita = Sagrada Escritura).

Desde un punto de vista objetivo, las declaraciones del Magisterio (Papas y concilios) de carácter definitivo, tienen más valor y más peso comparadas con las declaraciones de carácter pastoral, las cuales naturalmente, tienen una calidad modificable y temporal dependiendo de las circunstancias históricas o respondiendo a situaciones pastorales de ciertos periodos de tiempo; tal es el caso de la mayor parte de las declaraciones del [Concilio] Vaticano II.

La contribución original y valiosa del [Concilio] Vaticano II consiste en el llamamiento universal a la santidad de todos los miembros de la Iglesia (capítulo 5 de Lumen gentium), en la importancia de los fieles laicos de mantener, defender y promover la fe católica, y en su deber de evangelizar y santificar las realidades temporales de acuerdo al sentido perenne de la Iglesia (capítulo 4 de Lumen gentium), en la primacía de la adoración a Dios en la vida de la Iglesia y en la celebración de la liturgia (Sacrosanctum Concilium, nn. 2; 5-10). 

El resto se puede considerar hasta cierto punto secundario, temporal y, en el futuro, probablemente olvidable, como fue el caso de algunas declaraciones no definitivas, pastorales y disciplinarias de varios concilios ecuménicos en el pasado.

Los siguientes puntos – Nuestra Señora, la santificación de la vida personal de los fieles, la santificación del mundo de acuerdo al sentido perenne de la Iglesia y el primado de la adoración a Dios – son los aspectos más urgentes que deben vivirse en nuestros días. En esto, el [Concilio] Vaticano II tienen un rol profético que, desafortunadamente, aún no se ha realizado de una manera satisfactoria.

En vez de vivir estos cuatro aspectos, una parte considerable de la “nomenclatura” teológica y administrativa en la vida de la Iglesia promovió durante los últimos 50 años, y aún promueve, puntos pastorales y litúrgicos doctrinalmente ambiguos, distorsionando de esta manera la intención original del Concilio, o abusando de sus, menos claras y ambiguas, declaraciones doctrinales a fin de crear otra iglesia – una iglesia de un estilo relativista o protestante.

En nuestros días, estamos experimentando la culminación de este desarrollo.

El problema de la actual crisis de la Iglesia consiste parcialmente en el hecho de que algunas declaraciones del [Concilio] Vaticano II – que son objetivamente ambiguas, o aquellas escasas declaraciones, que difícilmente son congruentes con la tradición magisterial constante de la Iglesia – han sido “infalibilizadas”. En este camino, un sano debate con una corrección tácita o implícitamente necesaria, ha sido bloqueado.

Al mismo tiempo, se ha dado el incentivo para crear afirmaciones teológicas en contraste con la tradición perenne. Por ejemplo, respecto a la nueva teoría de un doble sujeto supremo ordinario del gobierno de la Iglesia, es decir, el Papa solo, y todo el colegio episcopal junto con el Papa; la doctrina de la neutralidad del Estado hacia el oficio público, que debe rendirse al verdadero Dios, que es Jesucristo, Rey también de cada sociedad humana y política, y la relativización de la verdad de que la Iglesia Católica es el único camino, querido y ordenado por Dios, para la salvación.

Debemos liberarnos nosotros mismos de las cadenas que nos hacen ver al [Concilio] Vaticano II como absoluto e infalible. Debemos pedir un clima de debate sereno y respetuoso llenos de un amor sincero por la Iglesia y por la fe inmutable de ésta.

Podemos ver un indicio positivo en el hecho de que el Papa Benedicto XVI escribió, el 2 de Agosto de 2012, un prefacio para el volumen correspondiente al [Concilio] Vaticano II en la edición de su Opera omnia[1]. En este prefacio, Benedicto XVI expresa sus reservas en relación al contenido específico de los documentos Gaudium et spes y Nostra aetate. A partir del tenor de estas palabras de Benedicto XVI puede verse que, errores concretos en ciertas partes de los documentos, no son perfectibles por la “hermenéutica de la continuidad”.

Una FSSPX, integrada canónica y plenamente en la vida de la Iglesia, podría aportar también una contribución valiosa en este debate – como el Arzobispo Marcel Lefebvre lo deseó. La presencia totalmente canónica de la FSSPX en la vida de la Iglesia de nuestros días podría ayudar a crear un clima generalizado de debate constructivo, de manera que, lo que se ha creído por todos los católicos, siempre y en todas partes, durante 2.000 años, sea creído así también, de una manera más clara y segura en nuestros días, comprendiendo así la verdadera intención pastoral de los Padres del Concilio Vaticano II.

La auténtica intención pastoral apunta hacia la salvación eterna de las almas – una salvación que habrá de lograrse sólo a través de la proclamación de la completa voluntad de Dios (cf. Act 20: 7). La ambigüedad en la doctrina de la fe y en su concreta aplicación (en la liturgia y en la vida pastoral) amenazaría la salvación eterna de las almas y sería en consecuencia anti pastoral, ya que la proclamación de claridad y de integridad de la fe católica, y de su concreta y fiel aplicación, es la voluntad explícita de Dios.

Sólo la perfecta obediencia a la voluntad de Dios – Quien nos reveló la verdadera fe a través de Cristo, Verbo Encarnado, y a través de los Apóstoles, fe interpretada y practicada constantemente en un mismo sentido por el Magisterio de la Iglesia – traerá consigo la salvación de las almas.

+ Athanasius Schneider,

Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana, Kazajistán.

Publicado por Adfero. RORATE CAELI

[Traducción de Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com