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sábado, 28 de enero de 2017

En honor a SANTO TOMÁS DE AQUINO, reivindicando LA VERDAD y aplicado a la situación actual de la iglesia [1] (José Martí)


¿A qué nos referimos al hablar de misericordia?

El desastre de los obispos malteses supera aún (si cabe) el desastre de la Amoris Laetitia. Los adúlteros vueltos a casar pueden comulgar si se sienten en paz con Dios. Desde luego esto no es lo que dice la Iglesia.

Basándose en las palabras del Papa, que estos obispos toman como referencia, es como llegan a esas conclusiones. Y todo ello "so capa de misericordia" con aquellos que viven en situación de pecado y que no se arrepienten de su pecado. Y digo esto porque no fue tal la actitud de Jesús con respecto a la mujer sorprendida en adulterio, a la que perdonó pero igualmente le dijo: "Vete, mujer. Y, en adelante, no peques más" (Jn 8, 11)

¿Son el papa Francisco y los obispos malteses más misericordiosos que el propio Jesús? Aconsejando a los sacerdotes, dice el papa, que "el confesionario no deben de convertirlo en un lugar de tortura". Y tiene razón ... aunque está dando por supuesto que eso es lo que se estaba haciendo ... hasta que ha llegado él con su comprensión y con su misericordia ... y ahora las cosas ya son diferentes ... gracias a su intervención y a sus palabras. Sinceramente, me parece un poco pretencioso, por su parte; e injusto para con la mayoría de los sacerdotes que no se dedican, precisamente, a torturar a nadie ... pues decir la verdad con caridad no es torturar.

Lo que no se puede hacer es mentir al penitente para "aliviarlo". El verdadero alivio se encuentra en el cumplimiento de la voluntad de Dios ... ¡si a eso se le llama tortura, entonces me callo! Bendita tortura la que han procurado esos sacerdotes a los penitentes, pues gracias a ellos los penitentes no se acercaron a recibir el cuerpo del Señor en estado de pecado mortal, añadiendo así un nuevo pecado al que ya tenían, cual es el del sacrilegio.

¿Acaso Jesús se dedicaba a "torturar" a la gente? Evidentemente no. Lo cual no impedía que dejase de cumplir la voluntad de su Padre, la cual venía expresada en el cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios. Así le contestó al joven rico cuando éste le preguntó lo que debía de hacer para alcanzar la vida eterna: "Si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). O lo que es igual: si no guardas los mandamientos no podrás entrar en la Vida ... Y es que la misericordia de Jesús iba unida siempre al cumplimiento de la voluntad de su Padre. Jesús le asesora acerca de qué es lo que tiene que hacer y contesta a la palabra del joven, con verdad y con cariño. No lo engaña.

Acerca de las normas

Las "normas", cuando son normas humanas sujetas a variación, pueden encorsetar a una persona y hacerle daño, impidiéndole crecer y desarrollar su personalidad

Pero si las "normas" proceden de Dios, que es rico en misericordia (Ef 2,4) han sido establecidas, precisamente, para hacer felices a las personas e iluminarlas en el camino de su vida: "¡Cuánto amo tu Ley, Señor!" (Sal 119, 97). "Antorcha es tu Palabra ante mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 119, 105). "Tus preceptos son la alegría de mi corazón" (Sal 119, 112). "Amo tus preceptos" (Sal 97, 119). El justo se goza en cumplir la Ley del Señor. Y esto ya en el Antiguo Testamento. En cuando al Nuevo Testamento, hay infinidad de citas en este mismo sentido, hasta el extremos de que se podría decir, en cierto modo, que existe una relación de identidad entre el amor a Dios y la guarda de sus mandamientos: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en Él" (Jn 14, 23). Esto dice Jesús haciendo referencia a la morada de la Santísima Trinidad en aquéllos que cumplen sus mandamientos.

No hay contradicción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Él mismo lo dijo: "No he venido a abolir la Ley o los profetas sino a darles plenitud". (Mt 5, 17). El Antiguo Testamento se entiende bien a la luz del Nuevo Testamento. En Jesucristo se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento que hacían referencia a la venida del Mesías. Y es por eso que sólo a la luz de su Palabra (que es la Palabra de Dios) podemos entender bien lo que Dios quiere ... lo que no ocurre con los judíos, pues habiendo venido a ellos le han rechazado y no le han reconocido como el Mesías esperado, pese a que en Él se hacían realidad todas las profecías del Antiguo Testamento con respecto a las señales que deberían cumplirse. De ahí que diga el evangelista san Juan: "Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11)

Por lo tanto y concretando: el cumplimiento de la norma "No cometerás adulterio" (Ex 20, 14) no supone una tortura, dado que dicha norma es de origen divino y viene luego, además, confirmada -y ampliada- por el mismo Jesús, que llega a decir: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón" (Mt 5, 28). Como sabemos, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), puesto que es misericordioso y nos ama. Pues bien: es ese mismo Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, quien ha dado esa Ley. De manera que quien se salta esa Ley comete pecado.

Podríamos pensar que las leyes y las normas nos oprimen y nos hacen infelices. Es el demonio quien nos lleva a pensar de ese modo; el demonio que, como dijo Jesús "es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44). Lo cierto y verdad es lo contrario: es en el cumplimiento de la Ley divina, por amor a Jesucristo, donde nos encontramos realmente felices; y esto ocurre ya en este mundo, a modo de primicia  de lo que espera a los que se mantengan fieles a Jesús. 

No se puede comparar la Ley del Antiguo Testamento, de la que abusaban los fariseos, con la Ley de Cristo, la Ley perfecta, que es la de la caridad, plenitud de la Ley. (Rom 13, 10). 

Ahora bien: la caridad, si es verdadera, no puede estar nunca separada de la verdad; la caridad ha de ser vivida en la verdad. El mismo que dijo: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32) dijo también que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Todos sabemos a quién pertenecen esas palabras, que son palabras de Vida.

¿Pelagianismo?

Claro está: nos encontramos con el problema -real- de que por nosotros mismos, con nuestras solas fuerzas, no podemos cumplir esta Ley. Pretender o pensar otra cosa sería pelagianismo, que es una herejía: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5) decía Jesús. Esto es verdad de fe. Pero también lo es que, con la ayuda de Dios (que nunca nos va a faltar si se la pedimos) que podemos: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). Ambas cosas son ciertas. 

Sabemos que "si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores; y si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 127, 1). Pero eso no significa que nos podemos echar a dormir, con la seguridad de que el Señor lo hará todo. Tal pensamiento está en las antípodas del amor que siempre requiere de un yo y un tú que se dicen mutuamente su amor. 

Cierto que es Él quien nos salva, pero ha querido que nosotros cooperemos con Él en esa salvación nuestra, pues quiere ver que estamos interesados por Él lo mismo que Él está interesado por nosotros. Quiere ver en nosotros ilusión, deseo de estar a su lado, etc... 

Si no existe tal aportación por nuestra parte es señal de que no lo queremos. Y Él no puede obligarnos a que lo queramos. Tal obligación de amarlo ya no sería amor, el cual es esencialmente libre. Dios nos ha creado libres -realmente libres- para que podamos decidirnos en pro o en contra de Él. Se arriesga a que le digamos que no, pero no puede obligarnos, pues así ha querido que sean nuestras relaciones para con Él, en perfecta reciprocidad de amor. 

Por eso es también igualmente cierto que "cada uno recibirá su propia recompensa según su trabajo" (1Cor 3, 8). Y que "Dios retribuirá a cada uno según sus obras" (Rom 2, 6). Y es que aun cuando por nosotros nada podemos, Dios, al crearnos, nos ha dado la capacidad de poder y además, de hacerlo con plena libertad, siendo responsables de nuestras decisiones. Podría haberlo hecho de otra manera, pero ha querido hacerlo así. ¿Por qué? Pues porque "Dios es Dios". Eso basta.

No debemos olvidar que "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que, con la tentación, os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13). Si queremos permanecer fieles y progresar realmente, es preciso "vivir la verdad con caridad, para poder crecer en todo en Aquél que es la Cabeza, Cristo" (cfr Ef 4, 15).

José Martí