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jueves, 19 de marzo de 2015

La teoría de los mitos y la fe (P. Alfonso Gálvez)

Hay una campaña orquestada contra la Iglesia, a nivel mundial. Y una campaña que no es sólo del mundo, que de por sí odia a la Iglesia, sino que tiene lugar también en el seno de la propia Iglesia: lo insólito, lo increíble, hecho realidad: la Iglesia perseguida por ella misma. Y se persigue precisamente a aquellos cristianos que defienden la fe de toda la vida, la que se ha ido manteniendo durante siglos, desde Jesús hasta el papa Pío XII. 



El Concilio Vaticano II estuvo muy influido por las corrientes modernistas. Y los frutos saltan a la vista. Me vienen a la mente las siguientes palabras de Jesús: "Todo reino dividido contra sí mismo será desolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no subsistirá" (Mt 12, 25). La verdadera Iglesia, aquella de la que dijo Jesús que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18), se encamina de modo acelerado hacia un estado catacumbal. A los que queden, que serán cada vez menos, van dirigidas estas palabras del Señor: "No temas, mi pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el reino" (Lc 12, 32). 

El que ama a Dios confía en Dios y, por lo tanto, cree en Él. De manera que no debemos de tener ningún miedo. Pues, según el apóstol san Juan: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Aunque la crisis de fe que existe hoy en el mundo ha alcanzado unas dimensiones como jamás se habían producido antes, a lo largo de la historia de la Iglesia, sin embargo, estamos convencidos de que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). 


Y ése debe de ser todo nuestro empeño: procurar amar a Jesucristo, cada día más, con todas nuestras fuerzas, haciendo lo que esté de nuestra parte ... pero, al mismo tiempo, con la confianza puesta completamente en Dios, convencidos de que Él pondrá el resto, pues "en sus manos estamos" (Josué 9, 25). De esto no nos debe de caber la menor duda: "No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros" (Jn 14, 18).


Sobre el asunto de las persecuciones que sufre hoy la Iglesia he seleccionado un párrafo de una homilía del padre Alfonso Gálvez, al que he titulado "La teoría de los mitos y la fe" y que da nombre a esta entrada del blog. Escucharlo lleva 2 minutos y 49 segundos. Merece la pena.




miércoles, 18 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (y 22) [Seguridad]

Hoy abundan los falsos profetas"Surgirán muchos falsos profetas -dice Jesús- que engañarán a muchos" (Mt 24, 11). El falso profeta piensa como el mundo y es escuchado por el mundo"Ellos son del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha" (1 Jn 4, 5). ¿Cómo podemos distinguir un falso profeta de un verdadero profeta? Pues, como siempre, fijándonos y meditando en las palabras de Jesús. De los falsos profetas dice: Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así se comportaron sus padres con los falsos profetas" (Lc 6, 26). Un apóstol de Jesucristo debería de tener muy en cuenta esta exhortación: si todo el mundo habla bien de él, es señal inequívoca de que algo está fallando; y de que su enseñanza no está siendo la que Jesús nos enseñó.  

De ahí la necesidad de estar prevenidos y no fiarnos de todos. Así dice Jesús: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapacesPor sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 15-16b). No en las palabras, sino en los frutos en donde debemos fijarnos "El que permanece en Mí y Yo en Él ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). De manera que los frutos a los que se refiere el Señor, para que no nos llamemos a engaño, consisten en permanecer en Él. No habla de los demás, sino de permanecer unidos a Él mediante un amor auténtico ... Ciertamente, ello redundará -pero siempre como consecuencia y en segundo lugar- en un amor verdadero hacia el prójimo: éste no se concibe si no está primero de por medio el Amor a Dios. Esto es muy importante, pues sólo así podremos discernir entre la verdad y la mentira con respecto a lo que el Señor entiende por "frutos".


A mí, en particular, sin entrar en juicios de ningún tipo, pero sí señalando hechos reales y contrastables, me preocupa, con relación al papa Francisco, el hecho concreto de que prácticamente todo el mundo hable bien de él ... pues vienen a mi mente -sin que pueda evitarlo- las palabras del Señor, señaladas más arriba: Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así se comportaron sus padres con los falsos profetas" (Lc 6, 26). Pues, además, quienes mejor hablan del Papa son los enemigos declarados de la Iglesia: ateos, masones, agnósticos, etc.... Podemos verlo en abundantes entradas de este blog ( por ejemplo, aquí, aquí, aquí y  aquí ):  ¡Éste es el Papa que la Iglesia necesitaba! -dicen. ¡Ya iba siendo hora! ... Hora, ... ¿de qué? ... Pues, según ellos, hora de que la Iglesia se adapte ya, de una vez, al mundo en el que vive y de que no siga anclada en el pasado. De manera que las "verdades" que el mundo entiende como tales deben ser aceptadas por la Iglesia ... ¡ y sólo entonces se podrá decir que estamos ante una Iglesia moderna, una Iglesia que evoluciona teniendo en cuenta los "signos de los tiempos"! ¡Y ya no será tan perseguida!. En otras palabras: la Iglesia debe dejarse de mandangas y dedicarse sólo a los problemas de este mundo, que son los auténticos y los únicos, puesto que -en realidad- no hay otro mundo ... Todo eso de Dios y de Jesucristo, son "teorías" ya superadas, anticuadas y obsoletas, "cuentos" para viejas, que deben dejar paso a lo nuevo, al verdadero "progreso" que es el que el mundo le ofrece. Así la Iglesia se llenará de "fieles"; de lo contrario se irá quedando cada vez más sola. 

Pero, claro está: si la Iglesia se confunde con el mundo pierde su propia identidad ¿y qué novedades puede aportarle ya al mundo? Si el centro pasara a ser el hombre y su autonomía y Dios quedara relegado a un segundo o tercer plano (o incluso reducido al silencio o a la devoción privada) ... si esto ocurriera ... podríamos estar seguros de que tendríamos ante nosotros "otra realidad" que no tendría nada que ver con la verdadera Iglesia, aquella que Cristo fundó y de la que dijo que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Seguirá manteniendo -eso sí- el mismo nombre de Iglesia, para confusión de muchos cristianos- pero eso no sería ya la Iglesia de Cristo, en quien habría dejado de creer como verdadero Dios y verdadero hombre.   


El hombre ha estado empeñado, desde siempre, en sustituir a Dios y en ser "dios" él mismo, ser él -y no Dios- quien dictamine acerca de todo, de lo bueno y de lo malo. Es más: ser él el único "dios". Tal ocurrió ya con nuestros primeros padres, que cayeron en la tentación diabólica del "seréis como Dios" (Gen 3, 4). Y los hombres de hoy siguen con este mismo empeño de destronar a Dios y de ocupar ellos su lugar, dejándolo relegado al olvido o a la leyenda. ¿Cómo conseguirlo?
A mi entender, el modo "sui generis" de proceder del hombre "moderno" de hoy consiste en fabricar un "dios" humanizado que sea inteligible para el hombre, que no tenga secretos, ..., un dios de todos, que abarque a toda la humanidad ... hasta el punto de que dé lo mismo tener una religión u otra (judíos, protestantes, musulmanes, hindúes, budistas, etc ... todos estarían metidos en el mismo saco) o incluso no tener ninguna (En realidad, esto sería algo secundario porque -en realidad, de verdad- cada hombre es dios para sí mismo y, como autónomo, se dicta sus propias normas). 

Se habría llegado así una religión universal, sólo para este mundo, en la que todos seríamos "hermanos" [extraña hermandad, pues si cada uno tiene su "dios" que -en definitiva- es él mismo ¿cómo puede hablarse de un padre común a todos?]. La única verdad sería la que cada uno decidiera para sí, una "verdad" cambiante con el tiempo y que no tendría por qué coincidir con la "verdad" que los demás decidieran para ellos [Un auténtico desastre intelectual y humano, en donde el diálogo entre personas sería imposible, dado que cada palabra significaría una cosa diferente para las diferentes personas que intentan comunicarse: ¡de locura, vamos! ... Esto es todo lo que el hombre puede dar de sí cuando se dedica a jugar a ser dios. La catástrofe está asegurada al 100%]. En esta "nueva religión" -si es que se le puede llamar así- la salvación estaría asegurada para todos ... en el supuesto caso (improbable) de que tuviese algún sentido hablar de salvación, en ese nuevo modo de pensar, según el cual no existe otro mundo que éste y todo acaba con la muerte.




La norma suprema a la que tendrían que atenerse todos los miembros de esta "nueva religión" (es decir, todos los hombres) sería la de que ninguno de ellos podría pretender jamás tener, él solo, la verdad absoluta. Solamente al relativismo se le puede atribuir ese carácter de absoluto. La única verdad absoluta es que la verdad absoluta no existe se afirma aquello mismo que se niega, cayendo así en una manifiesta contradicción] 


Si bien se piensa no cabe descartar que (en el fondo y en la superficie) la verdadera razón  por la que la Iglesia Católica es tan perseguida es el hecho de que se presenta a sí misma como poseyendo toda la verdad ... algo que el mundo no le perdona, ni le perdonará nunca: ninguno está dispuesto a aceptar que le digan lo que tiene que hacer. Cualquier influencia externa es considerada como un ataque a la libertad, entendida ésta como autonomía e independencia: nadie tiene derecho a meterse en la conciencia de los demás, que es la que dictamina acerca de lo bueno y de lo malo. 


Ésta podría ser, a mi entender, una de las causas por las que la Iglesia es odiada y perseguida por el mundo, el cual hará uso de todos sus poderes -y más, si los hubiera- al objeto de destruir esa influencia "nefasta y perniciosa" (según ellos) de la Religión católica, dado que es ésta la única que se atribuye a sí misma la posesión de la verdad absoluta, lo cual es cierto. De todos modos, no deja de ser curioso el hecho comprobado de que la seguridad de un católico acerca de la verdad de su fe no es ninguna petulancia; el católico, que lo sea de verdad, no presume de nada, porque es consciente de que todo cuanto tiene le ha sido concedido como un don.

La Religión católica no es ningún invento humano. La fundación de la Iglesia no es obra de hombre, sino que es obra de Dios, encarnado en la Persona de su Hijo (Jesucristo). El origen de la Iglesia católica es divino: no hay ningún ser humano que pueda atribuirse a sí mismo el origen de la Iglesia. Tan solo Cristo es el único fundador de la Iglesia ... pero Jesucristo no es un mero hombre, sino que es hombre y es también Dios

La Resurrección de Jesucristo, por su propio poder, es prueba y garantía de su divinidad ... Esta verdad es esencial al catolicismo, hasta el punto de que si fuese negada, éste no tendría ya ningún sentido. Y podríamos decir, con san Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, aún estamos en nuestros pecados" (1 Cor 15, 17). "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). 


Lo que ciertamente es así: ¿Qué sentido tiene jugarse la vida, y estar dispuestos a morir -si fuese preciso- por algo que es falso y que es, simplemente, producto de la invención o de la imaginación de un simple hombre como nosotros?  Desde luego, que sería completamente absurdo. Nadie se juega su vida por una utopía inexistente o por una leyenda.

Por eso la Iglesia católica no tiene parangón con el resto de religiones. En éstas el hombre se construye sus propios "dioses" (en los que realmente no cree, puesto que son obra suya). No ocurre así con la religión judía y mucho menos con la religión católica, pues en estos casos el hombre no se inventa nada. En particular, en el segundo caso, que es el que ahora nos ocupa, sucede que es Dios mismo, el Señor de todo lo creado, quien tomando nuestra "carne" se hace hombre, sin dejar de ser Dios, en la Persona Divina de Jesucristo, que asume, como propia, nuestra naturaleza humana. Aquí se aprecia, sin ninguna duda, la diferencia sustancial de la Religión católica con el resto de religiones (excepción hecha de la religión judía)  


Ya, desde sus comienzos, la Iglesia no hubiera tenido ningún "problema" (difamaciones, calumnias, injurias, persecuciones, martirios, ...) si Jesucristo hubiese entrado a formar parte del panteón de los dioses, como un dios más entre ellos. Pero no fue así. Esto es cierto también para el pueblo judío: "No tendrás otro Dios fuera de Mí" (Ex 20, 3). Pero es que ese Dios al que se hace referencia en el Antiguo Testamento es el mismo que Jesucristo anunció a los judíos, a quienes dijo: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 15). 


De ahí que el Antiguo Testamento sólo pueda entenderse bien a la luz del Nuevo Testamento. En ambos casos hablamos de un único Dios; pero ese Dios invisible se manifestó en un determinado momento de la historia, mostrándonos su Amor al tomar "carne" en la Persona de su Hijo, Jesucristo quien, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre. Y por eso pudo decir de sí mismo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 14, 30), proclamando así su divinidad, la cual atestiguó con su Resurrección real en cuerpo y alma. Jesucristo nos dio a conocer a ese único Dios como Trinidad de Personas (y eso es algo que el pueblo judío no acepta). 


En otro momento de su existencia histórica dijo Jesús: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). Pues bien, resulta que es esta Verdad -verdad absoluta- que se identifica con el mismo Jesucristo, la que anunciaron los primeros cristianos. Hasta tal punto estaban ellos convencidos y seguros de la divinidad de Jesús -como también de su humanidad- que se sentían orgullosos y contentos de ser perseguidos e incluso de dar su vida antes que renegar de Jesucristo. Los Apóstoles, por ejemplo, a quienes se azotó por hablar en el nombre de Jesucristo, una vez que fueron soltados "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su Nombre" (Hech 5, 41).



Otro punto importante a tener en cuenta es el que se refiere al discurso del Pan de Vida. Después de hablar Jesús la mayoría de sus discípulos lo abandonaron. Y se quedaron solos, Él y los Doce. Entonces los interpeló y les dijo: "¿También vosotros os queréis marchar?" (Jn 6, 67). Pero Pedro le respondió:  "¿A quién iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios." (Jn 6, 68-69). 


Este conocimiento de Jesús es el que, después de la venida del Espíritu Santo, les dio fuerzas a los Apóstoles para poder entregar su vida antes que renegar de Aquél a quien amaban, un Espíritu que transmitieron a todos los que se iban convirtiendo al Cristianismo. Y así continúa siendo, al día de hoy, con aquellos cristianos -¡que sigue habiéndolos todavía!- que se mantienen fieles a Jesucristo, en quien creen firmemente (¡con la seguridad absoluta que les viene de la fe que han recibido de Dios!) pese al inmenso número de dificultades y de obstáculos, de todo tipo, que tienen que afrontar.

El mundo considera como una locura esta seguridad que tiene el cristiano en Jesucristo. Pero, si a un cristiano se le priva de Jesucristo, que es su Amigo del alma y el Dios que lo ha creado, ¿qué sentido tendría su vida? El Amor en este mundo -y también en el otro- está ligado a Jesús quien, siendo Dios es también un hombre como nosotros. Si eliminamos de la vida el Amor, que es Dios encarnado en Jesucristo, ¿qué nos queda? Esta vida sería átona y gris, triste hasta el extremo; y sin ningún sentido. Eso es lo que nos quedaría si nos quitan a Jesús. Y eso es, por desgracia, lo que hoy se pretende y se está consiguiendo ya en muchos lugares del mundo.


No debemos llamarnos a engaño: la lucha actual que el mundo ha entablado contra Dios es, en realidad, una lucha contra el Amor.  "Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor(1 Jn 4, 8). Ese Amor del que tan necesitados estamos sólo se encuentra en Jesucristo. Son muchos los enemigos de Dios, los hijos del Diablo. Y, en palabras de Jesús "los hijos de este mundo son más sagaces para sus cosas que los hijos de la luz" (Lc 16, 8). Son muchos los falsos profetas que se presentan como verdaderos, pero niegan a Jesucristo, en quien no creen. Contra ellos nos previene el Señor, como ya hemos citado más arriba: "Guardaos de los falsos profetas ..." (Mt 7, 15). Lo propio del falso profeta es que ha dejado de amar a Dios, si es que pudiera decirse que alguna vez lo haya amado de verdad ... ha optado por este mundo y ha rechazado el Amor, sustituyéndolo por sucedáneos, que no son amor. Esta bella palabra "amor" se ha degradado y ha quedado reducida a sexo. Así lo entiende el mundo. Y por eso son desgraciados; pues tal amor no es búsqueda del otro, sino de sí mismo, de modo egoísta. Conduce a la soledad y al hastío de la vida. Todo lo contrario que el verdadero amor que Jesucristo vino a traernos, pero que nosotros no hemos querido aceptar.


Este mundo sólo pueden salvarlo los santos, de los cuales tan necesitado se encuentra. Por eso debemos pedir insistentemente al Señor que nos envíe esos santos que salven a su Iglesia y al mundo ... pues de lo contrario estamos perdidos. Si Él permite lo que está ocurriendo no cabe duda de que tendrá sus planes y no debemos de perder nunca nuestro amor, nuestra confianza y nuestra fe en El. Sabemos que "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7) y sigue siendo cierto que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). Por lo tanto, podemos estar tranquilos en ese sentido, siempre que no nos durmamos, porque "nuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar" (1 Pet 5, 8). 

Puesto que "la victoria que vence al mundo es nuestra fe" (1 Jn 5, 4), es preciso estar vigilantes y orar para que el Señor nos la conceda, conscientes de que nos la concederá si se lo pedimos, pues sabe que la necesitamos; y nos quiere. Nunca nos dejará solos. Y su amor por cada uno de nosotros es seguro.

Ojalá que pudiéramos decir con el apóstol san Pablo : "Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8, 38-39).
FIN

martes, 17 de marzo de 2015

Las palabras, más que las armas, las carga el diablo (P.Jorge)

Reproduzco aquí una entrada del padre Jorge, de su blog "Jorge de profesión cura", que me parece especialmente interesante para aprender a llamar a las cosas por el nombre que realmente tienen, sin artilugios extraños, cuya finalidad es cambiar el sentido de la realidad. Es amena y muy interesante. Se lee en un abrir y cerrar de ojos.

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No. No se crean para nada que el lenguaje es secundario y que en definitiva usar una palabra o alguno de sus sinónimos no tiene mayor importancia. La tiene hasta el punto que basta un pequeño cambio de lenguaje para convertir lo peor en una obra de caridad.

Como me supongo que mis lectores son adultos, me permitiré colocar algunos ejemplos. Qué mal suena fornicar o copular ¿verdad? Pero si lo que se hace es “el amor” hasta queda bonito y poético. Designan lo mismo, pero se pasa de un horror a prácticamente a un mandato evangélico.

Piensen en algo tan atroz como el aborto. Abortar suena mal. Una interrupción voluntaria del embarazo es algo más llevadero. Optar porque vengan los hijos tan solo cuando son deseados suena incluso a madurez emocional, y evitar sufrimientos futuros a un ser que llegará a este mundo con graves deficiencias es casi para entregar la medalla a la solidaridad. ¡Y ESTAMOS HABLANDO DE LO MISMO!

¿Y el adulterio? Jo, qué palabra… Pues nada, en lugar de adulterio se habla de relación de pareja madura, abierta, no acaparadora, en libertad y respeto. ¡Leche, hemos convertido el adulterio casi en un bien social!

No les digo nada con la familia. Esa que hemos tenido ustedes y yo, con un padre y una madre, hermanos, tíos, primos y abuelos. Pues nada, se le añade el adjetivo “tradicional” o conservadora” y a partir de ahí deja la normalidad para venir a ser paradigma de todas las desdichas. A partir de ese momento se lanza otra idea de familia “renovada”, “abierta”, “del siglo XXI” y ya tenemos lo que se quiera: dos hombres, dos mujeres, hombre o mujer solos, con hijos o sin ellos, por el método que sea hasta llegar al caso, siempre singular, de la persona que decide casarse con ella misma. Eso sí, estamos superando la familia tradicional y conservadora.

Vamos con un par de ejemplos de cosas de la fe. Parece igual pero no es lo mismo. Decir o escribir Cristo el Señor, y encima con mayúsculas, es profesión de fe en la divinidad de Jesucristo. Referirse a Él como “el nazareno”, “Jesús de Nazaret”, “el carpintero”, queda más bonito porque no compromete a nada, pero lo hemos rebajado a pura humanidad, disimulada con nombrarle “hombre excepcional”. Sí, excepcional, pero HOMBRE.

En mi último post salía lo de cristiano y católico. Ahora, en algunos ambientes, lo que se lleva es que todos somos cristianos, como si el adjetivo posterior no significara nada. Pues es justo lo que “califica” el tipo de cristianismo. Porque sí, todos cristianos ... pero un católico se parece a un autodenominado “testigo cristiano de Jehová” en lo que un huevo a una castaña y me he levantado generoso. Católicos y además romanos, para que no haya duda de dónde se ubica cada uno.

Copular, aborto, adulterio, familia, Cristo, católico. No gusta. Pues no pasa nada: hacer el amor, interrupción del embarazo, pareja abierta, el carpintero, cristianos. Queda chachi guay y todos tan felices.

Jorge, de profesión cura

lunes, 16 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (21) [Tentación 3ª: los trepas]

Reproduzco, en esta entrada, un pequeño trozo de vídeo de una homilía del padre Alfonso Gálvez, del 22 de febrero de este mismo año; concretamente el intervalo de tiempo comprendido entre las marcas 54:03 min y 58:18 min, que supone una duración de 4 minutos y 15 segundos.


El contenido del vídeo está relacionado con la tercera tentación de Jesucristo en el desierto, de la que estamos considerando algunos aspectos a lo largo ya de varias entradas. 

En esta entrada concreta le cedo la palabra al padre Alfonso Gálvez, quien hace referencia a un fenómeno que se está produciendo también en el seno de la Iglesia, y que se suele denominar "trepismo". 

 "Todo esto te daré si, postrándote, me adoras" (Mt 4, 9) le dijo el Diablo a Jesús, a quien le había prometido todos los reinos del mundo y su gloria. Jesús no cayó en la tentación. Su respuesta, además, fue contundente: "¡Apártate, Satanás!, porque escrito está: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo servirás" (Mt 4, 10). 

Sin embargo, hoy en día -incluso en el seno de la Iglesia- se da con demasiada frecuencia la búsqueda de las riquezas y del poder  mediante el conocido y antiguo método de la adulación y de "dar la coba" al poderoso. ¿Para qué? Para subir y ascender a puestos de importancia dentro de la Jerarquía eclesiástica, para "trepar". La adulación es el arma de los trepas, dice el padre Alfonso.



Esta podría ser una de las razones que explican el silencio de gran parte de la Jerarquía actual ante los males que sufre la Iglesia, pues observamos cómo se conculca la ley divina, se desprecia la Revelación y la Tradición, etc ... y, sin embargo, la Jerarquía calla. Es el silencio de los pastores; un silencio que se produce por miedo a perder el status quo, el puesto conseguido. 

En fin, dejamos hablar ya al padre Alfonso acerca de esta penosa realidad de los trepas, que se está dando hoy en la Jerarquía eclesiástica ... se cede en todo, no importa lo que sea, con tal de conservar el puesto que se tiene. El miedo a perder su puesto les lleva a callar ... en el mejor de los casos. Esto es muy grave.
(Continuará)

domingo, 15 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (20) [Tentación 3ª-Engaño]

Como se puede observar hay un rechazo del mundo con relación a Jesús [Los que le recibieron, que fueron los menos, éstos ya no son "mundo" en sentido bíblico: desde el momento en que creyeron en Él son "nacidos de Dios" (1 Jn 13). Y "todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo" (1 Jn 5, 4a). "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4b)]. 

Ante ese rechazo, Dios sigue sin abandonar al hombre, aunque haciendo uso de unos criterios que el mundo no ha comprendido ni puede comprender. Y es que ante la infidelidad del hombre para con Dios, y su negativa a servirle, Dios no lo dejó solo. Humanamente hablando es imposible de imaginar la respuesta de Dios, que fue -nada menos- que  "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). 

No cabe en mente humana, por mucha creatividad que posea, la idea de que Dios, el Creador de todo cuanto existe (inmenso, infinito, todopoderoso, etc), se haya rebajado, por amor, haciéndose un hombre en todo igual a nosotros, menos en el pecado. 

Y actuó así por dos razones: primero, para que pudiéramos salvarnos; y segundo, para que pudiéramos quererlo como Él nos quiere, lo que nos era completamente imposible antes de la venida de Jesucristo, pues Dios es Espíritu. Y "a Dios nadie lo ha visto jamás" (1 Jn 4, 12). Fue su Hijo Unigénito quien, "teniendo la forma de Dios, no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (Fil 2, 7).  Además de ser Dios, como perfecto hombre que también es (mediante su Encarnación en el vientre de la Virgen María) Jesucristo ha hecho posible no sólo que podamos salvarnos, sino también que podamos conocer a Dios, ser sus amigos y enamorarnos de Él: "Felipe, el que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9). 

Incomprensible y misterioso, sin lugar a dudas; pero absolutamente cierto. Lo sabemos por la fe, que es "seguridad de las cosas que se esperan" (Heb 11, 1), una fe que podremos tener si se la pedimos a Dios: "Pedid y se os dará" (Mt 7, 7) con insistencia. Dice el apóstol Santiago que "si a alguno le falta sabiduría, que la pida a Dios y se la dará, pues a todos da abundantemente y sin echarlo en cara" (Sant 1, 5). [La sabiduría es un don del Espíritu Santo, que nos lleva a conocer y amar con prontitud las cosas divinas]. Sabemos que en Jesucristo, y sólo en Él, podemos encontrar a Dios y conocerlo, pues Él mismo es Dios, además de ser hombre.


Como sabemos, en todo amor verdadero debe de existir reciprocidad entre los que se aman; de lo contrario no puede hablarse de amor. Esto es especialmente cierto cuando nos referimos a la relación de Amor que tiene lugar entre Dios y el hombre. Por otra parte -y esto es fundamental- sin libertad no puede haber tampoco amor, pues el amor es esencialmente libertad. En lo que se refiere a la relación amorosa del hombre con Dios, éste es tremendamente respetuoso con nuestra libertad. De modo que, aun siendo todopoderoso, como lo es, Dios no puede obligar a nadie a que lo quiera. Precisamente porque nos quiere Dios nos creó libres ... ¡libres de verdad! ... para que nuestro amor hacia Él pudiese ser verdadero, como verdadero es su amor por cada uno de nosotros ...el máximo amor posible, pues por todos dio su Vida y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).


Esto es algo que el mundo no acepta, ni entiende ni, en realidad, puede entender, pues no cree en el amor ... el amor entendido tal y como Dios lo entiende (esto es, como donación libre, total y recíproca entre los amantes) pues así es el verdadero amor. Para el mundo, en cambio, hablar de amor es hablar de pasárselo bien dos personas estando una junto a la otra, pero sin que exista un compromiso de por vida entre ellas; y admitiendo, de entrada, la posibilidad de una vuelta atrás, cuando surjan problemas. Se asocia el amor solamente con el placer. Falso amor. Ésta es, en realidad, la razón principal, por no decir la única, por la que el matrimonio va hoy a la deriva: la mayoría de los jóvenes ya no se casan. Tienen miedo a comprometerse. No se fían. No quieren atarse. Entienden esa atadura como algo negativo. Por eso viven juntos, sin más, pero siempre con la puerta abierta a una posible salida por ella, si la relación no funciona. 


El verdadero amor conlleva la disposición, completa y definitiva, a entregarse recíprocamente el uno al otro y el otro al uno, venciendo cualquier tipo de dificultades; lo que supondrá, con frecuencia, sacrificio, dolor y sufrimiento; la cruz, en otras palabras. El mundo no entiende la felicidad si no va unida al placer. Y sin embargo, no es al placer sino al amor verdadero a lo que la felicidad va siempre unida; en definitiva, la felicidad va unida a la cruz. Si al amor le quitamos la cruz, no hay tal amor ... y hacen su aparición la tristeza, el vacío y el aburrimiento. 




Se teme cualquier contrariedad o contratiempo. Se odia cualquier tipo de dificultad. Y, sin embargo, éstas forman parte de la vida. Desde que Adán y Eva pecaron nuestra naturaleza es una naturaleza caída y (aunque redimida por Jesucristo, al morir en la Cruz por amor a nosotros) lleva aparejados el dolor, las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. Por todo ello pasó el Señor, como verdadero hombre que era y es.

Lo verdaderamente increíble es que, siendo como somos, Dios haya querido elevarnos a la categoría de amigos suyos, aunque para ello haya tenido que hacerse uno de nosotros, pues los amigos lo comparten todo, en un plano de igualdad. Por contra, a nosotros nos asusta el compromiso, apostar nuestra vida por Dios, "perderla" ... ¡lo que es un engaño del Diablo! ... pues, según decía Jesús: "El que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25). No debemos tener miedo: merece la pena dar el salto y apostar por Jesucristo:  "Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 12, 29-30).


Junto al Señor la cruz ya no es pesada y tiene un sentido muy bien definido: el de compartir su propia Vida puesto que Él ha querido compartir primero la nuestra. Se trata de un intercambio de vidas. Y, desde luego, salimos ganando en el trueque. Le damos nuestra vida (la cual "perdemos") y Él, a cambio, nos da la Suya (la cual "ganamos"). Este intercambio de vidas (entre el hombre y Dios) ... que en eso consiste el amor, es el que da sentido a toda nuestra existencia. No estamos solos

Pienso que queda suficientemente claro, a la luz de lo dicho, que entre Dios y el mundo la incompatibilidad es absoluta. Por si aún nos queda alguna duda leamos algunos  pasajes evangélicos: Cuando Jesús, en la oración sacerdotal de la última Cena, pedía a su Padre por sus discípulos, le decía: "Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17, 14.16). Con relación a los judíos (aquellos que no aceptaban su mensaje) no se andaba con contemplaciones cuando les hablaba:  "Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo" (Jn 8, 23). El apóstol Santiago insiste en esta misma idea: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? ... Quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4). 


Se pueden encontrar muchísimos más pasajes del Nuevo Testamento referentes al mismo tema. Si después de estas lecturas nos encontramos con que todavía no nos queda suficientemente claro la incompatibilidad entre Dios y el mundo ... una de dos: o bien  el concepto de "mundo", usado en sentido bíblico, no lo acabamos de entender [Téngase en cuenta que la palabra mundo, en términos peyorativos, se usa al referirnos a todo aquello que hay en el mundo real (que en sí mismo es bueno) en tanto en cuanto nos separe de Dios. Sobre este tema se ha escrito ya algo en una entrada anterior] o bien hemos optado por hacer nuestra la actitud del avestruz, que consiste en cerrar los ojos para no ver lo que, en el mejor de los casos, es una ingenuidad; o tal vez se trate de querer acallar la propia conciencia, según el conocido refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente".  De momento no se me ocurre otra posibilidad, aunque no la descarto.


Preferir las riquezas del mundo, el camino fácil y cómodo, el aplauso de las gentes, el dinero, la fama, el poder, la exaltación del propio yo, etc... supone adorar a satanás, como nuestro señor; y dejar a Dios de lado. Esta opción de entrar por la puerta ancha y espaciosa, según Jesucristo "conduce a la perdición y son muchos los que entran por ella"  (Mt 7, 13). Queda claro que, según estas palabras del Señor, son muchos los que se pierden por optar libremente por lo cómodo y rechazar la puerta estrecha, es decir, la cruz. Éste es el gran engaño en el que cae el mundo; y en el que, a poco que nos descuidemos, podemos caer también nosotros. De manera que se hace preciso y necesario "vigilar y orar para no caer en la tentación" (Mt 26, 41).  

Optar por la puerta ancha es el gran engaño en el que, voluntariamente, incurrimos los hombres, para perdición nuestra. En el fondo de esa adoración al Diablo, lo que pretende el hombre es ocupar el puesto de Dios (de un "dios" fabricado por él mismo, claro está) para decidir, sin que nadie decida por él, lo que son las cosas, lo que es bueno y lo que es malo, etc. Se cambia el significado de las grandes y hermosas palabras, comenzando por el de la palabra amor. 




Ya estamos viendo, en la sociedad, los resultados de esta actitud de soberbia del hombre frente a Dios. Se comienza actuando como si Dios no existiera, se le ignora, se le desprecia como un "residuo" de la ignorancia del pasado, como algo obsoleto y al final se le persigue y se quiere erradicar su Nombre de la faz de la tierra, matando a los cristianos, si es preciso: esto está ocurriendo hoy, en este mundo de "progreso", que se jacta de su poder. 

Hasta ese extremo llega el odio al Dios encarnado en Jesucristo, el Único Dios que se presenta como Verdad Absoluta. Y esto el hombre no lo admite. No consiente que haya nada a lo que tenga que estar sometido, como si debiera a él mismo su propia existencia. Se cae en el absurdo y en lo irracional. Y, en esta negación de Dios, que es la negación del Amor, el hombre pierde su "humanidad"  para con los demás. El resultado es desolador, desde cualquier punto de vista que se mire; no sólo el aspecto religioso, sino también el moral, el social, el político, el económico, etc...aspectos por los que se rige una nación; y sin los cuales va abocada a un desastre irremediable. 

El Diablo, "que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44)  está consiguiendo su propósito, que es el de separar a los hombres de Dios; y, en concreto, de Jesucristo, su gran Enemigo, engañándoles y haciendo que se crean sus propias mentiras. Sería lamentable que nosotros cayéramos también en estas mentiras diabólicas, cuyo objeto es el de conducirnos a la desgracia y a la infelicidad ..., cerrándonos los ojos para no ver y los oídos para no oir. ¡Y todo ello por un simple plato de lentejas! 

¿De veras merece la pena apostar por el mundo y por el Diablo? Mi sentido común, rectamente ejercido, me dice que no. Sólo el amor a la verdad, y sobre todo, el amor a la Verdad (con mayúsculas) que es Jesucristo, nos puede librar de este abismo al que estamos abocados. 


(Continuará)

jueves, 12 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (19) [Tentaciones (3ª) Proselitismo]


Si hacemos un breve resumen de lo que se ha dicho hasta ahora, con relación a la tercera tentación de Jesús nos encontramos con el hecho de que no podremos salir airosos de este tipo de tentación si no actuamos como lo hizo el Señor: "Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás" (Mt 4, 10). La proposición diabólica era realmente "tentadora". Le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dice:  "Te daré todo esto si postrándote, me adoras" (Mt 4, 9). Jesús salió victorioso de esta tentación (y también de las otras dos) porque su corazón estaba completamente entregado a la voluntad de su Padre, el Único que merece adoración. 

A lo largo de su vida pública Jesús nos ha recordado en varias ocasiones: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Lc 16, 13). El que se decide por las riquezas, ipso facto, se vuelve contra Dios, cometiendo un pecado de idolatría, que va directamente contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Se elige al Diablo (por el poder que ofrece) y se rechaza a Dios. Por la avaricia se cae en la idolatría: sólo importa tener y tener. Y cuanto más se tiene tanto más se quiere tener. Un "tener" que, por cierto, no conduce al hombre a ser feliz, sino que lo deja vacío. San Pablo no se anda con remilgos a la hora de hablar y afirma con contundencia, que "la avaricia es una idolatría" (Col 3, 5) y "raíz de todos los males" (1 Tim 6, 10a), hasta el punto de que "algunos, llevados de ella, se apartaron de la fe" (1 Tim 6, 10b).


Es absolutamente necesario tener siempre presentes las palabras del Señor con respecto a este tema: "Estad atentos y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno abunde en bienes, su vida no depende de aquello que posee" (Lc 12, 15). Y dijo más: "No os preocupéis por vuestra vida acerca de qué comeréis, ni por vuestro cuerpo acerca de qué os vestiréis. Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Lc 12, 22-23). Y un poco más adelante: "No estéis intranquilos, porque son las gentes del mundo las que se afanan por estas cosas. Bien sabe vuestro Padre que las necesitáis. Buscad, ante todo, su Reino, que esas otras cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 29-31)


El afán por las cosas del mundo sólo produce estrés, ansiedad y soledad: esclavitud, en definitiva. En cambio, el cristiano que intenta vivir como tal, procurando hacer realidad en sí las palabras de Jesús, trabaja con afán (¡por supuesto!) y posee cosas, pero no es poseido por esas cosas (las que sean). Es consciente de que "nada hemos traído a este mundo, y nada podremos tampoco llevarnos de él" (1 Tim 6, 7). La razón de ser y el sentido de la existencia para un cristiano consiste en tener como única meta el parecerse a Jesús y conformar su vida a la de Él; lo que conlleva, entre otras cosas, el mandato de dar a conocer su Mensaje a todas las gentes: "Id y predicad, diciendo: 'El Reino de los cielos está al llegar! " (Mt 10, 7) "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10, 8). 


El cristiano no tiene derecho a guardarse para sí solo el tesoro del que disfruta: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). De ahí la importancia del proselitismo en contra de lo que a veces se oye: ¿Qué sentido tendrían, si no, las misiones? El mayor don recibido por los cristianos, sin merecimiento alguno de su parte, es la posibilidad de conocer a Jesucristo: su Persona y sus palabras. Éste es el don por excelencia que debe transmitir a los demás. Y eso es, precisamente, el proselitismo: se trata de que haya un número cada vez mayor de personas que se conviertan al catolicismo, sin violentar nunca su voluntad.  

Para ello es necesario estar enamorados de Jesús, tener la máxima seguridad en su Amor y dar a conocerlo a la gente: cada uno lo hará de modo diferente, según cuál sea su oficio; pero todo cristiano tiene que estar dispuesto a dar testimonio de su fe a cualquiera que se lo pida, ya que "quien se avergüence de Mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, en la del Padre y en la de los santos ángeles" (Lc 9, 26). Estas palabras fueron pronunciadas por Jesucristo. 

Tengamos presente que "Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se dio a Sí mismo como rescate por todos" (1 Tim 2, 4-6). De ahí la urgencia de la predicación del Evangelio de Jesucristo a toda criatura. El proselitismo no es ninguna tontería sino un mandato de Jesús a los suyos. Por lo tanto, de ninguna de las maneras se puede relegar la Religión Católica, como si se tratase de algo privado y subjetivo, algo de tipo personal y sentimental. Quien así piense es que no ha entendido nada de la Religión fundada por Jesucristo.


Dios instituyó su Iglesia con una finalidad muy concreta: la de que su Palabra, encarnada en Jesucristo [y fielmente guardada e interpretada por el Magisterio y la Tradición perenne de la Iglesia] llegue al mayor número posible de personas, de manera que éstas puedan llegar a ser auténticamente felices, ya en este mundo. A pesar de las contrariedades que, sin duda alguna, van a encontrar en su camino a la conversión, no les importará demasiado porque en Jesucristo habrán hallado el sentido de su vida: el que supone saberse amados, de un modo único y exclusivo por Aquél que, siendo Dios, se hizo hombre para que pudiéramos salvarnos y para que pudiéramos amarle también nosotros a Él.

El Mensaje cristiano es el de la Alegría, una Alegría que debe serlo para todos ... ¡Pero este Mensaje necesita ser conocido! Y para ello debe ser predicado. "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16), decía el apóstol Pablo. El hacerlo era para él una obligación que hacía a la fuerza y que cumplía por ser "una misión que se le ha confiado" (1Cor 9, 17): "Id por todo el mundo y enseñad a todas las gentes ... todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Estas fueron las palabras que dirigió el Señor a sus discípulos, inmediatamente antes de ascender en cuerpo y alma a los cielos. En ellas se hacía patente su voluntad con relación a los cristianos y, en particular, a los que son llamados al sacerdocio.

Nunca acabamos de darnos cuenta del todo de la enorme importancia del sacerdocio y de la acuciante necesidad que tiene el mundo (incluso aun cuando no sea consciente de ello) de buenos y santos sacerdotes. Sin ellos la Iglesia no podría salir adelante. Decía Jesús que "la mies es mucha, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37). Ante la escasez de sacerdotes, y de sacerdotes santos, los cristianos tenemos la obligación de actuar conforme al mandato expreso de Jesús para que esta situación se solucione: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). La oración ardiente, ante el sagrario, y la súplica confiada, por nuestra parte. El Señor hará el resto. Para que el hombre salga de esta idolatría que supone valorar las riquezas, el poder, el aplauso, etc... más que a Dios, es necesario que la gente conozca a Jesucristo, es necesaria la Evangelización; en otras palabras: es necesario el proselitismo, que viene a ser lo mismo. 

Se utiliza mucho, hoy en día, la expresión "nueva evangelización" ... a mi entender, expresión poco afortunada, confusa; y, en rigor, falsa y sin sentido, en sí misma: no hay nada nuevo que anunciarle a la gente. El Mensaje no ha cambiado. Se trataría, en todo caso, de hacerlo más comprensible, pero no de alterarlo. Puede que el uso de esa expresión se refiera a esto, pero -desde luego- si se piensa un poco y se analiza, el uso del adjetivo nuevo, refiriéndose a la Evangelización, supone otra evangelización; o sea, otro Mensaje, distinto del que se ha recibido de una vez por todas y para siempre. En cualquier caso, es lo cierto que -cuando menos- tal frase se presta a confusión, lo que no tendría por qué ocurrir si se tratase de una expresión clara e inequívoca. Pero el hecho real nos indica que se hacen diferentes lecturas e interpretaciones de ella. No es ese el Mensaje de Jesús a sus discípulos:  "Sea vuestra palabra: 'Sí, sí','No, no'. Lo que pasa de esto del Maligno viene" (Mt 5, 37) 

No hay que inventarse ningún Evangelio distinto del que ya hay y que, por desgracia, hay infinidad de cristianos que desconocen. Bastaría -y sobraría- con hablar a la gente de Jesucristo que es "el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8). Ésta es la auténtica pastoral que el mundo de hoy necesita, más que nunca: oir hablar de Jesucristo, para que así sus mentes se iluminen y pueda arder su corazón. ¡Grave es la responsabilidad de los pastores que tienen ovejas a su cargo y les enseñan doctrinas mundanas, en lugar de procurarles el sano alimento, que es la Palabra de Jesús!



Escuchemos otra vez al Señor, utilizando ejemplos de sentido común, que todos pueden entender. Dice así:  "Nadie enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, ni debajo del celemín sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz" (Lc 11, 33). Y añade:  Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos!"  (Mt 5, 16), pues "vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). De nuevo el imperativo, el mandato: ¡Brille vuestra luz!; aunque nos quedamos con la duda de no saber a qué luz se refiere Jesús: ¿acaso puede venir luz alguna de los apóstoles? La pregunta es legítima. Y la respuesta está recogida en los Evangelios para que no quepa la más mínima duda acerca de cuál es esa luz que debe brillar en los discípulos y, además, como luz propia.


La respuesta, como siempre, se encuentra en las palabras de Nuestro Señor:  "Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Y puesto que sus discípulos "dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5, 11); y lo acogieron en su vida ... ellos mismos, por la gracia de Dios, se transformaron en luz para el mundo, cuando llegó la hora prevista; es decir, cuando Jesús se marchó y envió su Espíritu. Desde entonces, la luz que sale de ellos es la Luz de Jesús mismo, la única que puede iluminar al mundo ...; bien es cierto que para ser luz de Cristo deben de vivir la Vida de Cristo en sus propias vidas. Sólo así podrán dar un testimonio veraz de Jesús ... y la gente, viéndoles y escuchándoles, irán a Jesús y creerán en Él, que ese es el fruto que el Padre espera. 


Hay que decir que, aun siendo cierto que la Luz de Cristo es luz de Vida que ilumina todo y a todo da su sentido, se trata, no obstante, de una Luz especial ... especial en el sentido de que no se impone, no se manifiesta al hombre en todo su esplendor, pues sólo así puede darse una respuesta amorosa y libre del hombre al Amor de Dios. De hecho, así ocurrió con una gran cantidad de personas cuya libre respuesta al Amor de Dios no fue la esperada ... de modo que, aunque "la luz luce en las tinieblas, ..., las tinieblas no la acogieron" (Jn 1,5) ...  ¡Y eso que "Él era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo!.(Jn 1, 9). ¡Misterio tremendo éste de la libertad del hombre que llega hasta el extremo de rechazar a su Creador!


De manera que, debido a la libertad que Dios concedió al hombre, y aun sabiendo que  "todo fue hecho por Él y que sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho, que  en Él estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres" (Jn 1, 3-4); pese a todo ello, el hombre hace un mal uso de la libertad que le había sido dada y, procediendo del mismo modo en que lo hizo Adán, se produce, de nuevo, lo insólito: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron"  (Jn 1, 10-11)



(Continuará)

martes, 10 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (18) [Tentaciones (3ª) Nueva Iglesia ]


El mundo ha alcanzado su mayor esplendor y su mayor progreso cuando ha procedido conforme al Mensaje de Jesucristo. Y esto en todos los niveles: personal, cultural, social, científico y religioso.


No es la Iglesia la que debe inclinarse ante el mundo, sino el mundo el que debe aprender de Cristo y de su Iglesia [la verdadera Iglesia, que es la Católica, la que se mantiene fiel al Mensaje recibido]. El mundo necesita convertirse a Dios, encarnado en la Persona de Jesucristo. Sólo los que así lo hagan alcanzarán la máxima felicidad que es posible conseguir en este mundo, que consiste en la amistad íntima con Jesús; una felicidad que subsiste aun en medio del dolor y de las contrariedades de esta vida terrena (una vida que pasa); y que será el anticipo de aquella otra vida celestial (y eterna) que Jesús tiene reservada para quienes lo aman en este mundo y han perseverado hasta el fin en su fidelidad a Él y a la Iglesia que Él fundó.


Quienes digan otra cosa están engañando al pueblo cristiano ... y apareciendo como pastores no lo son, en realidad. Son falsos pastores o falsos profetas [que viene a ser lo mismo], que pretenden medrar y escalar puestos en el mundo, aunque para ello haya que traicionar el Mensaje recibido. No se puede adulterar y cambiar el Evangelio, pero se está haciendo, de hecho. De ahí la inmensa responsabilidad que tienen ante Dios aquellos que han sido llamados por Él al sacerdocio, comenzando por los simples sacerdotes pero, sobre todo, los obispos, arzobispos y cardenales ... hasta llegar al propio Papa. Todos ellos tienen la obligación de estar muy atentos para no consentir tal "cambio" en el Evangelio: un "cambio" que, de hacerse efectivo, cambiaría la Iglesia en "otra cosa" pero, desde luego, no sería ya la Iglesia fundada por Jesucristo. Si la Jerarquía Eclesiástica pasa por alto los errores -que son herejías, en su mayoría- y callan ... con su su silencio son cómplices de tal engaño al pueblo cristiano y Dios les pedirá cuentas por no haber cumplido con su misión de pastorear a las ovejas que les han sido encomendadas. 


El Pastor por excelencia, el buen Pastor, es Jesucristo, el fundador de la Iglesia. Él nombró a Pedro como primer Papa y todos los sucesores de Pedro, es decir, los Papas, tienen la gravísima obligación de mantener íntegra la doctrina recibida de su Maestro. Y hay más todavía: suponiendo (y es más que una suposición) que alguno de los miembros de la Jerarquía hubiera perdido la fe, se impone un mínimo de honradez intelectual, puesto que la Verdad que predican no les pertenece. No pueden aparecer ante el pueblo cristiano como portadores de una Verdad en la que ya no creen; y enseñar, en cambio, ideas mundanas. Su misión es, fundamentalmente, la de ser transmisores de lo que han recibido. Y lo que se busca en un transmisor es que sea fiel al mensaje original y que no se invente su propia doctrina, diciéndole a la gente lo que la gente quiere oir. 

Actuando así traicionan la confianza que Dios depositó en ellos cuando fueron ordenados al sagrado ministerio del sacerdocio. Una traición que tiene tanta mayor trascendencia cuanto mayor sea el puesto que ocupen en la Jerarquía Eclesiástica. Su misión principal es la de procurar, por todos los medios legítimos a su alcance, que el rebaño que les ha sido encomendado no se disperse y se mantenga fiel a la fe recibida. Los cristianos deben de tener muy claro aquellas palabras que dirigió el apóstol san Pablo a los Gálatas: "Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8). 

De manera que ni siquiera el Papa (ni, por supuesto, cualquier obispo o cardenal) puede inventarse otra doctrina distinta de la que ya está dada de una vez para siempre (sin añadir ni quitar nada). En el libro del Apocalipsis, son puestas en boca de Jesús las siguientes palabras: "Yo aseguro a todo el que oiga las palabras de la profecía de este libro que si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la Vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19).


Por supuesto; y a mí no me cabe la menor duda, de que los que adulteran el Evangelio, se justificarán y defenderán su manera de proceder como la correcta y la que está en conformidad con los signos de los tiempos. De manera que, sacando pecho incluso, esgrimirán que lo que les lleva a actuar así son razones de tipo pastoral y que ese es el único modo de llegar a la gente. Tal excusa (porque no es otra cosa) es falsa y mentirosa, por una razón muy sencilla: la pastoral más importante que necesitan los cristianos de hoy es la de conocer su fe.  ¡Son innumerables los cristianos que desconocen su doctrina, pues no se les predica! ¡ Esto es sumamente grave!  A causa de ello se ha llegado en el mundo a una situación de apostasía generalizada; de olvido, desprecio o indiferencia en el mejor de los casos, con relación al contenido sublime del Cristianismo, del que se ha eliminado toda referencia a lo sobrenatural; y al que se quiere reducir a unas consignas meramente humanas, lo que supondría la destrucción de la Iglesia (aunque ésta no puede ocurrir porque "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18) sin embargo, sí puede quedar reducida, como de hecho está ocurriendo, a un estado catacumbal, como en tiempo de los primeros cristianos.

Fue un mandato explícito el que dio Jesús a sus apóstoles, antes de subir a los cielos: "Id y enseñad a todas las gentes ..."  (Mt 28, 19). No fue un simple deseo. No hay más que observar que el verbo ir está en imperativo. ¿Qué es lo que deben enseñar?  "... a guardar todo lo que Yo os he mandado"  (Mt 28, 20). Por lo tanto, su primera obligación es la de ir por todo el mundo y no quedarse para sí solos la hermosa Noticia y la inmensa Alegría que han recibido de parte de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Y, en segundo lugar ... no pueden enseñar cualquier cosa que se vayan inventando sobre la marcha sino sólo, única y exclusivamente la Doctrina que han recibido, la cual queda reflejada en las Sagradas Escrituras (en especial en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, aquélla que se ha mantenido fiel al Mensaje inicial de Jesucristo, fundador de la Iglesia.

El Evangelio ya está dado de una vez por todas y para siempre. No nos podemos inventar la doctrina y la fe "transmitida a los santos de una vez para siempre" (Jd, 3) ¡Qué poco han entendido los que piensan que la religión es algo subjetivo y que debe reservarse para la esfera privada, sin imponerla a los demás, aquellos que van en contra del apostolado y del proselitismo!  ¡Es cierto que la Religión católica no se puede imponer a nadie!  ¿Por qué? Pues porque tal es la voluntad de Jesús, quien "decía a todos: 'Si alguno quiere venir en pos de Mí ..." (Lc 9,23): Jesús usa del máximo respeto hacia la libertad de cada persona: "Si alguno quiere..." [pues el amor que Él tiene a la gente, a cada uno, sólo puede ser correspondido en libertad ; de lo contrario no podría hablarse de amor]. Pese a lo cual, es una obligación para los discípulos de Jesús predicar su Doctrina a todos los hombres, hacer todo cuanto esté en su mano para que a todos llegue su Mensaje.  La Religión católica, por su propia esencia, no es para que se quede en el ámbito privado, sino que es una verdad que es para todos los hombres: Todos están llamados a la máxima felicidad posible, y ésta sólo tiene lugar en el seno de la Iglesia Católica. La predicación es, para un sacerdote, un deber, una obligación grave: "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16) -decía san Pablo. Eso sí: se trata de predica el auténtico Mensaje de Jesús, no las propias ideas, teniendo presente y muy claro, tanto en la mente como en el corazón, que las palabras de Jesús son siempre actuales. Jesús nunca se queda obsoleto.  




Las personas que rigen la Iglesia, es decir, la Jerarquía, con el Papa a la Cabeza, no son los fundadores de la Iglesia, sino meros delegados, cuya misión es la de conservar el depósito de la fe (1 Tim 6, 20), que fue dada de una vez para siempre. "Te ordeno que conserves el mandamiento, sin tacha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 14). ¿O es que vamos nosotros a inventar ahora la Iglesia? Pretender fundar una "nueva religión", una "nueva Iglesia", que ya no es la Católica, y seguir llamándola Iglesia católica, es algo muy grave. Y "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7). 


Se pretende sustituir la "Religión de Dios" por la "Religión del Hombre". Dios sustituido por el Hombre, que pasa a ser el "nuevo dios" ... un "dios", ciertamente ciego y engañado, debido a su vanidad, soberbia y avaricia, pues "el dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) no es él, sino el Diablo, que se regocija -si eso fuera posible en él- de su triunfo y de su engaño magistral, al hacerle creer al hombre que el mundo es suyo, siendo así -y esto es la pura realidad- que es a él, al Diablo, a quien adoran: éste, hábilmente, les ha hecho creer que no existe y que es una leyenda que sólo cree la gente ignorante y anclada en el pasado. De este modo se oculta, permaneciendo invisible y como un mero producto de imaginaciones enfermizas y supersticiosas, para que su engaño no resulte manifiesto ... ¡hasta el final! ... cuando ya no haya remedio y cada cosa sea llamada por su nombre, esto es, cuando llegue el fin de los tiempos.



(Continuará)