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sábado, 15 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (5 de 10)

El hombre es una simple criatura y fue creado por Dios a su imagen y semejanza. (Gen 1, 26). Esto, ya de por sí, es incomprensible, pero aún lo es más el hecho de que ese Dios Creador nos haya amado de un modo diferente del que ama cualquier otra cosa que haya creado, pues se dice en la Biblia que "vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31), lo que es cierto también para el hombre, pero con la particularidad de que afirmar que hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza equivale a afirmar que hemos sido creados con capacidad para amar y para ser amados, puesto que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y esta capacidad es esencial para poder hablar de amor que, dicho sea de paso, no es poseída por el resto de las criaturas, lo que nos diferencia esencialmente de ellas. 

Pero, ¿en qué consiste el amor? ¿Cómo conocer el Amor que Dios profesa al hombre y cómo podríamos amar a Dios, que es Espíritu puro, si ni le vemos ni podemos verle? Nuestra condición humana nos lo impide. No podemos amar lo que no conocemos; y sólo podemos conocer a través de nuestros sentidos corporales: "Nada hay en el entendimiento que no haya pasado primero por los sentidos" -decía santo Tomás de Aquino. Estando necesitado Dios de nuestra respuesta amorosa, porque ésa ha sido su Voluntad y así ha querido Él que sea. Y dado que, para nosotros, tal respuesta era imposible, ya que "a Dios nadie lo ha visto jamás" (1 Jn 4, 12) he aquí que Dios toma un cuerpo, en la Persona de su Hijo, y se hace uno de nosotros, sin dejar de ser Dios: "Muchas veces y de diversos modos habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. Últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo, por quien hizo también el mundo" (Heb 1, 1-2).




Dios mismo se hace uno de nosotros, en la Persona de su Hijo: "En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por Él" (1 Jn 4, 9). Y de esta manera, ese "Dios, a quien nadie ha visto jamás, el Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo nos lo dio a conocer" (Jn 1, 18).  Este hombre-Dios, como sabemos, es Jesucristo: Jesús (en cuanto hombre) Cristo (en cuanto Dios). Si Dios no hubiese procedido así no hubiéramos podido amarle tal y como Él nos ama, que es tal y como Él desea ser amado por cada uno de nosotros.


Amando a Jesucristo, a quien sí podemos ver, pues es realmente un hombre como nosotros, estamos amando a Dios"El que me ha visto a Mí ha visto al Padre"  (Jn 14, 9). 9). "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). El tener claras las ideas, en este sentido, es sumamente importante, porque es imposible conocer y amar a Dios si no es conociendo y amando a Jesucristo: "Nadie va al Padre si no es a través de Mí" (Jn 14, 6b). No hay otro camino para llegar a Dios: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6a), dijo Jesús.

Por lo tanto, Dios ha querido necesitar de nosotros, de nuestro amor. Y, desde el momento en que ha querido que así sea, es realmente así. Dios nos necesita con verdadera necesidad. Nos podríamos preguntar cómo es esto posible, siendo Él Dios y nosotros simples criaturas. Si Él es nuestro Creador y de la nada venimos, ¿qué podría necesitar de nosotros?. ¿Qué podríamos nosotros aportarle a Dios, si Él lo tiene todo y es infinito? Absolutamente nada. Esto no tiene vuelta de hoja ... conforme a nuestro modo de pensar. Pero, por lo que parece, Dios razona de otro modo: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos-oráculo del Señor" (Is 55,8). Y aunque, ciertamente, no necesita de nosotros, absolutamente hablando, ha querido necesitar, ha querido hacernos sus contertulios y ha querido, en definitiva, tener con nosotros (con cada uno) una relación íntima de amor. Para Él somos realmente importantes: Él nos ha hecho importantes; y, desde ese momento, lo somos.


Real y verdaderamente Dios nos necesita, porque nos ama; y desea estar con nosotros"Mis delicias son estar con los hijos de los hombres" (Prov 8, 31). Todo esto es tan sublime que no nos puede caber en la cabeza que Dios nos pueda querer; y menos aún de esa manera. Pero así es. 
(Continuará)

viernes, 14 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (4 de 10)

Estábamos considerando la importancia fundamental de los misterios en el Cristianismo. En particular, comentaba que el misterio más grande, para mí, era el de llegar a entender la razón o las razones por la que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14), pues cuando hablamos del Verbo nos estamos refiriendo al Hijo de Dios, al que "existía en el principio (...), y estaba junto a Dios (...) y era Dios" (Jn 1, 1). (...) "Todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3) 

Es algo inimaginable e inconcebible que Aquel por quien todo ha sido hecho, optara libremente, sin dejar de ser Dios, por asumir nuestra condición humana y hacerse un hombre como nosotros, "en todo igual a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15). 


Hemos considerado ya una razón muy importante y es la de nuestra salvación. Posterior al pecado de nuestros primeros padres, la humanidad entera quedó herida por ese pecado original que afecta a toda persona que viene a este mundo y le incapacita para la unión con Dios en el Cielo. Mediante la Encarnación del Hijo de Dios en ese Dios-hombre, que es Jesucristo, todos los hombres tienen la posibilidad de salvarse, pues "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). La salvación es ahora posible; pero sólo en unión con Jesucristo por medio del Espíritu Santo, "pues ningún otro nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12).



[Recordemos otra vez la parte del trozo del Credo que nos ocupa y al que ya nos hemos referido en la primera entrada de este estudio:  "Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, (...) engendrado, no creado, consustancial al Padre, por quien todo fue hechoque por nosotros los hombresy por nuestra salvación bajó del cielo, (...) y se hizo hombre".] 

Por supuesto que el motivo de la Encarnación del Verbo, como así lo cree la Iglesia, fue librarnos del pecado y abrirnos las puertas del Cielo, que estaban cerradas. En las entradas anteriores pienso que se ha hecho suficiente hincapié en esta idea de la salvación del hombre como razón fundamental para que el Verbo se encarnara. Aunque es obvio decirlo, queda aquí suficientemente claro que somos muy importantes para Dios y que nos quiere. ¿Cómo no nos iba a querer si precisamente para salvarnos tomó nuestra condición humana?  

Y esto nos introduce ya en la segunda razón de la Encarnación del Verbo, que va íntimamente unida a la primera, cual es la del Amor de Dios hacia el hombre. No es posible pensar en la Encarnación, como causa de salvación, sin que venga a la mente, de modo inmediato, el Amor de Dios por nosotros. En el Credo se lee que el Verbo se hizo hombre "por nosotros los hombresy por nuestra salvación" . De algún modo aquí se deja entrever una cierta distinción entre "nosotros los hombres" y "nuestra salvación" como si se tratase de dos motivos diferentes. 


Puesto que Dios es simple, en Dios su Voluntad se identifica con su Ser. Luego el motivo por el que actuó como lo hizo fue único. Sin embargo, con relación a nosotros Dios se nos revela de diferentes modos para que vayamos entendiendo, poco a poco, su modo de proceder; y dado que nadie conoce al hombre mejor que Dios, que es quien lo ha creado, no cabe duda de que la mejor pedagogía para el hombre es la divina. 

Así es que haciendo uso de la facultad de razonar que Dios me ha dado, considero que aunque es completamente cierto que el Verbo se hizo hombre por nuestra salvación, sin embargo, estoy convencido de que la causa más profunda y determinante de la venida de Jesucristo a este mundo fue el Amor de Dios por nosotros [ "Por nosotros los hombres" ] Un convencimiento basado, por otra parte, en el misterio íntimo de Dios [cual es el de la Santísima Trinidad] de quien podemos leer que "es Amor" (1 Jn 4, 8), Amor intratrinitario que se manifestó, libérrimamente [y no necesariamente, pues no sería Amor] en la Creación del Universo, primero, y luego en la Creación de su obra más perfecta, que es el ser humano. 


El Amor de Dios para con nosotros, los hombres no es un amor cualquiera, un amor genérico, como el que tiene al resto de la creación: la tierra, los astros, las plantas, los animales, etc... Se trata de un amor que va más allá de lo concebible por cualquier imaginación, por muy grande que ésta sea. Un amor de verdadero enamorado, tal como los humanos entendemos esta palabra, pero en un grado más sublime e inefable, un amor sin medida, como corresponde a un Ser que es infinito; como corresponde, en definitiva, a Dios. 




Dado que el que ama de veras quiere hacerse igual que su amado para que éste, a su vez, pueda amarlo del mismo modo; dado que el amor de enamoramiento sólo se da entre iguales, pienso que ésta es, posiblemente, la razón más importante de la Encarnación, la que llevó a Dios a tomar un cuerpo, en la Persona de su Hijo, y a hacerse un niño pequeño para que pudiéramos verlo, oírlo, tocarlo, besarlo y abrazarlo. 
(Continuará)

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (3 de 10)

Si la salvación sólo, única y exclusivamente nos puede venir de Jesucristo no se entiende, ni puede entenderse, el "diálogo" con las demás religiones. Todo verdadero diálogo se caracteriza por la búsqueda de la verdad. Pero es preciso buscar en ausencia de todo tipo de interés personal y con puro corazón

No hay otro modo de poder encontrar a Aquel que es la Verdad y que da sentido a toda la existencia, Aquél que es el único Dios verdadero, "el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (...) que ha glorificado a su Hijo Jesús" (Hech 3, 13) "En Él [en Jesucristo] Dios cumplió lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas" (Hech 3, 18). 

Los cristianos creemos en la divinidad de Jesucristo. Y esta realidad, que es fundamental para la fe de la Iglesia, no es compartida con ninguna otra religión. ¿Qué diálogo puede haber? ¿Cómo va a ser lo mismo una religión que otra? 

Cito a continuación algunos párrafos, con alguna ligera modificación, del artículo que escribí en el Blog católico de José Martí (2), al que hace referencia el enlace anterior:


¿Por qué se ataca hoy a la religión católica con tanto odio? ¿Por qué no se ataca de igual modo a las demás religiones? La respuesta es que las demás religiones son falsas e inventos humanos. Sólo la religión católica y la judía tienen origen divino; pero en la religión católica, además, este origen divino se puso de manifiesto por la victoria de Jesucristo sobre la muerte, al resucitar de entre los muertos. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24,5). Jesucristo no vino a destruir la ley judía sino a llevarla a su plenitud. En Él se cumplieron todas las profecías a las que se hacía referencia en el Antiguo Testamento. De modo que la conclusión es clara, para todo aquel que quiera ver: Sólo la religión católica es la verdadera (...) 

Jesucristo no sólo fue un hombre extraordinario (que lo fue) sino que, además, era Dios: ¡es Dios! ...  y sigue presente entre nosotros, con presencia misteriosa, pero real, en el Sagrario. Sin embargo se le persigue y se le odia, cada día con mayor violencia: la persecución a los cristianos no es otra cosa que la persecución a Jesucristo, como dijo el mismo Señor a Pablo de Tarso cuando éste se dirigía a Damasco a detener a los cristianos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Saulo respondió: "¿Quién eres tú, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,4-5). O cuando dijo, en otra ocasión, a sus discípulos: "El que a vosotros desprecia, a mí me desprecia". (Lc 10, 16). 



La rebelión del hombre contra Dios es consecuencia, por supuesto, del pecado original; un pecado de soberbia,que fue cometido por nuestros primeros padres pero que ya nos encargamos nosotros de actualizar todos los días, rechazando nuestros orígenes y convirtiéndonos en "dioses" conocedores del bien y del mal. Somos nosotros ahora los que decidimos que nuestra vida es nuestra, que no la hemos recibido de nadie y que, por lo tanto, decidimos también lo que está bien y lo que está mal. 

No aceptamos las leyes de Dios, nuestro Creador, leyes que rigen todo el universo físico y también el universo de las relaciones humanas. En este querer sustituir a Dios por el hombre, el único que sale perdiendo es el propio hombre. Actuando contra Dios estamos actuando contra nosotros mismos, contra la verdad de nuestro ser: conculcamos las leyes naturales, establecidas por Dios, nos inventamos nuestras propias "leyes" mediante "consensos". Y se las imponemos al resto de las personas. Lo que nos mueve a ello no es, en absoluto, el amor  y el bien de las personas, sino el odio a Dios y a toda su Creación. No admitimos que exista más dios que nosotros mismos. El hombre es su propio dios. 

Lo que no sabemos, o no queremos saber, es que este edificio que estamos construyendo no puede sostenerse, al estar basado en la mentira, en el amor propio y la soberbia. Esclavizados por el pecado, por más que alardeemos de libertad, nos transformamos en seres tristes y desgraciados, desconocedores del verdadero amor, que es el que viene de Dios y el único que puede proporcionarnos la felicidad que tanto ansiamos todos porque así está inscrito en nuestro corazón; y para eso, precisamente, fuimos creados. 

Y, sin embargo -tremendo misterio éste de la Encarnación- Dios no nos deja solos, sino que se hace hombre en Jesucristo para darnos la posibilidad de la salvación, si aceptamos su mensaje. La prueba fetén de que Jesucristo es Dios la tenemos en su Resurrección. "Si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe. Resultaríamos unos falsos testigos de Dios" (1 Cor 15, 14-15). "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). "Pero no -continúa san Pablo- Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor 15, 20-22)


(Continuará)

domingo, 9 de noviembre de 2014

Concilio Vaticano I y Sínodo de 2014 ( Roberto de Mattei)

 Esta entrada es un resumen de la traducción de María Teresa Moretti para Adelante la Fe, de un artículo del profesor Roberto de Mattei, director de la Agencia de Información Católica Corrispondenza Romana. En este resumen me he permitido subrayar o cambiar el tipo de letra de algunas de las frases que en él aparecen. Dice así:
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La fase histórica que se abre con el Sínodo de 2014 exige de parte de los católicos no sólo la disponibilidad a la polémica y a la lucha, sino también una actitud de prudente reflexión y estudio de los nuevos problemas que están sobre la mesa


El primero de estos problemas es la relación de los fieles con una autoridad que parece fallar en su deber. En una entrevista a “Vida Nueva” del 30 de octubre, el Cardenal Burke afirmó que “hay una fuerte sensación de que la Iglesia está como una nave sin timón”. Es una imagen fuerte, pero perfectamente correspondiente al cuadro general.

El camino que hay que seguir en esta situación tan confusa no es el de sustituir al Papa y a los obispos en la conducción de la Iglesia, cuyo supremo timonel sigue siendo en todo caso Jesucristo. De hecho, la Iglesia no es una asamblea democrática, sino una sociedad monárquica, divinamente fundada sobre la institución del Papado, que representa su piedra insustituible. El sueño progresista de republicanizar a la Iglesia y transformarla en una condición de “sinodalidad” permanente está abocado a estrellarse contra la constitución Pastor Aeternus del Vaticano I que definió no sólo el dogma de la infalibilidad, sino sobre todo el del pleno e inmediato poder del Papa sobre todos los obispos y sobre toda la Iglesia.

El 18 de julio de 1870, ante una inmensa muchedumbre que abarrotaba la basílica, el texto final de la constitución apostólica Pastor Aeternus fue aprobado con 525 votos a favor y 2 en contra. Cincuenta y cinco miembros de la oposición se abstuvieron. Inmediatamente después de la votación, Pío IX promulgó solemnemente como regla de fe la constitución apostólica Pastor Aeternus.

La Pastor Aeternus establece que el primado del Papa consiste en un verdadero y supremo poder de jurisdicción, independiente de cualquier otro poder, por encima de todos los Pastores y del entero rebaño de los fieles. Él posee este poder supremo no por delegación de parte de todos los obispos o de toda la Iglesia, sino en virtud de un derecho divino. El fundamento de la soberanía pontificia no consiste en el carisma de la infalibilidad, sino en el primado apostólico que el Papa posee sobre la Iglesia universal en cuanto sucesor de Pedro y príncipe de los Apóstoles.

El Papa no es infalible cuando ejerce su poder de gobierno: en efecto, las leyes disciplinarias de la Iglesia, diversamente de las divinas y naturales, pueden cambiar. Sin embargo es de fe divina, y por tanto garantía del crisma de la infalibilidad, la constitución monárquica de la Iglesia, que confía al Pontífice romano la plenitud de la autoridad. Esta jurisdicción, además del poder de gobierno, incluye también el del Magisterio.

La constitución Pastor Aeternus establece con claridad cuáles son las condiciones de la infalibilidad pontificia. Tales condiciones fueron ampliamente explicadas por Mons. Vincenzo Gasser, obispo de Bressanone y relator oficial de la diputación de la fe, en su intervención del 11 de julio de 1870.

En primer lugar, puntualizó Mons. Gasser, el Papa no es infalible como persona privada, sino como “persona pública”. Y por “persona pública” se debe entender que el Papa esté cumpliendo con sus obligaciones, hablando ex cathedra como Doctor o Pastor universal

En segundo lugar, el Pontífice debe expresarse en materia de fe o de moral, “res fidei vel morum”. 

Por último, debe querer pronunciar una sentencia definitiva sobre la materia objeto de su intervención. La naturaleza del acto que compromete la infalibilidad del Papa debe ser expresada con la palabra “definir”, que tiene como correlativo la fórmula ex cathedra.

La infalibilidad del Papa no significa en modo alguno que él goce, en materia de gobierno o de magisterio, de un poder ilimitado y arbitrario.

El dogma de la infalibilidad, mientras define un supremo privilegio, a la vez fija sus límites precisos, admitiendo la posibilidad de la infidelidad, del error, de la traición. Si no, no sería necesario rezar, en las oraciones para el Sumo Pontífice: “ut non tradat eum in animam inimicorum eius”. Si fuera imposible que el Papa pasara al bando enemigo, no haría falta rezar para que tal cosa no ocurra. Sin embargo, la traición de Pedro es el paradigma de una infidelidad posible, que, desde entonces, se cierne sobre todos los Papas de la historia, hasta el fin del mundo.

Son éstos los problemas que los católicos vinculados a la Tradición hoy día deben estudiar y profundizar. Sin negar en modo alguno la infalibilidad del Papa y su suprema autoridad de gobierno, ¿es posible y en qué manera resistirle, si él falla en su misión, que es la de garantizar la transmisión inalterada del depósito de la fe y de la moral que Jesucristo entregó a su Iglesia?

Lamentablemente, éste no fue el camino que el Concilio Vaticano II siguió, a pesar de proponerse continuar y de algún modo integrar el Vaticano I. Las tesis de la minoría contraria a la infalibilidad, derrotada por Pío IX, volvieron a aflorar en el aula del Vaticano II, bajo la nueva forma del principio de colegialidad. Si el Vaticano I había concebido al Papa como la cúspide de una societas perfecta, jerárquica y visible, el Vaticano II, y especialmente las disposiciones postconciliares, redistribuyeron el poder en sentido horizontal, atribuyéndolo a las conferencias episcopales y a las estructuras sinodales. Hoy el poder de la Iglesia parece haber sido transferido al “pueblo de Dios”, que incluye a las diócesis, las comunidades de base, las parroquias, los movimientos y las asociaciones de fieles.

El Sínodo de los Obispos de octubre ha evidenciado los resultados catastróficos de esta nueva eclesiología, que pretende fundarse sobre una “voluntad general”, manifestada a través de sondeos y cuestionarios de todo tipo. Pero ¿cuál es la voluntad del Papa, al que corresponde, por mandato divino, la misión de custodiar la ley natural y divina? 

Lo que es cierto es que en las épocas de crisis, como la que estamos atravesando, todos los bautizados tienen el derecho de defender su fe, incluso oponiéndose a los Pastores insolventes. Por lo que les toca, los Pastores y los teólogos auténticamente ortodoxos tienen el deber de estudiar la extensión y los límites de este derecho de resistencia.
Roberto de Mattei

viernes, 7 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (2 de 10)

Anteriormente a la venida de Jesucristo a este mundo, los justos del Antiguo Testamento no podían entrar en el cielo, a causa del pecado original. Lógicamente no podían estar en el Infierno, pues eran justos. Según la tradición sus almas se encontrarían en lo que se conoce como "seno de Abraham" (Lc 16, 22) un lugar semejante a lo que hoy llamamos el limbo; con la diferencia de que ellos tenían la esperanza del Cielo, que estaba a expensas de la venida del Mesías, lo que no ocurre con los que están en el limbo. 



Una vez que Jesucristo vino al mundo y, con su amor [manifestado hasta el extremo con la entrega total de su vida en la cruz] venció al pecado, también nosotros, en Él (y sólo en Él), podemos vencerlo, pues su Victoria se hace la nuestra y participamos de sus propios méritoscomo si fueran nuestros

Además, al ser Jesús no solo perfecto hombre sino también perfecto Dios, esta participación se hace extensiva a todos los hombres de todos los tiempos, también a los que vivieron antes que Él. Por eso los justos del Antiguo Testamento, que se encontraban en el "seno de Abrahán", a la espera de Su venida, se encuentran ahora en el cielo gozando de la visión beatífica. El "seno de Abrahán" dejó de existir, una vez cumplido su cometido.


Con la venida de Jesucristo a este mundo y con su muerte en la cruz por amor a los hombres, el pecado quedó vencido (Redención objetiva) y la salvación es ahora posible.  Ahora bien: para que se dé una participación real en los méritos de Jesús es precisa la unión con Él en el Espíritu Santo, de modo que formemos con Jesús un solo cuerpo. Esta condición es necesaria para que la Redención sea efectiva para nosotros (Redención subjetiva) y podamos salvarnos. 


De aquí la necesidad imperiosa que tenemos de darle al Señor una respuesta amorosa y definitiva para hacer posible nuestra salvación. Y, vistas así las cosas, como son en verdad, la conclusión a la que llegamos es que sólo se salvará aquél que quiera ser salvado, como ya se ha hablado de este tema en numerosas entradas de este blog. En realidad, a esto estamos llamados y éste -y no otro- es el sentido de nuestra vida como cristianos: ser uno en Jesucristo, transformarnos en Él, sin dejar de ser nosotros mismos, con nuestra propia personalidad, que no perdemos; lo que viene a ser un eco de las palabras de San Pablo, que todos desearíamos hacer nuestras: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). 


Una vez que Jesús ha venido a este mundo y Dios se ha manifestado plenamente en Él, haciéndonos ver así cuál es su Voluntad, no tenemos otra opción para salvarnos que no pase siempre por Jesucristo: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre" (Jn 15, 22-23).


Es un dogma de fe que  nuestra salvación sólo es posible "por Cristo, con Él y en Él", como se dice en la Santa Misa; se trata de una regla que es siempre es cierta y que no admite excepciones: "Ningún otro Nombre hay bajo el Cielo por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12) ... hasta el punto de que "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre" (1 Jn 2, 23). 


(Continuará)

jueves, 6 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (1 de 10)

De todos los misterios del Cristianismo, el más misterioso, por así decirlo, el más incomprensible e inconcebible, al menos para mí, es el de la Encarnación del Hijo de Dios. En este misterio se pone de manifiesto, de una manera palpable y visible, en Jesucristo, el Amor que Dios ha tenido y sigue teniendo a los hombres. Un amor que no es genérico (el mismo para todos); cada uno es amado por Dios de un modo personalísimo y único; y por supuesto, total: "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20) dice San Pablo. Me permito hacer mías también las palabras que se leen en el Salmo ocho: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él; y el hijo de Adán para que cuides de él?" (Sal 8, 5). Aunque mi asombro, en realidad, es mayor que el del salmista, pues cuando fueron escritas estas palabras aún no había venido Jesucristo a este mundo.



La esencia de este misterio queda expresada muy bien en el comienzo del Evangelio de San Juan, cuando dice: "Y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). El Verbo es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, Dios mismo, Aquél "por quien todo fue hecho y sin el que nada se hizo de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).  1,3). 


También lo podemos leer en algunas de las cartas del apóstol Pablo; por ejemplo cuando, hablando del Verbo, dice:  "Teniendo  la forma de Dios, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8). Y dice en otro lugar que fue "probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15). 


Dios, en la Persona de su Hijo, se hizo realmente hombre, sin dejar de ser Dios, actuando por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Al niño, que nació en un pesebre, porque no había sitio para Él en ningún otro lugar, le fue puesto por nombre Jesús; y aun siendo Dios, como realmente lo era, en cuanto hombre "crecía en sabiduría, en edad y en gracia, delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52) y a sus padres "les estaba sujeto" (Lc 2, 51).  Así se lee en el Credo, que es la profesión de fe de todos los cristianos: 

"Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". 


Dos son, pues, las razones por las que se hizo hombre: Una de ellas es "nuestra salvación", la cual era imposible debido al pecado original. Tal fue la gravedad del pecado de nuestros primeros padres que afectó a toda la naturaleza humana; una naturaleza que, en aquel momento, estaba representada sólo por ellos dos; pero que se transmitió a todos sus descendientes, hasta llegar a nosotros y a los que vayan a nacer en el futuro, cuando nazcan. Se habla así de que el hombre nace en un estado de "naturaleza caída".  

Por eso san Pablo llama al pecado "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7). Es realmente un misterio que el pecado de nuestros primeros padres haya tenido estos efectos. Eso nos hace entrever algo acerca de la gravedad del pecado. Aunque no acabemos de comprenderlo, puesto que es un misterio, lo cierto es que todos nacemos con el pecado original. No se trata de un pecado personal. Sólo lo fue para nuestros primeros padres. Pero afectó a toda la naturaleza humana. Por eso se dice que es un pecado de naturaleza. "En Adán todos murieron" (1 Cor 15, 22), dice san Pablo [y pues morir es estar sin Vida, siendo Dios la Vida, la muerte, en este contexto, es estar separados de Dios, que no otra cosa es el pecado. Por eso se dice también que "en Adán todos pecaron", que viene a ser lo mismo].


Quien muriese sin haber sido bautizado, y no hubiese cometido ningún pecado personal (normalmente esto es lo que ocurre con los niños muy pequeños) no iría al Infierno, lógicamente, pues Dios, que es justo y misericordioso, no lo permitiría. Sin embargo, tampoco podría ir al cielo. No debe olvidarse que el cielo es concedido gratuitamente. Se trata de un don de carácter sobrenatural, que requiere de la gracia santificante. Y ésta se recibe, ordinariamente, en el sacramento del bautismo. Jesús habla de la necesidad del bautismo para salvarse "Quien crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 16) [no obstante, debe de tenerse en cuenta que existen también el bautismo de sangre y el bautismo de deseo, pero se trata de situaciones extraordinarias, que sólo Dios conoce. Lo propio y lo sensato es bautizar al niño lo más pronto posible, desde que nace]. 


La palabra salvación se refiere a la visión beatífica, es decir, a la visión de Dios en el cielo. Ésta es un regalo, y no es exigible por la naturaleza humana, en cuanto tal; de manera que si, por las razones que sean, Dios no la concede a todos, eso no supone ninguna injusticia para con ellos, quienes, por otra parte, disfrutarían de un estado de felicidad natural, que satisfaría a su naturaleza humana. Se suele hablar del limbo, como del lugar adonde irían. (Sobre este tema ya he escrito en otras entradas de este mismo blog)



(Continuará)

miércoles, 5 de noviembre de 2014

El mundo según la Biblia (2 de 2)

3. Refiriéndose a "aquellos que optan por rechazar a Dios"

Éste es el significado corriente que se da en el Evangelio a la palabra "mundo": alude a aquellas personas que eligen como lo más importante de su vida otras cosas diferentes a Dios: el dinero, el poder, el sexo, las drogas, etc. Incluso puede tratarse de cosas que, en si mismas, son buenas, pero que dejarían de serlo si, de alguna manera se las endiosa y adquieren para nosotros una importancia superior a Dios. Tales podrían ser la música, el cine, los amigos, la propia voluntad, etc. 


En este sentido, la tarea principal de un cristiano a lo largo de su vida es la de ir arrancando de sí mismo, poco a poco, ayudado por la gracia, todo lo que observa que hay en él de "mundo", sea lo que fuere, en tanto en cuanto es consciente de que puede separarle de su unión con Dios en Jesucristo. Casi todas las expresiones bíblicas usan el término "mundo" con este significado. Pongamos algunos ejemplos:


- "El que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (Sant 4,4)

- "No os amoldéis a las normas del mundo presente" (Rom 12, 2)
- "Ellos no son del mundo como tampoco Yo soy del mundo" (Jn 17, 14)
- "Si el mundo os odia sabed que antes me ha odiado a Mí "(Jn 15, 18) 
- "Los hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz" (Lc 16, 8)
- "Tened buen ánimo: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)
- "Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha"( 1 Jn 4, 5)

El simple hecho de que todo el mundo hable bien del papa Francisco, a mí personalmente me pone en guardia; pues resulta que aquellos que más alaban su labor y están más contentos de su actuación son justo los que más odian a la Iglesia: ateos, judíos, musulmanes, protestantes, etc. Como sabemos el papa Francisco elegido hombre del año 2013 por la revista Time, un medio que es enemigo del Papado. Acerca de este asunto puede leerse un buen artículo de Cesár Uribarri , que transcribí en este mismo blog y que desapareció misteriosamente a las pocas horas de ser publicado en "Religión en Libertad". No hay que ser muy espabilado para caer en la cuenta de que si tu enemigo habla bien de tí, eso no puede ser una buena señal. Si ésto, que es evidente, no se ve, es que algo -y algo importante- debe de estar fallando.


El Papa se debe a su Iglesia y su misión, entre otras, (y esto no es ninguna opinión personal) es la de guiar a SU rebaño por el buen camino, y dar ideas claras a SUS fieles (a los fieles católicos, no al mundo). Siendo esto así, como lo es, su proceder -tanto en su actuación como en sus palabras- está produciendo mucha confusión entre aquellos fieles católicos, que son los verdaderos, que pretenden seguir manteniéndose firmes en lo que siempre ha sido la doctrina de la Iglesia. Ésta no puede cambiar y el Papa tiene la obligación de iluminarles con sus palabras y con su vida.

En vista de lo que está ocurriendo no puedo evitar que acudan a mi mente aquellas palabras que pronunció Jesucristo, como advertencia a sus discípulos, y que no necesitan comentario, por su claridad diáfana: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15,19). 


Si Jesús y sus palabras significan aún algo para nosotros ... y aplicamos la sana lógica aristotélica, la conclusión se impone por sí soladejamos al lector que la adivine

¿Es que ha llegado ya la hora de cambiar la doctrina perenne de la Iglesia Católica? Eso no puede hacerse. Yo estoy convencido de que "teóricamente" (al menos de momento) la doctrina no se va a tocar. Así se tendrá contentos a los "tradicionalistas", que considerarán que ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. Sin embargo, se trata, en realidad, de una trampa y de un engaño; pues la "praxis" será otra. Habrá un cambio de hecho que es, en definitiva, lo que importa. Aparecerá como que la Iglesia sigue siendo la Iglesia de siempre, ..., pero si no queremos ser engañados, debemos de fijarnos en los frutos que se han producido y que se van a producir: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20). Éstos son los que indican la veracidad o falsedad de lo que se dice o de lo que se escribe. Y el hecho que se observa -para el que quiera ver- es que todas las teorías modernistas, de apertura al mundo y de olvido o rechazo de lo sobrenatural, están cada vez más infiltradas en la Iglesia: no hay más que abrir los ojos. 


La condición normal de un cristiano es el odio del mundo, pues así ocurrió con Jesús. Y ya nos advirtió que sucedería así:  "Si el mundo os odia sabed que antes me ha odiado a Mí "(Jn 15, 18). Nos encontramos, en cambio, con el aplauso del mundo ante las decisiones papales que están teniendo lugar actualmente. "Ellos son del mundo -decía Jesús-; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha"( 1 Jn 4, 5). ¿No deberían hacernos pensar estas palabras del Señor? Si el mundo que, por definición y en términos bíblicos, reniega de Dios y de Jesucristo, este mundo, digo, aplaude y escucha al papa Francisco, la única conclusión lógica posible es la de que el papa está hablando según el mundo, es del mundo ... Por eso tiene a su favor a la inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas. Y todos aquellos que son enemigos declarados de la Iglesia, ahora alzan la voz en favor de este Papa: ¡éste  es el Papa que la Iglesia necesita, un Papa comprensivo, que está con los tiempos modernos y que no se ha quedado estancado en el pasado, etc. Parece como si se hubiese olvidado que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). 


Todo está ocurriendo como si la  Iglesia estuviera corriendo tras el mundo, para no quedarse atrás en esta carrera a ninguna parte ... A mi entender, no se acaba de distinguir entre el "mundo" que necesita ser salvado (es decir, el conjunto de todos los hombres) y, para ello, no tiene otro camino que acoger el Mensaje de Jesucristo: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6) y el "mundo" que es enemigo de Jesucristo, a quien odia, igual que odia a la Iglesia y a los que permanecen fieles a las enseñanzas de Jesús.  


Con relación a la pastoral, es fundamental tener en cuenta que nunca se puede alterar el mensaje original: Se puede -y se debe- profundizar en ese mensaje, para darlo a conocer a todos y que éstos puedan comprenderlo ... pero sin alterar la esencia del mensaje. De lo contrario se estaría engañando a la gente, haciéndole pasar por palabra de Dios lo que es un mero invento del hombre. Lo que está bien claro -o debería de estarlo- es que no se puede servir a Dios y al mundo; son incompatibles: "el que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (Sant 4,4). Ante la victoria aparente del mal, el cristiano debe grabar muy fuerte, en su mente y en su corazón, las palabras de Jesús, esas que "no pasarán" (Mt 24, 35):  "Tened buen ánimo: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)

martes, 4 de noviembre de 2014

El mundo según la Biblia (1 de 2)

En la Biblia la palabra "mundo" tiene tres posibles connotacionesSu correcto significado, en cada caso, se sobreentiende por el contexto en el que aparece. 

1. Refiriéndose a "todo lo que existe"

- "Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él" (Hech 17, 24)

- "En Él [en Jesucristo] nos eligió antes de la creación del mundo" (Ef 1, 4)
- "Vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Tim 1, 15)
- "Nada hemos traído a este mundo y nada tampoco podremos llevarnos de él" (1 Tim 6,7) 
- "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él" [por Jesucristo] (Jn 1,10)

En este sentido, se puede afirmar del mundo que es bueno, pues  "vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31)




2. Refiriéndose a "todos los hombres"


- "No he venido a condenar al mundo sino a salvarlo" (Jn 12, 47)
- "Yo he hablado públicamente al mundo" (Jn 18, 20) 

En los versículos que siguen la palabra mundo, aunque sea de modo implícito, se puede entender como aquellos lugares de la tierra adonde se debe ir y también como las personas a las que se debe evangelizar: "Id por todo el mundo [lugares de la Tierra] y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). "Id y enseñad a todas las gentes" (Mt 28, 19). Con estas expresiones: toda criatura, todas las gentes, el Señor se refiere, de modo implícito, a todo el mundo. Son modos de expresar una misma idea que aquí sería "todas las personas"

Aunque si hay algo que queda muy claro es el deseo del Señor de que su mensaje llegue a todos los hombres que pueblan la tierra. El mensaje de Jesús no tiene que desenvolverse en la esfera de lo privado ni en la de los sentimientos personales, como algunos pretenden. Cuando un ángel del Señor se apareció a ciertos pastores que pernoctaban al raso y velaban por sus rebaños, éstos se llenaron de temor. Y el ángel les dijo: "No temáis; mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor" (Lc 2, 10-11) 

Se trata de algo extraordinario, ocurrido en un determinado momento histórico, como es el nacimiento de Jesús. La alegría que esto supone es tan grande que nadie tiene derecho a guardársela para sí solo. Es una "alegría para todos los hombres".  Así habló el Señor a sus discípulos: "Gratis lo habéis recibido: dadlo gratis" (Mt 10, 8). Este mensaje fue revelado tan solo a unos cuantos hombres, los apóstoles, para que ellos, a su vez, lo transmitieran a otros ... y así hasta el final de los tiempos. 


La Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, es la encargada de llevar a cabo esa misión y de interpretar fielmente las palabras de JesúsComo sabemos, las fuentes de la Revelación son las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Ésta tiene que mantener a salvo el depósito revelado, sin omitir ni añadir nada, sabiendo que las palabras de Jesús que, además de verdadero hombre, es verdadero Dios (el único Dios) sirven para todos los hombres de todos los lugares del mundo y de todos los tiempos: no son palabras que estén condicionadas por el momento y el lugar. Ciertamente su aplicación, en cada caso, puede ser diferente, por razones pastorales, pues lo que se pretende es que el Mensaje llegue a todos los hombres y de la manera más eficaz posible. Las palabras de Jesús podrán ser así mejor comprendidas y asimiladas por ellos para que puedan ponerlas en práctica en sus vidas ... pero sin olvidar nunca -y ésto es sumamente importante- que deben ser auténtica palabra de Dios lo que se les transmite y no doctrinas meramente humanas, pues "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8) 



(Continuará)

lunes, 3 de noviembre de 2014

El misterio del pecado

El pecado es un "misterio de iniquidad"  (2 Tes 2, 7), que se opone al Amor de Dios, y como tal debe ser castigado. Las palabras de San Pablo que vienen a continuación son muy fuertes, y difíciles de entender, pero son verdad, pues son palabras de las Sagradas Escrituras cuyo autor principal es el Espíritu Santo. Dice así: "A Aquél que no conoció pecado [esto es, a Jesucristo], le hizo pecado [también se puede decir, sin faltar a la verdad, que el Hijo se hizo pecado, pues en Dios, que es Uno, hay una sola Voluntad] por nosotros, para que [nosotros] nos hiciéramos justicia de Dios en Él" (2 Cor 5, 21). 



Dios Padre descargó su Justicia contra su Hijo, que era el Justo entre los justos, Aquél que no conocía pecado y a quien nadie podía acusarle de pecado (Jn 8, 46) ...  porque "le hizo pecado". Jesús tomó sobre sí -e hizo suyos, realmente suyos- todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares, desde Adán y Eva hasta el final de los tiempos: "se hizo pecado por nosotros"Dios castigó el pecado en su propio Hijo, quien hizo así posible que "nos hiciéramos justicia de Dios en Él". Dio su Vida por nosotros: hizo suyos, realmente suyos, nuestros pecados; apareció como realmente pecador -sin serlo- ante su propio Padre; y padeció en Sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados, como si Él los hubiera cometido. Hasta ese extremo nos amó Dios. No cabe amor mayor que éste. 


La muerte de Jesús en la cruz fue la máxima expresión posible de su amor por nosotros: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) [un amor ciertamente incomprensible e inmerecido]; y lo hizo para que nosotros pudiéramos tener vida en Él, ya que sólo "Él es la Vida" (Jn 14, 6). "Yo he venido -dice Jesús, refiriéndose a las ovejas que lo siguen- para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).


"En resumen -dice san Pablo-  igual que por el pecado de uno solo vino la condenación sobre todos los hombres, así también por la justicia de uno solo viene sobre todos la justificación que da la vida" (Rom 5, 18). 


Es fundamental, por lo tanto, que los pecados sean reconocidos y confesados como tales pecados, y no negarlos"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 8). Es de justicia reconocer la verdad. En el episodio de la mujer adúltera se ponen de manifiesto la justicia y la misericordia del Señor. Cuando los escribas y fariseos llevaron a esta mujer ante Jesús y le preguntaron, para tentarle, si debía de ser lapidada o no, Jesús les respondió: "Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la piedra el primero" (Jn 8, 7). Entonces se fueron yendo todos, comenzando por los más ancianos, y se quedó solo con la mujer, que estaba delante: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella contesto: "Ninguno, Señor". Jesús le dijo: Tampoco Yo te condeno.[Misericordia y perdón] Vete y no peques más [Verdad y justicia] (Jn 8, 10-11)


¿Acaso no ha practicado la Iglesia la comprensión y la misericordia hacia los pecadores, que lo somos todos, durante veinte siglos? ¡Por supuesto que lo ha hecho! ... pero nunca los ha engañado ni les ha ocultado la verdad: era necesario que se arrepintieran de sus pecados para poder alcanzar el perdón; era necesario que reconocieran la verdad y que al pecado le llamaran pecado; y una vez confesado el pecado y arrepentidos por haberlo cometido, entonces -y sólo entonces- actuaba la misericordia y el perdón por parte de Dios. Al unirse a Jesucristo y recobrar la gracia, el pecado desaparecía, como si nunca se hubiera cometido, porque en Jesucristo, mediante su muerte en la Cruz por Amor, la justicia de Dios fue satisfecha, de una vez por todas y para siempre. La Cruz fue el triunfo del Bien sobre el Mal. Allí se manifestó el Amor de Dios, allí Dios se reconcilió con el hombre, en Jesucristo.


"¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo" (1 cor 15, 55-57)