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domingo, 16 de octubre de 2022

¿Cuáles son los dones y frutos del Espíritu Santo?



Para muchos es el gran desconocido: el Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad.

El catecismo de la Iglesia católica explica que «la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo».

Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios […] Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17).

Les ofrecemos la explicación de cada uno de los siete dones del Espíritu Santo con definiciones dadas por el obispo José Ignacio Munilla en diversas predicaciones suyas:

Los 7 dones del Espíritu Santo

Sabiduría: Es el que lleva a la perfección la virtud de la caridad; de la misma forma que el don de entendimiento perfeccionaba la virtud de la fe. Si decimos que la virtud de la caridad es lamas excelente de las virtudes teologales, se entiende que ahora digamos que el don de sabiduría sea el más excelente de todos los dones del Espíritu Santo. Es el don que «eleva el corazón hacia las cosas de arriba», purificándonos de todos los afectos terrenales y dándonos a gustar el «sabor de las cosas divinas».

Inteligencia: Hábito sobrenatural infundido en la inteligencia del hombre, que nos hace aptos para una intuición penetrante de las verdades reveladas. No solo de las verdades prácticas, también de las verdades morales. No solo en cuanto a la «especulación» de la fe, sino a las verdades reveladas en cuanto a ti: «aquí y ahora».

Consejo: Nos permite «intuir con facilidad y prontitud» en las distintas circunstancias de la vida lo que «es voluntad de Dios» «lo que conviene hacer al fin sobrenatural».

Fortaleza: es un «habito sobrenatural que robustece el alma» para practicar toda clase de virtudes heroicas con una «confianza invencible», llegando a superar los mayores peligros y resistiendo las dificultades que puedan surgir.

Ciencia: produce en nosotros una «lucidez sobrenatural» para ver las cosas del mundo según Dios. El don de ciencia nos está recordando que este mundo tiene una vanidad y una capacidad de seducción, de la cual nos quiere liberar.

Piedad: es un habito infundido por el Espíritu Santo en la voluntad que nos da un afecto filial hacia Dios, considerado como Padre; y con un sentimiento de fraternidad universal con todos los hombre; percibiéndolos como hermanos nuestros: «hijos del mismo Padre».

Temor de Dios: Este don nos da un gran sentido «reverencial» hacia la majestad de Dios. Nos permite alcanzar docilidad, para apartarnos del pecado y someternos a la voluntad de Dios.

Los 12 frutos del Espíritu Santo

Por otro lado, el punto 1832 del catecismo de la Iglesia católica, habla de los frutos del Espíritu. Los define como «perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna».

La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).

Les ofrecemos la explicación de cada uno de ellos explicado por el sacerdote Francisco Fernández Carvajal, autor de numerosos libros de espiritualidad:

Caridad: Es la primera manifestación de nuestra unión con Cristo. Es el más sabroso de los frutos, el que nos hace experimentar que Dios está cerca, y el que tiende a aligerar la carga a otros. La caridad delicada y operativa con quienes conviven o trabajan en nuestros mismos quehaceres es la primera manifestación de la acción del Espíritu Santo en el alma: «no hay señal ni marca que distinga al cristiano y al que ama a Cristo como el cuidado de nuestros hermanos y el celo por la salvación de las almas».

Gozo: La alegría es consecuencia del amor; por eso, al cristiano se le distingue por su alegría, que permanece por encima del dolor y del fracaso. ¡Cuánto bien ha hecho en el mundo la alegría de los cristianos! «Alegrarse en las pruebas, sonreír en el sufrimiento…, cantar con el corazón y con mejor acento cuanto más largas y más punzantes sean las espinas (…) y todo esto por amor… este es, junto al amor, el fruto que el Viñador divino quiere recoger en los sarmientos de la Viña mística, frutos que solamente el Espíritu Santo puede producir en nosotros».

Paz: Existe la falsa paz del desorden, como la que reina en una familia en la que los padres ceden siempre ante los caprichos de los hijos, bajo el pretexto de «tener paz. La paz, fruto del Espíritu Santo, es ausencia de agitación y el descanso de la voluntad en la posesión estable del bien.

Paciencia: Ante los obstáculos, las almas que se dejan guiar por el Paráclito producen el fruto de la paciencia, que lleva a soportar con igualdad de ánimo, sin quejas ni lamentos estériles, los sufrimientos físicos y morales que toda vida lleva consigo. La caridad está llena de paciencia; y la paciencia es, en muchas ocasiones, el soporte del amor. «La caridad –escribía San Cipriano–es el lazo que une a los hermanos, el cimiento de la paz, la trabazón que da firmeza a la unidad… Quítale, sin embargo, la paciencia, y quedará devastada; quítale el jugo del sufrimiento y de la resignación, y perderá las raíces y el vigor».

Longanimidad: Es semejante a la paciencia. Es una disposición estable por la que esperamos con ecuanimidad, sin quejas ni amarguras, y todo el tiempo que Dios quiera, las dilaciones queridas o permitidas por Él, antes de alcanzar las metas ascéticas o apostólicas que nos proponemos. Este fruto del Espíritu Santo da al alma la certeza plena de que –si pone los medios, si hay lucha ascética, si recomienza siempre–se realizarán esos propósitos, a pesar de los obstáculos objetivos que se pueden encontrar a pesar de las flaquezas y de los errores y pecados, si los hubiera.

Bondad: Es una disposición estable de la voluntad que nos inclina a querer toda clase de bienes para otros, sin distinción alguna: amigos y enemigos, parientes o desconocidos, vecinos o lejanos. El alma se siente amada por Dios y esto le impide tener celos y envidias, y ve en los demás a hijos de Dios, a los que Él quiere, y por quienes ha muerto Jesucristo.

Benignidad: Es precisamente esa disposición del corazón que nos inclina a hacer el bien a los demás. Este fruto se manifiesta en multitud de obras de misericordia, corporales y espirituales, que los cristianos realizan en el mundo entero sin acepción de personas. En nuestra vida se manifiesta en los mil detalles de servicio que procuramos realizar con quienes nos relacionamos cada día. La benignidad nos impulsa a llevar paz y alegría por donde pasemos, y a tener una disposición constante hacia la indulgencia y la afabilidad.

Mansedumbre: Está íntimamente unida a la bondad y a la benignidad, y es como su acabamiento y perfección. Se opone a las estériles manifestaciones de ira, que en el fondo son signo de debilidad. La caridad no se aíra14, sino que se muestra en todo con suavidad y delicadeza y se apoya en una gran fortaleza de espíritu.

Fidelidad: Una persona fiel es la que cumple sus deberes, aun los más pequeños, y en quien los demás pueden depositar su confianza. Nada hay comparable a un amigo fiel –dice la Sagrada Escritura–; su precio es incalculable. Ser fieles es una forma de vivir la justicia y la caridad. La fidelidad constituye como el resumen de todos los frutos que se refieren a nuestras relaciones con el prójimo.

Modestia: Una persona modesta es aquella que sabe comportarse de modo equilibrado y justo en cada situación, y aprecia los talentos que posee sin exagerarlos ni empequeñecerlos, porque sabe que son un regalo de Dios para ponerlos al servicio de los demás. Este fruto del Espíritu Santo se refleja en el porte exterior de la persona, en su modo de hablar y de vestir, de tratar a la gente y de comportarse socialmente. La modestia es atrayente porque refleja la sencillez y el orden interior.

Continencia y Castidad: Como por instinto, el alma está extremadamente vigilante para evitar lo que pueda dañar la pureza interior y exterior, tan grata al Señor. Estos frutos, que embellecen la vida cristiana y disponen al alma para entender lo que a Dios se refiere, pueden recogerse aun en medio de grandes tentaciones, si se quita la ocasión y se lucha con decisión, sabiendo que nunca faltará la gracia del Señor.