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martes, 31 de marzo de 2020

En ausencia de los sacramentos



Para los que aman al Señor, todo lo que les ocurre es para su bien. Vamos a citarlo en latín para los que necesitan un mantra que ayude a encajar por qué está pasando todo esto: Rm. 8, 28: Omnia cooperantur in bona diligentibus Deum.

¿Pero qué decir de esta decisión de los políticos y de los obispos (no voy a entrar en lo que pienso del problema) de prohibir la asistencia a Misa? ¿Puede ser que Dios utilice esto para nuestro bien?

Y tanto. Primero para nuestra humildad. Muchos que se han quedado en casa por su propia cuenta en tiempos pasados, por sus propias enfermedades, ahora están enrabiados contra los obispos por esta decisión. Entonces, si lo decido yo, está bien, pero si me lo imponen, ¿eso sí que está mal? Si yo aplico lo que juzgo correcto y según el sentido común, con los datos que tengo y por caridad hacia los demás o por mi propio bien, mi decisión es correcta. Pero, como otro tome esa decisión y tenga yo que obedecer… eso ya no es tan fácil de aceptar. Así que primero tenemos algunos que hacer un ejercicio de humildad.

¿Entonces no hay razones para pensar que hubiera sido mejor no quitar el culto público? Según se puede ver aquí http://www.quenotelacuenten.org/2020/03/25/templos-cerrados-y-curas-heroicos-el-precedente-de-la-fiebre-amarilla/, no es la primera vez en la historia que se hace, en contra de lo que muchos han dicho, poniendo el grito en el cielo. Y, como dice en ese artículo, quizá es demasiado pronto para saber si la medida ha sido de provecho o no. La medida de dejar el templo abierto “para dar acceso a unos pocos fieles”, sí sería una mejora, pero no soluciona el problema tal como se ha propuesto. Si la premisa es que no dejar acceso a los fieles es una falta de fe y una manera de sucumbir al miedo… la solución es dejar los templos abiertos de par en par y que acuda todos los que quieran. Si no, al pasar del númerus clausus… ¿qué dirá el resto? ¿No podrían levantar la misma acusación que, hace un momento, estaba en boca de los que sí pudieron entrar a estar presentes en la Santa Misa? Además, de todos los que han dado la voz de alarma por la falta de fe de los obispos, no he leído a ninguno– de los que escriban o hablen de manera equilibrada– que diga que “no haya que tomar las medidas sanitarias pertinentes”. Lo que pasa es que la medida que se ha tomado ha sido, o así parece, muy dura.

Pero volvamos al hecho: no hay Misas con fieles presentes y en muchos sitios el acceso a la confesión se ha quedado como una imposibilidad. No, lamentablemente, una urgencia por enfermedad espiritual seguramente no va a abrir el bloqueo de la guardia civil ni de la policía local. ¿Y Dios puede sacar bien de aquí?

Y tanto. En primer lugar ¿cuándo ha habido una añoranza tan grande por tantas personas de poder ir a Misa y recibir la comunión? ¿Acaso esa distancia, ese deseo, en sí, no tiene ningún valor? ¿Cae sobre oídos sordos de Dios? De muchas maneras puede Dios utilizar esto para despertarnos de la manera rutinaria en que recibíamos la comunión con frecuencia semanal e incluso hacernos ver que si Le echamos tanto de menos en la eucaristía, podíamos hacer un esfuerzo mayor por recibirle más a menudo. Si tanto lo apreciamos… o quizá esta situación haga que muchos lleguen a apreciarlo mucho más.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, cabe imaginar que tanto abuso de la comunión, la comunión en pecado y la comunión en la mano, ha hecho que Dios permita este mal del virus y la consiguiente cerrazón de las iglesias para darnos un momento para pensarnos bien las cosas. Puede dar mucho que hablar el hecho de que las directrices sociales eran no dar la mano porque es el medio de contagio mayor ... y las iglesias particulares urgiendo comulgar en la mano … el que pueda entender, que entienda.

¿Y los que no tienen acceso a la confesión? Hay dos consideraciones muy importantes que hacer. Por un lado, si todos los mecánicos del mundo desaparecieran, ¿acaso no conduciría la gente, que aprecia su coche, con más cuidado? Y por otro, es el momento para que los que somos pecadores decidamos si tiene sentido salir corriendo de la presencia de Dios porque hemos pecado, o más vale que nos apeguemos a Él más que nunca ya que sólo en Él está la salvación. No volveré a entrar en la contrición perfecta, pero el primer paso para lograr esa contrición perfecta es creer en el Amor Inagotable que Dios me tiene. Mirad 1 Jn. 4, 19: “Nosotros amamos a Dios porque Él no amó primero”. Si no se es consciente del primer momento, el amor de Dios, no se llega al segundo: mi amor a Él.

Por supuesto, es terrible que alguien se tenga que ver ante la muerte sin el auxilio de los sacramentos. No creo que haya tragedia peor, salvo la situación de la persona a la que le da lo mismo esa situación. Pero la gracia de Dios no se limita a los sacramentos. Recordemos una definición básica del catecismo olvidado: ¿Cómo nos comunica Dios la gracia? Dios nos comunica la gracias principalmente por medio de los santos sacramentos. Mirad como no dice que son la única manera que tiene Dios de conceder la gracia. La contrición perfecta, la comunión espiritual, y un largo etcétera, nos aseguran que la mano de Dios no se ha retirado de nosotros y no estamos al desamparo total de la gracia.

Todo lo que ocurre a los que aman a Dios es para su bien. De todo aquello que a nosotros nos parece un mal, Dios puede sacar el bien, y así lo hace. Éstos son tiempos para dejarle actuar.
 
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