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miércoles, 17 de octubre de 2018

¿Qué es, exactamente, un “cristiano rígido”, Santo Padre? (Carlos Esteban) Comentado por José Martí


Lo que dijo el Papa sobre los cristianos rígidos puede leerse aquí. Parte de su homilía se encuentra en este vídeo de Rome Reports:

Duración 1:13 minutos

La obsesiva advertencia del Papa Francisco contra los cristianos “rígidos y excesivamente cumplidores de las normas” parece enfrentarse a un problema casi inexistente, cuando el peligro parece masivo en la dirección opuesta.

En la película de Paolo Sorrentino ‘La Gran Belleza’ -una aguda pero desesperanzada crítica a la modernidad-, hay una escena en la que el protagonista, Jep Gambardella, hace una entrevista a una ‘artista’ moderna cuya obra consiste en estamparse la cabeza contra un muro hasta sangrar. Un fraude, como tantos, que dice basar su ‘obra’ en las vibraciones: las vibraciones lo son todo, están en todas partes y ella las siente y las refleja en su ‘arte’. En ese momento, Gambardella la interrumpe, con el bloc en la mano, para espetarle una pregunta: “¿Qué son las vibraciones?”.

La artista balbucea, intenta zafarse, le pide que le pregunte por otros aspectos de su vida, pero el periodista insiste: “No, quiero saber qué demonios son las vibraciones”. La entrevista, naturalmente, acaba ahí, con la esperable irritación de la timadora artística, que se ve descubierta así en su vaciedad.

No se me entienda mal si digo que se me ha venido esa escena a la cabeza leyendo la última homilía del Santo Padre en la que, una vez más, nos advierte contra los “cristianos rígidos”.
“Tengan cuidado de los rígidos”, alerta Su Santidad. “Estén atentos ante los cristianos -ya sean laicos, sacerdotes, obispos- que se presentan tan ‘perfectos’, rígidos. Estén atentos. No está el espíritu de Dios allí”.
Sí, de acuerdo, lo entendemos. Hay que guardarse del fariseísmo, y el Evangelio del día no podía ser más oportuno en este sentido, con Jesús en casa del fariseo al que acusa de limpiar la copa por fuera y dejarla sucia por dentro.

Pero no se puede decir que el Papa innove mucho en este aspecto. La palabra ‘fariseísmo’ es invento nuestro, y desde que existe Iglesia se predica contra la hipocresía y un cumplimiento de la Ley, ayuno de caridad y sin una correspondencia interior.

Es sólo que en Francisco el mensaje es ya obsesivo, a todas horas se nos advierte contra ese católico ‘rígido’ y obsesionado con el cumplimiento de los preceptos, hasta el punto de que, como con tantas ‘palabras-fetiche’ del pontífice, sentimos la desesperación inquisitiva de Jep Gambardella: pero, Santo Padre, ¿qué es exactamente ‘rígido’? ¿A qué se refiere?

¿Cree de verdad el Santo Padre que el problema de la gente hoy es “un excesivo apego a las reglas”? ¿En serio? En estos momento se celebra aún en Roma un sínodo que tiene como objetivo, aunque a veces parezca coartada, a los ‘jóvenes’, la generación que, por ley de vida, nos sucederá y decidirá cómo va a ser la práctica católica de los próximos veinte, cuarenta, sesenta años. ¿Le parece que su mayor riesgo es el de un excesivo moralismo, un rígido cumplimiento de las reglas morales?

El otro día intervino la más joven de las participantes en una rueda de prensa del sínodo, la auditora chilena Silvia Teresa Retamales. En su intervención, como hemos contado, Retamales dijo de sus coetáneos ‘los jóvenes’ que “quieren que la Iglesia sea más abierta […] una Iglesia multicultural que esté abierta todos, que no juzgue, una comunidad que haga que todos se sientan en casa”.

Retamales, Santo Padre, es representativa. Usa exactamente las mismas palabras que el pontífice: apertura, diálogo, escucha, acompañamiento, abstenerse de juicio. Palabras todas ellas muy hermosas, pero que designan, por así decir, un talante, no un contenido. Un diálogo tiene que partir de algún sitio y llegar a algún sitio para que tenga algún valor; un debe tener algo que decir para poder dialogar, y ese algo, el contenido, es lo que querríamos conocer.

Su invectiva continua contra los ‘cristianos rígidos, obsesionados con el cumplimiento’ roza la manía, más aún cuando en el soliloquio vuelve a hacer referencia a lo que sólo un ciego podría dejar de ver como una referencia a su situación personal, una defensa velada de su relativo silencio, como cuando en esa misma homilía dice: 
Jesús califica a esta gente con una palabra: 'hipócrita'. Gente con un alma codiciosa, capaz de matar. Y capaz de pagar para matar o calumniar, como se hace hoy. Incluso hoy se hace así: se paga para dar malas noticias, noticias que ensucien a los demás”.

Carlos Esteban
NOTA personal: No sé por qué, pero me da la impresión de que con eso de las calumnias el santo Padre parece referirse a Monseñor Viganò, aunque es preciso tener en cuenta que una calumnia es, por definición, una acusación falsa, hecha maliciosamente, con la intención de hacer daño ... Y que yo sepa nadie ha demostrado que sea falso lo que dice Monseñor Viganò quien, además, testimonia poniendo a Dios como testigo de que cuanto dice es verdad. No se ve ahí ninguna intención maliciosa de hacer daño. 
Si realmente Francisco está convencido de que Monseñor Viganò ha calumniado, nada tan sencillo como realizar esa investigación que él pide, de manera que brille la verdad. En cambio, calla o acusa, con ambigüedad. ¿No será, acaso, que es verdad -de verdad- todo cuanto afirma Viganò en su testimonio de 11 páginas y que lo que tiene Francisco es miedo a que la verdad salga a relucir, puesto que él mismo está implicado en dicho informe? 
Aunque una noticia sea mala -y desde luego, ésta lo sería- sin embargo, si se corresponde con la verdad, tal noticia no «ensucia a los demás» pues éstos ya están sucios. El culpable no es quien denuncia los hechos delictivos, sino quien los ha cometido. El culpable de un asesinato, por ejemplo, no es quien lo denuncia sino quien lo ha cometido ... Y esta suciedad, que hace referencia al lobby homosexual que domina el Vaticano, debe ser limpiada. Si se conoce de su existencia -y eso es lo que se deduce del testimonio de Viganò- la denuncia no sólo no es mala, sino que es un deber, es una obligación. Tal suciedad no hay que ocultarla, pues es entonces cuando se haría daño realmente ... ¡y muchísimo daño, pues lo que está en juego es nada menos que el porvenir de la Iglesia católica!  
Claro está, Francisco - aun cuando lo deja entrever- no alude, en ningún momento, a Monseñor Viganò, cuando habla de rigidez. No lo hace de un modo explícito, por supuesto. Nos quedamos, entonces, con la duda: ¿A qué y a quién o a quiénes se refiere Francisco, cuando habla de rigidez? No queda nada claro. Y es que, como bien dice Carlos Esteban en este artículo, desconocemos el contenido que Francisco quiere darle a esa palabra [«rígido»], una palabra que tantísimas veces ha repetido -por activa y por pasiva- a lo largo de su Pontificado. 
José Martí