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domingo, 26 de noviembre de 2017

Ahora lo advierte un teólogo anglicano: Este Papa no es católico (Christopher A. Ferrara)



A esta altura de la Debacle Bergogliana, el reconocimiento de que Francisco es una amenaza para la integridad de la fe quedó tan establecido entre los principales comentaristas, que hasta un teólogo anglicano, escribiendo para First Things, ha dado una señal de alarma.

“¿El Papa es católico? Durante al menos un siglo, esta era la manera en que los anglicanos bromeábamos cuando algo era demasiado obvio como para decirlo”, escribe Gerald McDermott, profesor de teología en la escuela Beeson Divinity School. “Pero”, prosigue: “hoy debemos preguntarnos seriamente si el Papa no es un protestante liberal”.

McDermott cita numerosos ejemplos de la catarata interminable de heterodoxia oral y escrita generada por Francisco en los últimos cuatro años y medio. Los lectores de The Remnant los conocen bien y no hay necesidad de recordarlos aquí. Al igual que los católicos preocupados, McDermott se centra en el insulto que corona este destructivo pontificado: Amoris Laetitia y su increíble intento de introducir la ética casuística en la teología moral católica.

McDermott observa que John Finnis, renombrado filósofo del derecho, católico, y el igualmente renombrado teólogo de la moral, Germain Grisez—ambos figuras de la corriente católica “conservadora” que difícilmente podrían considerarse “tradicionalistas radicales”—sostienen que “según la lógica de Amoris Laetitia, algunos fieles son demasiado débiles como para cumplir los mandamientos de Dios, y pueden vivir en estado de gracia a pesar de que continúan cometiendo pecados habituales ‘de materia grave.’” A lo que McDermott agrega: “Como (el Episcopal) Joseph Fletcher, quien enseñó Ética Casuística en la década de 1960, la exhortación sugiere que hay excepciones a cada norma moral y que no existe algo como un acto intrínsecamente malo.”

“Durante décadas,” continúa McDermott, “los anglicanos ortodoxos y otros protestantes que buscaban resistir las apostasías del cristianismo liberal, miraban a Roma en busca de apoyo moral y teológico. La mayoría de nosotros reconocía que en verdad se luchaba contra la revolución sexual, que había infiltrado y corrompido la Iglesia Episcopal y su progenitor del otro lado del charco. Primero fue la santidad de vida y la eutanasia. Luego, la práctica homosexual. Ahora se trata del matrimonio homosexual y la ideología transgénero. Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, nosotros, los no católicos que debatíamos la teología moral, podíamos apuntar a los argumentos instruidos y convincentes que salían de Roma y decir, en efecto, que ‘La parte más antigua y más grande del Cuerpo de Cristo concuerda con nosotros y lo hace con una sofisticación extraordinaria.’”

“Pero ya no”, sostiene McDermott: “Los que continuamos luchando por la ortodoxia, tanto en teología dogmática como moral, extrañamos esos días en los que había un faro claro brillando del otro lado del Tíber. Porque hoy pareciera que la misma Roma ha sido infiltrada por la revolución sexual. El centro no se sostiene.”

Estas observaciones son históricas por su importancia, así como también lo es la carta abierta a Francisco del P. Thomas Weinandy, uno de los teólogos católicos más prominentes de la corriente principal del Novus Ordo. McDermott encuentra esperanza en “la postura valiente y recta” que Weinandy tomó contra un Papa que se ha descarriado como ningún otro antes de él. “Expresando los mismos sentimientos que yo”, concluye McDermott: “Tom Weinandy nos recuerda que Dios levanta luces proféticas cuando a su Iglesia llegan días oscuros.”

Cuando hasta un teólogo anglicano se muestra horrorizado públicamente por el protestantismo liberal de un Romano Pontífice, ningún católico de bien puede continuar negando lo obvio. ¿Pero dónde están los comentaristas neo-católicos en medio de este gran despertar? Comprometidos como siempre con la defensa programática de lo indefendible, no sea que alguien sospeche que estos tradicionalistas radicales tenían razón sobre la dirección en la que se dirige la Iglesia desde el Desastre Vaticano Segundo, y que la narrativa neo-católica “normalista” era tremendamente errada, por no decir completamente deshonesta, desde el principio.

El papa Francisco y el arzobispo de Canterbury en Roma,
en las vísperas por el 50º aniversario de las conversaciones
 teológicas entre la Iglesia Católica y la anglicana

En cuanto a los obispos y cardenales que saben que el Papa es una amenaza para la Iglesia, ellos continúan achicándose entre exequias o, en el mejor de los casos, protestando una y otra vez que Francisco debe “clarificar” lo que ya ha quedado más que claro
. O, como el obispo Barron—elevado al episcopado por Francisco—quejándose de que la crisis precipitada por Francisco con Amoris Laetitia es culpa de los blogueros católicos, y que los obispos debieran “tomar el control del proceso,” porque estos malvados blogueros “están forzando a las personas a leer este documento de una manera determinada.” Jamás deberá mencionarse que el mismo Francisco lee su propio documento en esa manera determinada, y que aplaude la desastrosa implementación de la misma. Antes bien, la verdad debe esconderse “tomando el control” de la narrativa, reemplazando las afirmaciones sobre la innegable verdad con un elogio florido de lo que Barron considera “un documento extraordinariamente rico”.

Ojalá los líderes de la Iglesia se ahorraran estos “documentos ricos” y nos dieran la fe de nuestros padres. Pero no podemos contar con ellos ahora. En este momento, son los laicos y su sensus fidelium los principales bastiones de la fe, asistidos por la gracia de los sacramentos y los buenos sacerdotes, como el padre Weinandy, quienes permanecen fieles a lo que Dios reveló a través de Su Iglesia, a pesar de las consecuencias que tendrán que soportar bajo un pontificado que representa una dictadura del relativismo teológico, sostenido solo por la fuerza bruta y el miedo a las represalias, que el dictador se atreve a llamar “El Espíritu”.

Christopher A. Ferrara
(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)