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sábado, 7 de septiembre de 2013

Ecumenismo bobalicón (Fray Gerundio)


Cuando escuché por vez primera la palabra “ecumenismo”, allá en mis lejanos tiempos de noviciado, su significado obvio estaba marcado por la enseñanza de los Papas: no era otra cosa que el deseo ferviente de que los herejes, cismáticos y todos los que estaban fuera de la Iglesia volvieran al redil, según aquella consigna del Señor: Que haya un solo rebaño y un solo Pastor. Se trataba de rezar insistentemente y hacer el apostolado necesario para que ellos abandonaran sus doctrinas anti-católicas y se adhirieran a la Fe de la Santa Madre Iglesia, única verdadera. Por aquellos tiempos se entendían las palabras del Credo en su sentido más elemental: Una sola fe, una sola Iglesia, un solo Bautismo.

Un poco más adelante, me explicaron que esto del ecumenismo se había entendido mal durante veinte siglos de Historia de la Iglesia. Las cosas iban ahora por otros derroteros: se trataba de comprender que las palabras herejes, cismáticos… no eran muy caritativas. Por eso había que llamarlos hermanos separados, para hacer ver con el lenguaje (siempre el lenguaje “interpretando” la realidad), que estaban en otro departamento, pero estábamos todos en la misma casa. Por tanto había que tener la puerta abierta por si deseaban regresar. Sin rencores, sin temores, sin intolerancias.

Conseguido esto, se me explicó que en realidad no son tantas las diferencias entre la fe de unos y la verdadera Fe católica. Se me decía que era cuestión de matices. Que al fin y al cabo no se puede dar a los dogmas (los famosos dogmas que provocaron las separaciones odiosas) un contenido sustancial y real, sino que más bien habían sido producto de la diversidad de culturas y de pensamientos filosóficos (haciendo especial hincapié en ese maldito pensamiento escolástico que tanto mal hizo a la Iglesia al cosificar los misterios). 

Ya no hacía falta por tanto esperar a que los hermanos regresaran: eramos nosotros los que deberíamos permitir que también ellos expresaran SU fe en el ámbito católico. O sea, que podían entrar en nuestro departamento como si nada y establecerse allí.

Otro capítulo más apareció después, ya en mi vida de fraile. Ahora la cuestión estaba mucho más “nítida”, pues me explicaban los novicios jóvenes que en realidad no podíamos pretender tener toda la Verdad. Por lo que era necesario admitir el derecho de cada ser humano a tener su propia religión. Ya no eran solamente los hermanos separados (aún no me había acostumbrado a llamarlos así), sino que también los paganos, los animistas, los hinduistas eran quienes tenían que ser comprendidos y no ser molestados en absoluto, porque también ellos tenían parte de la Verdad en el acercamiento a SU dios. 

Recuerdo que esta época coincidió con el regreso a casa de multitud de misioneros, que ya no veían necesaria la conversión de nadie. Fue la época del declive estrepitoso de todas aquellas ordenes religiosas misioneras, fundadas muchas de ellas en el siglo XIX, que pasaron automáticamente a convertirse en organizaciones solidarias, caritativas, promotoras del desarrollo, e incluso (lo más lógico en este ambientillo), en Congregaciones con acentos marxistoides. Por tanto ya no hacía falta ni dejar la puerta abierta para que regresaran, ni salir nosotros a convencerles. Ahora se trataba de que nos dieramos cuenta de que debíamos dejarlos actuar sin interferir para nada, porque de todos modos ellos estaban en su derecho a creer lo que quisieran.

Cuando yo creía que esta locura (a mí me lo parecía) había terminado, hete aquí que me encuentro con que se me empezó a decir que la fe católica es la misma que la de los judíos. También con algunos matices, sí. Pero que ellos son los hermanos mayores en la Fe, que ellos también esperan a SU Mesías, que no se puede ser antijudío y católico y además de todo eso, que ellos y los musulmanes adoramos al mismo Dios. ¡Toma castaña! Confieso que en ese momento, mi natural bondad y relajación dialéctica comenzó a verse ensombrecida, mientras el demonio iracundo se me iba subiendo a la cabeza.

Comenzaron las Jornadas de Oración en común pidiendo la Paz a ese Dios que cada uno tenía en su cabeza, los indios con su pipa de la paz rezando a Manitú (o como se llamara), el Dalai Lama, los animistas y brujos africanos y otros muchos… junto al Santo Padre, Vicario de Cristo. 

Empecé a ver a personajes arrodillados ante líderes religiosos solicitando su bendición, mientras seguían acosándonos con todo tipo de argumentos que siempre acababan en la consideración de que lo importante es que todos somos hermanos por ser humanos y que había que insistir en lo que nos unía, más que en lo que nos separaba. Todos estábamos redimidos y punto. Todo esto me parecían falacias, mientras se iba perdiendo lo propio de la fe católica en aras de una pretendida voluntad de diálogo, que siempre consistía en darles la razón a ellos.

Confieso que todo esto me desagradaba. Pero creo que en estos días estamos llegando al colmo, con lo que he llamado Ecumenismo Bobalicón. Quizá sea ésta la última fase disparatada, antes de abocar en la Religión Universal y Fraterna que muchos promueven.

El que profesa el Ecumenismo Bobalicón se admira por cosas que no merecen admiración, se queda boquiabierto ante algo que no tiene categoría para asombrar a nadie. De este modo, se valora sobremanera el ayuno del Ramadán mientras se ha olvidado el ayuno cristiano como algo habitual y no sólo para una fecha determinada; se ensalza el esplendor de la liturgia bizantina, mientras se desprecia la Misa de San Pío V; se sobrevalora y justifica la lucha islámica para implantar su fe, mientras se desprecian las Cruzadas; se babea por el Islam, mientras se pide a la Iglesia que revise sus posiciones en torno a la homosexualidad. Podríamos seguir en una lista interminable, fruto del complejo de inferioridad de un cristianismo débil que piensa que nada tiene que enseñar, decir y -mucho menos-, imponer. En una palabra: caída de baba por todo lo que no sea católico, mientras se destruye lo católico.

Por eso mismo, yo he pedido a mi Padre Superior que me dispense de estos menesteres cuando se celebren eventos ecuménicos en mi convento. Prefiero volver a lo que me enseñaron en mis primeros años, y seguir rezando, como la liturgia española antigua: omnes errantes ad unitatem Ecclesiae revocare et infideles universos ad Evangelii lumen perducere… (dígnate volver a la unidad de la Iglesia a todos los que viven en el error, y traer a la luz del Evangelio a todos los infieles….). Así sea.


Fray Gerundio, 7 de septiembre de 2013