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viernes, 15 de junio de 2018

¿Cómo será el Anticristo? (Bruno Moreno)



«Al principio [el Anticristo] no odiaba a Jesús. Reconocía el mesianismo y la dignidad de Cristo, pero creía sinceramente que no era más que su gran predecesor. La acción moral de Cristo y su absoluta originalidad se escapaban a su inteligencia, oscurecida por el amor propio. “Cristo”, pensaba, “vino antes que yo. Yo vengo después, pero lo que sigue en el tiempo es anterior en el plano del ser. Yo soy el último, al final de la historia, precisamente porque soy el salvador definitivo y perfecto. Cristo fue mi heraldo. Su misión fue preparar mi aparición”.
[…] También justificaba de otra forma el hecho de anteponerse a Cristo: “Cristo”, se decía, “al enseñar y cumplir en su vida el bien moral, fue el redentor de la humanidad, pero yo debo ser el bienhechor de esa humanidad, en parte redimida y en parte no redimida. Yo daré a los hombres todo aquello que necesitan. Como moralista, Cristo dividió a los hombres mediante los conceptos del bien y del mal, pero yo los uniré por medio de beneficios tan necesarios para los buenos como para los malos. Seré el verdadero representante de Dios, que hace brillar el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Cristo trajo una espada, yo traeré la paz. El amenazó a la tierra con el juicio final, pero yo seré el juez y mi juicio no será el juicio de la justicia, sino el de la misericordia”».
Vladimir SolovievRelato sobre el Anticristo, 1900
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¿Cómo será el Anticristo? No hace falta pensar mucho. Basta mirar alrededor. Ya lo dijo San Juan: Hijitos, es la última hora, y así como oísteis que el anticristo viene, también ahora han surgido muchos anticristos.
Basta ver que, en menos de un mes, en dos países antiguamente católicos, entre el alborozo generalizado, se aprueba la matanza de niños inocentes en el santuario que Dios creó para ellos y en el que Él mismo quiso habitar durante nueve meses. Y que esa destrucción despiadada de lo más profundo del ser de la mujer se hace en nombre del bien de las mujeres, de la misericordia con sus sufrimientos, y es acogida con júbilo por las mismas desdichadas a las que se les arranca brutalmente su dignidad. Y que la gran mayoría de los sucesores de los Apóstoles, sin sangre en las venas, se callan o hablan muy bajito para que nadie los oiga, porque lo que importa es la democracia, la modernidad y ser tolerantes.
No hace falta más que ver que los católicos apostatan a millones para ser “más libres”, trocando la libertad de Cristo por la esclavitud del mundo relativista. Y ver que los que siguen siendo “católicos” en la práctica resultan indistinguibles de los demás. Y que la humanidad se muere porque no tiene a Cristo, pero la respuesta de los prelados es que hay que tener mucho cuidado de no hacer proselitismo y que lo verdaderamente importante y misericordioso es que todos nos llevemos bien y la ecología, porque Cristo vino a traer la paz y no la espada.
Es suficiente con darse cuenta de que una muchedumbre inmensa de clérigos, Dios les perdone, están ansiosos de acoger y bendecir todo aquello que destruye la familia, ya sea el adulterio, la fornicación, el mismo aborto o cualquier otra indignidad. No contentos con eso, tratan de convencer a los fieles de que es imposible no pecar, de que la fidelidad en momentos difíciles no tiene sentido, de que pecar es precisamente lo que Dios quiere que hagan. Y lo hacen en nombre de la misericordia, porque se creen más misericordiosos que Jesucristo.
Como adolescentes rebeldes, hemos preferido vivir entre los cerdos a habitar en la casa del padre, los espejismos del anticristo al dulce nombre de Jesús. Pues bien, lo que hemos sembrado, eso mismo tendremos. Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
Bruno Moreno