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miércoles, 30 de mayo de 2018

Construir el futuro sobre la ley divina y natural (Roberto de Mattei)



Hace cuarenta años, ​e​l 22 de mayo de 1978, ​con el nombre de Ley 194 para la interrupción del embarazo, se aprobó en Italia, por parte de una clase dirigente democristiana, el homicidio de Estado en masa.

Digo homicidio porque la ley 194 establece la licitud de eliminar al ser humano inocente en el vientre de su madre. Y homicidio de Estado, porque es un crimen aprobado, organizado y costeado por el Estado italiano. Homicido en masa, porque, según cálculos oficiales, las víctimas del aborto en Italia se aproximan a los seis millones, cantidad superior, con diferencia, al total de las bajas mortales en todas las guerras y catástrofes naturales desde la fundación del Estado italiano (1861) hasta la fecha.

Emma Bonino, que junto con Marco Panella luchó con uñas y dientes por la aprobación de dicha ley, en una videoentrevista concedida el pasado 22 de mayo a La Repubblica, afirmó que la ley 194 «ha funcionado». Como puede funcionar también una guillotina o un horno crematorio, dicho así sin la menor consideración por las víctimas asesinadas. Eso sí –añadió Bonino–, al cabo de cuarenta años es necesario «hacer la revisión técnica», es decir, perfeccionar la ley, porque algo no anda bien.

¿Cuál es el problema? La altísima objeción de conciencia por parte de los médicos, que impide una aplicación plena y concienzuda de la ley.

A Bonino le tiene sin cuidado cuáles sean las razones de dicha objeción de conciencia; lo que le importa es que la ley funcione, que prosiga la carnicería, y por eso fomenta una mayor difusión del aborto farmacológico por medio de la píldora abortiva RU 486, a la cual todavía recurren pocas mujeres. Como tantos abortistas, Emma Bonino, considera evidentemente al niño una excrecencia del cuerpo de la madre; si acaso, admitiendo que se trate de una vida humana lo que se desarrolla a lo largo de nueve meses en el seno materno, hace suya la perspectiva por la que los intereses del Estado, la raza, la clase obrera o el individuo justifican la eliminación de un inocente. 

Esta mentalidad sólo tiene un nombre, digámoslo claro y alto: barbarie

Bonino ni se da cuenta de que algo está cambiando en el mundo, de que ya no son sólo las marchas feministas las que llenan las calles, sino las marchas por la vida como las celebradas el pasado 19 de mayo en Roma y el 20 de mayo en Argentina. La prensa, en general, no hace caso de estos actos, pero no se puede contener una protesta que procede de la ley natural escrita con caracter indelebles en el corazón de todo hombre

Presionado por el movimiento pro vida, en menos de un año el presidente Trump ha hecho en EE.UU. más de lo que hicieron sus precedesores en los últimos treinta años. La propia China comunista, tras el fracaso de la desgraciada política del hijo único, ha decidido que a partir de principios de 2019 se revocarán los límites fijados hasta ahora a los nacimientos.

En Italia se está formando un nuevo gobierno. Es lamentable que el llamado pacto de gobierno los temas importantes como la vida y la familia brillen por su ausencia y sólo se tenga en cuenta el aspecto meramente económico. 

Sin embargo, como señaló Virginia Coda Nunziante, si lo único que se entiende es el lenguaje económico, bastaría para empezar con los 200 a 300 millones del gasto público que se dedican cada año a asesinar a nuestros niños e invertirlos en hacer más rentable, no el negocio del aborto, sino el sistema sanitario nacional. 

Uno de los motivos de la crisis de nuestro país es el desplome demográfico causado por el aborto y la contracepción, fruto a su vez de una cultura hedonista y relativista

No se podrá salir de la crisis si no se invierten los presupuestos de la cultura de la muerte. 

Ése es el mensaje de la Marcha por la Vida y otras iniciativas recientes como las de CitizenGo y Pro Vita Onlus, pero también del empeño de tantos jóvenes, grupos y asociaciones que no se rinden, que siguen adelante y que sustituirán esta Italia actual en descomposición por otra que redescubra la ley divina y natural sobre la que edificar su propio futuro.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto De Mattei