BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



martes, 17 de mayo de 2016

La Amoris Laetitia interpretada por el propio Francisco (3 de 9)


El cardenal Schönborn 

En Evangelii Gaudium el Papa Francisco decía que deberíamos quitarnos los zapatos ante la tierra sagrada del otro (EG 36). Esta actitud fundamental atraviesa la entera exhortación. Y es también la razón más profunda para las otras dos palabras clave: discernir y acompañar. Estas palabras no se aplican únicamente a las "situaciones llamadas irregulares" (Francisco hace hincapié en este ¡"las llamadas"!), sino que valen para todas las personas, para cada matrimonio, para cada familia. Todas, de hecho, están en camino, y todas necesitan "discernimiento" y "acompañamiento".

Mi gran alegría ante este documento reside en el hecho de que, coherentemente, supera la artificiosa, externa y neta división entre "regular" e "irregular" y pone a todos bajo la instancia común del Evangelio, siguiendo las palabras de San Pablo: "Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos misericordia”.(Rom 11, 32).

[Ya he hablado en mi comentario anterior acerca de la natural división entre "regular" e "irregular", aunque tal división sea considerada por Schönborn -o sea, por Francisco- como artificiosa. Y cita la Biblia para más INRI. Esto me recuerda el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto, cómo el Diablo usaba las mismas palabras bíblicas para engañar a Jesús. Claro que Jesús le respondía con otras citas de la Biblia mucho más claras y explícitas: "No sólo de pan vive el hombre ..." (Mt 4, 4) "No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4, 7)... y a la última y definitiva cuando el Diablo le mostró todos los reinos del mundo y le ofreció todo el poder y la gloria de esos reinos, diciéndole que todo sería suyo si lo adoraba ... Jesús le respondió: "Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás; y a Él solo servirás' " (Mt 4,10). Para saber discernir el bien del mal es preciso estar muy unidos a Jesús. De no ser así seremos engañados culpablemente.

Transcribo, a continuación, un texto tomado del libro "La oración", del padre Alfonso Gálvez, pues considero que viene muy a cuento con estas reflexiones. Comienza citando uno de los textos más antiguos de la literatura cristiana, del Pastor de Hermas y luego lo comenta:

"Esos -me dijo- son creyentes; y el que está sentado en la silla es un falso profeta, que destruye la mente de los siervos de Dios; mas destruye la de los vacilantes, no la de los fieles verdaderos. Los vacilantes acuden a él como a un adivino, y le preguntan sobre lo que les va a suceder; y él, el falso profeta, como quien no tiene en sí pizca de fuerza de espíritu divino, les contesta conforme a las preguntas de ellos, según los deseos de su maldad, y llena sus almas a la medida de lo que ellos pretenden. Y es que, estando él vacío, vacuamente responde a gentes vacuas; porque, cualquier cosa que se le pregunta, responde conforme a la vacuidad de quien le pregunta. Sin embargo, no deja de decir algunas palabras verdaderas, pues el diablo le llena de su propio espíritu, a ver si logra así hacer pedazos a alguno de los justos".

El falso profeta, por lo tanto, aparece con aires doctrinales y de suficiencia, con doctrina propia, independiente y distinta de la del Magisterio de la Iglesia -está sentado en la silla-, y la destrucción que lleva a cabo de los siervos de Dios comienza siendo doctrinal.

Pero los fieles destruidos no son los fieles verdaderos sino los vacilantes; o aquellos que, en el fondo de su corazón, ya han hecho una opción contra Dios. Estos vacilantes, aunque ya han decidido a favor de su egoísmo, buscan, no obstante, una cierta seguridad, y por eso preguntan al falso profeta, como si fuera un oráculo. El cual les contesta según los deseos de su maldad y lo que ellos quieren oír, y no según la verdad.

Aunque no deje de decir también cosas verdaderas, en un entresijo de verdades a medias mezcladas con falsedades, con el fin de dar más apariencia de verdad a sus reclamos y engañar así mejor a unos y a otros.

Al verdadero creyente no le queda otra salida, ante todo esto, que la de la obediencia humilde a la verdadera Iglesia y la práctica de la oración].

Continuará