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jueves, 17 de mayo de 2018

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre



El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.

En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.

La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre y tras varios procedimientos, dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora, que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli. También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi.

Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza.

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A continuación, gran parte de la conversación publicada por Vatican Insider:
“Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI- ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad”.
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: 
“Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos”. Y añade que no es el único, pues con él están “obispos, sacerdotes, numerosos fieles”. Afirma que “la situación en la Iglesia después del Concilio” es tal que no saben qué hacer. “Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento”, sino los fieles “que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condena porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia”.
Pablo VI interviene para desmentir: 
“No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición”.
 Lefebvre retoma la palabra: 
“Muchos sacerdotes y fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron al día siguiente del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…”.
“Pero, ¿qué está diciendo?”, interrumpe Montini. 
“No soy yo… es la televisión”, balbucea Lefebvre para defenderse. 
“Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa”
El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: 
“Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo”.
El Papa Montini observa: 
“Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras”.
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque “lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores”
El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, pero asegura tomar nota de su perplejidad y actitud contra el Concilio… 
"No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos". 
Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos”
El arzobispo francés replica: “Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores”
Después Lefebvre dirige al Papa una petición:
 “¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?” 
Responde Pablo VI: 
“Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes”. 
Lefebvre argumenta:
 “El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…”. 
Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos “vigile mi Seminario”, se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario “sin salir”.
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) vino para hablarle en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza. 
“Para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?” 
“Nunca ha sido mi intención…”, se defiende Lefebvre. 
Pero el Papa Montini replica: 
“Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia”. 
Y Lefebvre responde: 
“La crisis de la Iglesia existe”.
 Pablo VI: 
“Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa”.
Lefebvre replica: 
“No se me juzga como se debería”. 
Montini responde: 
“El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Es consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?”.
El arzobispo propone:
 “A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos”. (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
“No puedo permitir que usted se convierta en culpable de un cisma”
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que "hay por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística". 
Pablo VI responde: 
“No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos”.
El arzobispo responde:
 “No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia”. 
Y afirma Montini: 
“Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos, que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas…”. 
Reconoce Lefebvre, 
“es cierto”.
“Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión”. 
El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: 

“El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus””.

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NOTA:

El final de este escrito, de Andrea Tornielli, en Vatican Insider, titulado
He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre 
continúa diciendo:

Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa, Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».

Este domingo podrían anunciarse nuevos cardenales (Carlos Esteban)



En los próximos días se reunirá en Roma un consistorio de cardenales con el Papa. El servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia habla de la posibilidad de que la reunión sirva para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Este domingo se reúne un consistorio de cardenales en Roma con el Papa, nada anormal, simplemente para discutir sobre las próximas canonizaciones, entre las que destacan la de Pablo VI y la del Arzobispo de San Salvador, Óscar Romero. Sin embargo, el servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia DomRadio.de ha anunciado al respecto la posibilidad -el rumor- de que la reunión sirva asimismo para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Jan Hendrik Stens, periodista experto en Teología de la publicación, sostiene: “No se puede descartar que se anuncien nuevos cardenales durante o después del consistorio. El número máximo de cardenales elegibles para votar, es decir, aquellos que aún no han alcanzado los 80 años, no puede exceder de 120. A fines de junio, cuando venza el próximo consistorio, al menos habrá seis puestos vacantes”.

El rumor es especialmente interesante habida cuenta de la obsesión, repetida en numerosas ocasiones por el Santo Padre a sus íntimos, de Francisco por no abandonar el Papado -ya sea por el curso natural, ya por una retirada similar a la de Benedicto XVI- sin asegurarse de que el giro que pretende dar a la Iglesia queda como rumbo irreversible.

En principio, cada cardenal nombrado por Francisco sería un “hombre de confianza” que, en el futuro cónclave, votaría por un candidato dispuesto a seguir la línea de ‘renovación eclesial’ emprendida por el actual pontífice, con lo que cada nombramiento le acercaría a su objetivo.
De los actuales cardenales con derecho a voto, Francisco ha designado hasta ahora al 40% del Colegio Cardenalicio, un poco menos que el 44% designado por Benedicto. El 16% restante son cardenales elegidos por Juan Pablo II.

Pero 120 no es un número grabado en piedra. San Juan Pablo II amplió hasta esa cifra el número de electores y Francisco tiene idéntica potestad para volver a ampliarla, una reforma que no pocos ven como harto probable.


Carlos Esteban

Noticias 16 de mayo de 2018




"En Roma vamos a marchar por la vida contra el aborto y la eugenesia." Entrevista con Virginia Coda Nunziante apareció en La Verdad (Corrispondeza Romana)

ANTICONCEPCIÓN Y EL COLAPSO CATÓLICO Cincuenta años de desacuerdo (The Vortex Vídeo) (Transcritp here)

Pablo VI dejó escrito por carta su renuncia al pontificado en caso de un «grave y prolongado impedimento» (Infocatólica)

El clero de Osorno protestó ante la Compañía de Jesús por la actitud y modos de Arana (Infovaticana)

LA SANTA SEDE, CHINA Y EVANGELIZACIÓN (First Things, George Weigel)


Selección por José Martí

El nuevo paradigma y el aborto en Irlanda (Bruno Moreno)



Con cierta resignación, he leído el comunicado de la Asociación de Sacerdotes Católicos sobre el referéndum irlandés en el que se decidirá si se mantiene la prohibición constitucional del aborto o se elimina para liberalizar esa plaga moderna. La Asociación en cuestión es uno de esos grupos autodenominados progresistas, así que uno puede imaginar de antemano lo que va a decir, pero me ha parecido interesante analizarlo porque es una perfecta muestra de lo que se ha dado en llamar el “nuevo paradigma” moral, nacido con los Sínodos de la Familia y la exhortación Amoris Laetitia y sus diversas interpretaciones.
De forma ligeramente sorprendente, este grupo de sacerdotes irlandeses comienza diciendo que “como asociación que representa a sacerdotes católicos, defendemos plenamente la doctrina católica de que toda vida humana, desde su comienzo a su final, es sagrada, y de que todas las personas humanas tienen en común el derecho fundamental a la vida”. Uno estaría tentado de aplaudir, si no fuera por el sospechoso cambio en la expresión habitual (“desde la concepción hasta la muerte natural”, que se convierte en un vago “desde su comienzo a su final”) y porque la experiencia nos dice que la cosa no va a quedar ahí.
Y la experiencia, como suele suceder, es buena maestra, porque el párrafo inmediatamente posterior dice justo lo contrario (la coherencia y la lógica nunca han sido puntos fuertes del progresismo):
“También somos conscientes de que la vida humana, como se nos recuerda constantemente en nuestro ministerio, es compleja y suscita situaciones que suelen ser más grises que blancas o negras y que requieren de nosotros un enfoque pastoral, sensible y que no juzgue”.
¿Y cuál es el resultado de esa complejidad, pastoralidad y griseidad? Que cada uno debe votar a favor o en contra del aborto, según le parezca mejor:
“Nos animamos a nosotros mismos y a cualquier ciudadano que pueda estar interesado en nuestra opinión a hacer lo que podamos para informarnos exactamente sobre el objeto de la votación y las posibles consecuencias de nuestro voto. Después de hacer eso y de realizar la tarea, a menudo dolorosa y difícil, de consultar nuestra conciencia, depositemos nuestro voto. Un voto depositado de acuerdo con la conciencia de cada uno, sea cual sea el resultado, merece el respeto de todos”.
Lo más curioso es que estos sacerdotes progresistas tienen razón en cierto modo. La triste realidad es que, si tomamos en serio los presupuestos establecidos por Amoris Laetitia, es inevitable llegar a las mismas conclusiones que ellos sobre el aborto. Si en situaciones difíciles de un matrimonio no se pueden dar soluciones de antemano, si la acción intrínsecamente mala del adulterio puede ser lo que Dios pide a una persona en un momento concreto, seguir adulterando públicamente sin propósito de la enmienda es una opción posible que se deja a la conciencia individual, dejar de adulterar puede llevar a “sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas” (AL 298), no pecar mortalmente simplemente es un “ideal” (AL 298), los que viven en adulterio son “miembros vivos de la Iglesia” (AL 299), etc., la lógica exige que apliquemos esos mismos principios a otras cuestiones morales, como el aborto.
Los principios defendidos por el nuevo paradigma nos llevan a concluir que, aunque en principio haya que defender la vida, sobre la acción en concreto no se puede decir nada a priori: todo dependerá de las circunstancias específicas, que solo el propio sujeto puede conocer exhaustivamente. Si la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana no es quién para decirle a un católico que no adultere, porque priman sus circunstancias personales, ¿cómo va a tener autoridad el Estado para prohibir abortar a sus ciudadanas, cuando no puede conocer sus circunstancias personales? Ya no hay nada que sea malo en sí mismo y que deba estar prohibido porque nunca se debe hacer, todo depende de las circunstancias personalísimas e imprevisibles del caso concreto, del fin con que se hagan y de la situación dentro del proceso de crecimiento de cada persona.
Estos principios morales, que la Iglesia ha condenado repetidas veces bajo varios nombres (circunstancialismo, utilitarismo, subjetivismo) y que se resumen en la idea de que el fin justifica los medios, son imparables. Una vez que se aceptan, que se abre una brecha en la muralla y logran entrar, su propia dinámica les lleva a socavar y destruir todos los ámbitos de la moral, sin excepción. De hecho, ya se han aplicado al adulterio, el divorcio, la eutanasia y el suicidio, las parejas del mismo sexo, los anticonceptivos, la apostasía y, como hemos visto, al aborto. Y, sin cambiar una sola coma, podrían aplicarse igualmente al asesinato, la pederastia, el genocidio, la prostitución, la mentira, el robo o la idolatría. A la larga, si no son erradicados, su efecto será inevitablemente la disolución completa de la moral católica.
Esta constatación sería suficiente para justificar la necesidad de este artículo, pero aún hay algo más en el comunicado de los sacerdotes irlandeses que merece la pena y que puede mostrarnos un aspecto crucial del llamado nuevo paradigma. Inmediatamente después de afirmar que no se puede dar una solución a priori al dilema moral del aborto y que, por lo tanto, cada uno debe hacer lo que le indique su conciencia, la asociación de sacerdotes critica que, en algunas parroquias, se haya defendido el voto contrario al aborto:
“nos preocupa que algunas parroquias católicas estén permitiendo que sus púlpitos se usen durante la Misa para hacer campaña. Como entre los fieles católicos que van a Misa hay una gran variedad de opiniones sobre esta votación, creemos que es inapropiado e insensible y que algunos lo considerarán un abuso de la Eucaristía”.
Una vez más, lo llamativo es la profunda incoherencia y falta de lógica de esta actitud. Si, con respecto al aborto, cada uno debe hacer lo que le diga su conciencia, parece lógico que esos otros sacerdotes contrarios al aborto hagan también lo que les indica su propia conciencia y se opongan a ese crimen con todas sus fuerzas, proclamando la moral de la Iglesia. Pero no, cualquier defensa de la moral tradicional católica es anatema para el nuevo paradigma, que percibe muy bien que, para existir, la nueva moral debe destruir la antigua.
El nuevo paradigma es, en esencia, un arma arrojadiza: solo se usa para la disolución moral. Si alguien intenta acogerse al mínimo espacio que ofrece para defender la moral perenne de la Iglesia, inmediatamente es denunciado y acosado. Los neoparadigmáticos abandonan sin escrúpulo sus propios principios cuando no resultan útiles para acabar con la odiada moral tradicional. Contradecirse a sí mismos es un pequeño precio a pagar para alcanzar tan alto fin.
A mi juicio, es fundamental entender esto. Alguien educado en la doctrina y la moral tradicionales considera que la lógica, como manifestación de las leyes más profundas del ser, no puede dejarse de lado en ningún caso y, por lo tanto, que la contradicción interna siempre es señal de error y anula cualquier argumento. Asimismo, y aquí es donde está el peligro, suele dar por supuesto que sus contrincantes piensan del mismo modo y se someten a las mismas leyes lógicas. No podría estar más equivocado.
El mismo impulso que lleva a la revuelta contra la moral tradicional católica conduce igualmente a la negación de la lógica, de la verdad absoluta y, a la larga, de la misma realidad. Lo vimos numerosas veces durante los sínodos de la familia: los partidarios del divorcio nos hablaban de “indisolubilidades disolubles“, segundas uniones que eran “tan indisolubles como la primera“, adulterios que eran “un acercamiento personal a Dios“, la idea de que lo verdaderamente cristiano era volver a la Ley de Moisés, aplicaciones “pastorales” de las leyes morales que consistían en lo contrario de lo que manda la ley moral, la sorprendente afirmación de que adulterar es la “respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios” y “la entrega que Dios mismo está reclamando” (AL 303), los “caminos de conversión” en los que el interesado no caminaba ni se convertía pero al final podía comulgar o, por si quedaban dudas, la afirmación de que, en teología, “2+2=5″. Cualquier argumento valía siempre que llevase en la dirección adecuada; las contradicciones internas no parecían tener ni la más mínima importancia.
Es hora de que lo aceptemos: la lógica ha dejado de ser el presupuesto común de todos los que participan en una discusión. La cultura de la posmodernidad, liberada del cristianismo, la tradición, las normas morales y la autoridad, se esfuerza por liberarse también de la lógica como última “imposición externa", insoportable para el hombre posmoderno.
El nuevo paradigma, como su propio nombre indica, es intrínsecamente novedoso, posmoderno, y, por lo tanto, contrario en su raíz tanto a la existencia misma de la moral como a la de una lógica absoluta, que se presentan como obstáculos para la verdadera libertad humana. Ahí está su fuerza, en la indeterminación: solo usa los argumentos para atacar la moral tradicional, pero, para sí misma, no admite la fuerza de ninguno, porque no se rige por la razón y la lógica. Si no entendemos y asumimos esta naturaleza alógica profunda de lo que se ha llamado el nuevo paradigma moral, no comprenderemos a qué nos enfrentamos y nos limitaremos a dar palos de ciego, notando que algo va muy mal pero sin saber qué es.
Bruno Moreno

El oportunismo semipelagiano




La apostasía de gran parte del pueblo cristiano, que finalmente se concilia con el mundo, procede en buena medida del semipelagianismo generalizado en los últimos siglos entre los católicos (+Síntesis 215-218).
En la época primera de los mártires y también durante el milenio medieval la verdadera doctrina de la gracia -San Pablo, San Agustín, Santo Tomás- es la más común en el pueblo cristiano. A su luz se conoce que sólo Cristo puede vencer al mundo, y que para vencerlo prefiere usar de medios pobres y crucificados, «para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1Cor 1,29). La Iglesia entonces, como el Bautista, no se dice a sí misma: «no le diré al poderoso la verdad, pues si lo hago, me cortará la cabeza, y no podré seguir evangelizando». Por el contrario, sabiendo que la salvación del mundo la obra Dios, la Iglesia dice y hace la verdad, sin miedo a verse pobre y marginada. Y entonces es cuando, sufriendo persecución, evangeliza al mundo.
Pero el antropocentrismo iniciado en el Renacimiento trae un discurso muy diverso. En el misterio de la salvación «se suman» la parte de Dios y la parte del hombre. Recientemente escribe Lorenzo Cappelletti, en un artículo sobre la Concordia de Molina (1589): «esta doctrina, que tras atravesar cuatrocientos años parece predominar hoy en los católicos, era entonces considerada [cuando se propuso por vez primera] tanto por la escuela agustiniana como por la tomista (es decir, por todos), inusitada y contraria a la tradición» (30 Días, nº 80, 1994). Evidente.
El cristianismo semipelagiano entiende que la introducción del Reino en el mundo se hace, pues, en parte por la fuerza de Dios y en parte por la fuerza del hombre. Y así estima que los cristianos, lógicamente, habrán de evitar por todos los medios aquellas actitudes ante el mundo que pudieran debilitar o suprimir su parte humana activa -marginación o desprestigio social, cárcel o muerte-. Y por este camino tan razonable se va llegando poco a poco, casi insensiblemente, a silencios y complicidades con el mundo cada vez mayores, de tal modo que cesa por completo la evangelización de las personas y de los pueblos, de las instituciones y de la cultura. ¡Y así actúan quienes decían estar empeñados en impregnar de Evangelio todas las realidades temporales!…
No será raro así que al abuelo, piadoso semipelagiano conservador, le haya salido un hijo pelagiano progresista; y es incluso probable que el nieto baje otro peldaño, llegando a la apostasía. Éste itinerario es normal, y se cumple en tres generaciones o en poco más.
La descristianización de las naciones cristianas
Se ha consumado en nuestro tiempo la apostasía de las naciones cristianas de Occidente. El Renacimiento, aunque admira la antigüedad pagana e inicia el menosprecio del pasado cristiano, aún acepta la Iglesia de Cristo. La Reforma protestante rechaza la Iglesia, pero admite a Cristo. La Ilustración rechaza la Iglesia y Cristo, pero dice creer en el Dios del deísmo. El Liberalismo que le sigue, y sus hijos liberales y socialistas, marxistas o nazis, no cree en la Iglesia, ni en Cristo, ni en Dios; sólo en el hombre. Finalmente, la Apostasía actual no cree ya ni en la Iglesia ni en Cristo, ni en Dios ni en el hombre.
En éstas estamos.
¡ que arda tu corazón!
Apuntes del padre Iraburu.

Rumor de anuncio de consistorio para la creación de nuevos cardenales



Cardenal Eijk retira la mesa en su capilla




El cardenal de Utrecht, Willem Eijk, retire la mesa en la capilla de su palacio episcopal y reanudó la celebración de la Santa Misa en el altar. La capilla fue construida en 1899.

Hendro Munsterman publicó el 16 de mayo en briefvanderomeinen.wordpress.com dos imágenes de antes y después del retiro de la mesa.

También escribe que dos íntimos asociados de Eijk, Hans Zuijdwijk y Ronald Enthoven, están comprometidos en la Asociación Holandesa para la Liturgia en Latín Antiguo.

Eijk escribió el 7 de mayo que los obispos y, sobre todo, Francisco, fallan en su misión de mantener y transmitir fielmente el depósito de la fe.

El cardenal Eijk sabe de lo que está hablando: después del Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia holandesa ya estuvo expuesta a experimentos como los de Bergoglio, los que destruyeron una Iglesia alguna vez floreciente. La asistencia a los templos en los Países Bajos está ahora por debajo del 1%.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Woelki recuerda la Presencia Real ante un protestante que llamó ‘galleta’ a la Hostia (Carlos Esteban)



“Como católico nunca hablaría de una ‘galleta’”, fue la respuesta del Arzobispo de Colonia, Cardenal Rainer Maria Woelki, a un conocido protestante alemán, el comediante Eckart von Hirschhausen, que llamó “galleta” a la hostia consagrada y exigió recibirla porque paga el impuesto de la Iglesia Católica en Alemania, el nefasto Kirchensteuer. “Usar este concepto solo demuestra que tenemos un entendimiento muy distinto”. Y concluyó recordando que la hostia consagrada “es el Santísimo Sacramento en el que los católicos encuentran a Cristo mismo”.

Pero si la respuesta de Woelki es un bienvenido recordatorio del extraordinario milagro de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, una verdad de fe central que parece eclipsada en todo el confuso debate sobre la intercomunión, la ‘boutade’ blasfema de Hirschhausen pone el dedo en la llaga de uno de los aspectos menos discutidos de todo el asunto.

Me refiero al hecho de que se trate de ‘cónyuges’. La razón por la que quien se confiesa luterano quiera participar de la Sagrada Eucaristía católica sigue siendo un misterio inexplicable, por más que teólogos alemanes de la talla del Cardenal Walter Kasper han tratado de elaborarlo con alambicados jesuitismos. Pero si aceptamos que un protestante pueda tener ‘hambre de eucaristía’ y aun confesar (sin, misteriosamente, convertirse al catolicismo) la doctrina católica sobre la Eucaristía y eso le haga lícito recibir la comunión, la norma debería aplicarse a cualquiera que esté en ese caso. ¿Por qué solo a los cónyuges de los fieles católicos?

Y aquí entra lo que parece ser la justificación más realista de este embrollo: el citado Kirchensteuer. Los alemanes que se confiesan fieles de una religión deben pagar a su jerarquía un impuesto no pequeño a su jerarquía, siendo el único modo de librarse la apostasía. En el caso de un matrimonio mixto que comparta patrimonio, el cónyuge luterano sentirá que está pagando el impuesto católico, y a la inversa. Y, tradicionalmente, quien paga, manda.

De esta forma, los no católicos en estos matrimonios consideran que están financiando a la Iglesia alemana y que, como ‘clientes’, tienen derecho a opinar sobre sus asuntos internos. Es una lógica absolutamente perversa, pero muy acorde con la actual ‘mentalidad de mercado’. Por su parte, para la jerarquía esto supone un incentivo peligrosamente tentador para aguar de la doctrina todo aquello que pueda molestar a su ‘clientela indirecta’ a fin de no perder una fuente de ingresos que la convierte en una de las iglesias nacionales más ricas del catolicismo universal.

El intercambio del que hablamos tuvo lugar en el Katolichentag, un encuentro de católicos de habla alemana que ha tenido lugar este año en Münster, y es significativo que las palabras blasfemas del comediante luterano fueran recibidas con una salva de aplausos por parte de los participantes, mayoritariamente católicos.

Carlos Esteban

Noticias 15 de mayo de 2018 (Estatuto nuevo para monjas Cor oran, Livi, intercomunión, Kasper, Obispos de Chile, Teología del cuerpo JPII, homosexualidad en la Iglesia, etc ...)



Se publica la Instrucción «Cor orans» para regular la vida de casi 38.000 monjas de clausura de rito latino (Infocatólica)

Mons Livi: "Francisco, promotor de una reforma luterana" (Maike Hickson, de 1P5)

ROMA. DEBUT CON UN GRAN CONGRESO LA NUEVA ACADAEMIA PARA LA VIDA. LA DE JUAN PABLO II (Marco Tossati en Gloria TV)

Son hoy demasiados los cristianos que aceptan la yuxtaposición de una religión personal y de una sociedad laica. Tal concepción es ruinosa para la sociedad y para la religión (El Oriente en llamas)


Natalia Sanmartin describe la belleza de la vida y la obra de John Senior (Infovaticana)



Ana Catalina Emmerich, los dos papas, paganos, y el Panteón. (1P5)

Amoris Laetitia a la luz de la teología del cuerpo (Crisis Magazine)

El ser guardianes de nuestros hermanos requiere un juicio moral(Crisis Magazine)

La homosexualidad dentro de la Iglesia (Chiesa e post concilio)

Selección por José Martí

Ésta ya no es más la Iglesia Católica: diferentes diócesis con diferentes sacramentos



El cardenal de Múnich, Reinhard Marx, afirmó que diferentes diócesis alemanas podrían tener reglas diferentes sobre la Comunión a los protestantes.

Según informó el 12 de mayo la página web dpa, Marx dijo que la Conferencia Episcopal [alemana] no tiene autoridad para dar órdenes a las diócesis en particular.

El obispo de Maguncia, Peter Kohlgraf, dijo el 14 de mayo al diario Kölner Stadt-Anzeiger que cada obispo alemán es libre para establecer su propia disciplina de los sacramentos.

Incluso él encontraría “excitante” ver qué ocurre cuando algo se aplique en Colonia y algo diferente en Aachen.

Tales declaraciones son un signo evidente que la Iglesia Católica ha dejado de existir en Alemania.


martes, 15 de mayo de 2018

Francisco insinúa que podría retirarse como Benedicto (Carlos Esteban)



“Cuando leo esto, pienso en mí mismo, porque soy obispo y tendré que retirarme”, ha dicho Su Santidad en el curso de su homilía en la misa de este martes, en referencia a la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles en la que San Pablo se despide de los cristianos de Éfeso.

“Es un pasaje fuerte, un pasaje que llega al corazón; es también un pasaje que nos hace ver el camino de cada obispo a la hora de despedirse”. En su reflexión de esta mañana el Obispo de Roma comentó la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día, de la que mañana se leerá la continuación.

El examen de conciencia de Pablo

En los Hechos de los Apóstoles se relata cuando Pablo convoca en Éfeso a los ancianos de la Iglesia, a los presbíteros. Celebra una reunión del Consejo presbiteral para despedirse de ellos y ante todo hace una especie de examen de conciencia. Dice lo que ha hecho por la comunidad y lo somete a su juicio. Pablo parece un poco orgulloso – dijo Francisco – mientras, en cambio, es objetivo. Sólo se vanagloria de dos cosas: “de sus propios pecados y de la cruz de Jesucristo que lo ha salvado”.

El apóstol está en escucha del Espíritu

Después explica que “ahora está constreñido por el Espíritu “, que debe ir a Jerusalén. A lo que el Papa comentó: “Esta experiencia del obispo, el obispo que sabe discernir al Espíritu, que sabe discernir cuando es el Espíritu de Dios el que habla y que sabe defenderse cuando habla el espíritu del mundo”. Pablo, de alguna manera, sabe que está yendo “hacia la tribulación, hacia la cruz y esto nos hace pensar en la entrada en Jerusalén de Jesús, ¿no? Él entra para padecer y Pablo va hacia la pasión”. “El apóstol – prosiguió diciendo el Santo Padre – se ofrece al Señor, siendo obediente. Ese sentirseconstreñido por el Espíritu. El obispo que va adelante siempre, pero según el Espíritu Santo. Éste es Pablo”.

La despedida: velen por el rebaño

En fin, el apóstol se despide, entre el dolor de los presentes, y deja algunos consejos, su testamento, que no es un testamento mundano, el legado de cosas. “No aconseja: ‘Este bien que dejo dénselo a éste; este otro a aquel, a aquel…’”.

“El testamento mundano. Su gran amor es Jesucristo. Su segundo amor, el rebaño. ‘Velen por ustedes mismos y por todo el rebaño’. Velen por la grey; son obispos para la grey, para custodiar la grey, no para trepar en una carrera eclesiástica, no”.
El testamento de Pablo

Pablo encomienda los presbíteros a Dios, con la seguridad de que Él los custodiará y ayudará. Después vuelve sobre su experiencia diciendo que no había deseado “para sí mismo ni plata ni oro, ni el vestido de nadie”.

“El testamento de Pablo es un testimonio. También es un anuncio. Y también un desafío: ‘Yo he recorrido este camino. Sigan ustedes’. Qué lejos está este testamento de los testamentos mundanos: ‘Esto se lo dejo a aquel; a aquel o a aquel otro…’, tantos bienes. Pablo no tenía nada. Sólo la gracia de Dios, el coraje apostólico, la revelación de Jesucristo y la salvación que el Señor le había dado a él”.

El Papa piensa en el momento en que llegue su hora

“Cuando yo leo esto, pienso en mí – explicó Francisco – porque soy obispo y debo despedirme”. Y concluyó diciendo:

“Pido al Señor la gracia de poder despedirme así. Y en el examen de conciencia no saldré vencedor como Pablo que… Pero el Señor es bueno, es misericordioso, pero… Pienso en los obispos, en todos los obispos. Que el Señor nos dé a todos nosotros la gracia de poder despedirnos así, con este espíritu, con esta fuerza, con este amor a Jesucristo, con esta confianza en el Espíritu Santo”.

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Las palabras del Santo Padre han provocado una inmediata oleada de especulaciones no muy distintas a las que suscitaran en su día el “Nunc dimitis” de San Juan Pablo II, y quizá no con mayor justificación, aunque hay dos razones para pensar que en este caso tiene más sentido tenerlo en cuenta.

En primer lugar, el precedente del Papa Emérito, Benedicto XVI.

En segundo lugar, la interpretación que hizo en su día el propio Francisco sobre la sorprendente abdicación de su predecesor, cuyo alcance carece de precedentes en la historia de la Iglesia. 

En efecto, aunque conocemos otros dos casos anteriores de Papas dimisionarios, en cada caso el interesado volvió al estado anterior a ser nombrado pontífice, mientras que Benedicto ha creado con ese mismo acto la figura, hasta ahora inexistente y eclesiológicamente cuestionable, de ‘Papa Emérito’, reteniendo el hábito, el tratamiento e incluso el nombre elegido para su papado.

En su momento, Francisco insistió en que la decisión de su predecesor no era aislada o excepcional, sino que presagiaba una fórmula que podría hacerse habitual en el futuro, e incluso insinuó que él mismo podría tomar una decisión semejante en el futuro.

La Oficina de Prensa vaticana no ha facilitado el texto íntegro de la homilía, que podría arrojar alguna luz sobre este extremo. En cualquier caso, el propio Pontífice ha declarado a personas próximas su obsesión por no dejar la Cátedra de Pedro antes de asegurarse de que sus reformas son irreversibles.

En cuanto a éstas, está, al menos, pendiente la reforma de la Curia romana, misión de un consejo privado -el C9- del que aún, cinco años después de su creación, no ha salido ninguna medida operativa en este sentido.

Carlos Esteban

La votación de la Conferencia Episcopal Alemana sobre la intercomunión (Roberto De Mattei)


CARDENAL EIJK

Queridos amigos:
La Conferencia Episcopal Alemana ha votado por una amplia mayoría a favor de unas pautas según las cuales un protestante casado con un católico pueda recibir la Eucaristía, acercarse a la Comunión, si cumple una serie de condiciones: tiene que haber hecho examen de conciencia con un sacerdote o cualquier otra persona con responsabilidad pastoral; haber afirmado la fe de la Iglesia Católica además de haber deseado poner fin a graves desórdenes espirituales, y tener el deseo de satisfacer la sed de la Eucaristía.
Siete miembros de la Conferencia Episcopal Alemana han votado en contra de las pautas mencionadas, y han solicitado la opinión de algunos dicasterios de la Curia romana. A consecuencia de ello, una delegación de dicha conferencia episcopal a Roma, donde se ha reunido con unos representantes de la Curia, entre los que se encontraba el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En dicho encuentro intervino el cardenal arzobispo de Utrecht, el holandés Willem Jakobus Eijk. Les voy a leer su carta, su intervención, porque es muy significativa, muy notable, y nos interpela a la conciencia:
Es inexplicable la respuesta del Santo Padre a la Conferencia Episcopal Alemana, a través del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, informando que la Conferencia debería discutir nuevamente el borrador para alcanzar de ser posible un resultado unánime. La doctrina y práctica de la Iglesia respecto a la administración del sacramento de la eucaristía a los protestantes es muy clara. Y el Código de Derecho Canónico dice lo siguiente:
Aquí tenemos la cita el artículo 844 del Código que se refiere al Catecismo de la Iglesia Católica. Esto es lo que dice:
«Si hay peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la Conferencia Episcopal, urge otra necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar lícitamente esos mismos sacramentos también a los demás cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, cuando éstos no puedan acudir a un ministro de su propia comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que profesen la fe católica respecto a esos sacramentos y estén bien dispuestos.»
Hasta aquí el Código.
Ante todo, está claro que se refiere sólo a emergencias, y a cuando se está en peligro de muerte. Pero la intercomunión, esto es, la posibilidad de administrar la Comunión a un no católico, en principio, sólo es posible en el caso de los cristianos ortodoxos, y esto porque las iglesias ortodoxas orientales, a pesar de no estar en plena comunión con la Iglesia Católica, tienen sin embargo sacramentos verdaderos. Y sobre todo, porque en virtud de la sucesión apostólica, poseen un sacerdocio y una Eucaristía válidos. Por tanto, podemos decir que su fe en el sacerdocio, en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia es igual a la de la Iglesia Católica, a pesar de diferencias en algunos puntos importantes, como por ejemplo el reconocimiento de la autoridad del Vicario de Cristo.
Por el contrario, los protestantes –porque no olvidemos que en el documento de la Conferencia Episcopal Alemana se habla de protestantes, de administrar la Comunión a protestantes–, a diferencia de los ortodoxos, no comparten la fe en el sacerdocio ni la fe en la Eucaristía, ya que la mayoría de los protestantes alemanes son luteranos, y los protestantes no creen en la transustanciación sino en la consustanciación, que supone la convicción de que además del Cuerpo y la Sangre de Cristo también están presentes en el altar el pan y el vino. Y si alguno recibe el pan y el vino sin creer esto, no están presentes el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por consiguiente, esta de la consustanciación es una doctrina que admite la presencia simultánea del pan y el vino con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, negando el dogma de la Iglesia según el cual el pan y el vino se transforman sustancialmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta doctrina luterana difiere de la católica porque la doctrina católica de la transustanciación supone la fe en que lo que se recibe bajo las apariencias o especies de pan y vino, en la Hostia y el vino, sigue siendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo porque ya no están ahí las sustancias del pan y del vino. A causa de esta diferencia esencial no se debe administrar la Comunión a un protestante, aunque sea cónyuge de una persona católica. Porque el protestante, al no compartir este dogma fundamental de la Iglesia Católica, no vive en plena comunión con la Iglesia, y ante todo, no comparte expresamente la misma fe en la Eucaristía
Y la diferencia entre la consustanciación y la transustanciación es hasta tal punto enorme que es preciso exigir que todo el que desee recibir la Sagrada Comunión entre expresa y formalmente en plena comunión con la Iglesia Católica, y confirme de esta forma tan explícita que acepta la fe de la Iglesia Católica en la Eucaristía. Por lo tanto, un examen de conciencia con una sacerdote o cualquier otra persona con autoridad  pastoral, como piden los obispos alemanes, no es suficiente garantía de que la persona en cuestión acepte plenamente la doctrina de la Iglesia. El borrador de las pautas de la Conferencia Episcopal Alemana, sugiere que se trata solamente del caso de algunos protestantes casados con católicos que quisieran recibir la Comunión. La experiencia enseña que en la práctica es inevitable que estos pocos, estos casos reducidos, vayan siempre en aumento, porque los protestantes, aunque estén casados con católicos, al ver como otros protestantes casados con católicos reciben la Comunión, pensarán que pueden hacer lo mismo. Entonces todos los protestantes casados con católicos se considerarán autorizados a comulgar, y al final, también los protestantes que estén casados no con católicos sino con otros protestantes querrán hacerlo. Porque la experiencia demuestra que con unas reglas tan vagas, tan imprecisas, es inevitable que esos criterios se propaguen con rapidez.
Ahora bien, prosigue el cardenal Eijk, cuya postura estoy presentando:
«El Santo Padre ha hecho saber a la delegación de la Conferencia Episcopal Alemana que debe debatir nuevamente el documento a fin de llegar a un criterio unánime. Pero –se pregunta el cardenal de Utrecht–, ¿unanimidad en qué? Porque suponiendo que todos los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, después de haber vuelto a debatir la cuestión, resuelvan por unanimidad que se puede administrar la Comunión a los protestantes casados con católicos –admitiendo que esto llegara a pasar–, a pesar de que esta postura es contraria a lo que dicen el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica, si esta postura se volviese la práctica de la Iglesia alemana, se pregunta el cardenal Eijk, y añade: la práctica de la Iglesia Católica, fundada sobre su fe, no es determinada ni se se altera estadísticamente porque en una conferencia episcopal la mayoría vote a favor de ello, ni siquiera si lo hace por unanimidad. Y, continúa el cardenal Eijk, «el Romano Pontífice, que, como sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles”, debería haber reaccionado exponiendo lo que dicen el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica».
El cardenal Eijk agrega que el Santo Padre debería haber dado unas pautas claras a la delegación de la Conferencia Episcopal alemana, basadas en la clara doctrina y práctica de la Iglesia. «Y así debería haber respondido –prosigue el cardenal arzobispo holandés– el Papa a aquella señora luterana que el 15 de noviembre de 2015 le preguntó si ella, que es luterana, podría recibir la Comunión junto con su esposo católico, El Papa debería haber respondido: “Esto no es aceptable”, en vez de sugerir que podía recibirla por estar bautizada, apoyándose en lo que le dijera la conciencia». Destaca el cardenal Eijk que cuando no se aclaran las cosas se genera confusión entre los fieles y se pone en peligro la unidad de la Iglesia, y explica asimismo que lo hacen también los cardenales que proponen públicamente bendecir las relaciones homosexuales, lo cual es diametralmente opuesto a la doctrina de la Iglesia, fundada en las Sagradas Escrituras, es decir que, según el orden de la creación, sólo hay matrimonio entre un hombre y una mujer. Continúa el cardenal con estas palabras: «Al observar que los obispos, y sobre todo el Sucesor de San Pedro no mantienen fielmente la unidad el Depósito de la Fe contenido en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura –estas palabras son muy fuertes; dice que no mantiene el Depósito de la Fe–, y al observar esto dice: «No puedo menos que pensar en el artículo 675 del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la Tierra desvelará el misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa qe proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la vedad”». Hasta aquí la carta del cardenal, y qué más se puede añadir a estas palabras tan fuertes sino subrayar una vez más que las dice un cardenal de la Iglesia Católica, un cardenal al que damos las gracias por su valentía: su Eminencia el card. Jakobus Eijk, arzobispo de Utrecht.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)
Roberto De Mattei

Pensando en el cónclave (The Wanderer)

Por lo vicoli [pasillos] romanos se habla en voz baja de un hecho; en realidad de una práctica que está llevando a cabo buena parte del clero de la Urbe: antes o después de celebrar la misa, los sacerdotes rezan esta oración: "Señor, haz que el papa Francisco abra cuanto antes los ojos, o cuanto antes los cierre para siempre. Amén"

Y no es que los curas romanos sean todos conservadores, o tradicionalistas o bienpensantes; lo que ocurre es que si sono stufatti [se están hartando].  Se hartaron ya hace tiempo de este pontificado de quinta categoría, de este Papa del Tercer Mundo y de su modesta capacidad, y quieren que se vaya, como sea. Por eso, y ante la posibilidad que el Señor no haga oídos sordos a ese pedido, me animo a hacer un ejercicio de imaginaciónEs un ejercicio más o menos frecuentado en los últimos tiempos tratar de encontrar similitudes entre el pontificado del papa Francisco con el de otros pontífices de la historia

Yo encuentro varios puntos en común con el de Juan XXIIIMe apresuro a decir, claro, que también hay muchas diferencias: no solamente algunas decenas de kilos, sino también que el bueno del papa Juan era un hombre piadoso, tradicional y erudito historiador, autor, entre otras obras, de una historia de la pastoral de San Carlos Borromeo en varios volúmenes. Nuestro modesto Bergoglio apenas si cuenta en su haber con unas pocas cuartillas que los años olvidarán rápidamente. Pero hay un punto en común: la incapacidad para el cargo, que los sobrepasa enormemente. 

En el caso de Juan XXIII se pone de manifiesto por su convocatoria al Concilio Vaticano II, decisión tomada súbitamente luego de acceder al pontificado y con escasas o nulas consultas previas. Actuó con irresponsable precipitación tal como los más conocedores y avispados obispos percibieron. 

El mismo Mons. Battista Montini, que sería luego quien todos sabemos, dijo cuando se enteró de la decisión de Roncalli: “Este santo anciano no comprende qué nido de avispas está sacudiendo” (A. Fappani y F. Molinari, Giovanni Battista Montini Giovane. Documenti inediti e testimonianze, Mariette, Turín: 1979, p. 171). Y convengamos que Montini sabía muy bien lo que decía luego de haber pasado la casi totalidad de su vida en los escondrijos más profundos de la Curia Romana

Otra de las figuras descollantes del momento, el cardenal Giuseppe Siri, diría luego de algunos años de pontificado de Juan XXIII: “La Iglesia necesitará cuatro siglos para recuperarse del pontificado del papa Juan” (Mencionado por P. Hebblethwaite, Pablo VI. El primer papa moderno, Vergara: Buenos Aires, 1995, p. 267). Y Helder Câmara, que sin ser aún obispo tenía amplísima llegada en Roma como secretario de la Conferencia Episcopal Brasileña, dijo: “Del Concilio no puede salir nada bueno a menos que el Espíritu Santo produzca un milagro”. Nosotros sabemos, cincuenta años después, que el milagro no se produjo. Sin embargo, el principal hecho que revela la flagrante irresponsabilidad del papa Juan fue que en ningún momento se planteó elaborar un plan para el concilio que había convocado, y que planeaba que durara apenas dos meses

¿A qué persona sensata puede ocurrírsele que casi tres mil personas de todos los lugares de la tierra, que no se conocen, podían ponerse de acuerdo en temas tan delicados como los que se pretendía tratar, de un día para otro, por más obispos que fueran? Y lo peor es que no se sabía qué temas había que tratar. En pocas palabras, Juan XXIII convocó a un concilio para que los obispos del mundo entero se juntaran a tomar mate y hablar del tiempo … Y esto, una vez más, no es una opinión personal: es la conclusión a partir de los hechos que se conocen. 

Se sabe que el cardenal Montini, cuando comenzó a asistir a las reuniones de la Comisión preparatoria del Concilio, se alarmó al descubrir que no había un plan general y, consecuentemente, no había dirección. Se requería de un liderazgo que el papa Juan no podía suministrar. Por su parte, Mons. Suenens, arzobispo de Bruselas, llegó a la misma conclusión y en marzo de 1962 preguntó a Juan XXIII: “¿Quién elabora un plan general para el Concilio?”. “Nadie”, dijo el papa Juan. “Pero habrá un caos total -siguió Suenens- ¿Cómo cree que podemos discutir setenta y dos borradores de omni re scibili et quibusdam aliis (acerca de todo lo que se puede saber y unas pocas cosas más?”. 

“Sí -convino Juan XXIII-, necesitamos un plan… ¿Desearía preparar uno?”

Y así fue que el primer plan general del concilio fue preparado por el progresista Suenens, que poco después se convertiría en cardenal, y sobre ese plan maestro, Montini elaboró el definitivo que fue el que finalmente se ejecutó (Este hecho lo narra Hebblethwaite, ex jesuita de abiertas simpatías progresistas y cercano a todos los protagonistas del momento). 

Estos hechos, a mi entender, demuestran que más allá de la piedad y bonhomía [afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento] de Roncalli, no poseía la capacidad suficiente para desempeñar el cargo más alto sobre la tierra.

Y es lo mismo que ocurre con el papa Francisco. En los últimos meses se ha manifestado con evidencia ya para todo el mundo, y no solamente para los miembros de la Curia, el caos de este pontificado. De hecho, la misma prensa civil anunciaba días atrás la “catástrofe para la Iglesia católica” que significa el pontificado de Bergoglio

Pero a mí me interesa, en este post, fantasear acerca de la posibilidad de similitudes también entre el cónclave que eligió a Pablo VI, luego de un pontificado caótico, con el que elegirá al sucesor de Francisco, luego de otro pontificado caótico

El cardenal Montini era, nos guste o no, el más preparado para el cargo. Había pasado todo su sacerdocio sirviendo a la Curia Romana y había sido la mano derecha de Pío XII a quien apreciaba sinceramente [Véase la carta que escribió a The Tablet sobre Pacelli dos días antes del inicio del cónclave en el que sería elegido papa]. 

Pero además, y esto también pesaba, había sido uno de los responsables más notorios de que el Partido Comunista no ganara las elecciones italianas de 1948 y que se estableciera la Democracia Cristiana como partido dominante. 

Pero también era un enamorado de la teología francesa del momento, abanderado del Humanismo integral de Jacques Maritain y pastor más o menos populista en su sede milanesa. Y por todo esto, y con razón, era resistido por los conservadores quienes tenían todo el poder para bloquear su elección

Y es aquí donde aparece la astucia de unos, y la poca astucia de otros

Montini no levantó la cabeza porque sabía que si lo hacía, sería blanco para muchos fuegos. En la primera sesión del Concilio apenas si había intervenido dos veces, sin fijar nunca su posición sobre temas álgidos, y así se mantuvo con discreta neutralidad hasta el mismo cónclave. De hecho, llegó a Roma sólo dos días antes de su inicio y se alojó en el convento de las Hermanas de la Virgen Niña, para mantenerse alejado de cualquier centro de intrigas. 

Los liberales, por otro lado, levantaron dos cabezas a sabiendas que eran inaceptables. El cardenal König hizo saber que un no italiano sería aceptable para los italianos, y eso significaba candidatear a Suenens, que se había enamorado de la idea de convertirse en el primer papa extranjero en más de cuatro siglos. 

Y, por otro lado, le dieron aires al cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, conocido por ser quien primero había incorporado los experimentos litúrgicos en Italia y por ser el primero también en haber hablado de una iglesia para los pobres durante el Concilio. Lercaro, que a juicio de Bouyer era una persona “poco instruida”, se creyó papa. Luego de una reunión con Montini en la que el zorro de Brescia le habría dado garantías, escribió una carta a sus fieles de Bolonia en la que les decía que ya no volvería a su sede y se despedía de ellos. Estaba seguro de ser elegido. No se daba cuenta que era una herramienta del partido liberal

En cambio, por parte de los cardenales conservadores, no había estrategia ni candidato definido alguno. Probablemente seguían creyendo que al papa lo elige el Espíritu Santo… 

Por cierto que Siri era el más conocido y se lo consideraba el heredero natural de Pío XII, pero parece que el no estaba convencido. De hecho, junto al cardenal Ottaviani, apoyó y bregó para que fuera elegido el cardenal Antoniutti, en el que se concentrarían los votos conservadores. Pero no era un buen candidato. Lo único que le jugaba a favor era su edad (sesenta y cinco años), pero venía de un paso algo turbio para la época: había sido nuncio en España y amigo personal de Franco. Era demasiado para los optimistas aires democráticos de los ’60. 

Sin embargo, lo que terminó de hundir cualquier posibilidad que ganara un candidato conservador fue el desatinado discurso De eligendo pontifice que pronunció en presencia de todos los cardenales electores Mons. Amleto Tondini, un notorio miembro del partido tradicionalista. Fue un discurso que yo habría aplaudido de pie y lo mismo habrían hecho seguramente todos los lectores del blog

Mostró que el optimismo del Juan XXIII había sido infundado y que el mundo que lo aplaudía era el mundo enemigo de Cristo que nunca aceptaría el liderazgo de la Iglesia, y denunció las novedades del momento como el cientificismo, el materialismo y el relativismo, a las que muchos veían con buenos ojos. Para finalizar, dijo claramente que si los “hermanos separados” querían reunirse, debían todos ellos volver al seno de la Iglesia católica. 

Estrategia típica de los conservadores: despertar aplausos entre los propios y espantar a los que podrían haberse acercado

Según los informes de la época, como el de Bernard Pawley, consideraron con razón que este discurso tuvo el efecto de “fortalecer a la izquierda y quizás, incluso, de acercar hacia la izquierda a algunos de los vacilantes del centro, que de ese modo tuvieron una demostración gratuita de lo que les esperaba si elegían un papa derechista”

Total, que entraron al cónclave cuatro candidatos: Antoniutti por los conservadores; Suenens y Lercaro por los liberales, y Montini que se había convertido en el moderado. La jugada estaba armada.

Según relatan los que saben, las primeras dos votaciones de la mañana del 20 de junio de 1963, parecieron darle cierta chance a los conservadores, si no para elegir a su candidato, al menos para bloquear a Montini y volcarse por un candidato de compromiso, que era el cardenal Francesco Roberti. 

Montini obtuvo treinta votos y Antoniutti veinte. Lercaro también veinte, y el resto se dispersó. Aquí Suenens se bajó y exhortó a sus partidarios a dar sus votos a MontiniLa tercera votación, en la tarde de ese mismo día fue tan inconcluyente como las anteriores. 

Se dice que al finalizar la votación se escuchó la voz airada del cardenal Gustavo Testa quien dijo que debían cesar las maniobras y pensar en el bien de la Iglesia. Y esa noche, los conciliábulos se sucedieron en todo el Palacio Apostólico. Era una noche muy calurosa en la que se hacía difícil conciliar el sueño. 

El cardenal König de Viena habría prometido a Montini el apoyo de los liberales, y el cardenal Siri habría pactado también con él el apoyo renuente de los conservadores a condición de que mantuviera como Secretario de Estado al cardenal Amleto Cicognani y no nombrara a Suenens como había sido el acuerdo previo con los progresistas. Y fue lo que efectivamente sucedió (Andrew Greeley, The Making of the Popes, Andrews and McMeel, Kansas City; 1978, p. 262). Incluso el cardenal Ottaviani se habría inclinado por Montini (Giancarlo Zizola, Quale Papa?, Borla, 1977, p. 167), con quien había sido amigo cercano en los años ’30.

Al día siguiente, 21 de junio, y recién en la sexta votación, Giovanni Battista Montini obtuvo raspando la mayoría exigida: cincuenta y siete votos, apenas dos más de los necesarios. Y así nació Pablo VI, de triste y lamentable memoria

A modo de fantasía, preguntémonos si las similitudes de ambos pontificados se reflejarán también en los cónclaves. Es decir, si el cónclave que se reunirá en algún momento de la historia -si es que aún queda historia- para elegir al sucesor de Francisco tendrá elementos comunes con el que eligió al sucesor de Juan XXIII.

Y la propuesta de esta fantasía no es caprichosa, puesto que yo veo varios puntos en común. En primer lugar, el menguado grupo conservador no tiene candidato. En algún momento podría haberlo sido el cardenal Burke, pero se inmoló en un gesto de nobleza, desprendimiento y virtud que lo honra, al ponerse franca y abiertamente a la cabeza del grupo de resistencia a Bergoglio, y como esperanza y consuelo de millares de fieles en medio de estos tiempos de confusión.

Otro al que miramos con buenos ojos es al cardenal Sarah, quien no solamente es favorable a la liturgia tradicional, sino que es un hombre de Dios. Esa es la impresión que se desprende luego de la lectura de su libro La fuerza del silencio, que recomiendo vivamente. Pero justamente estas características le quitan posibilidades: pocos, ni siquiera los moderados, querrán un papa que recomiende abiertamente volver a celebrar la misa ad Orientem o que sea tan “monástico”, y tan santo… Le faltaría la sagacidad necesaria para moverse en los terrenos curiales.

Hasta hace algunos meses el candidato perfecto, a mi entender, habría sido el cardenal Pell. Tenía todas las condiciones: no era europeo (australiano), era educado (formado en Oxford) e inteligente, y con la personalidad suficiente para imponerse en los corrillos episcopales. Pero la sucia jugada que le hicieron -según dicen muchos, sus propias colegas de la Curia- aventando las falsas denuncias de encubrimiento de abusos sexuales ocurridas en los ’80 por las que se está defendiendo en Australia, hacen imposible su elección.

Algunos piensan, quizás, en el cardenal Müller. No me parece

En primer lugar, porque sería repetir, como en un calco, la elección de Ratzinger. Es decir, en el imaginario sería volver a elegir a Benedicto, y el Sacro Colegio no haría esoEn segundo lugar, porque sería una oposición demasiado fuerte y abrupta al pontificado de Francisco. Y, finalmente, porque dudo que Müller sea un candidato conservador como la mayoría lo imagina. Es un candidato católico, lo cual ya es mucho decir, pero no es un conservador.

Los progresistas, en cambio, tienen varios candidatos, y tendrán más porque nadie dice que Francisco no siga nombrado cardenales a troche y moche, así como nombra obispos

Y bien pueden tramar un estrategia como la que triunfó en el cónclave del ’63. Podrían, por ejemplo, darle aires con ayuda de la prensa a cardenales definidamente liberales como Marx, de Münich o Schönborn de Viena, o con definido olor a oveja, como Tagle, de Manila, y que difícilmente podrían ser elegidos (unos por demasiado progresistas y el otro porque ninguna persona sensata elegiría a otro cardenal del tercer mundo, después de la experiencia Bergoglio), para obligar a los conservadores a llegar a un candidato de compromiso. Y éste podría ser Ravasi o Baldisseri, por ejemplo, si pensamos en los más liberales, o Erdö, que cobró bastante protagonismo en el último sínodo, si nos inclinamos por alguien más conservador.

Y como fantasear es gratis, yo propongo otro candidato de compromiso

Monseñor Michel Aupetit, arzobispo de París

Mons. Michel Aupetit, arzobispo de París recientemente nombrado por lo que no es aún cardenal. Es un hombre de fe y de doctrina católica; es simpatizante de la liturgia tradicional (cuando era párroco en París, en su parroquia se celebraba dominicalmente la misa en forma extraordinaria), es inteligente y tiene una característica muy valiosa: no proviene de ámbitos clericales. Fue médico, ejerció once años su profesión, hizo su doctorado en medicina, se especializó en bioética y fue profesor universitario. Luego entró al seminario -que habrá sido más bien breve-, y se ordenó sacerdote a los 44 añosEs decir, no pasó por la picadora de sesos en la que se han convertido los seminarios contemporáneos, y es extraño a las camarillas y a las costumbres de los clérigos que suelen ser malsanas. El sitio Messa in latino, que no es precisamente liberal, publicó hace pocos días su homilía pascual, un texto católico, inteligente y breve, lo que siempre se agradece de una homilía. 

Habrá que esperar a que llegue el momento del cónclave. 

Me auguro que la espera no sea muy larga.

The Wanderer

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NOTA: El formato (colores, tipo de letra, subrayado, ...) es mío