BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



jueves, 14 de septiembre de 2017

"Perplejos, pero no desesperados" (2 Cor 4, 8) [1 de 2] (José Martí)

De mis recuerdos de juventud me viene ahora uno a la mente, que es especialmente simpático -al menos a mí me lo parece. Tenía un profesor de matemáticas que nos hacía trabajar mucho, aunque explicaba muy poco. Éramos nosotros quienes teníamos que estudiar el libro y luego dar las correspondientes explicaciones del tema en cuestión. Bueno, pues cuando alguien preguntaba algo a lo que él no sabía responder ésta era automáticamente su respuesta: "Es que yo no soy Dios ...", ¡con la consiguiente, y explicable, risa de todos los alumnos, por ese ingenio tan ocurrente para salir del aprieto! Por cierto, este recurso que él utilizaba para estos casos, no era una mera anécdota aislada, sino que era algo que repetía todos los años cada vez que la ocasión lo requería. Como sabemos perfectamente, los alumnos se comunican entre sí, de modo insuperable, cuando se trata de hablar acerca de cómo son los profesores que tienen o los que tuvieron.

Y viene a cuento esta historieta porque me parece que ésa es la actitud (no sólo pero también) que tenemos que tomar los cristianos cuando no entendamos algo o, por mejor decir, cuando no entendamos prácticamente nada de lo que está ocurriendo hoy en la Iglesia. 

Sí: indagaremos mucho, intentaremos buscar todas las soluciones, habidas y por haber, que estén a nuestro alcance, tanto de tipo natural (que son necesarias: redes sociales, entrevistas o ponencias de personalidades muy cualificadas, etc. ) como sobrenatural (que son las más importantes: la oración, los sacramentos, etc). Y tendremos, además, la obligación de hacerlo, pues somos cristianos por la gracia de Dios, dado que la Iglesia está atravesando por una situación extraordinariamente grave, tal vez la más grave de toda su Historia ... y, lógicamente, no podemos cerrar los ojos y esconder la cabeza, como el avestruz. Es más: por mucho que hagamos, en todos los sentidos, siempre será poco, puesto que el amor no conoce límites.

Ahora bien: dicho esto, pienso sinceramente que, al final de los finales, nuestra actitud (tanto interna como externa) tendrá que ser muy parecida a la de este profesor mío que tuve. Es preciso (por nuestro propio bien y el de los que nos rodean)  reconocer, con humildad (y con verdad, que viene a ser lo mismo, al decir de santa Teresa) que hay cosas que no dependen de nosotros, que nos sobrepasan, que no todo está en nuestras manos. Y cuando no entendamos algo, poner nuestra confianza en Dios y decir: "¡Es que yo no soy Dios...! 

Si no lo hiciéramos así, estaríamos cayendo, de manera más o menos consciente, en la herejía pelagiana que, como sabemos, consiste en actuar como si nuestra salvación dependiera, exclusivamente, de lo que hagamos, siendo así que -en realidad, de verdad- esa salvación nos viene sólo de Dios. Sólo Él nos la puede conceder. Sólo Él nos puede salvar ... no olvidando, sin embargo, que Dios no impone a nadie la salvación, sino que la condiciona a nuestro deseo de ser salvados. 

Nos conviene no olvidar esta verdad que es fundamental, y traerla, con frecuencia a nuestra memoria. Y es que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8) y que actúa siempre por amor, nos ofrece su Amor, que no otra cosa es la salvación ... pero no nos lo impone. El amor no puede imponérsele a nadie pues un amor impuesto no es amor: es una contradicción. La libertad es intrínseca al amor. 

Pues bien: Dios es profundamente respetuoso con nuestra libertad; por lo tanto, aun cuando "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4) no salvará a nadie que no quiera ser salvado, aunque ame a todos los hombres, no exigirá de ningún hombre que corresponda a su amor. Él estará siempre ahí, a nuestro lado, esperándonos, pero no nos coaccionará a que lo amemos. De hacerlo, ¿dónde estaría nuestra libertad? ¿dónde nuestro amor?. No existiría tal amor, pues éste es, por naturaleza, recíproco: se ama a Dios y se es amado por Él. Ambas circunstancias deben darse. Su amor hacia nosotros es indudable; no así el de nosotros hacia Él. Y, si no hay respuesta a su Amor, entonces no puede hablarse de perfección en el Amor. No existe tal amor, al no darse la reciprocidad del uno al otro y del otro al uno. Y, además, en totalidad. 

Esa es la razón por la cual no todos se salvan. No es que Dios quiera que nadie se condene: eso es absurdo; sino que, al dar libertad al hombre, en cierto modo se ha atado las manos, dado que no podrá salvarnos, aun cuando ésa sea su voluntad con relación a nosotros si nosotros no queremos saber nada con Él.

Y al igual que el movimiento se demuestra andando, expresión atribuida al filósofo griego Diógenes el Cínico (412-323 a.C), también el amor se demuestra amando. ¿Cómo podemos saber que realmente amamos a Dios? Pues Jesucristo nos lo dejó bien claro en estas palabras dirigidas a sus discípulos:  "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos ..." (Jn 14, 15). Tenemos, pues, que poner todos los medios que Él ha puesto a nuestro alcance para mostrarle que nuestro amor por Él es verdadero y que no se queda sólo en frases bonitas, lo cual no dejaría de ser sino una hipocresía. "Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él" (Jn 14, 23). "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor" (Jn 15, 10).

Recordemos la respuesta que dio Jesús al escriba que le preguntó acerca del primero de los mandamientos. Fue ésta: "El primero es: 'Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor. Y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12, 29-30). A continuación añade, aun cuando el escriba no se lo preguntó: "El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mc 12, 31). 

Jesús hablaba refiriéndose al Antiguo Testamento, el cual no había venido a abolirlo sino a darle su plenitud (cfr  Mt 5, 17). Sin embargo, más adelante, la víspera de la fiesta de la Pascua, poco antes de su muerte en la cruz, les dijo a sus discípulos: "Un mandamiento NUEVO os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34; 15, 12). La referencia no es ahora "el amor que uno se tiene a sí mismo" sino "el amor que Jesús tiene hacia cada uno de nosotros", un amor que llega hasta dar la vida por la persona a la que se ama, pues se dice que "Jesús, habiendo amado a LOS SUYOS que estaban en el mundo los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). Asimismo, Jesús proclamó claramente que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por SUS AMIGOS" (Jn 15, 13). 

Nos interesa ser sus amigos. Así su amor hacia nosotros será aún mayor, como ocurría con Juan, el discípulo amado; Jesús, como perfecto hombre que era, tenía también sus preferencias, como las tenemos también nosotros. En su caso, aquellos a quienes más quería (aunque por todos estaba dispuesto a dar la vida, como así lo hizo) fueron Pedro, Santiago y Juan (en particular este último). Y volvemos a lo mismo: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que Yo os mando" (Jn 15, 14). El amor a Dios, el amor a Jesucristo, en quien Dios se ha manifestado, el amor a los demás hasta dar la vida por ellos, como hizo Jesús y la guarda de sus mandamientos ... todo ello va íntimamente unido. 
José Martí
(continúa)