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miércoles, 21 de julio de 2021

Elementos básicos para la sanación de la Iglesia después de Traditionis Custodes ( Por Gabriel Calvo Zarraute | 21 julio, 2021)

 INFOVATICANA


Introducción

Donde no hay teología y santidad se suple con ideología y demagogia que, inevitablemente, desembocan en el abandono de la noción clásica de autoridad[1], basada en la filosofía del ser y el derecho natural, para degenerar en la justificación del despotismo absolutista, ahora totalitarismo, propio del Estado moderno: «La autoridad, no la verdad, hace la ley»[2], escribía Hobbes. Así, es preciso resaltar los caminos que se han de recorrer por fuerza, con la finalidad de que se produzca la curación de la Iglesia de la herejía modernista, lo que conducirá a un renacimiento espiritual sólido, fecundo y duradero, capaz de ser la alternativa a la degradada civilización occidental que ha optado por su desaparición por vía de suicidio[3].

No se debe olvidar que, por grave que sea la situación actual, la Iglesia, como «Cuerpo Místico de Cristo»[4], posee en sí misma los anticuerpos necesarios y precisos para volver a ser resplandeciente en la verdad y belleza, atributos de Dios[5], que conforman su verdadero culto saturado de trascendencia. La Iglesia no es una obra humana, inmanente, sino que nace del Corazón traspasado de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, en él mora, se alimenta y de Él recibe todo su ser. Este origen y conexión sobrenatural que la une al Esposo divino son los fundamentos de la esperanza cierta que anima a todo verdadero hijo suyo, e impiden que el dolor y la tristeza, por profundos y justificados que sean, se transformen en desánimo y pesimismo.

Necesidad de volver a la definición tradicional de verdad

Es necesario convencerse de que la ruina y destrucción de la Iglesia, particularmente desde 1965 aunque para analizar sus orígenes habría que remontarse a los inicios del siglo XX, no atañen solo a la fe, al campo de lo sobrenatural, sino que, atacan primariamente a la esfera natural de la razón. Bien lo diagnosticó el insigne Cornelio Fabro: «La crisis actual de la teología, y reflejamente de la Iglesia posconciliar, es de naturaleza metafísica»[6]. Puesto que, según Santo Tomás, creer es lo propio del intelecto[7], está claro que toda perturbación sustancial que afecte a este, inevitablemente, repercutirá también en la fe.

El fin propio de la inteligencia, en el que descansa, es la verdad, que Santo Tomás define magistralmente como «adaequatio rei ad intellectum»[8]: adecuación del entendimiento con la realidad. De este hacerse una misma cosa la inteligencia con lo real derivan, para el juicio humano, sus leyes inmutables: el principio de no contradicción, el de causalidad y el de finalidad. La dinámica del conocimiento que Santo Tomás puso claramente de manifiesto se origina y fundamenta en la apertura de la realidad extramental, en la apertura al ente.[9] Se podrían realizar numerosas consideraciones de naturaleza filosófica tocantes a este texto[10]; sin embargo, lo que a nosotros nos concierne en esta hora es, sencillamente, ratificar, frente a toda la confusión del pensamiento moderno, que el conocimiento se origina, como sostenía Aristóteles, del asombro al constatar que algo existe, no de la duda cartesiana de la memoria[11]. El conocimiento es apertura al ser y a sus leyes, que la inteligencia halla fuera de sí, no producción y posición de estos. La inteligencia está abierta al ente por naturaleza, y es relativa a él, del mismo modo que le sucede a la vista con los colores.

El descarrío del pensamiento moderno se explica, en último análisis, por la solución errónea que se da al problema de la relación que media entre el ser y el pensamiento, es decir, al problema de quien fundamenta a quien. De si es el primero el que fundamenta al segundo, o sea el pensamiento quien obedece y se conforma con la realidad o de si, como pretende el idealismo, sucede lo contrario[12].

Es cuanto puso en evidencia San Pío X, con gran profundidad teórica, en sus intervenciones contra el modernismo[13]. El mal radical que aqueja al individuo, y por extensión a la sociedad civil y a la sociedad eclesial se cifra en el individualismo, subjetivismo y sentimentalismo característicos de la Modernidad, como afirma Juan Fernando Segovia siguiendo la tesis de Zigmunt Bauman: «La tolerancia absoluta de todo y para todo, es el valor dominante. Lo único que no se tolera en tiempos posmodernos son las convicciones firmes, las que no se sujetan a consenso, pues la época liquida, no tolera lo sólido y lo vomita»[14].

Consecuentemente, la inteligencia renuncia a su poder de conocer las cosas como son en sí mismas, independientemente del espíritu que las piensa. Se priva del trampolín de la realidad, por ello se confiesa incapaz de elevarse hasta el Principio de la realidad, pero al exiliarse de la realidad, la inteligencia se repliega automáticamente sobre sí misma. No existiría para ella sino lo que en ella se manifiesta, no ya las cosas mismas, sino las ideas que se hace de las cosas. Así no está ya sujeta a lo real, ni al Principio de la realidad. La inteligencia no depende ya más que de sí misma, de su facultad de producir ideas, entidades infinitamente maleables, que están ya sometidas a su poder creador. Se trata del voluntarismo nominalista de Ockam: el mundo es lo que yo pienso del mundo[15].

Si no se reconoce el primer acto de la inteligencia en su apertura a lo real, si la inteligencia no acepta que la realidad constituya la norma de su actividad, entonces, se pone en discusión que la verdad es la conformidad del pensamiento con lo real[16]. El modernismo al divorciarse de lo real y del principio de la realidad sostiene que no puede seguir habiendo una sola verdad eterna y necesaria en el campo de la fe ni en el de la vida social y política[17]. Así, formas y categorías son producciones del pensamiento sobre las que este se enseñorea y de las cuales puede liberarse cuando lo desee. Continua el profesor Segovia: «Si la ética es la ciencia del bien y el bien es el fin al que tiende todo hombre, lo que apetece todo ser, no habiendo fin humano y no habiendo sujeto de actividad finalista, no hay ética. Y si no hay norma moral, no hay norma jurídica ni norma política. Esta es la inicial confusión que nos lleva a la idea del hombre en la posmodernidad»[18].

Urge más que nunca poseer ideas claras sobre lo que Hegel denomina el «comienzo» del pensamiento, sin tal claridad de fondo resulta imposible construir nada estable, nada perdurable, inmutable[19]. En aras del bien de la Iglesia y de la salvaguarda del orden natural, se debe remachar con fuerza y de todas las maneras posibles este punto tan esencial, adoptando la postura que sea obligada contra los desde hace más de cincuenta años minan impunemente el dogma, la verdad y la moral precisamente en su raíz, y ponen en ello las bases para la realización del proyecto satánico: «seréis como dioses, conocedores del bien y del mal»[20]. Julio Alvear profundiza: «Es a partir de la conciencia subjetiva del hombre que la Modernidad reivindica el derecho a pensar y creer lo que se quiera, lo que tiene siempre, directa o indirectamente, su punto de partida en la libertad moral autónoma e independiente»[21].

La herejía modernista parte del subjetivismo y vuelve a él destronando a Dios y sus dogmas inmutables poniendo al hombre en su lugar[22]. Puesto que la conciencia humana carece de toda conexión con cualquier cosa que la sobrepase, no podrá alcanzar a Dios sino en sí misma. Aceptar la revolución del pensamiento moderno significa, en el ámbito teológico, minar en su base la posibilidad de comprender la doctrina católica «eodem sensu eademque sententia», una obligación insoslayable para todo católico.

Lo cierto es que hay que volver a la definición tradicional de la verdad como «adecuación del entendimiento con la realidad», la conformidad del juicio con el ser extramental y sus leyes inmutables. Los dogmas suponen esta definición. No es una decisión arbitraria, sino por su misma naturaleza, por lo que nuestra inteligencia se adhiere al valor ontológico y a la necesidad absoluta de los primeros principios como leyes de la realidad. Solo así se podrá mantener la definición tradicional de la verdad que los dogmas presuponen. Esta razón, fuerte y humilde al mismo tiempo, es, con todas las consecuencias que se derivan de ella, «conditio sine qua non» para poder edificar sobre la roca de la eternidad, de la estabilidad, no sobre la arena de la temporalidad, del devenir, y no hay enemigo peor que quien lo niega o intenta disimularlo. He aquí el primer punto de partida irrenunciable para una verdadera reforma de la Iglesia.
Necesidad de volver al fundamento de la fe católica

La esencia del acto de fe estriba en la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas por Dios en virtud de Aquel que revela, de ahí que no se crea porque el contenido de la fe sea evidente, ni porque esté en consonancia con las aspiraciones y exigencias propias y del tiempo concreto, como postula el historicismo[23]. La razón formal de la fe es que Dios revela algo, un contenido intelectual, y que, a Él, que no puede engañarse ni engañarnos, se le debe el homenaje del intelecto. Las verdades fundamentales de la fe están por encima de la razón, aunque el mismo ejercicio de la razón colabora a su mejor conocimiento[24]. A este respecto escribe Eduardo Vadillo: «La objetividad de la fe hace referencia necesaria al realismo cognoscitivo: el hombre es capaz de conocer la verdad y expresarla. Si se niega el aspecto cognoscitivo de la fe, en realidad se sitúa la relación con Dios como algo ajeno al conocimiento»[25].

La revelación divina es transmitida e interpretada con nitidez por el Magisterio infalible de la Iglesia, al cual debemos asentir humilde y filialmente, tanto si se expresa en la forma ordinaria como si lo hace en la extraordinaria, siempre en continuidad con la Tradición, que, por definición, no puede ser dinámica, arbitraria, contradictoria[26]. Es imposible que la Iglesia se haya podido equivocar al enseñar una verdad y celebrar un venerable rito litúrgico durante siglos (en realidad, durante más de mil años, desde San Gregorio Magno[27]). O lo que equivale a lo mismo, al condenar un error y rechazar una liturgia protestantizada también durante siglos, como hizo con el sínodo jansenista de Pistoya en 1786[28]. Debido a este origen divino, la fe goza de una certeza que no alcanza a tener el conocimiento humano más evidente, una certeza que se debe, insistimos, a Aquel que se revela, no a la evidencia intrínseca de lo que revela. Y a causa, asimismo, de este origen divino, quien niegue un solo artículo de fe socava los fundamentos de la propia fe, como explica claramente Santo Tomás: «Quien no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a regla infalible y divina (…) carece del hábito de la fe, pues acepta las verdades por motivos distintos de la fe. Está claro que quien se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible acepta todo lo que la Iglesia enseña. En caso contrario, si de cuanto enseña la Iglesia acepta o no acepta lo que quiere, no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible, sino que sigue su voluntad»[29].

No cabe duda de que, respecto a la naturaleza estable de la verdad y de Aquel que revela, nadie, sea quien sea, puede arrogarse jamás en la Iglesia, la autoridad de enseñar algo distinto u opuesto a cuanto la Iglesia recibió de Nuestro Señor Jesucristo y ha transmitido a lo largo de los siglos[30]. San Vicente de Lerins respondía así a los que pudieran temer, ante tamaña afirmación, que no se diera jamás progreso dogmático alguno en la Iglesia: «Más se objetará: ¿no se dará, según eso, progreso alguno de la religión en la Iglesia de Cristo? […], pero para que tal, sea verdadero progreso de la fe, no una alteración de la misma, a saber: es propio del progreso que cada cosa se amplifique en sí misma, y propio de la alteración es que algo pase de ser una cosa a ser otra»[31].

El segundo punto de partida para resolver la crisis actual es devolver a la Iglesia su fecundidad apostólica desembarazándose de todas las posiciones que introducen una mutación respecto de las enseñanzas del Magisterio constante, ordinario o extraordinario[32]. El dogma ha conocido un gran desarrollo en la Iglesia, pero eso se ha debido a las potencialidades que le son intrínsecas, pues las circunstancias externas, como la amenaza de las herejías, nunca pasan de ser meros factores ocasionales[33]. Tal desarrollo ha consistido, en una penetración en la verdad revelada y acogida, extrayendo de ella, con ayuda de la razón rectamente entendida, todas las consecuencias lógicas. En cambio, lo que está sucediendo hoy, -piénsese, en la cuestión de la libertad religiosa confundida con el irenismo, el relativismo o el sincretismo- constituye un cambio originado por la acogida de la mayor parte de los católicos, incluida la jerarquía, de los principios axiales del pensamiento moderno[34]. En el caso en cuestión, el principio de la libertad irrestricta de conciencia, los pontífices lo condenaron repetidamente desde que surgió en el siglo XVIII con la Ilustración y prosiguió en el XIX con el liberalismo[35].

Frente a ello es menester volver a meditar, palabra por palabra, la doctrina que San Vicente de Lerins expresó con extraordinaria actualidad: «Por otra parte, si comienzan a mezclarse las cosas nuevas con las antiguas, las extrañas con las domésticas, las profanas con las sagradas, forzosamente se deslizará esta costumbre, cundiendo por todas partes, y al poco tiempo nada quedará intacto en la Iglesia, nada inviolado, nada íntegro, nada inmaculado, sino que al santuario de la verdad casta e incorrupta sucederá el lupanar de los errores torpes e impíos. La Iglesia de Cristo, en cambio, custodio solícito y diligente de los dogmas a ella encomendados, nada altera jamás en ellos, nada les quita, nada les añade, no amputa lo necesario, ni aglomera lo superfluo, no pierde lo suyo, ni usurpa lo ajeno. La Iglesia Católica en todo tiempo con los decretos de sus concilios, provocada por las novedades de los herejes, esto y nada más que esto: lo que había recibido de los antepasados en otro tiempo por sola tradición, lo transmite más tarde a los venideros también en documentos escritos, condensando en pocas letras una gran cantidad de cosas, y a veces, para mayor claridad de percepción, sellando con la propiedad de un nuevo vocablo el sentido no nuevo de la fe»[36].

Conclusión: abandonar el antropocentrismo moderno por el teocentrismo tradicional

Hay que reconocer que la solución de todos los problemas que afligen a la Iglesia y al mundo posmoderno se encuentra exclusivamente en la fidelidad incondicionada a cuanto la Iglesia nos ha transmitido sin alteraciones hasta hoy. Es decir, la recuperación de la Iglesia histórica, o, dicho de otro modo, de la Tradición como fidelidad a lo transmitido en la historia[37]. Solo así, con un acto de humilde y confiado abandono en Dios, desafiando todos los cálculos humanos, previsiones sociológicas y posibilismos políticos, será posible no solo la restauración, sino, además, la verdadera reforma de la Iglesia que lleve consigo toda esa vivacidad y dinamismo que sin duda necesita ahora más que nunca. No se tema repetir todo cuanto la Iglesia ha enseñado siempre, no importa que dichos principios les parezcan ayunos de sentido común a las cada vez más deformadas mentalidades modernas[38]. Es menester ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Iglesia, no al mundo moderno-posmoderno y sus expectativas[39]. La única obra verdadera de caridad que le podemos hacer a esta humanidad extraviada es la de ser fieles a la Tradición Católica, la de volver a enseñar sin miedo todo lo que se nos ha transmitido[40], apoyándose exclusivamente en la asistencia divina.

Antaño profetizaba Isaías: «Ay de aquellos que van a buscar socorro en Egipto, poniendo la esperanza en sus caballos, y confiando en sus muchos carros de guerra, y en su caballería, por ser muy fuerte, y no han puesto su confianza en el Santo de Israel, ni han recurrido al Señor. Pero he aquí lo que me ha dicho el Señor: de la manera que ruge el león sobre su presa, y por más que vaya contra él una cuadrilla de pastores no se acobarda a sus gritos, ni se aterrará por muchos que sean los que le acometan, así descenderá el Señor de los ejércitos para combatir sobre el monte Sión y sobre sus collados. Como un ave que revolotea en torno a su nido, del mismo modo amparará a Jerusalén el Señor de los ejércitos, la protegerá y la librará, pasando de un lado a otro, y la salvará»[41].

Sólo con el coraje de la fidelidad a lo que el mundo reputa como estulticia, ignorancia y fanatismo, pero que, por el contrario, resulta ser «fuerza y sabiduría de Dios»[42], será como se instaure el Reinado Social del Corazón de Jesús y no los sucedáneos que vienen resultando un fracaso estrepitoso y sin paliativos[43]. Frente a las terribles amenazas y las desoladoras realidades que tenemos a la vista en una Iglesia y un mundo cada vez en mayor estado de disolución, no hay más que un camino por recorrer: fe, más fe. «No temas, ten fe»[44]. Este acto de fe intrépida es lo único que podrá hacer resurgir a la Iglesia más bella y esplendente después de la terrible prueba final de la que nos habla el Catecismo de la Iglesia Católica[45] y que cada día se hace más palpable.

[1] Cf. Ana Isabel Clemente, La auctoritas romana, Dykinson, Madrid 2013, 43.

[2] Thomas Hobbes, Leviatán, Gredos, Madrid 2014, 93.

[3] Cf. Douglas Murray, La extraña muerte de Europa. Identidad, inmigración, islam, Edaf, Madrid 2019, 337; César Vidal, Un mundo que cambia. Patriotismo frente a la agenda globalista, TLM Editorial, Tenessee 2020, 216

[4] Cf. Pío XII, Mystici corporis, n. 11, 1943.

[5] Santo Tomás, Compendio de teología, lib. 2, cap. 9.

[6] Cornelio Fabro, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976, 317.

[7] Cf. S. Th., II-II, q. 2, a. 2.

[8] I Sent, d. XIX, q. 5, a. 1.

[9] De Ver, q. 1, a. 1.

[10] Cf. Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, PPU, Barcelona 1987, 256; Roger Verneaux, Epistemología general, Herder, Barcelona 2005, 119.

[11] Cf. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, Ariel, Barcelona 2011, vol. I, t. I, 250.

[12] Cf. Santiago Cantera Montenegro, La crisis de Occidente. orígenes, actualidad y futuro, Sekotia, Madrid 2020, 183.

[13] Tanto en el campo filosófico y teológico con la encíclica Pascendi (1907) y el decreto Lamentabili (1907), como en el político con Notre charge apostolique (1910). Pues del mismo modo que el naturalismo en teología es el modernismo, el liberalismo no es más que el modernismo en política.

[14] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 226.

[15] Cf. Étienne Gilson, La filosofía de la Edad Media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, Gredos, Madrid 2017, 616-622.

[16] Cf. Antonio Millán-Puelles, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid 468.

[17] Dominique Bourmaud, Cien años de modernismo. Genealogía del concilio Vaticano II, Ediciones Fundación San Pío X, Buenos Aires 2006, 318.

[18] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 219.

[19] Cf. Antonio Truyol y Serra, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Alianza, Madrid 2005, vol. 3, 142.

[20] Gn 3, 5.

[21] Julio Alvear, La libertad moderna de conciencia y de religión. El problema de su fundamento, Marcial Pons, Madrid 2013, 27.

[22] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, Las formulas dogmáticas. Su naturaleza y su valor, Herder, Barcelona 1965, 7; Ramón García de Haro, Historia teológica del modernismo, EUNSA, Pamplona 1982, 201; cf. Santiago Casas (Ed.), El modernismo a la vuelta de un siglo, EUNSA, Pamplona 2008, 311.

[23] Cf. Jesús García López, Escritos de antropología filosófica, EUNSA, Pamplona 2006, 56.

[24] Cf. Dom Columba Marmión, Jesucristo vida del alma, Editorial litúrgica, Barcelona 1960, 149.

[25] Eduardo Vadillo, Breve síntesis académica de teología, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2009, 166.

[26] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, El sentido común, la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas, Palabra, Madrid 1980, 369 y ss.

[27] Cf. Klaus Gamber, La reforma de la liturgia romana, Ediciones renovación, Madrid 1996, 22.

[28] Cf. Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona 1978, vol. VI, 759.

[29] S. Th, II-II, q. 5, a. 3.

[30] Cf. Isidro Gomá, Jesucristo Redentor, Casulleras, Barcelona 1944, 614.

[31] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 23, 1-2.

[32] Cf. Rodrigo Menéndez Piñar, El obsequio religioso. El asentimiento al Magisterio no definitivo, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2020, 25.

[33] Cf. Francisco Marín-Sola, La evolución homogénea del dogma católico, BAC, Madrid 1952, 291.

[34] Cf. Victorino Rodríguez, Temas-clave de humanismo cristiano, Speiro, Madrid 1984, 129.

[35] Cf. Guillermo Devillers, Política cristiana, Estudios, Madrid 2014, 239.

[36] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 32, 15-16.19.

[37] Cf. Juan Cruz, Filosofía de la Historia, EUNSA, Pamplona 2002, 93-94.

[38] Cf. Gabriele Kuby, La revolución sexual global. La destrucción e la libertad en nombre de la libertad, Didaskalos, Madrid 2017, 44.

[39] Cf. Douglas Murray, La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, Barcelona 2019, 341.

[40] «Os he transmitido lo que recibí» (1ª Cor 11, 23).

[41] Is 31, 1. 4-5.

[42] Cf. 1ª Cor, 1, 24.

[43] Cf. Jean Ousset, Para que Él reine. Catolicismo y política por un orden social cristiano, Speiro, Madrid 1972, 17.

[44] Mc 5, 36.

[45] CEC 675-677.

Comunicado oficial de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro en relación a la aparición de Traditionis Custodes

 SECRETUM MEUM MIHI

La Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, la cual por estos días cumple 33 años de fundada, ha emitido hoy el siguiente comunicado en referencia a la publicación de Traditionis Custodes que abrogó el motu proprio Summorum Pontificum. Traducción de Secretum Meum Mihi (con adaptaciones).



Comunicado oficial de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro tras la publicación del Motu Proprio Traditionis Custodes

Friburgo, 20 de julio de 2021

La Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, cuyo objetivo es la santificación de los sacerdotes mediante la fiel observancia de las tradiciones litúrgicas anteriores a la reforma implementada después del Concilio Vaticano II (cf. Constituciones n. 8), ha recibido con sorpresa el Motu Proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco

Fundada y aprobada canónicamente según el Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta del Papa San Juan Pablo II del 2 de julio de 1988, la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro siempre ha profesado su adhesión a todo el Magisterio de la Iglesia y su fidelidad al Romano Pontífice y a los sucesores de los Apóstoles, ejerciendo su ministerio bajo la responsabilidad de los obispos diocesanos. Refiriéndose en sus Constituciones a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la Fraternidad siempre ha buscado estar de acuerdo con lo que el Papa Emérito Benedicto XVI llamó en 2005: “la hermenéutica de la reforma en la continuidad de la Iglesia” (Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005).

Hoy, por tanto, la Fraternidad de San Pedro está profundamente entristecida por las razones dadas para limitar el uso del Misal del Papa San Juan XXIII, que está en el centro de su carisma. La Fraternidad no se reconoce de ninguna manera en las críticas hechas. Es sorprendente que no se mencione los muchos frutos visibles en los apostolados ligados al misal de San Juan XXIII y la alegría de los fieles por poder beneficiarse de esta forma litúrgica. Muchas personas han descubierto o regresado a la Fe gracias a esta liturgia. ¿Cómo no advertir, además, que las comunidades de fieles ligados a ella son a menudo jóvenes y florecientes, y que de ella han surgido muchas casas cristianas, sacerdotes o vocaciones religiosas?

En el contexto actual, queremos reafirmar nuestra fidelidad inquebrantable al sucesor de Pedro por un lado, y por el otro, nuestro deseo de permanecer fieles a nuestras Constituciones y carisma, continuando sirviendo a los fieles como lo hemos hecho desde nuestra fundación. Esperamos poder contar con la comprensión de los obispos, cuya autoridad siempre hemos respetado y con quienes siempre hemos colaborado lealmente.

Confiados en la intercesión de Nuestra Señora y de nuestro Patrón San Pedro, esperamos vivir esta prueba en fe y fidelidad.

NOTICIAS VARIAS 20 DE JULIO DE 2021



LA GACETA


GERMINANS GERMINABIT


El sombrero y la cabeza ( Juan Manuel de Prada)

Selección  por José Martí

Las tradiciones del Papa Francisco, la avalancha de Traditionis Custodes

 SPECOLA

La sabiduría de los romanos reside en que han visto pasar por sus calles de todo lo imaginable y están curados de espanto. En Roma se aprende a ver la historia con una perspectiva que no existe en otros lugares del mundo, es una ciudad viva que convive con su historia milenaria de la que no puede escapar. En cualquier rincón de la ciudad nos encontramos restos grandiosos de su pasado, que nos recuerda que somos mortales, ciudadanos pasajeros de algo que nos supera y no nos pertenece. Un pecado muy típico de estos tiempos aciagos es que nos creemos el centro de la historia y la cumbre la todas las sabidurías y ciencias. Tendemos a pensar que nuestros ancestros eran una especie de simios salvajes e incultos de los que es mejor olvidar lo que hemos recibido. Por si este desvarío fuera poco, no contentos con creernos con el derecho a rehacer la memoria del pasado para justificar nuestras locuras, pensamos que nuestros nuevos órdenes son tan maravillosos e insuperables que estarán con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Es normal que los políticos cambien de pensamiento a casa paso que dan, sus estrategias se llenan de mentiras, de promesas fallidas, de pan y circo para distraer a los sufridos ciudadanos a los que se ordeña para mantener el tinglado del que viven. Lo que ya no es tan normal es que esto lo traslademos a la iglesia. El contenido de la traditiones custodes pretende anular la normativa de Benedicto XVI. Si las cosas que atañen a la fe pueden ser cambiadas por los hombres, aquí estamos de más. No tiene ningún sentido seguir caudillos mortales y falibles. La fe católica nos invita a seguir a Jesucristo, el de verdad, el que acampa entre nosotros, muere y resucita, y que además sigue presente entre nosotros en la Eucaristía, si prescindimos de esto estamos fuera de lugar. Por qué hemos de obedecer lo de hoy y no lo de ayer, cuando lo de hoy será de ayer pasado mañana. Si lo que pretende el Papa Francisco es sembrar más confusión hemos de reconocer que es un maestro, si lo que busca es la unidad, los resultados son los contrarios.

Para Roberto de Mattei, que de historia reciente de la iglesia sabe el que más y no digamos de los entresijos del Vaticano, el segundo, el concilio, nos dice que: «La intención del Motu proprio Traditionis custodes del Papa Francisco, del 16 de julio de 2021, es reprimir cualquier expresión de fidelidad a la liturgia tradicional, pero el resultado será encender una guerra que inevitablemente terminará con el triunfo de la Tradición de la Iglesia.»

«Cuando, el 3 de abril de 1969, Pablo VI promulgó el Novus Ordo Missae (NOM), su idea básica era que, dentro de unos años, la Misa tradicional sería solo un recuerdo». «Pablo VI en nombre de un «humanismo integral», preveía la desaparición de todos los legados de la Iglesia «constantiniana». Y el antiguo Rito Romano, que San Pío V había restaurado en 1570, después de la devastación litúrgica protestante, parecía destinado a desaparecer».

«Hoy los seminarios están desprovistos de vocaciones y las parroquias están vacías, a veces abandonadas por sacerdotes que anuncian su matrimonio y su regreso a la vida civil. Por el contrario, los lugares donde se celebra la liturgia tradicional y se predica la fe y la moral de todos los tiempos están llenos de fieles y son viveros de vocaciones.»

Ante este movimiento de renacimiento cultural y espiritual, el Papa Francisco reaccionó instruyendo a la Congregación para la Doctrina de la Fe a enviar a los obispos un cuestionario sobre la aplicación del Motu proprio de Benedicto XVI. La investigación fue sociológica, pero las conclusiones que sacó Francisco de ella son ideológicas». «La revocación del libre ejercicio del sacerdote individual para celebrar según los libros litúrgicos antes de la reforma de Pablo VI es un acto manifiestamente ilegítimo, el Summorum Pontificum de Benedicto XVI reiteró que el rito tradicional nunca ha sido abrogado y que todo sacerdote tiene pleno derecho a celebrarlo en cualquier parte del mundo. Traditionis custodes interpreta ese derecho como un privilegio que, como tal, es retirado por el Legislador Supremo». «Benedicto XVI nunca «concedió» nada, sino que solo reconoció el derecho a utilizar el Misal de 1962, «nunca derogado», y a disfrutarlo espiritualmente». «Si la violencia es el uso ilegítimo de la fuerza, el Motu proprio del Papa Francisco es un acto objetivamente violento porque es autoritario y abusivo».


Specola

Los obispos responden con respetuosa resistencia a Traditionis custodes (Carlos Esteban)

 INFOVATICANA


Su Santidad no puede estar muy satisfecho con la respuesta generalizada a su sorpresivo motu proprio Traditionis custodes. No me refiero a la reacción dolorida y a veces airada de los adeptos a la Misa Tradicional, sino a la fría acogida de una mayoría de los obispos.

El impacto de Summorum pontificum y su liberalización de la llamada Forma Extraordinaria fue, hay que reconocer, más bien marginal en el mundo católico salvo en tres países: Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En ellos proliferaron las parroquias que ofrecen misas en el viejo rito, con un éxito creciente, sobre todo en el sector de la población que menos esperaba y al que nunca se refiere Francisco: los jóvenes.

Y es precisamente en estos países donde los obispos, en quienes ahora se deposita la facultad exclusiva de seguir permitiendo o prohibir el rito que tanto molesta a los renovadores, parecen haber optado por la cautela y la permisividad, manteniendo en la mayoría de los casos las cosas como están. Es significativo que las grandes excepciones de las que hemos informado aquí, la del obispo portorriqueño de Mayagüez, y la de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, se refieren a lugares que no contaba con Misas Tradicionales, o en las que eran muy marginales.

No es que los obispos se hayan vuelto tradicionalistas de repente, lejos de ello. Siguen siendo los mismos vendedores de conversiones ecológicas y escuchas atentas, tan LGTB-friendly como se quiera. Es, sencillamente, que el Summorum pontificum trajo la paz litúrgica a sus diócesis y no ven razón alguna para reiniciar una guerra sin sentido. No comparten, en fin, la visión del Santo Padre sobre la peligrosidad inminente de los tradicionalistas, y prefieren la fiesta en paz.

Los franceses han dado una respuesta conjunta, llena de sutileza y buenas palabras pero inequívoca en su mensaje de fondo: Gracias, no, gracias. Estamos bien como estamos, y los ‘tradis’ representan en nuestras diócesis el elemento más vivo, con más potencial de crecimiento: no les vamos a empujar a las catacumbas.

En Estados Unidos e Inglaterra ha sido más individual, obispo por obispo, una nutrida parte de ellos anunciando de inmediato a sus fieles que, por ahora, las cosas van a seguir como hasta la fecha, con las Misas previstas. Ese “por ahora” hace temer a muchos, pero es improbable que a corto y medio plazo muchos quieran iniciar una guerra de ritos.

Algunos han sido sucintos, con meros anuncios de continuidad para tranquilizar a su rebaño. Pero otros, como el arzobispo de San Francisco Salvatore Cordileone que, haciendo honor a su apellido (corazón de león, en italiano), se ha explayado un tanto en su aviso. “La Misa es un milagro en cualquier forma: Cristo viene a nosotros, en la carne bajo la apariencia de Pan y Vino. La unidad en Cristo es lo que importa. Por tanto, la Misa Tradicional seguirá estando aquí en la Archidiócesis de San Francisco a disposición de los fieles en respuesta a sus legítimas necesidades y deseos”.

Por lo demás, las diócesis más refractarias al viejo rito tienen poco que reprimir: pese a la presunta libertad de Summorum pontificum, un obispo dispone de mil maneras para disuadir a sus sacerdotes de que oficien en la Forma Extraordinaria, de modo que en sus territorios apenas existían tales misas.

Todo esto parece indicar que el Santo Padre ha gastado un montón de pólvora en falso, llamando la atención sobre una obsesión personal que no destaca por su capacidad de diálogo o misericordia, y no ha logrado, en principio, su propósito: los obispos más deseosos de reprimir la Misa Tradicional no tienen Misas Tradicionales en sus diócesis, y los que sí la tienen, por ‘renovador’ que sea su estilo, no están por la labor de ‘hacer lío’.

En cuanto al miedo a las represalias o el deseo de promoción, parecen haberse difuminado. Quizá estén molestos con el lenguaje innecesariamente duro del motu proprio, o calculen que es mejor correr el riesgo de frustrar las intenciones del Santo Padre que quedarse sin fieles, o esperan que, al ser tantos, Francisco no pueda con todos.

Pero también haya otra posibilidad, de la que hablaremos en otra ocasión.

Carlos Esteban

lunes, 19 de julio de 2021

Padre Custodio Ballester. Sacerdote y custodio de la verdad. Entrevista P. Javier Olivera Ravasi, SE

 QUE NO TE LA CUENTEN

DURACIÓN 44:39 MINUTOS

https://youtu.be/quEMOFtlWc0

La reacción de Bergoglio contra la misa en latín

 CHIESA E POST CONCILIO


El nuevo motu proprio causó tal sensación que fue acogido con asombro por muchos medios de comunicación. Volvamos al artículo de Marcello Veneziani. Sobre el latín, una lengua sagrada que debe conservarse, aquí - aquí

Pero, ¿por qué enfurecerse contra la misa en latín? Occidente se vuelve descristiano, la gente ya no va a misa, la blasfemia y la indignación contra la religión son rampantes y Bergoglio golpea a los escasos seguidores devotos del ordo missae . Su libre censura de la Misa en latín es una vergüenza simbólica para la Tradición, para sus fieles, pero también para la libertad de culto. ¿Qué daño puede hacer una misa en latín, readmitida por Ratzinger en 2007, tan discreta y marginal?

¿Por qué acoger a los no creyentes, musulmanes, dialogar con creyentes de otras religiones, incluso revolucionarias y anticristianas, y luego cerrar las puertas de la Iglesia a los pocos devotos irreductibles de la misa antigua y de la fe según la tradición? Para ponerlo en latín, sin traducción, Piscis Ecclesia primum a capite foetet ...

Incluso Juan XXIII [ Veterum Sapientia ] en 1962 hizo suyas las palabras de Pío XI: "La Iglesia por su naturaleza requiere un lenguaje que sea universal, inmutable y no vulgar". Coincidía con lo que había escrito René Chateaubriand en el Genio del cristianismo: "Creemos que un lenguaje antiguo y misterioso, un lenguaje que ya no varía con los siglos, es muy adecuado para el culto al Ser eterno, incomprensible e inmutable".

La mente va a Cristina Campo e incluso a Jorge L. Borges, argentino como Bergoglio, que defendió en vano el ordo missae cuando fue suprimido en 1964. Sobre todo ella, Cristina, alias Vittoria Guerrini, denunció en la anulación de la misa latina "la apostasía litúrgica del siglo" y fundó un movimiento como La Voce en defensa de la tradición violada. Luego escribió sobre su dolorosa negativa a asistir a la misa donde la había seguido durante años: "La lepra ha llegado a Sant'Anselmo (micrófonos por todas partes, partes de la misa en la lengua vernácula, discusiones dolorosas donde había silencio y sonrisas) y yo no pondré un pie allí nunca más"; y aún no había visto el citarrado, las concentraciones de los sacerdotes y los lenguajes alternativos ... Entonces Cristina-Vittoria bajó del Aventino al Pontificio Colegio.Russicum fundado por Pío XI para preparar a los seminaristas rusos, luego cerrado por los jesuitas de Bergoglio. Y allí, después de la Misa de rito bizantino, redescubrió, escribe Emanuele Casalena, “esa belleza de perfección que tanto había perseguido en la vida; todo le recuerda, desde la liturgia, a los cantos, desde los gestos meditados, a las vestimentas hasta los iconos sagrados apenas iluminados por el trémulo flamear de las velas, allí redescubre la metafísica de la belleza ”.

En el año de la muerte de Cristina Campo, en 1977, el nihilista irónico Giorgio Manganelli cortó la misa latina en el Cursore Vespertino (también conocido como Corriere della sera ), en un artículo más tarde recopilado en Italian Mammal, Adelphi ). Un ejercicio virtuoso de inteligencia y escritura pero separado de cualquier apertura espiritual y mental al lenguaje de lo sagrado y a la belleza metafísica.

El recuerdo de la misa en latín nos remonta a la infancia. Fue la última misa en latín en la catedral de mi país, con una ofrenda de veinte liras para sentarme en el coro con mi padre. Todavía tengo en mis ojos, nariz y oídos, la belleza de ese ritual, el aroma del incienso, el misterio de esas palabras. Me sentí conectado a la red del Señor. El sacerdote se volvió a Dios y no le dio la espalda para agradar a los fieles como si la misa fuera un condominio o asamblea sindical o un mitin político para buscar consensos; las palabras susurradas y antiguas, el misterio de esas fórmulas, los cantos gregorianos, los silencios, emanaban lo sagrado y los acercaban al Señor. Y el incienso generó sinestesia mística. La misa no es una telenovela, no es necesario entender las palabras; es un rito de comunión con Dios y no una hoja de instrucciones para montar a Alexa. Cualquiera que diga que el misterio de esas palabras sirvió para someter a la gente común al dominio del clero, no se da cuenta de cuántos lenguajes iniciáticos, esotéricos, crípticos está plagada de la jerga actual, desde la tecnología hasta la medicina y las finanzas, desde los misterios de una PC hasta los laberintos. La casta sacerdotal ha dejado la hegemonía a la casta de técnicos, burócratas, trabajadores de la salud y contables. Cada secta tiene su propio latinorum .


Cuando pienso en latín, pienso en la escuela y me ablanda el corazón pensar en ciertos profesores que ya no están. Pienso en todos ellos juntos, en grupo, los Míticos, los Pedants, los Pedófagos, es decir, los torturadores de chicos con el terrible latinorum.. Luego pienso en los otros profesores más jóvenes, que no soportaban el latín y no les encantaba, haciéndose así más queridos por nosotros los estudiantes de secundaria. Y en cambio deberíamos arrepentirnos, disociarnos de ese pasado profanador y rehabilitar a los primeros, latinistas por pasión, y deplorar a los segundos, latinistas por necesidad. Tenían razón, sin el latín los italianos somos todos expósitos, hijos de nadie o de una lengua materna desconocida (ya sabes cómo se traduce en Roma), cuando el latín se volvió opcional e incluso intercambiable con la aplicación técnica (con el debido respeto a carpinteros). Y cuanto más se difunden los códigos de acceso, los códigos de acceso son más cosmopolitas, lingüísticos de Americanates y neo-argot, mayor es la necesidad de volver a la empresa matriz... Quizás para ser respetados, evocando nuestros orígenes romanos y cristianos. En Bruselas, Estrasburgo, Nueva York sería bueno oponerlo al esperanto de los burócratas, presentándonos con la limpia y austera claridad del latín. La transparencia de una construcción léxica es el preámbulo de una construcción política transparente, respetuosa de la civilización de la que venimos. Y una lengua limpia suele ir acompañada de un hombre sano .

Se necesitaría un sexaginta octo del signo opuesto para relanzar el latín, cancelado desde el 68 y ramificaciones, hasta la reacción de Bergoglio. Tal vez celebrando el dies familiae , que suena mejor que el día de la familia ; mientras que el orgullo gay suena mal si lo traducimos como orgullo amateur ipse sexus . Ah, la rigurosa limpieza de la lengua latina y su absoluto amor por la verdad .

..Marcello Veneziani, The Truth (18 de julio de 2021)

“Traditionis Custodes”. Primera valoración. Un artículo del blog de Aldo María Valli

 MARCHANDO RELIGIÓN


Un Motu proprio, Traditionis Custodes, que dará mucho que hablar. Nosotros recogemos la información del blog de nuestro vaticanista Aldo María Valli. El artículo original en versión italiana está disponible en https://www.aldomariavalli.it/2021/07/16/traditionis-custodes-una-prima-valutazione/


*La fotografía pertenece al artículo original. MR declina toda responsabilidad

Traducido por Miguel Toledano para Marchando Religión

Consideraciones jurídicas sobre el motu proprio Traditionis Custodes. Las restricciones llevan aparejada una interpretación estricta de las mismas

por el padre Pierre Laliberté, JCL*

Principios

Con fecha de 16 de julio de 2021, el papa Francisco ha emitido el motu proprio Traditionis Custodes, además de una carta de acompañamiento.

Por el carácter restrictivo del decreto, el motu proprio del papa Francisco debe interpretarse en sentido estricto, de acuerdo con el principio del derecho expresado en la Regula juris 15 (odiosa restringenda, favorabilia amplianda). Es interesante tener en cuenta igualmente que el documento carece de vacatio legis.

El papa Francisco indica en el primer párrafo que los obispos constituyen el principio de la unidad en sus Iglesias particulares y que las gobiernan mediante el anuncio del Evangelio. Dado que el fin expresado en el documento es la “búsqueda constante de la comunión eclesial”, parecería igualmente que, desde el punto de vista hermenéutico, este documento debe ser interpretado de forma que favorezca genuinamente la comunión eclesial entre fieles, sacerdotes y obispos, en lugar de promover un sentimiento negativo o rencor con los fieles cristianos afectos a las formas litúrgicas tradicionales.

Vale la pena indicar lo que este motu proprio no restringe. No se hace mención alguna a las versiones preconciliares del Breviario Romano, Pontifical Romano y Ritual Romano. No se deroga expresamente documento alguno relevante por lo que se refiere al Misal Romano tradicional, por lo que tal derogación no debería entenderse implícitamente. El Misal tradicional sigue sin ser derogado, como no lo ha sido nunca. Siguen intactos también los derechos otorgados por Quo Primum, por la tradición teológica y litúrgica de los ritos occidentales y por la costumbre inmemorial. No se hace mención a los ritos tradicionales de las diversas comunidades religiosas (dominicos, carmelitas, premostratenses, etc.) ni a los de las sedes antiguas (ambrosiana, lionesa, etc.). No se da indicación alguna acerca de que se censure el derecho de los sacerdotes a celebrar el misal de 1962 en privado.

Leído de forma conjunta con las amplias concesiones de derechos otorgadas por Summorum Pontificum y aclaradas y ampliadas a través de Universae Ecclesiae, al no haber una revocación expresa de tales derechos reconocidos por el papa Benedicto XVI, debe concluirse canónicamente que los mismos siguen en vigor.

Existe una grave falta de claridad en el documento que trataremos de afrontar mediante este breve análisis y es evidente que sus ambigüedades serán lamentablemente utilizadas por quienes en absoluto profesan un amor auténtico a la Iglesia, a su pueblo fiel y a su legado.
Análisis documental

El artículo 1, que trata de los libros litúrgicos promulgados por los santos Pablo VI y Juan Pablo II, indica que “son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”. En ausencia de toda indicación contraria, debe concluirse que permanece intacto el estatus de los libros litúrgicos de la Forma Extraordinaria.

El artículo 2 dispone que el obispo diocesano es “moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular”. Esto es cierto y siempre fue así. Dicho artículo se limita a reconocer que el obispo regula la vida litúrgica general de la diócesis, la cual incluye también el uso del Misal Romano preconciliar, así como la autorización del uso del mismo, del mismo modo en que el obispo autorizaría el derecho de todo sacerdote a celebrar la liturgia.

A la hora de interpretar el artículo 3, es útil tener en cuenta que las disposiciones de dicho artículo se refieren al “Misal anterior a la reforma de 1970”. En sentido estricto, el Misal anterior a la reforma de 1970 es la edición típica de 1965 con las modificaciones de Tres abhinc anos de 4 de mayo de 1967, no el Misal de 1962. En opinión de quien suscribe, el misal de 1965 se usa poco, por no decir nunca.

El artículo 3, número 1, persigue que “estos grupos no excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”. Esto no debería constituir problema alguno, puesto que como principio fundamental de la reforma litúrgica y requisito para toda modificación, Sacrosanctum Concilium 4, “ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios”.

El artículo 3, número 2, establece que el obispo de la diócesis indicará uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos [quienes celebran según el Misal anterior a la reforma de 1970] puedan reunirse para la celebración de la Eucaristía, al no tener lugar en las iglesias parroquiales y no erigiéndose nuevas parroquias personales. Esto no es claro desde el punto de vista jurídico, ya que podría implicar meramente una restricción a la edición típica de 1965. Como el texto indica que dichos grupos han de reunirse “no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales”, caben muchos otros lugares en los que tales celebraciones sí pueden tener lugar.

El artículo 3, número 3, indica que el obispo establece los días en los que se permiten las celebraciones eucarísticas según el Misal de 1962. No existe indicación alguna que determine la cesación del derecho del sacerdote a hacerlo. El obispo también resulta habilitado para hacerlo. Y, como es el caso en prácticamente todas las comunidades en las que se celebra la Forma Extraordinaria, las lecturas se proclaman habitualmente en lengua vernácula según las disposiciones establecidas por Universae Ecclesiae 26: “Como prevé el art. 6 del motu proprio Summorum Pontificum, las lecturas de la Santa Misa del Misal de 1962 pueden ser proclamadas exclusivamente en lengua latina, o bien en lengua latina seguida de la traducción en lengua vernácula o, en las misas leídas, también sólo en lengua vernácula”. El número 4 indica que debería nombrarse un sacerdote “idóneo para esta tarea” e incluye ejemplos de las características concretas aplicables a tales sacerdotes.

Los apartados 5 y 6 del artículo 3 describen la forma en la que el obispo debe guiar concretamente el crecimiento de dichas comunidades y parroquias, esto es, asegurándose de que tengan “utilidad real para el crecimiento espiritual” así como “evaluar si las mantiene o no”. Ciertamente, el acento se pone sobre el aspecto positivo: los obispos deberían promover el crecimiento útil de dichas comunidades y parroquias. El apartado siguiente no establece una prohibición estricta a los obispos para autorizar la creación de nuevos grupos, sino más bien sólo de “cuidar” de no autorizar su creación.

El artículo 4 establece una distinción entre los sacerdotes ordenados después del 16 de julio de 2021, que “deberían” [Nota del traductor: en la versión oficial inglesa, el verbo está en condicional, a diferencia de la versión en lengua española, que dice “deberán”] presentar una solicitud al obispo diocesano, el cual consultará a la Sede Apostólica, y los ordenados anteriormente. No existe ninguna indicación en el sentido de que dichos sacerdotes recientemente ordenados deban hacerlo, ni tampoco sobre las sanciones a los que estarían sujetos si no lo hiciesen. Se trata de una afirmación exhortativa, no obligatoria. Del mismo modo, también a los ordenados antes del 16 de julio de 2021 se les exhorta en el artículo 5 a que soliciten al obispo diocesano la facultad de continuar celebrando según el Misal tradicional. Una vez más, los dos artículos deberían interpretarse de modo que, conforme a las finalidades expresadas en el motu proprio, se favorezcan el crecimiento espiritual y la comprensión en la comunión entre sacerdotes y obispos.

El artículo 6 afirma que los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica establecidos por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei pasan ahora a ser competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de vida apostólica, y el artículo 7 establece la competencia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, junto con la antes mencionada Congregación, para la observancia de estas disposiciones.

Aunque el último artículo de este motu proprio parece algo radical con su derogación de “las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores que no se ajusten a las disposiciones del presente Motu Proprio”, ya se ha dicho que las disposiciones del presente motu proprio son restricciones que comportan una interpretación estricta.

*pseudónimo de un sacerdote y canónigo de la Iglesia latina


*La fotografía pertenece al artículo original

De Summorum pontificum a Traditionis custodes, o de la reserva al zoológico

 ADELANTE LA FE

[Fsspx.news] El Papa Francisco publicó ayer un Motu proprio cuyo título podría llenarnos de esperanza: Traditionis custodes, “Custodios de la Tradición”. Sabiendo que este texto está dirigido a los obispos, se podría empezar a soñar: ¿acaso la Tradición está en proceso de recuperar sus derechos dentro de la Iglesia?


Todo lo contrario. Este nuevo Motu proprio lleva a cabo una eliminación. Ilustra la precariedad del magisterio actual e indica la fecha de caducidad de Summorum pontificum de Benedicto XVI, que ni siquiera podrá celebrar su decimoquinto aniversario.

Todo, o casi todo, en Summorum pontificum, ha sido dispersado, abandonado o destruido. Además, el objetivo se indica claramente en la carta que acompaña a esta eliminación.

El Papa enumera dos principios “sobre el modo de proceder en las diócesis”: “por un lado, para proporcionar el bien de aquellos que están arraigados en la forma de celebración anterior y que necesitan tiempo para volver al rito romano promulgado por los santos Pablo VI y Juan Pablo II”.

Y, por otro lado: “para interrumpir la erección de nuevas parroquias personales, vinculadas más al deseo y a la voluntad de sacerdotes individuales que a la necesidad real del ‘santo Pueblo fiel de Dios'”.
Una extinción programada

Mientras Francisco se convierte en el defensor de las especies animales o vegetales en peligro de extinción, decide y promulga la extinción de aquellos que están apegados al rito inmemorial de la Santa Misa. Esta especie ya no tiene derecho a vivir: debe desaparecer. Y se utilizarán todos los medios para lograr este resultado.

En primer lugar, una estricta reducción de la libertad. Hasta ahora, los espacios reservados al rito antiguo tenían una cierta latitud de movimiento, muy parecido a las reservas naturales. Hoy, hemos pasado al régimen del zoológico: jaulas, estrechamente limitadas y delimitadas. Su número está estrictamente monitoreado, y una vez instaladas, estará prohibido crear más.

Los custodios (¿o deberíamos decir los carceleros?) no son otros que los propios obispos.

Todo esto se especifica en el artículo 3, párrafo 2: “el obispo deberá indicar uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos pueden reunirse para la celebración de la Eucaristía (no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales)”.

El reglamento interno de estas celdas está estrictamente controlado (artículo 3, párrafo 3): “El obispo establecerá en el lugar indicado los días en que se permiten las celebraciones eucarísticas, utilizando el Misal Romano promulgado por San Juan XXIII en 1962”.

Este control se extiende hasta el más mínimo detalle (ídem): “En estas celebraciones, las lecturas se proclamarán en lengua vernácula, utilizando las traducciones de la Sagrada Escritura para uso litúrgico, aprobadas por las respectivas Conferencias Episcopales”. Ni hablar de utilizar la traducción de un Dom Lefebvre o de un leccionario de antaño.

La eutanasia está prevista para los especímenes considerados no aptos para cuidados paliativos (artículo 3, párrafo 5): “El obispo procederá, en las parroquias personales erigidas canónicamente en beneficio de estos fieles, a una valoración adecuada de su utilidad real para el crecimiento espiritual, y decidirá si las mantiene o no”.

Además, la reserva es eliminada en su totalidad, ya que desaparece la comisión Ecclesia Dei (artículo 6): “Los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, establecidos por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei pasan a ser competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica”.
Prohibido a los migrantes

Mientras el Papa no deja de ocuparse de todo tipo de migrantes, en las prisiones que instala queda estrictamente prohibida cualquier tipo de intrusión.

Para asegurarse de impedir la constitución de reservas salvajes, el Papa prohíbe cualquier ampliación de la prisión (artículo 3, párrafo 6): “El obispo (…) cuidará de no autorizar la creación de nuevos grupos”.

Esta medida también es similar a una esterilización: queda prohibida la reproducción y perpetuación de estos salvajes del pasado que deben desaparecer.

Esta esterilización también concierne a los sacerdotes que serán ordenados en el futuro (artículo 4): “Los presbíteros ordenados después de la publicación del presente Motu proprio, que quieran celebrar con el Missale Romanum de 1962, deberán presentar una solicitud formal al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización”.

En cuanto a los sacerdotes que ya se benefician de una autorización, de ahora en adelante necesitarán una renovación de su pase “de celebración”, que es similar a una visa temporal (artículo 5): “los presbíteros que ya celebran según el Missale Romanum de 1962, pedirán al obispo diocesano la autorización para seguir manteniendo esa facultad”.

Por tanto, si se trata de contener, reducir o incluso destruir estos grupos, los obispos tienen carta blanca, pero si es necesario autorizar, el Papa no se fía de ellos: hay que pasar por Roma.

Mientras decenas de sacerdotes, muchas veces apoyados por sus obispos, se burlaron de la Congregación para la Doctrina de la Fe al “bendecir” a las parejas homosexuales sin ninguna reacción romana excepto una velada aprobación de Francisco a través de su mensaje al Padre Martin, los futuros sacerdotes serán estrechamente vigilados si consideran la posibilidad de celebrar según la Misa de San Pío V.

Evidentemente, es más fácil ocultar su falta de autoridad aterrorizando a los fieles que no resistirán, que controlar el cisma alemán. Como si no hubiera nada más urgente que golpear a esta parte del rebaño…
Vacunación contra el lefebvrismo

El gran miedo a la contaminación del virus lefebvrista es exorcizado con la vacuna obligatoria Vat. II -del laboratorio Moderno– (artículo 3, párrafo 1): “El obispo comprobará que estos grupos no excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de las disposiciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”.

Y se elimina sin piedad todo aquello que pudiera ser una fuente potencial de contagio (artículo 8): “Quedan abrogadas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores que no se ajusten a las disposiciones del presente Motu Proprio”.

Arrastrado por su entusiasmo, el Papa prácticamente dice que la Misa antigua es un virus peligroso del que es necesario protegerse. Por ejemplo, en el artículo 1 se precisa: “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”.

Si el Novus ordo es la única expresión de la lex orandi, ¿cómo calificar a la Misa Tridentina? ¿Está en un estado de ingravidez litúrgica o canónica? ¿No tiene esta Misa derecho al lugar que todavía ocupan el rito dominico, el rito ambrosiano o el rito lionés en la Iglesia latina?

Esto es lo que se desprende de lo que dice el Papa en la carta que acompaña al Motu proprio. Parece que, sin sospechar del paralogismo que comete, escribe: “Me reconforta en esta decisión el hecho de que, tras el Concilio de Trento, San Pío V también derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina. Durante cuatro siglos, este Missale Romanum promulgado por San Pío V fue, pues, la principal expresión de la lex orandi del Rito Romano, cumpliendo una función unificadora en la Iglesia”.

La conclusión lógica que se desprende de esta comparación es que este rito debe mantenerse. Más aún cuando la bula Quo primum de San Pío V lo protege contra cualquier ataque.

Así lo confirmó también la comisión de cardenales reunida por Juan Pablo II, que afirmó, casi unánimemente (8 de 9), que ningún obispo podía impedir que un sacerdote celebrara la Misa antigua, después de haber observado, por unanimidad, que esta última jamás había sido prohibida.

Y también lo confirma aquello que el Papa Benedicto XVI aceptó y ratificó en Summorum pontificum.

No obstante, para Francisco, los ritos antiguos mantenidos por San Pío V, incluida la llamada Misa Tridentina, aparentemente no tienen ningún valor unificador. El nuevo rito, y solo él, con sus cincuenta años de existencia, sus infinitas variaciones y sus innumerables abusos, es capaz de dar unidad litúrgica a la Iglesia. La contradicción es flagrante.

Volviendo a su idea de la eliminación de especies, el Papa escribe a los obispos: “Sobre todo, les corresponde trabajar por la vuelta a una forma unitaria de celebración, verificando caso por caso la realidad de los grupos que celebran con este Missale Romanum”.
Una ley claramente opuesta al bien común

La impresión general que surge de estos documentos -Motu proprio y carta adjunta del Papa- da la impresión de un sectarismo acompañado de un abuso de poder manifiesto.

La Misa Tradicional pertenece a la parte más íntima del bien común en la Iglesia, por lo tanto, restringirla, rechazarla, arrojarla a los guetos y, en última instancia, planificar su desaparición, no puede tener ninguna legitimidad. Esta ley no es una ley de la Iglesia, porque, como dice Santo Tomás, una ley no puede ser válida si atenta contra el bien común.

Pero hay algo más en los entresijos, un tinte evidente de la saña manifestada por ciertos fanáticos furibundos de la reforma litúrgica contra la Misa Tradicional. El fracaso de esta reforma queda puesto de manifiesto, como en un claroscuro, por el éxito de la Tradición y de la Misa Tridentina.

Por eso no pueden aceptarla. Sin duda, imaginan que su total desaparición hará que los fieles regresen a las iglesias drenadas de lo sagrado. Trágico error. El magnífico auge de esta celebración digna de Dios solo resalta más su pobreza: ella no es la causa de la desertificación producida por el nuevo rito.

Lo cierto es que este Motu proprio, que tarde o temprano terminará en el olvido de la historia de la Iglesia, no es una buena noticia en sí mismo: marca un freno, por parte de la Iglesia, en la reapropiación de su Tradición, y retrasará el fin de la crisis que ha durado más de sesenta años.

En cuanto a la Fraternidad San Pío X, encuentra en esto un nuevo motivo de fidelidad a su fundador, Monseñor Marcel Lefebvre, y de admiración por su previsión, su prudencia y su fe.

Si bien la Misa tradicional está en vías de ser eliminada, y las promesas hechas a las sociedades Ecclesia Dei también se están cumpliendo, la Fraternidad San Pío X encuentra en la libertad que le legó el Obispo de Hierro, la posibilidad de continuar luchando por la fe y el reinado de Cristo Rey.