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martes, 7 de junio de 2022

Los únicos medios de evitar la catástrofe (Roberto De Mattei)



El papa Francisco ha concluido el mes de mayo rezando un Rosario por la paz ante la imagen de María Regina Pacis en la basílica de Santa María la Mayor, en unidad con algunos de los más importantes santuarios del mundo. El tradicional himno a la Salus populi romani, interpretado por el coro de la Capilla Liberiana, «Oh María, Madre santa, eres salvación, luz y guía del pueblo romano», resonó ante el monumento que realizó el escultor Guido Galli a pedido de Benedicto XV para implorar el fin de la Primera Guerra Mundial, mientras una multitud de fieles seguía la ceremonia en directo.

Sin duda alguna, el rezo del Santo Rosario es más eficaz que los viajes a Moscú o Kiev o las conversaciones por teléfono o por Skype entre dirigentes políticos mundiales. La situación surgida a raíz de la invasión de Ucrania por parte de Rusia es tan dramática y compleja que sólo se puede resolver por medios sobrenaturales. Y entre las armas espirituales que el hombre tiene a su disposición el Rosario es indudablemente la más eficaz. La devoción al Rosario es un instrumento de intercesión recomendado por los papas, practicado por los santos y solicitado por la Madre de Dios como fuente de innumerables beneficios para las almas y para el mundo.
La devoción al Santo Rosario se suele considerar apenas en su aspecto puramente individual. Pero eso no quita que tenga también una importante proyección social. De hecho, el hábito de rezarlo no sólo ayuda a resolver a los problemas y las dificultades que uno mismo encuentra en su vida material y espiritual; tiene además un alcance social que se extiende a la vida de los pueblos y las naciones.
Durante la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV decretó mediante una carta del 5 de mayo de 1917 que en las Letanías Lauretanas se incluyese la invocación «Reina de la paz, ruega por nosotros». Pocos días más tarde, el 13 de mayo, se aparecía en Portugal a tres pastorcitos que jugaban en la Cova de Iría «una Señora vestida de blanco más radiante que el sol» que portaba un rosario en la mano derecha. En la breve conversación que sostuvo con los tres zagales les dijo que rezasen el Rosario todos los días por la paz del mundo y para que acabara la guerra.

En su segunda aparición, la bienaventurada Virgen María pidió que se rezara el Santo Rosario y anunció que Jesús quería instaurar en el mundo la devoción al corazón inmaculado de Ella. En la tercera aparición, el 13 de julio, les pidió que siguiesen rezando el Rosario cada día en honor a la Virgen del Rosario para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella podría alcanzar ese mérito. Durante esa aparición les hizo ver el Infierno y anunció un castigo divino por los pecados en que estaba inmersa la humanidad. «Para impedirlo –dijo–, pediré la consagración de Rusia a mi corazón inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados de mes»

Nuestra Señora también les enseñó la oración que debían rezar después de cada misterio: «Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y conduce a todas las almas al Cielo, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia».

La cuarta, quinta y sexta apariciones empezaron también por la petición del rezo cotidiano del Santo Rosario. En la sexta y última aparición, la Virgen pidió que se construyese una capilla en honor a la Reina del Rosario, y así apareció gloriosa en el Cielo junto a San José y el Niño Jesús.

El 10 de diciembre de 1925 la Virgen se apareció nuevamente a Sor Lucía en su celda del convento de las doroteas en Pontevedra (España) para explicarle cómo se debía aunar el rezo y la meditación del Rosario con la práctica de la comunión reparadora los primeros sábados de mes. Poniéndole una mano en el hombro, le mostró un corazón circundado de espinas que tenía en la otra mano, y le dijo: «Mira, hija mía, mi corazón rodeado de espinas, que los hombres ingratos me clavan en todo momento con blasfemias e ingratitudes. Procura tú al menos consolarme. A todos los que durante cinco meses seguidos cada primer sábado se confiesen, reciban la Sagrada Comunión y me hagan compañía durante quince minutos meditando los quince misterios del Rosario con la intención de aliviar mi pena, prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación».

El 15 de febrero de 1926 se le apareció a la hermana Lucía el Niño Jesús y le preguntó si había difundido ya la devoción a su Santísima Madre. Le respondió que la madre superiora estaba dispuesta a hacerlo, pero que el confesor había dicho que no podía hacer nada por sí sola. Jesús repuso: «Es verdad que tu superiora no puede hacer nada por sí misma, pero con mi gracia lo puede todo». Lucía le explicó la dificultad que tenían algunos para confesar los sábados, y pidió que la confesión fuera válida durante ocho días. «Sí –respondió Jesús–, pueden ser incluso muchos días más, siempre que cuando me reciban estén en gracia y tengan intención de reparar el Corazón Inmaculado de María». Lucía le preguntó: «¡Jesús mío! ¿Y los que se olviden de expresar esa intención?» «Podrán hacerlo en otra confesión –respondió Jesús–, aprovechando la primera oportunidad que tengan de confesarse».

Cuatro años más tarde, en la madrugada del 29 al 30 de mayo de 1930, el Señor reveló interiormente a Sor Lucía más detalles sobre la comunión reparadora de los cinco primeros sábados. «Quien no pueda cumplir todas las condiciones el sábado –preguntó Lucía–, ¿podrá hacerlo el domingo?» Jesús respondió: «Se aceptará también la práctica de esta devoción el domingo siguiente al primer sábado si, por un buen motivo, mis sacerdotes se lo conceden a las almas».

No nos cansemos de repetirlo: la Virgen ha pedido que el Rosario cotidiano se acompañe de la devoción de los primeros sábados de mes. Dios quiere instaurar en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María, y los dos pilares de esta devoción son la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado y la práctica de los primeros cinco sábados de mes.

El 25 de marzo pasado, el papa Francisco consagró Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, pero todavía no ha dicho nada de la devoción de los primeros sábados del mes, que fue la otra petición importante del Cielo. El Rosario del pasado 31 de mayo en Santa María la Mayor fue, en ese sentido, una oportunidad desaprovechada. Pero aunque la consagración sólo podía hacerla él, la devoción de los primeros sábados ha quedado a la discreción de los obispos, sacerdotes y fieles de a pie. La devoción de los primeros sábados es fervorosamente practicada en todo el mundo por familias y grupos de fieles, pero para que surja un gran movimiento mariano es preciso que la iniciativa parta de arriba, probablemente de Roma.

El papa Francisco ha anunciado un importante acontecimiento para fines del próximo mes de agosto: El 27 de ese mes tendrá lugar en Roma un consistorio en el que creará 21 nuevos cardenales, 16 de ellos electores. El Colegio Cardenalicio, actualmente integrado por 208 purpurados, pasará a tener 229 cardenales, 131 de ellos electores. El 29 y el 30 de agosto celebrará una reunión con todos los cardenales para reflexionar sobre la nueva constitución apostólica Predicate Evangelium. Será la primera vez desde 2014 en que los cardenales podrán expresarse con libertad ante el Sumo Pontífice en un consistorio. Una gran asamblea plenaria de la Iglesia. El mundo entero ya está a la expectativa.

¿Habrá algún cardenal que pida en dicha ocasión al papa Francisco que promueva públicamente la devoción de los primeros sábados de mes a fin de cumplir plenamente lo que pidió la Virgen? ¿Sería posible de aquí a entonces ejercer presión sobre los cardenales para que entiendan que no es un tema marginal, sino un punto central en la historia del mundo contemporáneo?

Si la paz es un regalo de Dios, la guerra, como todo flagelo social, es siempre un castigo por los pecados de las naciones. La Virgen nos ha indicado los medios para evitar la catástrofe. Es hora de rezar, de reflexionar y de arrepentirse.

Roberto De Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)