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lunes, 7 de marzo de 2022

Concede mihi, misericors Deus (Tomás de Aquino)


Al amanecer del día 7 de marzo de 1274, miércoles, sin agonía y con plena lucidez, juntas las manos en actitud orante, exhaló Santo Tomás el último suspiro, entregando dulcemente su alma en manos de su Dios y Creador. Tenía 49 años cumplidos y acababa de comenzar el quincuagésimo.

De él se conservan algunas oraciones, en las que se nos muestra el anhelo de Tomás hacia una vida interior pacífica y armónicamente ordenada, enteramente consagrada a Dios

A continuación la oración que comienza así: "Concede mihi, misericors Deus" y que el Angélico Doctor solía recitar ante el Crucificado para obtener una sabia disposición y ordenación de su vida: 

Concédeme, mi Señor y mi Dios, que no peque en la felicidad por arrogancia ni en las contrariedades por pusilanimidad, que en nada me alegre y en nada me entristezca fuera de aquello que me lleve a Tí o me aparte de Tí, que no desee agradar o tema desagradar a nadie fuera de Tí.

Concédeme, Señor, que me parezcan despreciables todas las cosas terrenas y caros todos los bienes eternos; conviérteme en repugnante toda alegría que sea sin Tí. Que no quiera desear nada que esté fuera de Tí.

Concédeme, Señor, el dirigir mi corazón hacia Tí y que en todas mis faltas sienta siempre arrepentimiento con el propósito de mejorarme. 

Hazme, Señor y Dios mío, obediente sin contradicción, pobre sin mezquinos sentimientos, casto sin perturbación de la pureza de alma, paciente sin lamento, humilde sin simulación, sereno sin alboroto, serio sin rigidez, movido y ágil sin ligereza, sincero sin doblez, celoso en las buenas obras sin exceso.

Déjame trabajar en el mejoramiento del prójimo sin soberbia y edificarlo con la palabra y el ejemplo, sin hipocresía.

Dame, Señor, un corazón vigilante, que por ningún indiscreto pensamiento se desvíe de Tí, un corazón noble, al cual ninguna intención depravada aparte de la dirección justa, un corazón firme, al cual no quebrante ninguna tribulación, un corazón libre al cual no venza pasión violenta alguna.

(Sacado del libro "Vida Espiritual de Santo Tomás de Aquino", de Martín Grabmann)