BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 18 de septiembre de 2020

El Demonio atrapa innumerables cristianos con esta trampa




En lo que podría parecer un flujo de malas noticias de nunca acabar puede ser muy fácil para los cristianos dejarse tentar por el Demonio y caer presa de esta sutil trampa

El filósofo francés Gabriel Marcel caracterizó vívidamente la enfermedad moderna denominada “alienación”, el omnipresente malestar del hombre occidental, con estas provocativas palabras:

“Consideremos la desesperación. Tengo en mente el acto por el cual uno desespera de la realidad en su totalidad, como uno podría desesperar de una persona. (…) Creo que en la raíz de la desesperación existe siempre esta afirmación: “No hay nada en la esfera de la realidad a la cual yo pueda dar crédito, ni seguridad, ni garantía.” Es una declaración de completa insolvencia.” Gabriel Marcel, “Sobre el Misterio ontológico”, La filosofía del Existencialismo

Los activos líquidos de la realidad se han agotado y después de una infructuosa búsqueda de ayuda social o psicológica, no queda nada sino una gran depresión, una paralizante falta de compromiso con los deberes de la vida.

En ninguna otra parte de este mundo moderno es más evidente esta oscuridad espiritual que en la exterminio de la familia tradicional. La incertidumbre de la fidelidad desde el interior y los intentos propagandísticos de la política de minar la familia desde el exterior, nos han empujado más y más cerca a un mundo sin estructura, sin moral, sin lealtad y sin paz.

En estas circunstancias, en lo que pareciera ser un flujo de malas noticias sin parar, puede ser muy fácil para los cristianos caer en esta trampa del desánimo. Podría parecer como si no importara lo que hagamos ya que la marea no se puede revertir; no importa cuanto protestemos o cuantas campañas hagamos: los resultados son más y más limitados. Hasta estamos tentados a pensar que Dios no está escuchando nuestras oraciones o que tal vez ha elegido no responderlas porque también nosotros somos demasiado cómplices y comprometidos para que seamos dignos Su intervención. Nos sentimos abandonados.

Podemos leer acerca de un santo que tuvo este sentimiento en el Antiguo Testamento: Elías (1 Reyes 19) Él estaba listo para desesperar y rendirse. Dios le envió un ángel con comida y bebida, y, después de dormir, fue capaz de continuar hacia el monte de Dios. Podemos ver esto como una parábola: Dios nos envía mensajeros, de manera obvia u oculta, llevando sustento y buenos consejos para nuestro viaje.

También podemos ver en la historia de Elías una advertencia contra la desesperación, la cual en la medida que está en nosotros, nos hace inútiles a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo. En verdad Dios generalmente no salva los reinos con signos milagrosos en los cielos (aunque Él puede hacer esto y lo ha hecho). Él parece preferir el silencioso método de brindar ayuda a esta o esa persona mediante un acto de caridad, como una madre dando alimento y bebida a su hijo, o un esposo prestando oído a su esposa, o un parroquiano dando una mano a otro parroquiano que se está cambiando de casa. Son nuestras ilusiones de “ganar a lo grande” lo que nos hace descuidar las pequeñas victorias de la caridad que son semillas de mostaza del reino de Dios

Mi esposa estaba leyendo recientemente un libro llamado “Thérèse, quelque secrets de la joie” (Teresa, algunos secretos de la alegría) y encontró una sección que nos ofrece una perfecta meditación para nuestros tiempos. Aquí está su traducción:
“Había sido anunciado que el Demonio iba a cerrar la tienda y ofrecer sus herramientas a cualquiera que deseara pagar los precios.

El día de la venta, sus herramientas fueron expuestas de una manera atractiva: malicia, odio, envidia, celos, sensualidad, engaño. Todos los instrumentos del mal estaban ahí, cada uno marcado con su precio.

Separado del resto, estaba un implemento de apariencia inofensiva, también de condición usada, pero el precio era mucho más elevado que todos los otros.

Alguien le preguntó al Demonio qué era. “Es el desánimo”, fue la respuesta.

“¡Bueno! ¿por qué le ha puesto un precio tan alto?”

“Porque”, respondió el Demonio, “Es tan usado por mí que los otros difícilmente importan. Con este yo puedo meterme dentro de cualquiera y una vez dentro, puedo maniobrarlo de la manera que más me ayude. Esta herramienta es para usarse cada día porque yo la uso con casi todos y muy pocas personas saben que me pertenece.”
Sobra decir que el precio solicitado por el Demonio por el desánimo era tan elevado que el instrumento nunca se vendió. El demonio está siempre en posesión de este ¡y continúa poniéndolo a trabajar!” (2)Pierre Descouvemont, Thérèse, quelque secrets de la joie [Thérèse, Some Secrets of Joy] (Paris: Editions du Cerf, 2006), 80.

El desánimo es de hecho la herramienta más práctica del Demonio, ya que con esta él puede apagar la práctica de todas las virtudes, el esfuerzo por erradicar nuestros vicios, la confianza en Dios expresada en la oración ( si es obviamente respondida o no, porque ninguna oración es desoída y toda oración tiene un efecto), y la confianza básica requerida para llevar adelante la obra que Él ha puesto en nuestras manos, por más modesta o insignificante que pueda parecer, por más que carezcan de frutos visibles y mucho menos de frutos deslumbrantes.

Nuestro Señor hizo más en Sus horas de silenciosa oración que en Su predicación pública a las multitudes; logró más cuando era clavado a la Cruz que cuando multiplicaba hogazas y peces. Necesitamos volver una y otra vez a Su paradójico ejemplo y ver que los estándares del mundo, su noción de éxito, no son de Dios. Él triunfa en el momento en el que todos los demás parecen haber fallado. Él hace esto una y otra vez en la historia de la salvación. “Él desplegó el poder de su brazo; dispersó a los que se engrieron en los pensamientos de su corazón. Bajó del trono a los poderosos, y levantó a los pequeños; llenó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió vacíos.” (Lucas 1, 51-53)

Peter Kwasniewski