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martes, 25 de septiembre de 2018

El sacerdote perseguido por Cupich por la quema de una bandera gay, en paradero desconocido (Carlos Esteban)



El Padre Kalchick, a quien su superior, el cardenal Blase Cupich, ordenó ingresar en un ‘centro de reeducación’ tras la quema por sus parroquianos de una bandera arcoiris, anda en paradero desconocido.

La historia es tan rocambolesca que vale la pena saltarse las normas periodísticas y contarla por orden.

El pasado 2 de septiembre apareció en el boletín de la parroquia de la Resurrección de Chicago, como coda al sermón del párroco, Paul John Kalchick, el siguiente anuncio:
“Postdata: El sábado 29 de septiembre, Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, quemaremos, frente a la iglesia, la bandera del arcoiris que desgraciadamente ha colgado del santuario en la primera misa ceremonial de la parroquia de la Resurrección”.
¿Qué hacía una bandera del lobby gay en el altar de una iglesia católica? 

La parroquia la había establecido el difunto Cardenal Bernardin con el objetivo expreso de ofrecer a los grupos LGTBI un templo favorable a los gays. En la misa de dedicación se adornó el sagrario con una bandera arcoiris que llevaba impresa una cruz

La parroquia la confió Bernardin a uno de sus adláteles, el padre Daniel Montalbano, en 1991. Montalbano fue años después, a la edad de 50 años, encontrado muerto en la rectoría. La “verdadera causa” de la muerte del padre Montalbano fue reportada por Church Militant como “demasiado sórdida para ser detallada en papel”.

Bueno, no es un caso tan excepcional, menos aún en el Chicago del Cardenal Blase Cupich, uno de los protegidos del defenestrado McCarrick, a quien debe la tiara episcopal, y que ha hecho de la diócesis una de las más ‘cercanas’ a los grupos LGBTI de Estados Unidos.
- Pero sucede que el joven padre Kalchick, nuevo párroco es, quizá por algún error burocrático, un católico ortodoxo para quien la bandera en cuestión no solo no pintaba nada en un templo católico sino que, además, representaba la glorificación de una actividad pecaminosa que, según la Biblia, “llama la venganza de Yahvé”.
- Hay otro dato importante más: Kalchick había sido violado en dos ocasiones, una con 11 años y otra con 19, por homosexuales, uno de ellos un sacerdote.
Enterado de la nota por uno de los delatores habituales, el Cardenal Blase Cupich se movió con una celeridad y determinación que no se ha visto en ningún prelado americano para atajar los abusos sexuales de sus sacerdotes y prohibió a Kalchick la inusual ceremonia de purificación.

Kalchick obedeció. Este es un aspecto que la prensa al uso suele ignorar, y se sigue hablando del “párroco que quemó una bandera LGBTI”. No es cierto: Kalchick, repito, obedeció

Pero sus parroquianos tomaron el asunto en sus manos y procedieron por su cuenta a la cremación ceremonial, cortando en trozos la bandera y quemándola en un hornillo fuera del templo mientras recitaban salmos.

Y, a partir de ahí, todo se vuelve muy, muy raro, como si en lugar de estar hablando de un diócesis católica estuviéramos haciendo la crónica de una ‘famiglia’ mafiosa o de una república soviética.

Cupick envió la siguiente carta a los parroquianos de la Resurrección:
“Ya llevo algunas semanas preocupado por diversas cuestiones relativas a la Parroquia de la Resurrección. Se me ha hecho evidente que el Padre Kalchick debe alejarse un tiempo de la parroquia para que reciba apoyo pastoral a fin de que puedan evaluarse sus necesidades. Con efecto inmediato desde esta noche, he nombrado a Monseñor James Kaczorowski, párroco de la Reina de Los Ángeles, administrador de la Parroquia de la Resurrección”. 
“No doy este paso a la ligera. Antes bien, actúo preocupado por el bienestar del Padre Kalchick y del pueblo de la Parroquia de la Resurrección. Tengo la responsabilidad de apoyar a nuestros sacerdotes cuando tienen dificultades, pero también el deber de garantizar que quienes sirven a los fieles son plenamente capaces de hacerlo del modo que espera la Iglesia”.
Kalchick se negó a abandonar la Resurrección, y mucho más a someterse a la ‘reeducación’ prescrita por Cupich, así que el arzobispo mandó a dos de sus vicarios, que llegaron a la iglesia cuando el párroco terminaba la misa de las 6 de la tarde.

Pidieron a Kalchick hablar con él en privado, pero el párroco se negó, alegando que la conversación se haría delante de un grupo de parroquianos como testigos. 

Los vicarios -Dennis Lyle y Jeremy Thomas- aclararon que venían de parte de Cupich para conminarle a dejar la parroquia e ingresar en el Instituto St Luke donde tratarían “sus problemas psiquiátricos”.

St Luke es un centro de tratamiento para ‘sacerdotes con problemas’ que arrastra una penosa reputación; su antiguo ditector fue condenado en 2014 por desfalcar 200.000 dólares que gastó en amantes homosexuales.

Los vicarios amenazaron con llamar a la policía y, según testigos, insinuaron que el padre Kalchick podía morir. Poco después de marcharse la pareja, Kalchick hizo las maletas, se fue y nadie ha vuelto a saber nada más de él.
La historia tiene una coda esperpéntica en la figura de un transexual que se hace llamar ‘Alexandra Whitney’ , que asegura en Twitter ser la persona que llamó a Cupich, a quien dice haber asesorado en cuestiones LGBTI desde hace años, para denunciar la situación de Kalchick. Se da la circunstancia de que Whitney anunció en la misma red su apostasía de la fe católica.
Es más que sintomático que tantos sacerdotes puedan escandalizar a sus parroquianos haciendo burla de la doctrina de la Iglesia con respecto a la homosexualidad y otros asuntos ante la inacción, cuando no cordial apoyo, de sus obispos -ya hemos contado en estas páginas el caso de Nuestra Señora de Madrid-, mientras que un párroco ortodoxo puede ser despedido, acosado, amenazado y enviado a un centro psiquiátrico por no impedir que sus fieles quemen una bandera del arcoiris, que en muchas partes amenaza con sustituir a la cruz como símbolo de nuestra fe.

Carlos Esteban