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jueves, 7 de junio de 2018

En Bilderberg no huele a oveja (Carlos Esteban)



La invitación al secretario de Estado vaticano, Pietro Parolín, para asistir a la reunión del Club Bilderberg de este año, aceptada por el prelado, se compadece mal con la ‘Iglesia pobre para los pobres’ que dice querer el Papa.

Supongo que no tengo que explicar al lector qué es el Club Bilderberg, entre otras cosas porque intentarlo es, con frecuencia, aventurarse en una maraña de teorías conspirativas. Pero, en un sentido, es fácil: reúne a gente con mucho poder en el mundo -y subrayo mundo- y con influencia para cambiar las cosas a escala global a poco que tomen unas copas juntos y se pongan de acuerdo.

Este año -también lo sabrán porque lo llevamos en primera– han invitado al secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, que ha aceptado la invitación.  Estamos seguros de que con el beneplácito de Su Santidad.

Admito que no he estado nunca en una de estas tenidas de los poderosos de este mundo, que no sé “a qué sabe”, pero creo poder adelantarles a qué no huele: a oveja.

La presencia del Cardenal Parolin en la reunión de este año me sirve para confirmar DOS SOSPECHAS que han venido, primero, insinuándose y, a lo largo de este último año, creciendo hasta hacerse insoslayables.

- De la primera ya he hablado alguna vez, la sospecha de que "eso de una Iglesia pobre para los pobres" es lo que parece: una consigna, no más real que un lema electoral.

Confieso que me atrajo poderosamente la idea cuando Francisco la expuso casi como un resumen de su programa a principios de su pontificado. La Iglesia mengua allí donde es rica y la oposición es meramente cultural, y crece, vibrante, en los países donde es pobre y está perseguida. Estoy con Su Santidad cuando truena contra el dinero y contra el poder como dos cánceres para la Iglesia, especialmente para la Iglesia de hoy, adormecida en el mar de prosperidad que es Occidente.

Pero, ¿dónde puedo ver concretado ese eslogan? ¿En qué se nota, fuera de ese torrente de palabras y fulminaciones? Es difícil dejar de notar que las tormentas que sacuden hoy la Iglesia no vienen de debates teológicos o pastorales que afecten sobre todo a las sociedades pobres. No: son debates y dudas propias, sobre todo, de sociedades ricas, de nuestras sociedades.

Dudo mucho que los católicos caldeos acosados por los fundamentalistas islámicos vivan atormentados por la posibilidad de la intercomunión, o que los fieles nigerianos a los que masacra regularmente Boko Haram tengan una especial preocupación teológica por la condición de los gays.

En general, el peso de la riquísima Iglesia alemana  parece desproporcionado en la atención de la Curia y en las simpatías papales. Éstas parecen repartirse entre las muy poco periféricas iglesias europeas y su propia tierra natal, Latinoamérica. Y, en este segundo caso, su favor parece decantarse más por los prelados que vacían iglesias y seminarios que por quienes los llenan. Que su ‘hombre’ en la región sea un clérigo más conocido por sus nefastas y dudosas inversiones en los mercados financieros que por su labor pastoral -el Cardenal Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa- no se compadece demasiado bien con el alegado aborrecimiento del dinero.

De África llega poco a la Curia, y lo poco que llega no suele ser del agrado del Santo Padre, que parece atender sus cuitas con tanta atención como los Dubia sobre Amoris Laetitia. En el asunto de la inmigración masiva de subsaharianos a Europa, por ejemplo, varios prelados africanos le rogaron que no fomentara con sus palabras la despoblación de sus diócesis: en vano.

¿Y qué decir de Asia? Del país más poblado del continente, China, nos llegan noticias alarmantes con las que sus fieles no están especialmente satisfechos, ya que el plan para superar allí el cisma entre la Iglesia Patriótica y la fiel a Roma parece consistir en que ambas estén sujetas al control del Partido Comunista.

- Y eso nos lleva a la segunda sospecha, aún más preocupante que la primera. Y es que Su Santidad parece más interesado en influir en el mundo que en gobernar la Iglesia. Las cuestiones doctrinales parecen aburrirle, aunque sean exactamente las que justifican su cargo. Lo hemos visto recientemente en el debate sobre la intercomunión. Siete obispos alemanes han acudido a él para que dirima una cuestión que afecta a la naturaleza misma de la Sagrada Eucaristía frente al parecer mayoritario de sus colegas; es decir, para que haga de Papa. Y Francisco, después de convocarlos, remitió de nuevo la solución a quienes habían creado el problema. Ladaria ha resuelto, por ahora, la cosa. Por ahora.

Los asuntos en los que parece estar a gusto, con los que se explaya, son los de un político: el Cambio Climático, la inmigración masiva, las ‘fake news’, las redes sociales… La sensación que deja es la de un hombre cuya verdadera vocación es la de líder mundial, más que el timonel de la Barca de Pedro.


Carlos Esteban