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miércoles, 8 de enero de 2020

Cartas desde el Purgatorio. Reciclando la Biblia (Fray Gerundio)



La posibilidad de hacer algún que otro viajecillo por la tierra en calidad de alma en pena, no me anula -sino que me incrementa-, la facultad de apreciar las contradicciones de los mortales. Se ven de forma más nítida los pecados, traiciones, chalanerías e hipocresías mundanas que abundan en todos los rincones del planeta. Ya puede uno verlo sin posibilidad de tentación y con un realismo que escapa a los ojos de los vivientes. Y con una serenidad fuera de toda turbación, al estar en otra dimensión.

Entre estas contradicciones, está la de alborotarse y protestar por el hecho de que algún presidente del gobierno, ande trapicheando con los enemigos de su propia nación, con tal de gobernar y destruir aquello que juró defender. Anda en juego una clara traición, en medio de un palabrerío, que exalta el amor y pasión por la “justicia” y la “legalidad”.

Sin embargo, muy pocos se escandalizan de que su propio Pastor y Vicario de Cristo (¡¡) destroce sistemáticamente el depósito que debe guardar a toda costa y que también juró defender. Son muchos los que creen que es imposible que elabore enredos, tejemanejes y tambalaches con los enemigos de Cristo. Y que pacte con ellos su investidura, a ver si en algún momento llegara el tan ansiado Nobel de la Paz.

No parece que escandalice que instruya a los niños cristianos a que no conviertan –ni lo intenten siquiera-, a sus compañeros musulmanes o judíos, porque hay que ser tolerantes y respetuosos. Claro que si se encuentra un compañero de pupitre que se haga pis en el césped, deben recriminarle. O si el compañero Agapito se percibe como chica, debe llamarle en adelante Agapita sin mover un músculo facial, pues sería un pecado imperdonable de bullying escolar y objeto de denuncia, por maltratar a la pobre neo-chica. O si viera que en el comedor del colegio no se recicla la basura, debe emplear toda su tolerancia-cero frente a este pecado ecológico de llenar este mundo de desechos y plásticos. En ese caso, el director de dicho colegio, no tendría ya que estar al frente de una institución que corrompe niños, al no enseñarles a diferenciar el contenedor amarillo del verde. Esto es lo que importa.

Por eso se van imponiendo los pecados ecológicos, que son ahora los nuevos pecados verdes, frente a esas listas interminables de pecados morales –mortales-, que solamente expresan una tendencia quisicosista, atrabilaria y antediluviana propia de otros tiempos. Ahora somos responsables del Planeta y sentimos que la Madre Tierra nos va a pedir cuentas si la maltratamos, aunque ya sabemos –lo ha dicho Francisco-, que eso de que Dios premia a los buenos y castiga a los malos es otra filfa que nos han estado colando sus dignos antecesores. Dignos, pero completamente fuera de onda y “apuntando” fuera de tiesto. Ahora se llevan los pecados con los inmigrantes, o los pecados climáticos o los consumistas o los pecados de venta de armas, siempre que no sea a la Guardia Suiza, claro.

Todo esto no es nuevo y se viene cocinando a fuego lento durante este Glorioso Pontificado. Sin embargo, durante este mi último paseo mundial, me he percatado de que ya se ha movido con fuerza, al modo apisonadora, el elemento que faltaba: es necesario contar con la autoridad bíblica. Sí, aunque parezca mentira, esa misma autoridad de la Biblia que se ha estado pisoteando desde que San Pío X pusiera al descubierto las andanzas y maniobras hermenéuticas del modernismo.

Primero se vio la necesidad de hacer una desmitificación de los milagros. De esta forma, pudimos saber de mano de los propios expertos en Sagrada Escritura, que los milagros no eran más que expresiones del entusiasmo popular que veía con ojos de panoli una realidad completamente diferente. Cuántas veces hemos oído ya –en este Glorioso Pontificado y mucho antes-, que la multiplicación de los panes y los peces (por ejemplo) era cuando menos una especie de ficción imaginativa que les hizo creer que había numéricamente más panes, cuando en realidad lo que se había multiplicado era el deseo de distribuir y participar en una comida conjunta. Se les quitó el hambre, no porque hubiera más panes, sino por el intenso afán y entusiasmo de compartir. De este modo, pasaron a mejor vida los milagros de Jesucristo (perdón, de Jesús de Nazareth) en aras de un mayor realismo que despojaba a los evangelios de exageraciones innecesarias, impropias ya de un cristianismo con una madurez post-conciliar y liberado de atavismos.

Luego vino la re-interpretación de las propias palabras de Jesús. Entre que no había grabadoras (como dijo hace poco un ilustre cerebro con bigote), y que los redactores seguían exagerando los términos, los únicos que podían interpretarlo correctamente eran las mentes pensantes exegetas, que tuvieron la misión divina de ilustrar a todo el pueblo de Dios sobre lo que realmente-quería-decir-Jesús, ya que ellos habían desbrozado los textos hasta llegar a las mismísimas palabras de Cristo. San Mateo o San Lucas o la comunidad presente, no habían plasmado lo que realmente dijo Jesús. Pero tranquilos, porque los cerebros de las Comisiones Teológicas o las Comisisiones Bíblicas, sí que lo saben y así lo imponen a los ignorantes que no han estudiado a fondo como ellos.

A continuación se tuvo que descifrar la misma conciencia de Jesucristo. Y los sabios descubrieron que eso de ser Dios y Hombre hay que tomarlo más despacio. Jesús de Nazareth no tenía ni idea de eso hasta que un día se despertó y se vio elegido por Dios para salvar a los pobres. Y se fue animando y animando, hasta que comenzó a dejar que le llamaran Mesías, por aquello de recibir apoyo moral de los fanáticos que le iban acompañando. Pero ni se le pasó por la cabeza dar doctrina alguna, sino más bien dejar ese trabajo al Pueblo Liberado de la opresión. De ahí que solamente los teólogos de la liberación y la teología del pueblo –por los cuales habla en Espíritu-, sean los únicos capacitados para iluminar el mundo de tinieblas de la teología paulina o escolástica, que no acertó en esa interpretación. Pobrecillos.

En estos días se ha dado el paso que faltaba. Hay que rehabilitar como sea la homosexualidad en la misma Biblia. Y los expertos de turno, han evacuado su dictamen lúcido y clarividente: la Biblia no condena la homosexualidad porque siempre que habla del amor, no especifica sino que solamente dice que es entre dos. Hay que tener en cuenta sus implicaciones éticas y no el hecho mismo de la homosexualidad. Toma ya. Cuando querían los Sodomeses (para no decir la maldita palabra) y los Gomorritas (idem) cercar a Lot y los suyos, en realidad fue porque eran extranjeros, no porque fueran culturalmente distintos y se percibieran como maricas. De ahí que Dios destruyó la ciudad a base de lluvia de fuego, por no acoger al inmigrante. Si hubiera sido por el pecado nefando (perdón), seguro que Dios les habría mandado un Arco Iris.

En mi sesión de terapia purgativa de esta semana, hemos analizado el texto de la Pontificia Comisión Bíblica, con lupa atemporal. Estamos seguros de que en la próxima entrega la susodicha comisión llegará a justificar que Onán era en realidad un sentimental romántico, las codornices que Dios mandó al desierto eran vegetales volátiles, los apóstoles no eran en realidad pescadores, sino medioambientalistas del Tiberíades o que el agua de las tinajas de Caná de Galilea estaba sin depurar y por eso les supo a vino.


Es cuestión de tiempo.

Fray Gerundio