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viernes, 18 de mayo de 2018

Monseñor Schneider habla de la necesidad de un nuevo syllabyus de errores para la Iglesia moderna



Rebosantes de gratitud, presentamos hoy a nuestros lectores una extensa y original entrevista a monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María de Astaná (Kazajistán). Ha tenido la gran amabilidad de responder a las siguientes preguntas, que le habíamos enviado antes de la reunión celebrada el pasado 3 de mayo por los obispos alemanes con las autoridades vaticanas para hablar del actual conflicto relativo a la comunión por parte de los cónyuges protestantes. Tampoco se había inaugurado todavía la blasfema gala Heavenly Bodies en Nueva York. Nuestra intención era plantearle preguntas que le permitieran elaborar un nuevo syllabus de errores –lo llamamos así nosotros, no él– para la Iglesia actual, con miras a proporcionar una corrección fraterna a algunos de los graves desórdenes para la Fe que se dan impunemente en círculos eclesiásticos y entre el público en general.
Monseñor Schneider nos da su parecer sobre la bendición de las parejas homosexuales, la ordenación de sacerdotisas, la administración de la Comunión a los protestantes casados con católicos, la simbología masónica exhibida en el Vaticano, los sacerdotes casados, el préstamo por parte del Vaticano de objetos sagrados al desfile de modas neoyorquino y, por último, aunque no por ello sea menos importante, el caso del niño Alfie Evans.
El buen prelado no vacila en manifestar una postura clara y ejemplar en cuestiones de fe y moral. Una vez más, le agradecemos enormemente su testimonio católico, el cual deseamos que se propague a los cuatro vientos, confirmando en su fe a los católicos de todo el mundo.
Maike Hickson (MH): A principios de año, representantes de la Conferencia Episcopal Alemana propusieron la bendición de las parejas homosexuales. ¿Qué respuesta se puede dar a esto desde la doctrina católica?
Athanasius Schneider (AS): Bendecir a una pareja de homosexuales significa bendecir el pecado, no sólo de unos actos sexuales extramaritales, sino peor aún, de actos sexuales entre personas del mismo sexo. Es decir, la bendición del pecado de sodomía, que durante casi toda la historia de la humanidad y en toda la tradición cristiana ha sido considerado un pecado que clama al Cielo (Catecismo de la Iglesia Católica, 1867). Porque anula, contamina y contradice directamente la naturaleza y el orden de la sexualidad humana en la complementariedad mutua de los sexos creados por la sabiduría infinita de Dios. Los actos y las relaciones homosexuales se oponen frontalmente a la razón y a toda lógica, así como a la voluntad explícita de Dios.
Por naturaleza, los actos homosexuales son tan absurdos que se los podría comparar, por ejemplo, con el mecanismo de cierre de un cinturón de seguridad, en el que una clavija (macho) se introduce en la hebilla (hembra). Cualquier persona con dos dedos de frente afirmará que es absurdo que un cinturón de seguridad tenga dos elementos machos o dos hembras. No funcionará, y además será causa de muchas muertes por no haberse podido ajustar el cinturón. Así también, los actos homosexuales son causa de muerte espiritual y en muchos casos de muerte física, por el elevado riesgo de contraer dolencias venéreas.
Los sacerdotes partidarios de bendecir las relaciones homosexuales promueven un pecado que clama al Cielo, y además algo absurdo, ilógico. Esos sacerdotes cometen un grave pecado, que reviste incluso más gravedad que el de las parejas homosexuales a las que bendicen, ya que les dan un incentivo para vivir una vida de continuo pecado y los expone en consecuencia al gran peligro de la condenación eterna. Sin duda alguna, Dios les dirá a esos sacerdotes en el momento de su juicio personal: «Si Yo digo al impío: “De seguro morirás”, y tú no le previnieres ni hablares para amonestar al impío que se aparte de su perverso camino y viva, ese impío morirá en su iniquidad; mas Yo demandaré de tu mano su sangre » (Ez. 3,18). Los sacerdotes que bendicen las prácticas homosexuales reintroducen una especie de prostitución propia de templos paganos. Semejante conducta en los sacerdotes es análoga a la apostasía, y se les pueden aplicar plenamente estas palabras de las Sagradas Escrituras: «Se han infiltrado algunos hombres –los de antiguo prescritos para este juicio– impíos que tornan en lascivia la gracia de nuestro Dios y reniegan del único Soberano y Señor nuestro Jesucristo» (Judas 4).
MH: El escritor alemán Anselm Grüm, uno de cuyos libros ha sido elogiado recientemente por el papa Francisco, ha dicho que no le sorprendería que un día llegara a haber una papisa. El cardenal Crhistoph Schönborn dijo igualmente hace poco que un concilio futuro podría muy bien establecer un nuevo reglamento para la elección de sacerdotisas e incluso obispas. ¿Qué hay en ello de posible y de bueno para la Iglesia, y qué de malo? ¿Cuál es el verdadero papel de la mujer en la Iglesia a la luz de los Evangelios?
AS: Por institución divina, el sacramento del Orden sólo se puede administrar a un varón. La Iglesia no tiene potestad para alterar esta característica esencial del sacramento, porque no puede cambiar un aspecto sustancial de los sacramentos, como enseña el Concilio de Trento (cf. sesión 21, capítulo 2). El papa Juan Pablo II declaró que la imposibilidad de ordenar mujeres en una enseñanza infalible del Magisterio Universal Ordinario (cf. la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, nº 4). Por consiguiente, se trata de una verdad divinamente revelada que pertenece al depósito de la Fe (cf. Respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 28 de octubre de 1995).
Quien persista en dudar o negar esta verdad revelada comete pecado de herejía, y si lo hace públicamente y de modo pertinaz el pecado se convierte en un delito canónico, el cual supone la excomunión automática latae sententiae. Hay bastantes sacerdotes, obispos incluidos, que cometen actualmente ese pecado, con lo que se apartan de modo invisible de la comunión de la Fe católica. Se les podrían aplicar con seguridad estas palabras de Dios: «De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros» (1ª de Jn. 2,19).
Ningún pontífice ni ningún concilio ecuménico podría permitir la ordenación sacramental de la mujer, sea al diaconado, al presbiterado o al episcopado. En el caso hipotético de que se llegase a hacerlo, la Iglesia quedaría destruida en una de sus realidades esenciales. Esto nunca podrá suceder, porque la Iglesia es indestructible y Cristo es la verdadera cabeza de su Iglesia, y no permitirá que las puertas del infierno prevalezcan contra ella en este aspecto concreto.
El papel más hermoso, exclusivo e insustituible de la mujer en la Iglesia es su vocación y su dignidad de madre, sea física o espiritual, porque toda mujer es materna por naturaleza. Y su dignidad y vocación de esposa es inseparable de la de madre. Y esa dignidad de esposa proclama la verdad de que toda alma cristiana, incluida la del varón, debe ser esposa de Cristo. En su misión de madre y esposa, la mujer vive el sacerdocio interior del corazón, exclusivo de ella, y complementario al ministerio varonil externo de los apóstoles. ¡Con cuánta sabiduría ha establecido Dios el orden de la naturaleza, el cual, en el orden de la gracia se refleja con más belleza aún en el sacramento del Orden Sacerdotal! La ordenación de la mujer desbarataría el orden divino y no sería causa por tanto sino de fealdad espiritual, esterilidad espiritual y, a la larga, idolatría.
MH: En febrero los prelados alemanes aprobaron un texto que permite que, en casos particulares y tras una fase de discernimiento,  los protestantes casados con católicos pueden recibir habitualmente la Sagrada Comunión. A la luz del orden sacramental de la Iglesia y de la necesidad de los católicos de acceder con frecuencia al sacramento de la Penitencia, ¿es lícita y posible tal iniciativa del episcopado alemán?
AS: Desde el tiempo de los Apóstoles (cf. Hch. 2,42), la integridad de la Fe (doctrina apostolorum), la comunión jerárquica (communicatio) y la comunión eucarística (fractio panis) están inseparablemente ligadas entre sí. Al administrar la Sagrada Comunión a una persona bautizada, la Iglesia jamás dispensa a esa persona de profesar la integridad de la Fe católica y apostólica. No basta con exigirle que tenga la fe católica en el sacramento de la Eucaristía (o el de la Penitencia o la Unción de Enfermos).
Administrar la Sagrada Comunión a una persona bautizada sin exigirle el requisito indispensable de aceptar todas las demás verdades católicas (por ejemplo, los dogmas del carácter jerárquico y visible de la Iglesia, la primacía de jurisdicción del Romano Pontífice, la infalibilidad del Papa, los concilios ecuménicos y el Magisterio universal y ordinario, los dogmas marianos, etc.), contradice la indispensable unidad visible de la Iglesia y la naturaleza misma del sacramento eucarístico. El debido efecto de la comunión eucarística es, concretamente, la manifestación de la unidad perfecta de los miembros de la Iglesia en el signo sacramental de la Eucaristía. Por tanto, el mero acto de recibir la Sagrada Comunión en la Iglesia Católica –incluso en casos excepcionales– por un protestante o por un ortodoxo constituye en esencia una falsedad. Contradice el signo sacramental y la realidad sacramental interior, puesto que los no católicos a los que se les da la Sagrada Comunión siguen adhiriéndose de buen grado exteriormente a las demás creencias de sus respectiva congregación protestante u ortodoxa.
En este contexto podemos el problemático y contradictorio principio del canon 844 del Código de Derercho Canónico (sobre la administración de ciertos sacramentos como la Sagrada Eucarística a cristianos no católicos en situaciones de emergencia o en peligro de muerte). Ese principio contradice la Tradición Apostólica y la práctica constante de la Iglesia Católica a lo largo de dos mil años. Ya en la época postapostólica del siglo segundo, la Iglesia de Roma observaba esta regla de la que da testimonio San Justino: «Llamamos a este alimento Eucaristía, y no se permite participar de él a nadie que no crea que lo que enseñamos es verdadero» (Apología 1, 66). El problema causado últimamente por la Conferencia Episcopal Alemana no es, a decir verdad, más que la consecuencia lógica de las problemáticas concesiones que hace el canon 844 del Código de Derecho Canónico.
MH: Esto les recuerda a algunos observadores a la introducción de la comunión en la mano, que al principio fue algo regional y más tarde se extendió a la Iglesia universal. ¿Observa algún paralelo con ello?
AS:  Teniendo en cuenta la lógica de la fragilidad humana, el dinamismo de la presión ideológica y el efecto contaminante de los malos ejemplos, los casos excepcionales de comunión administrada a protestantes llegarán también a propagarse mucho, y será entonces más difícil ponerle coto.
MH: En caso de Roma llegara a aprobar iniciativa de la intercomunión en la reunión del próximo 3 de mayo [ver aquí el resultado de dicha reunión], ¿podría dar lugar a un segundo debilitamiento de la doctrina de la Iglesia en cuanto a los sacramentos, después de Amoris laetitia y sus repercusiones?
AS:  ¡Sin ninguna duda!
MH: En vista de la iniciativa del episcopado alemán sobre la intercomunión, ¿ve algún límite a los pedidos de descentralización de la Iglesia?
AS: Cuando existe un grave peligro de que en una iglesia particular resulte perjudicada la integridad de la Fe católica y la correspondiente práctica sacramental, el Romano Pontífice tiene que ejercer el deber que le corresponde corrigiendo esas desviaciones para proteger a los fieles sencillos de semejantes descarríos de la integridad de la Fe católica y apostólica. Cuando los obispos hacen lo contrario de su deber de «promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 23), el Sumo Pontífice tiene que intervenir para cumplir su misión de ser «doctor de todos los fieles» y «maestro supremo de la Iglesia universal» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 25). Si en una travesía marítima algunos suboficiales se ponen a abrir vías de agua en un costado del barco, el capitán no puede decir: «Mejor no me meto, porque soy partidario del principio de descentralización». Cualquiera que tenga sentido común considerará irresponsable y absurdo tal comportamiento, porque las consecuencias serán catastróficas. Si esto es así en la vida física, ¡cuánto más no lo será en la vida espiritual de las almas! Si en cambio, los obispos de las diversas diócesis promueven y protegen debidamente la fe, la disciplina y la liturgia de la Iglesia, el Papa no debería restringir en modo alguno sus iniciativas. En ese caso, la descentralización sería sensata. En «cuantas cosas sean conformes a la verdad, serias, justas, puras, amables y de buena conversación» (Fil. 4,8), el Sumo Pontífice no debería interferir en la actuación de los obispos, y debería permitirles la descentralización en esas buenas obras.
MH: En el marco del próximo Sínodo de la Amazonía de 2019, se están levantando muchas voces a favor de que los sacerdotes del Rito Latino se puedan casar. ¿Cuál es su opinión? ¿Puede y debe la Iglesia Católica seguir esa vía?
AS: La Iglesia Católica Romana no debe caer en la trampa de los viri probati ni agobiarse por la dramática escasez de sacerdotes en algunas regiones. Sería una reacción excesivamente humana, le faltaría el concepto sobrenatural de la Divina Providencia, que siempre guía a su Iglesia. Hay pruebas suficientes de que en la Historia ha habido épocas con una grave carencia de sacerdotes, y sin embargo la Fe católica de los laicos floreció porque se transmitía en las familias y por el testimonio de personas virtuosas. Sin ir más lejos, yo también pasé mi infancia en esas condiciones y estuve sin cura durante varios años.
Está más que probado en documentos de la Iglesia primitiva que el celibato sacerdotal y la ley que manda la continencia a los sacerdotes es de origen apostólico. En tiempos de los Apóstoles y de los Padres era una norma transmitida, originalmente no escrita, que a partir del momento de recibir las órdenes sagradas (diaconado, presbiterado o episcopado) el clérigo ordenado tenía que vivir en perpetua abstinencia sexual, independientemente de que fuera soltero o casado. Estudios de probada solidez científica lo demuestran, por ejemplo los de Christian Cocchini, el cardenal Alfons Stickler, Stefan Heid y otros. El Sínodo de Cartago (390), en tiempos de San Agustín, declaró que la abstinencia perpetua era «lo que enseñaban los Apóstoles y lo que la antigüedad misma observó». El papa León Magno (+450), escrupuloso observante de las tradiciones apostólicas, afirmó: «La ley de la abstinencia es la misma para los ministros del altar; para los prelados y para los sacerdotes. Cuando todavía eran laicos o lectores, tenían libertad para casarse y tener hijos. Pero una vez alcanzadas las mencionadas órdenes, ya no se les permite» (Epístola ad Rusticum). La prohibición categórica de contraer matrimonio después de la ordenación tenía una validez universal, y sigue teniéndola en las iglesias ortodoxas, en las que el celibatos de los párrocos diocesanos está abolido. Esto demuestra claramente que la ley de la continencia en las órdenes mayores es de origen apostólico.
El primer intento de vulnerar la Tradición Apostólica de la ley de la abstinencia, o sea, de la ley del celibato en sentido amplio, constituye la legislación de la Iglesia bizantina en el llamado Concilio Quinisexto (691), el cual, sin embargo, no está reconocido por la Sede Apostólica. De acuerdo con la legislación bizantina, el sacerdote casado tiene que observar la abstinencia sexual la noche antes de celebrar el Sacrificio Eucarístico. Y un verdadero sacerdote católico, que día y noche es otro Cristo (alter Christus), y por tanto debe celebrar cada día el Santo Sacrificio, tiene que vivir en perpetua continencia. Esto es una consecuencia lógica de la dignidad ontológica del sacerdocio en el Nuevo Testamento y de su perpetua conexión con el ofrecimiento del Sacrificio de Cristo en el altar, en contraposición con el sacerdocio dinástico del Antiguo Testamento, que sólo estaba obligado a la abstinencia sexual mientras duraba su turno de servicio en el Templo. Precisamente tomando como referencia a los sacerdotes del Antiguo Testamento, a quienes se permitía tener trato sexual con sus esposas, el Concilio Quinisexto de 691 dispensó a los sacerdotes casados de la ley de la abstinencia.
Si el Sínodo de la Amazonía programado para el año que viene introduce el sacerdocio de casados, aunque sea en casos particulares y en zonas geográficas determinadas, es indudable que la propia dinámica de tal innovación, el fenómeno del sacerdote casado, se propagará como la pólvora por toda la Iglesia Latina. Esperamos que el Sínodo de la Amazonía de 2019 no promueva la introducción de la vida de los sacerdotes del Viejo Testamento, totalmente ajena al ejemplo de Cristo Sumo Sacerdote eterno y a la Tradición Apostólica. Existe, además, una excelente novela del escritor argentino Hugo Wast (pseudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, +1962) titulada Lo que Dios ha unido, en la que el autor demuestra de modo convincente e insuperable la incompatibilidad entre el sacerdocio católico y una vida conyugal sexualmente activa.
MH: En un encuentro celebrado, hace poco, en el Vaticano se repartieron a los asistentes obsequios una marcada similaridad con símbolos masónicos. ¿Le parece cuestionable para la preservación de la doctrina católica en su totalidad?
AS: Los obsequios mencionados, a cuyas fotos y descripción se puede acceder por internet, son abiertamente paganos, esotéricos y masónicos. Que eso sucediera en al Vaticano, donde está la cátedra de la Verdad (cathedra veritatis) de San Pedro, nos trae a la memoria episodios frecuentes en el Antiguo Testamento en los que el pueblo de Dios y algunos de sus dirigentes se habían apartado del culto al único Dios verdadero. Porque, en opinión de algunos jefes religiosos del Antiguo Testamento, era lícito unir el culto al Dios verdadero con el de los ídolos. Pero Dios, por la boca de sus profetas, fustigó esa abominación. No puede caber duda de que ese despliegue de paganismo sectario en el Vaticano se enfrentará a voces de condena como las que alzaron los profetas de la Biblia. Este trágico episodio en el Vaticano tiene cierta semejanza con la visión profética de la beata Ana Catalina Emerich: «Vi una vez más al pontífice actual y la iglesia tenebrosa de su época en Roma (…) ¡He aquí que vi algo muy singular! Cada uno de los presentes se sacó un ídolo del pecho, lo colocó ante sí y le rezó. Parecía como si cada uno sacara sus pensamientos y pasiones ocultos bajo la apariencia de una nube oscura que, una vez extraídos, asumía una forma física determinada. Lo más llamativo era que todo estaba lleno de ídolos; aunque los congregantes eran muy pocos, la iglesia estaba atestada de ídolos. Una vez terminado el culto, el dios de cada uno volvió a entrarle en el pecho. Toda la Iglesia estaba envuelta en un manto negro, y todo esto que vi estaba impregnado de oscuridad» (Visión del 13 de mayo de 1820).
MH: Hace poco el Vaticano decidió prestar numerosas vestiduras sagradas y objetos litúrgicos para una gala-desfile de moda en Nueva York, en la que también se exhibirán vestiduras para sacerdotisas, obispas, cardenalas y hasta papisas. ¿Le parece que está decisión por parte de la Santa Sede confunde los sagrado con lo profano e incluso genera confusión moral y espiritual en los fieles?
AS: Claramente es una profanación de indumentaria y objetos sagrados, que fueron bendecidos para uso exclusivo en el culto del Dios verdadero, de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es inevitable recordar la profanación de objetos sagrados que hizo el rey Nabucodonosor (cf. Dan. 5,2). Ahora bien, «Dios no se deja burlar» (Gál. 6,7). Las siguientes palabras de Dios por boca del profeta Daniel se aplican bastante bien a la mencionada profanación de vestiduras sagradas consentida por las autoridades vaticanas: «Has alabado a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que no ven ni oyen, y que nada saben; y no has dado gloria al Dios que tiene en su mano tu vida y es dueño de todos tus caminos. Por eso vino de su parte el extremo de la mano que trazó esta escritura. He aquí la escritura trazada: Mené, Mené, Tequel, Ufarsin» (Dan. 5, 23-25). Si el profeta Daniel levantara la cabeza y supiera de la profanación de esas vestiduras sagradas, está claro que dirigiría las mismas palabras a quienes consintieron semejante profanación o colaboraron a ella.
MH: No hace mucho, el mundo presenció el caso de Alfie Evans, en el que el Estado decidió poner fin al mantenimiento vital de un niño enfermo. El arzobispo Paglia y algunos obispos de Gran Bretaña elogiaron a las autoridades por su decisión alegando que no se deben administrar tratamientos excesivos a nadie. ¿Qué me dice del caso de Alfie? ¿Decidieron las autoridades con acierto? ¿Está bien encaminado el mundo secular en este sentido? ¿Qué principios deben guiar el tratamiento de los enfermos graves, sean niños o adultos?
AS: El caso de Alfie se ha mostrado como la punta del iceberg. El iceberg es la anticultura moderna que mata a los niños antes de nacer, práctica iniciada como procedimiento legal por la dictadura marxista-comunista de Lenin en 1920. Desde los años sesenta del siglo pasado, el asesinato legal de niños nasciturus se ha extendido gradualmente como una acción orquestada en casi todos los países de Occidente. La ideología extendida por todo el mundo de asesinar a los niños antes de nacer es, en esencia, una ideología de desprecio a la humanidad bajo la cínica máscara de unos supuestos derechos de la mujer o de una nebulosa salud reproductiva.
El negocio del aborto y su ideología política siempre han rechazado categóricamente que se califique al aborto de infanticidio. Y como se ha visto en el caso de Alfie, a la luz del día, todo el mundo ha visto que a la capacidad política, jurídica y mediática para aniquilar a los no nacidos –la vida humana frágil y vulnerable del nasciturus– se le quiere dar un gran empujón introduciendo la legalidad del infanticidio. Para ello han empezado por el asesinato legal de un niño gravemente enfermo. Con la causa de Alfie han querido sentar jurisprudencia en este sentido. En realidad, no es más que la lógica consecuencia del aborto, combinada ahora con la ideología de la eutanasia. El caso de Alfie se ha visto claramente quién está a favor y en contra de la defensa a ultranza de la sacralidad de la vida humana. Espontáneamente se unieron desde todos los rincones del orbe los defensores de la vida formando un frente común. Fue un ejército pequeño, pero noble y espiritual, unido contra una poderosa conspiración de políticos, jueces y –para gran asombro nuestro– médicos que siguen un plan previamente programado. El ejército de la vida se alzó como un nuevo David ante el moderno Goliat del infanticidio. Parecía que esta vez había ganado Goliat. Pero en realidad este Goliat ha perdido. Porque en el caso de Alfie, los políticos, jueces y médicos perdieron la credibilidad moral de la imparcialidad, la transparencia y el sentido de la justicia. No obstante el resultado, ganó el pequeño ejército de Alfie. Porque a los ojos de Dios, e incluso ante los ojos de la Historia, quienes defienden a los más débiles y vulnerables de los humanos, que en primer lugar son los niños aún no nacidos y los nacidos enfermos, siembre serán los triunfadores. La conspiración política, jurídica y médica contra la vida humana terminará por hundirse un día, por ser inhumana.
Al caso de Alfie y al pequeño ejército de la vida que lo arropó se les pueden aplicar las palabras de las Sagradas Escrituras: «Los que siembran con lágrimas segarán con regocijo» (Sal. 126, 5).
+Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Santa María de Astaná
Entrevista por Maike Hickson
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Artículo original)

Monseñor Livi: "Estaba celoso de aquellos sacerdotes a los que se les permitía celebrar la Misa antigua"


Duración 2:29 minutos


Every Rubric of the Old Rite Helps to Worship God

Monsignor Antonio Livi, a former professor and dean at the Roman Lateran University spoke to Gloria.tv very highly about the Traditional Latin Mass. Quote: “Every rubric was helping me to worship God and to unite with the sacred, this edified me and my faith”. Livi also confessed that "the New Rite ripped away all of that from him".

“I Was Jealous of the Priests Who Did Not Need to Say the New Rite”

Livi was already a priest with the Opus Dei when the New Rite was introduced. He admitted to Gloria.tv that he was jealous of those priests who were allowed to continue celebrating the Old Mass. In the parish where Livi served, he was forced to say the new mass. Quote: "I compensated the deficiencies regarding the sacred in the Novus Ordo by abstaining from long homilies and by encouraging the faithful to look for silence and adoration".

The New Rite Is Often a Show

One of the main problems in the Novus Ordo is for Monsignor Livi the fact that the priest has been turned into a principal performer. It has also become common that priests show off during Mass. Quote: “This is a horrible thing”.

Turning the Mass in a “Celebration of the Community”


According to Livi things started going wrong already before the Council
. Mass became a routine for many priests who began focussing on secondary things like the homily in which they talked about politics or tried to display their knowledge. Massons and Communists used Mass to make public appreances and to sit in the first row although they were enemies of God. During funerals relatives started making speeches from the pulpit. Livi summes up: "All this contributed to changing the Mass into what they want it to be now: a celebration of the community, not the Sacrifice of Christ"
.

Noticias varias 17 de Mayo de 2018 (referéndum aborto en Irlanda, Chile, intercomunión, Democracia, aborto, Vaticano-China, ...)



INFOVATICANA

El caso de los abusos ignorados en un colegio jesuita de Chile

Oeconomicae et pecuniariae quaestiones


INFOCATÓLICA

Chile: padres responsables mantienen viva su protesta contra el adoctrinamiento LGTBi de sus hijos

El cardenal Woeki se mantiene firme en su oposición a la intercomunión con protestantes

Cardenal Brandmüller: "La política alemana que pidió sacerdotes mujeres es una hereje"



El cardenal Walter Brandmüller criticó a Annegret Kramp-Karrenbauer, la secretaria general del partido de Angela Merkel CDU, por haber dicho recientemente que ella espera la ordenación de las mujeres para el sacerdocio y que ella misma quería ser sacerdotisa.

Al escribir el 17 de mayo en el semanario alemán Tagespost, Brandmüller dijo que, como política y como católica, Kramp-Karrenbauer cruzó los límites.

Brandmüller recalca que todo aquél que afirma que es posible que haya mujeres sacerdotes, ha abandonado los fundamentos de la fe católica.

Y: “Esta persona ha cometido el delito de herejía, el cual culmina en una excomunión de la Iglesia”.

jueves, 17 de mayo de 2018

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre



El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.

En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.

La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre y tras varios procedimientos, dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora, que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli. También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi.

Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza.

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A continuación, gran parte de la conversación publicada por Vatican Insider:
“Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI- ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad”.
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: 
“Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos”. Y añade que no es el único, pues con él están “obispos, sacerdotes, numerosos fieles”. Afirma que “la situación en la Iglesia después del Concilio” es tal que no saben qué hacer. “Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento”, sino los fieles “que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condena porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia”.
Pablo VI interviene para desmentir: 
“No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición”.
 Lefebvre retoma la palabra: 
“Muchos sacerdotes y fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron al día siguiente del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…”.
“Pero, ¿qué está diciendo?”, interrumpe Montini. 
“No soy yo… es la televisión”, balbucea Lefebvre para defenderse. 
“Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa”
El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: 
“Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo”.
El Papa Montini observa: 
“Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras”.
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque “lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores”
El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, pero asegura tomar nota de su perplejidad y actitud contra el Concilio… 
"No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos". 
Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos”
El arzobispo francés replica: “Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores”
Después Lefebvre dirige al Papa una petición:
 “¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?” 
Responde Pablo VI: 
“Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes”. 
Lefebvre argumenta:
 “El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…”. 
Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos “vigile mi Seminario”, se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario “sin salir”.
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) vino para hablarle en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza. 
“Para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?” 
“Nunca ha sido mi intención…”, se defiende Lefebvre. 
Pero el Papa Montini replica: 
“Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia”. 
Y Lefebvre responde: 
“La crisis de la Iglesia existe”.
 Pablo VI: 
“Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa”.
Lefebvre replica: 
“No se me juzga como se debería”. 
Montini responde: 
“El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Es consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?”.
El arzobispo propone:
 “A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos”. (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
“No puedo permitir que usted se convierta en culpable de un cisma”
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que "hay por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística". 
Pablo VI responde: 
“No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos”.
El arzobispo responde:
 “No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia”. 
Y afirma Montini: 
“Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos, que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas…”. 
Reconoce Lefebvre, 
“es cierto”.
“Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión”. 
El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: 

“El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus””.

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NOTA:

El final de este escrito, de Andrea Tornielli, en Vatican Insider, titulado
He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre 
continúa diciendo:

Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa, Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».

Este domingo podrían anunciarse nuevos cardenales (Carlos Esteban)



En los próximos días se reunirá en Roma un consistorio de cardenales con el Papa. El servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia habla de la posibilidad de que la reunión sirva para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Este domingo se reúne un consistorio de cardenales en Roma con el Papa, nada anormal, simplemente para discutir sobre las próximas canonizaciones, entre las que destacan la de Pablo VI y la del Arzobispo de San Salvador, Óscar Romero. Sin embargo, el servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia DomRadio.de ha anunciado al respecto la posibilidad -el rumor- de que la reunión sirva asimismo para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Jan Hendrik Stens, periodista experto en Teología de la publicación, sostiene: “No se puede descartar que se anuncien nuevos cardenales durante o después del consistorio. El número máximo de cardenales elegibles para votar, es decir, aquellos que aún no han alcanzado los 80 años, no puede exceder de 120. A fines de junio, cuando venza el próximo consistorio, al menos habrá seis puestos vacantes”.

El rumor es especialmente interesante habida cuenta de la obsesión, repetida en numerosas ocasiones por el Santo Padre a sus íntimos, de Francisco por no abandonar el Papado -ya sea por el curso natural, ya por una retirada similar a la de Benedicto XVI- sin asegurarse de que el giro que pretende dar a la Iglesia queda como rumbo irreversible.

En principio, cada cardenal nombrado por Francisco sería un “hombre de confianza” que, en el futuro cónclave, votaría por un candidato dispuesto a seguir la línea de ‘renovación eclesial’ emprendida por el actual pontífice, con lo que cada nombramiento le acercaría a su objetivo.
De los actuales cardenales con derecho a voto, Francisco ha designado hasta ahora al 40% del Colegio Cardenalicio, un poco menos que el 44% designado por Benedicto. El 16% restante son cardenales elegidos por Juan Pablo II.

Pero 120 no es un número grabado en piedra. San Juan Pablo II amplió hasta esa cifra el número de electores y Francisco tiene idéntica potestad para volver a ampliarla, una reforma que no pocos ven como harto probable.


Carlos Esteban

Noticias 16 de mayo de 2018




"En Roma vamos a marchar por la vida contra el aborto y la eugenesia." Entrevista con Virginia Coda Nunziante apareció en La Verdad (Corrispondeza Romana)

ANTICONCEPCIÓN Y EL COLAPSO CATÓLICO Cincuenta años de desacuerdo (The Vortex Vídeo) (Transcritp here)

Pablo VI dejó escrito por carta su renuncia al pontificado en caso de un «grave y prolongado impedimento» (Infocatólica)

El clero de Osorno protestó ante la Compañía de Jesús por la actitud y modos de Arana (Infovaticana)

LA SANTA SEDE, CHINA Y EVANGELIZACIÓN (First Things, George Weigel)


Selección por José Martí

El nuevo paradigma y el aborto en Irlanda (Bruno Moreno)



Con cierta resignación, he leído el comunicado de la Asociación de Sacerdotes Católicos sobre el referéndum irlandés en el que se decidirá si se mantiene la prohibición constitucional del aborto o se elimina para liberalizar esa plaga moderna. La Asociación en cuestión es uno de esos grupos autodenominados progresistas, así que uno puede imaginar de antemano lo que va a decir, pero me ha parecido interesante analizarlo porque es una perfecta muestra de lo que se ha dado en llamar el “nuevo paradigma” moral, nacido con los Sínodos de la Familia y la exhortación Amoris Laetitia y sus diversas interpretaciones.
De forma ligeramente sorprendente, este grupo de sacerdotes irlandeses comienza diciendo que “como asociación que representa a sacerdotes católicos, defendemos plenamente la doctrina católica de que toda vida humana, desde su comienzo a su final, es sagrada, y de que todas las personas humanas tienen en común el derecho fundamental a la vida”. Uno estaría tentado de aplaudir, si no fuera por el sospechoso cambio en la expresión habitual (“desde la concepción hasta la muerte natural”, que se convierte en un vago “desde su comienzo a su final”) y porque la experiencia nos dice que la cosa no va a quedar ahí.
Y la experiencia, como suele suceder, es buena maestra, porque el párrafo inmediatamente posterior dice justo lo contrario (la coherencia y la lógica nunca han sido puntos fuertes del progresismo):
“También somos conscientes de que la vida humana, como se nos recuerda constantemente en nuestro ministerio, es compleja y suscita situaciones que suelen ser más grises que blancas o negras y que requieren de nosotros un enfoque pastoral, sensible y que no juzgue”.
¿Y cuál es el resultado de esa complejidad, pastoralidad y griseidad? Que cada uno debe votar a favor o en contra del aborto, según le parezca mejor:
“Nos animamos a nosotros mismos y a cualquier ciudadano que pueda estar interesado en nuestra opinión a hacer lo que podamos para informarnos exactamente sobre el objeto de la votación y las posibles consecuencias de nuestro voto. Después de hacer eso y de realizar la tarea, a menudo dolorosa y difícil, de consultar nuestra conciencia, depositemos nuestro voto. Un voto depositado de acuerdo con la conciencia de cada uno, sea cual sea el resultado, merece el respeto de todos”.
Lo más curioso es que estos sacerdotes progresistas tienen razón en cierto modo. La triste realidad es que, si tomamos en serio los presupuestos establecidos por Amoris Laetitia, es inevitable llegar a las mismas conclusiones que ellos sobre el aborto. Si en situaciones difíciles de un matrimonio no se pueden dar soluciones de antemano, si la acción intrínsecamente mala del adulterio puede ser lo que Dios pide a una persona en un momento concreto, seguir adulterando públicamente sin propósito de la enmienda es una opción posible que se deja a la conciencia individual, dejar de adulterar puede llevar a “sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas” (AL 298), no pecar mortalmente simplemente es un “ideal” (AL 298), los que viven en adulterio son “miembros vivos de la Iglesia” (AL 299), etc., la lógica exige que apliquemos esos mismos principios a otras cuestiones morales, como el aborto.
Los principios defendidos por el nuevo paradigma nos llevan a concluir que, aunque en principio haya que defender la vida, sobre la acción en concreto no se puede decir nada a priori: todo dependerá de las circunstancias específicas, que solo el propio sujeto puede conocer exhaustivamente. Si la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana no es quién para decirle a un católico que no adultere, porque priman sus circunstancias personales, ¿cómo va a tener autoridad el Estado para prohibir abortar a sus ciudadanas, cuando no puede conocer sus circunstancias personales? Ya no hay nada que sea malo en sí mismo y que deba estar prohibido porque nunca se debe hacer, todo depende de las circunstancias personalísimas e imprevisibles del caso concreto, del fin con que se hagan y de la situación dentro del proceso de crecimiento de cada persona.
Estos principios morales, que la Iglesia ha condenado repetidas veces bajo varios nombres (circunstancialismo, utilitarismo, subjetivismo) y que se resumen en la idea de que el fin justifica los medios, son imparables. Una vez que se aceptan, que se abre una brecha en la muralla y logran entrar, su propia dinámica les lleva a socavar y destruir todos los ámbitos de la moral, sin excepción. De hecho, ya se han aplicado al adulterio, el divorcio, la eutanasia y el suicidio, las parejas del mismo sexo, los anticonceptivos, la apostasía y, como hemos visto, al aborto. Y, sin cambiar una sola coma, podrían aplicarse igualmente al asesinato, la pederastia, el genocidio, la prostitución, la mentira, el robo o la idolatría. A la larga, si no son erradicados, su efecto será inevitablemente la disolución completa de la moral católica.
Esta constatación sería suficiente para justificar la necesidad de este artículo, pero aún hay algo más en el comunicado de los sacerdotes irlandeses que merece la pena y que puede mostrarnos un aspecto crucial del llamado nuevo paradigma. Inmediatamente después de afirmar que no se puede dar una solución a priori al dilema moral del aborto y que, por lo tanto, cada uno debe hacer lo que le indique su conciencia, la asociación de sacerdotes critica que, en algunas parroquias, se haya defendido el voto contrario al aborto:
“nos preocupa que algunas parroquias católicas estén permitiendo que sus púlpitos se usen durante la Misa para hacer campaña. Como entre los fieles católicos que van a Misa hay una gran variedad de opiniones sobre esta votación, creemos que es inapropiado e insensible y que algunos lo considerarán un abuso de la Eucaristía”.
Una vez más, lo llamativo es la profunda incoherencia y falta de lógica de esta actitud. Si, con respecto al aborto, cada uno debe hacer lo que le diga su conciencia, parece lógico que esos otros sacerdotes contrarios al aborto hagan también lo que les indica su propia conciencia y se opongan a ese crimen con todas sus fuerzas, proclamando la moral de la Iglesia. Pero no, cualquier defensa de la moral tradicional católica es anatema para el nuevo paradigma, que percibe muy bien que, para existir, la nueva moral debe destruir la antigua.
El nuevo paradigma es, en esencia, un arma arrojadiza: solo se usa para la disolución moral. Si alguien intenta acogerse al mínimo espacio que ofrece para defender la moral perenne de la Iglesia, inmediatamente es denunciado y acosado. Los neoparadigmáticos abandonan sin escrúpulo sus propios principios cuando no resultan útiles para acabar con la odiada moral tradicional. Contradecirse a sí mismos es un pequeño precio a pagar para alcanzar tan alto fin.
A mi juicio, es fundamental entender esto. Alguien educado en la doctrina y la moral tradicionales considera que la lógica, como manifestación de las leyes más profundas del ser, no puede dejarse de lado en ningún caso y, por lo tanto, que la contradicción interna siempre es señal de error y anula cualquier argumento. Asimismo, y aquí es donde está el peligro, suele dar por supuesto que sus contrincantes piensan del mismo modo y se someten a las mismas leyes lógicas. No podría estar más equivocado.
El mismo impulso que lleva a la revuelta contra la moral tradicional católica conduce igualmente a la negación de la lógica, de la verdad absoluta y, a la larga, de la misma realidad. Lo vimos numerosas veces durante los sínodos de la familia: los partidarios del divorcio nos hablaban de “indisolubilidades disolubles“, segundas uniones que eran “tan indisolubles como la primera“, adulterios que eran “un acercamiento personal a Dios“, la idea de que lo verdaderamente cristiano era volver a la Ley de Moisés, aplicaciones “pastorales” de las leyes morales que consistían en lo contrario de lo que manda la ley moral, la sorprendente afirmación de que adulterar es la “respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios” y “la entrega que Dios mismo está reclamando” (AL 303), los “caminos de conversión” en los que el interesado no caminaba ni se convertía pero al final podía comulgar o, por si quedaban dudas, la afirmación de que, en teología, “2+2=5″. Cualquier argumento valía siempre que llevase en la dirección adecuada; las contradicciones internas no parecían tener ni la más mínima importancia.
Es hora de que lo aceptemos: la lógica ha dejado de ser el presupuesto común de todos los que participan en una discusión. La cultura de la posmodernidad, liberada del cristianismo, la tradición, las normas morales y la autoridad, se esfuerza por liberarse también de la lógica como última “imposición externa", insoportable para el hombre posmoderno.
El nuevo paradigma, como su propio nombre indica, es intrínsecamente novedoso, posmoderno, y, por lo tanto, contrario en su raíz tanto a la existencia misma de la moral como a la de una lógica absoluta, que se presentan como obstáculos para la verdadera libertad humana. Ahí está su fuerza, en la indeterminación: solo usa los argumentos para atacar la moral tradicional, pero, para sí misma, no admite la fuerza de ninguno, porque no se rige por la razón y la lógica. Si no entendemos y asumimos esta naturaleza alógica profunda de lo que se ha llamado el nuevo paradigma moral, no comprenderemos a qué nos enfrentamos y nos limitaremos a dar palos de ciego, notando que algo va muy mal pero sin saber qué es.
Bruno Moreno

El oportunismo semipelagiano




La apostasía de gran parte del pueblo cristiano, que finalmente se concilia con el mundo, procede en buena medida del semipelagianismo generalizado en los últimos siglos entre los católicos (+Síntesis 215-218).
En la época primera de los mártires y también durante el milenio medieval la verdadera doctrina de la gracia -San Pablo, San Agustín, Santo Tomás- es la más común en el pueblo cristiano. A su luz se conoce que sólo Cristo puede vencer al mundo, y que para vencerlo prefiere usar de medios pobres y crucificados, «para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1Cor 1,29). La Iglesia entonces, como el Bautista, no se dice a sí misma: «no le diré al poderoso la verdad, pues si lo hago, me cortará la cabeza, y no podré seguir evangelizando». Por el contrario, sabiendo que la salvación del mundo la obra Dios, la Iglesia dice y hace la verdad, sin miedo a verse pobre y marginada. Y entonces es cuando, sufriendo persecución, evangeliza al mundo.
Pero el antropocentrismo iniciado en el Renacimiento trae un discurso muy diverso. En el misterio de la salvación «se suman» la parte de Dios y la parte del hombre. Recientemente escribe Lorenzo Cappelletti, en un artículo sobre la Concordia de Molina (1589): «esta doctrina, que tras atravesar cuatrocientos años parece predominar hoy en los católicos, era entonces considerada [cuando se propuso por vez primera] tanto por la escuela agustiniana como por la tomista (es decir, por todos), inusitada y contraria a la tradición» (30 Días, nº 80, 1994). Evidente.
El cristianismo semipelagiano entiende que la introducción del Reino en el mundo se hace, pues, en parte por la fuerza de Dios y en parte por la fuerza del hombre. Y así estima que los cristianos, lógicamente, habrán de evitar por todos los medios aquellas actitudes ante el mundo que pudieran debilitar o suprimir su parte humana activa -marginación o desprestigio social, cárcel o muerte-. Y por este camino tan razonable se va llegando poco a poco, casi insensiblemente, a silencios y complicidades con el mundo cada vez mayores, de tal modo que cesa por completo la evangelización de las personas y de los pueblos, de las instituciones y de la cultura. ¡Y así actúan quienes decían estar empeñados en impregnar de Evangelio todas las realidades temporales!…
No será raro así que al abuelo, piadoso semipelagiano conservador, le haya salido un hijo pelagiano progresista; y es incluso probable que el nieto baje otro peldaño, llegando a la apostasía. Éste itinerario es normal, y se cumple en tres generaciones o en poco más.
La descristianización de las naciones cristianas
Se ha consumado en nuestro tiempo la apostasía de las naciones cristianas de Occidente. El Renacimiento, aunque admira la antigüedad pagana e inicia el menosprecio del pasado cristiano, aún acepta la Iglesia de Cristo. La Reforma protestante rechaza la Iglesia, pero admite a Cristo. La Ilustración rechaza la Iglesia y Cristo, pero dice creer en el Dios del deísmo. El Liberalismo que le sigue, y sus hijos liberales y socialistas, marxistas o nazis, no cree en la Iglesia, ni en Cristo, ni en Dios; sólo en el hombre. Finalmente, la Apostasía actual no cree ya ni en la Iglesia ni en Cristo, ni en Dios ni en el hombre.
En éstas estamos.
¡ que arda tu corazón!
Apuntes del padre Iraburu.

Rumor de anuncio de consistorio para la creación de nuevos cardenales



Cardenal Eijk retira la mesa en su capilla




El cardenal de Utrecht, Willem Eijk, retire la mesa en la capilla de su palacio episcopal y reanudó la celebración de la Santa Misa en el altar. La capilla fue construida en 1899.

Hendro Munsterman publicó el 16 de mayo en briefvanderomeinen.wordpress.com dos imágenes de antes y después del retiro de la mesa.

También escribe que dos íntimos asociados de Eijk, Hans Zuijdwijk y Ronald Enthoven, están comprometidos en la Asociación Holandesa para la Liturgia en Latín Antiguo.

Eijk escribió el 7 de mayo que los obispos y, sobre todo, Francisco, fallan en su misión de mantener y transmitir fielmente el depósito de la fe.

El cardenal Eijk sabe de lo que está hablando: después del Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia holandesa ya estuvo expuesta a experimentos como los de Bergoglio, los que destruyeron una Iglesia alguna vez floreciente. La asistencia a los templos en los Países Bajos está ahora por debajo del 1%.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Woelki recuerda la Presencia Real ante un protestante que llamó ‘galleta’ a la Hostia (Carlos Esteban)



“Como católico nunca hablaría de una ‘galleta’”, fue la respuesta del Arzobispo de Colonia, Cardenal Rainer Maria Woelki, a un conocido protestante alemán, el comediante Eckart von Hirschhausen, que llamó “galleta” a la hostia consagrada y exigió recibirla porque paga el impuesto de la Iglesia Católica en Alemania, el nefasto Kirchensteuer. “Usar este concepto solo demuestra que tenemos un entendimiento muy distinto”. Y concluyó recordando que la hostia consagrada “es el Santísimo Sacramento en el que los católicos encuentran a Cristo mismo”.

Pero si la respuesta de Woelki es un bienvenido recordatorio del extraordinario milagro de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, una verdad de fe central que parece eclipsada en todo el confuso debate sobre la intercomunión, la ‘boutade’ blasfema de Hirschhausen pone el dedo en la llaga de uno de los aspectos menos discutidos de todo el asunto.

Me refiero al hecho de que se trate de ‘cónyuges’. La razón por la que quien se confiesa luterano quiera participar de la Sagrada Eucaristía católica sigue siendo un misterio inexplicable, por más que teólogos alemanes de la talla del Cardenal Walter Kasper han tratado de elaborarlo con alambicados jesuitismos. Pero si aceptamos que un protestante pueda tener ‘hambre de eucaristía’ y aun confesar (sin, misteriosamente, convertirse al catolicismo) la doctrina católica sobre la Eucaristía y eso le haga lícito recibir la comunión, la norma debería aplicarse a cualquiera que esté en ese caso. ¿Por qué solo a los cónyuges de los fieles católicos?

Y aquí entra lo que parece ser la justificación más realista de este embrollo: el citado Kirchensteuer. Los alemanes que se confiesan fieles de una religión deben pagar a su jerarquía un impuesto no pequeño a su jerarquía, siendo el único modo de librarse la apostasía. En el caso de un matrimonio mixto que comparta patrimonio, el cónyuge luterano sentirá que está pagando el impuesto católico, y a la inversa. Y, tradicionalmente, quien paga, manda.

De esta forma, los no católicos en estos matrimonios consideran que están financiando a la Iglesia alemana y que, como ‘clientes’, tienen derecho a opinar sobre sus asuntos internos. Es una lógica absolutamente perversa, pero muy acorde con la actual ‘mentalidad de mercado’. Por su parte, para la jerarquía esto supone un incentivo peligrosamente tentador para aguar de la doctrina todo aquello que pueda molestar a su ‘clientela indirecta’ a fin de no perder una fuente de ingresos que la convierte en una de las iglesias nacionales más ricas del catolicismo universal.

El intercambio del que hablamos tuvo lugar en el Katolichentag, un encuentro de católicos de habla alemana que ha tenido lugar este año en Münster, y es significativo que las palabras blasfemas del comediante luterano fueran recibidas con una salva de aplausos por parte de los participantes, mayoritariamente católicos.

Carlos Esteban

Noticias 15 de mayo de 2018 (Estatuto nuevo para monjas Cor oran, Livi, intercomunión, Kasper, Obispos de Chile, Teología del cuerpo JPII, homosexualidad en la Iglesia, etc ...)



Se publica la Instrucción «Cor orans» para regular la vida de casi 38.000 monjas de clausura de rito latino (Infocatólica)

Mons Livi: "Francisco, promotor de una reforma luterana" (Maike Hickson, de 1P5)

ROMA. DEBUT CON UN GRAN CONGRESO LA NUEVA ACADAEMIA PARA LA VIDA. LA DE JUAN PABLO II (Marco Tossati en Gloria TV)

Son hoy demasiados los cristianos que aceptan la yuxtaposición de una religión personal y de una sociedad laica. Tal concepción es ruinosa para la sociedad y para la religión (El Oriente en llamas)


Natalia Sanmartin describe la belleza de la vida y la obra de John Senior (Infovaticana)



Ana Catalina Emmerich, los dos papas, paganos, y el Panteón. (1P5)

Amoris Laetitia a la luz de la teología del cuerpo (Crisis Magazine)

El ser guardianes de nuestros hermanos requiere un juicio moral(Crisis Magazine)

La homosexualidad dentro de la Iglesia (Chiesa e post concilio)

Selección por José Martí

Ésta ya no es más la Iglesia Católica: diferentes diócesis con diferentes sacramentos



El cardenal de Múnich, Reinhard Marx, afirmó que diferentes diócesis alemanas podrían tener reglas diferentes sobre la Comunión a los protestantes.

Según informó el 12 de mayo la página web dpa, Marx dijo que la Conferencia Episcopal [alemana] no tiene autoridad para dar órdenes a las diócesis en particular.

El obispo de Maguncia, Peter Kohlgraf, dijo el 14 de mayo al diario Kölner Stadt-Anzeiger que cada obispo alemán es libre para establecer su propia disciplina de los sacramentos.

Incluso él encontraría “excitante” ver qué ocurre cuando algo se aplique en Colonia y algo diferente en Aachen.

Tales declaraciones son un signo evidente que la Iglesia Católica ha dejado de existir en Alemania.