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sábado, 4 de enero de 2020

Francisco ha canonizado más santos que sus predecesores en más de cuatro siglos (Carlos Esteban)



La Iglesia se ha mostrado hasta hace poco parsimoniosa a la hora de hacer santos. Desde 
que instaurara un proceso formal de canonización, en 1588 con la constitución apostólica Immensa Aeterni Dei de Sixto V, ha preferido ir despacio para cerciorarse de que el sujeto examinado realmente reunía todas las condiciones para ser presentado al pueblo de Dios como ejemplo de virtudes heroicas y eficaz intercesor. Basta pensar en la copatrona de Francia, Juan de Arco, muerta en 1431 y canonizada en 1920; o en el santo patrón de políticos y gobernantes, Santo Tomás Moro, que pese a su muerte martirial en 1535 no fue elevado a los altares hasta 1935.

Desde que existe proceso regular de canonización se han proclamado 1726 santos, pero a un ritmo muy irregular. Por ejemplo, desde 1592 a 1978 -386 años- solo ha habido 302 nuevos santos. Es con Pio IX cuando el proceso empieza a coger velocidad, creando el último Papa Rey 52 santos. Pero la gran aceleración se dispara con Juan Pablo II quien, deseoso de llenar los altares con santos relevantes para el hombre moderno, llega incluso a reformar el proceso para hacerlo más rápido y menos riguroso, proclamando 482 nuevos santos. Y, tras un cierto parón con Benedicto XVI -44 canonizaciones-, llegamos al presente pontificado con una ‘inflación’ de santidad que se sale de las gráficas: 898 nuevos santos.

¿Cómo afecta esto a la Iglesia? ¿Tiene la inflación de santos un efecto similar al de la inflación monetaria, que reduce el valor de cada unidad? Hemos visto canonizaciones, como la de Pablo VI, en las que el milagro necesario distaba un tanto de cumplir los estrictos requisitos que se exigían en otros tiempos, y otras, como la de Juan XXIII, que han dependido solo de la voluntad soberana del Romano Pontífice, que llegó a bromear sobre la previsible canonización de todos los papas posteriores. También hemos visto decretar como ‘martirio’ la muerte de un obispo argentino que los tribunales juzgaron accidente de tráfico, por testimonios no contrastados aducidos dos décadas después del deceso.

Quizá el resultado de todo esto acabe siendo crear en la conciencia de los fieles dos categorías de santos, los oficiales y los realmente venerados.

Carlos Esteban