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martes, 18 de enero de 2022

Leves elogios (Bruno Moreno)



Existe en inglés una simpática expresión, muy sutil como solía ser antaño el humor anglosajón, que dice to damn someone with faint praise. Es decir, condenar a alguien elogiándole levemente. Un ejemplo puede ser que pregunten a un catedrático por el libro de un colega y responda diciendo que, bueno, no contiene grandes faltas de ortografía. Si lo mejor que puede decir del libro es que no tiene faltas ortográficas garrafales, no hace falta seguir hablando. Un ejercicio letal del understatement británico o decir poco para decir mucho (en este caso, decir poco bueno para decir mucho malo, pero sin decirlo).

Por alguna razón, me han venido a la cabeza esas expresiones al leer lo que cuenta el card. Omella de su visita al Papa. Como el asno de Búridan, tras la lectura he quedado preso de la indecisión y no consigo resolver si está criticando ferozmente al Santo Padre with faint praise o lo que sucede es que el nivel clerical está tan bajo que un leve elogio sin sentido es lo mejor a lo que se puede aspirar.

Según nos cuenta el cardenal, por ejemplo, lo que más le gusta del Papa es que “no habla desde una posición de autoridad, imponiendo criterio, teología, homilías… Hablamos, preguntamos en un diálogo de fraternidad, un hermano entre hermanos”. ¡Vaya un elogio! ¿Eso es lo que más le gusta del Papa? O sea, a grandes rasgos, lo que le gusta del Papa es que no haga de Papa, porque lo propio del Papa es su autoridad de Vicario de Cristo. Si, como dice el cardenal Omella, el Papa de verdad no “impusiera” criterio, que es lo que Cristo llamó confirmar en la fe a sus hermanos, ¿por qué tener un papa? ¿Para qué serviría? Sería como un fontanero que no arregla tuberías, pero es muy fraterno y dialoga mucho, mientras la tubería rota sigue soltando agua por toda la cocina. Casi preferiría uno menos fraternidad y que le diera un poco a la llave inglesa.

Sabiendo que los españoles no tenemos tanta habilidad como los ingleses para entender un understatement, el cardenal lo remacha ligeramente a golpe de martillo, diciendo algo similar sobre los dicasterios romanos de la Santa Sede, con los que también tienen que hablar los obispos en su visita ad limina: “lo importante es que podemos dialogar y decir lo que llevamos dentro. Lo que más me impresiona es la actitud que tienen desde los dicasterios de escucha y de servicio, no de adoctrinamiento y corrección”.

De nuevo, uno no sabe si está elogiando o criticando ferozmente a los dicasterios vaticanos, porque, francamente, si lo mejor que pueden aportar es “escucha y servicio”, casi podían ahorrarse los obispos la visita a Roma, los billetes de avión y los hoteles pagados por los fieles y la Iglesia universal podía ahorrarse los dicasterios, que salen todavía más caros. Por mucho menos dinero, eminencias y monseñores pueden contarles sus penas a cualquier buena señora después del rosario dominical. Seguro que estaría encantada de escucharles y darles un par de buenos consejos. Creo que, sin ir más lejos, la Sra. Rafaela, de la parroquia de D. Jorge, tendría bastantes cosas que dialogarles, entre otras que “adoctrinamiento” no es una palabra fea para los católicos, porque la doctrina católica es la verdad que nos salva.

También es posible que todo esto sean simples ganas de adular al jefe, cosa muy comprensible en cualquier subordinado oficinista, aunque algo más vergonzosa tratándose de un eclesiástico, que quizá debería tener una mirada más, digamos, de eternidad sobre las cosas. Pero no. ¿Cómo va a ser eso? Un maestro del faint praise como Su Eminencia nunca se rebajaría a la adulación ramplona y transparente y los demás obispos que dicen cosas similares del Papa tampoco. Tiene que ser algo más sutil. Faint praise, definitivamente faint praise.

Asombrosamente, llevado de su temperamento perfeccionista y consciente de que siempre es posible superarse, el cardenal Omella no está contento aún con las altas cotas de sutilidad logradas y persiste en seguir diciéndonos lo que le gusta del Papa: “en segundo lugar, el buen humor: aunque haya dificultades él no lo pierde. Eso a mí me invita a seguir su ejemplo y ser persona de esperanza y transmitirla”.

¡Qué maestro del faint praise! ¡Qué perfección! Si lo segundo mejor que se puede decir de un Papa es que tiene buen humor, apaga y vámonos. El fontanero, además de dialogar, cuenta muy buenos chistes. ¡Apañaos estamos! ¿Será el cardenal un infiltrado antipapista? Claro que esta afirmación también le hace a uno pensar en la segunda posibilidad, la del ínfimo nivel del clero en general, porque lo de identificar el buen humor con la esperanza es llamativo. Toda una virtud teologal, obra exclusiva de la gracia de Dios, prenda de la bienaventuranza eterna, sobre la que los teólogos han escrito libros enteros… y resulta que bastaba con tener buen humor. ¿Intrigas florentinas o falta de estudios teológicos? No sé, no sé.

Bien es verdad que hay que decir en favor del cardenal Omella, maestro en este arte del understatement, que muestra una humildad impresionante al emplear su mortífero arte contra sí mismo y sus compañeros obispos. Dice, por ejemplo: “Nos preocupa muchísimo el tema de la evangelización, de Europa y de España, siendo un continente donde la secularización se nota un poco más”. ¿Un poco más? ¿Solo un poco más? ¿Estamos hablando del mismo continente? ¿El continente cuyo otro nombre era “la cristiandad” y que ahora podría tomar por nombre “apostasía”? ¿El continente donde en países otrora católicos, como España, ahora los matrimonios por la Iglesia son estadísticamente insignificantes, los divorcios son numerosísimos, los nacidos de madre no casada son casi la mitad, los abortos anuales llegan casi a los cien mil, la mayoría de los colegios católicos son semilleros de ateísmo, la asistencia a Misa ha descendido del 80 % al 8 % y las iglesias están prácticamente vacías? ¿Ese continente?

Produce admiración contemplar que los grandes responsables de esta catástrofe, que son necesariamente los obispos porque esa responsabilidad va aparejada al cargo y porque, si somos sinceros, han tenido mucho que ver con ella, califican ese desastre mayúsculo como “un poco más” de secularización. Es como si un Presidente norteamericano, de visita en Hiroshima, hablara del “petardillo ese que soltamos aquí”. Cuidadito, cuidadito, a ver si los oyentes no hablan inglés y no entienden lo del understatement y terminamos teniendo una tragedia a manos de los justamente airados japoneses o fieles, con un presidente o un cardenal untados de brea y emplumados al estilo yanqui, menos sutil que el británico, pero también más contundente.

Deus avertat. O no, porque, como diría el cardenal Omella, al final lo importante es el buen humor y un buen emplumamiento de vez en cuando tiene su gracia.

Bruno Moreno