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jueves, 3 de enero de 2019

¿”Mejor que no vayan a la iglesia”? (Carlos Esteban)



“Vemos tantas veces a gente que va a la iglesia todos los días, y luego vive odiando a los otros y hablando mal de otros, son un escándalo. Mejor que no vayan a la iglesia, que vivan como ya lo hacen, como ateos”.

Llevo desde que las oí intentando encontrarle un sentido coherente a estas palabras pronunciadas por Su Santidad durante su primera audiencia del año. En todo caso, son coherentes con un mensaje casi subliminal que parece repetirse machaconamente en sus alocuciones, especialmente las espontáneas, esa crítica constante del cristiano ‘cumplidor’.

Por lo demás, ¿es cierto? ¿Ven ustedes “tantas veces a gente que va a la iglesia todos los días y luego vive odiando a los otros”? Más breve: ¿se ve muy a menudo a gente que vaya a la iglesia todos los días? ¿Es algo común, lo habitual?

El número de católicos en Occidente no para de disminuir. En España, se consideran católicos un 68,5% de la población, según el último Barómetro del CIS, y de estos, solo un 14,4% se confiesa ‘practicante’. Eso significa procurar ir a misa domingos y días de precepto, cuando la Iglesia lo considera obligatorio. Y solo un mísero 2,2% de los que se confiesan católicos va a misa entre semana, no necesariamente todos los días. ¿De qué año está hablando Su Santidad?

Sobre todo, ¿va a ser ese 2,2% del 68% de católicos los que presenten una proporción significativa de fieles que “vivan odiando”? ¿Qué sentido tendría? Veamos: una persona que vive odiando no puede estar en gracia; si no está en gracia, no puede comulgar y, si lo hace, estaría cometiendo un sacrilegio. ¿Y para qué? ¿Con qué oscura finalidad incurrir en tal hábito masoquista?

Eso podría tener sentido cuando el catolicismo era la cosmovisión universal en nuestra sociedad. Hoy, sin embargo, se me ocurren pocas cosas que proporcionen menos crédito social que ir a misa, no digamos ir todos los días. La hipocresía no consiste en fingir una virtud, sino en desplegar lo que en cada sociedad concreta se considera virtud. Y, desde luego, practicar la fe no es en absoluto una actividad prestigiosa en nuestro mundo, más bien al contrario.

Nos vuelve al ánimo esa misma sensación que hemos tenido otras veces oyendo a Su Santidad, en especial durante ese llamado Sínodo de la Juventud que acabó siendo Sínodo de la Sinodalidad: la sensación de que está hablando a y sobre una iglesia que dejó de existir hace al menos medio siglo.

Otro ‘ritornello’ papal es ese constante arremeter, como decimos arriba, contra el católico “que cumple”. Ya nos parece sumamente improbable que esa gente que “vive odiando” -más que la media, se supone, y de modo habitual- se dé al muy minoritario hábito, masoquista en su caso, de acudir cada día al encuentro de ese Cristo que va a reprocharle su odio. Pero no es menos misterioso el final de la frase, su conclusión.

Si alguien “vive odiando” y va a diario a misa, lo lógico sería pedirle que deje de odiar, no que deje de ir a misa. ¿No era la Iglesia un ‘hospital de campaña’? ¿Y quién está más herido, quién es más pecador que el que vive odiando? ¿Qué hospital expulsa o pide que se marche a quien más necesita curación? En las palabras del Santo Padre parece no existir la posibilidad de que acudir diariamente a Misa y, presumiblemente, frecuentar los sacramentos pueda ayudar al pecador a limpiar su corazón. Mejor que no vaya a Misa, dice el Papa. Que viva como ateo. Mejor.

Desde los comienzos de la historia de la Iglesia, convertirla en un ‘club de los puros’ ha sido siempre una tentación recurrente. Los gnósticos, que tuvieron y tienen incontables reencarnaciones a lo largo de los siglos, dividían a los hombres en pneumáticos, psíquicos e hílicos; solo los primeros -espirituales- tenían asegurada la salvación, mientras que los últimos -materiales- estaban predestinados a la destrucción. Más tarde los donatistas quisieron excluir para siempre de la Iglesia a quienes habían apostatado por miedo a la persecución, y más tarde llegaron los albigenses, Wycleff, los husitas, los calvinistas…

La Iglesia los ha combatido a todos, porque cree de verdad en la libertad de todo hombre y en su capacidad para acoger la Redención de Cristo. Porque es, en definitiva, un verdadero hospital de campaña donde no solo se curan esos pecados pasados de moda, que ya el mundo no considera pecados y de los que el clero actual ya casi nunca habla, sino también de los más terribles e innegables, como ese vivir odiando del que habla Francisco.


Carlos Esteban