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martes, 2 de agosto de 2022

Francisco contra el Concilio (César Félix Santos)



Introducción

El Concilio Vaticano II es el mayor acontecimiento en la historia de la Iglesia quizás en los últimos siglos, por lo menos en lo que respecta a la influencia de la Iglesia sobre la cultura universal. Todos los papas posteriores han sido pródigos en citarlo en abundancia, sea, según se dice, para implementarlo, sea para buscar en él inspiración para reformas ulteriores.

Lo cierto es que, tan temprano como en 1972, Pablo VI afirmaba lo siguiente: «Se creía que, tras el Concilio, vendrían días soleados para la historia de la Iglesia. Vinieron, sin embargo, días de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre…». No parece haber mejorado en nada la situación cincuenta años después. Es más, las amenazas de cisma por parte del llamado Sínodo Alemán y la previsible caotización del Camino Sinodal que el Papa Francisco ha ordenado a la Iglesia entera emprender hacen prever una crisis aún más grave. La unidad de fe o, incluso, una mera consistencia doctrinal aun en el error, parecen cada vez más lejanas. Y, presidiendo ideas contrarias, medidas contrapuestas y bandos que, al margen de las apariencias superficiales, entablan entre sí una batalla sin cuartel, se encuentra el mismo estandarte: el del Concilio.

¿Qué es, entonces, el Concilio? Por lo menos sabemos que no es un «superdogma». Lo dijo ya el cardenal Ratzinger:
«Este Concilio en particular no definió ningún dogma, y ​​eligió deliberadamente permanecer en un nivel modesto, como un concilio puramente pastoral (…) sin embargo, muchos lo consideran casi un super-dogma, lo que hace que todos los demás concilios carezcan de sentido» (Alocución a los obispos chilenos, 13 de julio de 1988).
A diferencia de muchos otros que, aunque proclaman a los cuatro vientos la vocación del Concilio por el diálogo con los que piensan diferente pero en verdad los hostilizan y persiguen, el papa Benedicto XVI sí procuró, en verdad y caridad, esclarecer este acontecimiento tan importante y restañar las heridas y confusiones generadas. Es así que, tanto en la fundación del Instituto del Buen Pastor, a cuyos miembros la Santa Sede comprometió, en su decreto fundacional en 2006, a una «crítica seria y constructiva» del Concilio Vaticano II, como en las conversaciones doctrinales entre la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Fraternidad de San Pío X (2009-2012), se procedió, en ánimo católico e intelectualmente honesto, a analizar y desarrollar las polémicas tanto sobre el texto conciliar como sobre sus interpretaciones e implementación.

Luego de la elección al solio pontificio de Francisco (2013), las menciones al Concilio Vaticano II se hicieron aún mayores, quizás en un grado mucho más grande que en sus antecesores.

El Pontífice invoca en innumerables ocasiones al Concilio pero nunca procede a explicarlo o definirlo. Cabe señalar que, como dijo el mismo papa Francisco en una entrevista a Antonio Spadaro para La Civiltà Cattolica en septiembre del 2013, él no ofrece nada para quienes busquen definiciones o rechacen ambigüedades: 
«Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la “seguridad” doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva».
Sin embargo, ese rechazo a las «soluciones disciplinares» y a las definiciones tajantes no impide que fulmine con gran «seguridad» y rigidez a los que según él, rechazan o malinterpretan el Concilio: 
«El Concilio es el Magisterio de la Iglesia. O estás con la Iglesia y por lo tanto sigues el Concilio, y si no sigues el Concilio o lo interpretas a tu manera, a tu voluntad, no estás con la Iglesia. Debemos ser exigentes y estrictos en este punto. No, el Concilio no debería ser negociado…»
No está de más, por tanto, contrastar los textos mismos del Concilio con las declaraciones del papa Francisco para ver si lo sigue o no. Porque, más allá de interpretaciones subjetivas ¿no son los textos conciliares los que constituyen el Concilio?

El Concilio versus Francisco

Son innumerables las manifestaciones del papa Francisco sobre el uso del latín. 
Por ejemplo, en que una homilía del 7 de febrero de 2015, en conmemoración de los «debemos gracias a Dios por lo que ha hecho en su Iglesia en estos 50 años de reforma litúrgica. Ha sido, verdaderamente, un gesto de valentía de la Iglesia que se acercara al pueblo de Dios, para que pudieran entender bien lo que están haciendo» (Homilía del 7 de febrero de 2015 en conmemoración de los 50 años de la primera misa en vernáculo celebrada por Paulo VI). Es decir, el abandono del latín habría sido un acto de «valentía» para «acercarse al pueblo de Dios». ¿Será entonces que la Iglesia romana antes de 1965 habría sido «cobarde» y que, por los últimos 1500 años, al menos, de uso de una lengua que ya no era vernácula, como el latín, estuvo más lejos del pueblo de Dios?

Pero, conforme pasaba el tiempo, estos ataques se fueron haciendo más duros. Recuérdese, por ejemplo, el libro Querido Papa Francisco, orientado a un público infantil, donde, supuestamente, el Pontífice respondía a las cartas que le enviaban niños de todo el mundo. Allí, a la pregunta de un niño sobre si alguna vez fue acólito, responde así: «Querido Alessio, sí, fui monaguillo. ¿Y tú? ¿Qué tarea cumples entre los monaguillos? Es más fácil ahora, ¿sabes? Debes saber que, cuando yo era niño, la Misa se celebraba de forma diferente a ahora. Entonces, el sacerdote miraba hacia el altar, que se encontraba junto a la pared, y no a la gente. El libro con el que decía la Misa, el misal, se colocaba al lado derecho del altar. Pero antes de la lectura del Evangelio, siempre tenía que llevarse hacia el lado izquierdo. Ese era mi trabajo: Llevar el libro de derecha a izquierda y después de izquierda a derecha. ¡Era agotador! ¡El libro era pesado! Lo llevaba con toda mi energía, pero yo no era tan fuerte: en una ocasión lo recogí y me caí, así que el sacerdote tuvo que ayudarme. ¡Qué tal trabajo que hice! La Misa no era en italiano en aquel entonces. El sacerdote hablaba pero yo no entendía nada, y mis amigos tampoco. Así que para divertirnos hacíamos imitaciones del sacerdote, mezclando un poco las palabras para inventar frases extrañas en español. Nos divertíamos, y realmente disfrutamos mucho sirviendo en Misa».

Aquí vemos como el Papa no duda en contarle a un niño la nada edificante historia de cómo se «divertía» y «disfrutaba» burlándose de las oraciones de la Santa Misa como acólito con sus amigos. Así que, salvo el hecho, no infrecuente en algunas de sus anécdotas autobiográficas, de estar ante una historia que no corresponde exactamente a la realidad; la cosa no deja para nada bien, no tanto al pequeño acólito blasfemo como al Pontífice que celebra esa «diversión». No parece estar esta circunstancia lejos de la noción evangélica de escándalo.

Sin embargo, destaca en esta anécdota escandalosa una manifestación del rechazo por parte de Francisco al latín: no solo remeda al sacerdote mientras celebra el Santo Sacrificio de la Misa, sino inventa «frases extrañas» en español parodiando las oraciones que el celebrante reza. Estamos, entonces, ante una parodia del latín, el llamado latín macarrónico, pero no de cualquier latín, sino del latín sagrado de las oraciones más sagradas de la ceremonia más sagrada de la Iglesia.

En este punto, merece la pena recordar que en 1996, la autora infantil norteamericana Sandra Boynton editó un disco parodiando el canto gregoriano titulado Grunt. Pigorian Chants, la Catholic League de Estados Unidos, organización destinada a luchar contra la difamación anticatólica en Estados Unidos, alzó su voz al respecto. Ahora, en cambio, el que se burla del latín sagrado es el Sumo Pontífice. O tempora, o mores, como diría Cicerón.

Finalmente, en septiembre de 2021, en un encuentro con los jesuitas eslovacos, narró otra anécdota, esta vez de una conversación suya con un cardenal:
«Un cardenal me contó que dos sacerdotes recién ordenados acudieron a él pidiendo estudiar latín para poder celebrar bien. Él, que tiene sentido del humor, respondió: “¡Pero si hay tantos hispanos en la diócesis! Estudia español para poder predicar. Luego, cuando hayas estudiado español, vuelve a verme y te diré cuántos vietnamitas hay en la diócesis, y te pediré que estudies vietnamita. Entonces, cuando hayas aprendido vietnamita, te daré permiso para estudiar también latín”. Así que los hizo “aterrizar”, los hizo volver a la tierra. Voy a seguir adelante, no porque quiera hacer una revolución. Hago lo que siento que debo hacer».
- Veamos ahora lo que dice el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium: 

«Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular» (36. § 1). 

 - Más aún, el decreto Optatam Totius sobre la formación sacerdotal sostiene lo siguiente: 

«Antes de que los seminaristas emprendan los estudios propiamente eclesiásticos, deben poseer una formación humanística y científica semejante a la que necesitan los jóvenes de su nación para iniciar los estudios superiores, y deben, además adquirir tal conocimiento de la lengua latina que puedan entender y usar las fuentes de muchas ciencias y los documentos de la Iglesia. Téngase como obligatorio en cada rito el estudio de la lengua litúrgica y foméntese, cuanto más mejor, el conocimiento oportuno de las lenguas de la Sagrada Escritura y de la Tradición» (n. 13).

Así que postergar el estudio de la lengua latina por el español o el vietnamita no solo es una tomadura de pelo insultante a los supuestos sacerdotes jóvenes por parte del supuesto cardenal, celebrada por el Papa, sino que va directamente contra dos documentos conciliares.

Pero eso no es todo. Hace algunos días se anunció la intención del Papa Francisco de renovar el muy cuestionado acuerdo secreto con China: «El Papa Francisco dijo que si bien el acuerdo secreto y cuestionado del Vaticano con China sobre el nombramiento de obispos católicos romanos no es ideal, espera que pueda renovarse en octubre porque la Iglesia tiene una visión a largo plazo».

Dentro de lo poco que se conoce de ese acuerdo está que:

En septiembre de 2018, el Vaticano y Pekín llegaron a un acuerdo secreto por el que se concedía al Papa el derecho a votar sobre la nominación de obispos en la iglesia oficial. A cambio, la Santa Sede reconoció a obispos previamente designados por las autoridades comunistas, aceptando incluso a algunos obispos previamente excomulgados. «Las autoridades chinas seleccionan varios candidatos a obispo, de los cuales el Vaticano acepta uno»; es decir, un sistema semejante al derecho de presentación que ejercían los antiguos príncipes católicos, presentando una terna de clérigos para su nombramiento como obispos por la Santa Sede.

- Sin embargo, si se revisa el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos emitido por el Concilio Vaticano II Christus Dominus, se encuentra lo siguiente: 

«Por lo cual, para defender como conviene la libertad de la Iglesia y para promover mejor y más expeditamente el bien de los fieles, desea el sagrado Concilio que en lo sucesivo no se conceda más a las autoridades civiles ni derechos, ni privilegios de elección, nombramiento, presentación o designación para el ministerio episcopal; y a las autoridades civiles cuya dócil voluntad para con la Iglesia reconoce agradecido y aprecia este Concilio, se les ruega con toda delicadeza que se dignen renunciar por su propia voluntad, efectuados los convenientes tratados con la Sede Apostólica, a los derechos o privilegios referidos, de que disfrutan actualmente por convenio o por costumbre» (n. 20).

Parece que lo que se negó a los gobernantes católicos de entonces y a los futuros se otorga con toda generosidad al ateo Xi Jinping.

Tenemos, entonces, al papa Francisco yendo de manera directa contra la misma letra de una Constitución y dos Decretos conciliares, sobre temas tan importantes como la liturgia, el ministerio pastoral de los obispos y la formación sacerdotal.

Parece ser, entonces que, «al no seguir el Concilio» o al «interpretarlo a su manera», contradiciendo la letra misma de sus textos, el papa Francisco «no estaría con la Iglesia» según el mismo papa Francisco. 

Salvo meliori iudicio.


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Recordemos de nuevo

https://infovaticana.com/2021/02/01/francisco-quien-no-sigue-el-concilio-no-esta-con-la-iglesia/
El Concilio es el Magisterio de la Iglesia”, dijo Su Santidad. “O estás con la Iglesia y por lo tanto sigues el Concilio, y si no sigues el Concilio o lo interpretas a tu manera, a tu voluntad, no estás con la Iglesia. Debemos ser exigentes y estrictos en este punto”.
Si nos atenemos a estas palabras dichas por el Papa, entonces, según sus propias palabras, habría que concluir que el Papa no está con la Iglesia.

lunes, 1 de agosto de 2022

Hacia una cultura superior. Cursos de latín QNTLC (nivel I y II) según el método natural




- “¡Pero padre!¿qué hace la gente con el latín?”.

- Pues a mí no me interesa qué hace la gente con el latín, sino qué hace el latín con la gente…


La cultura, ese conjunto de hábitos humanos que expresan su racionalidad, puede encontrar momentos de decadencia o de esplendor, de mesetas o de llanos, de más y de menos.

Así, en la historia podemos apreciar la majestuosidad de la arquitectura gótica o la elementalidad de la choza guaranítica, la sutileza de la escultura griega o la estupidez del arte abstracto, la majestuosidad del gregoriano o el ruido animalesco del reguetón. Es que la cultura es una muestra, una muestra heredada del pasado que persiste y perdura en la sociedad que recibimos sin saberlo.

Y de entre los modos de expresar esos hábitos que le dan el rostro a una sociedad, uno de ellos, fundamental, es la lengua, pues una sociedad habla según piensa, según cree, según es.

La lengua latina, esa lengua que se encuentra al origen de las romances (español, francés, italiano, portugués y rumano, por citar sólo algunas), ha forjado nuestra civilización logrando una unidad de pensamiento, de expresión y hasta de Fe. Pues el latín -mal que les pese a algunos- sigue siendo la lengua oficial de la Iglesia, que, por ser universal y por vivir el semper in eodem (siempre en lo mismo), ha petrificado ciertas ideas en términos inmutables por medio de un idioma que no cambia con los siglos.

Éstas son algunas de las razones por las cuales, aun en ciertos ambientes progresistas (pero no completamente irracionales) se sabe que, para poder acceder a una cultura superior, pensar con más fineza y hasta comprender mejor la propia lengua, es necesario conocer el latín.

Y a eso vamos…, presentando ahora, luego de meses de preparación y gracias al trabajo de un grupo de latinistas excelentes (ex-alumnos de quien les escribe), el nivel I (para principiantes) y el nivel II (para quienes ya han visto algo) de “Latín QNTLC”, dictado según el método natural, que ha resultado ser el más simple, fructuoso y duradero al enseñar esta lengua como aprendimos la propia, es decir: hablando.

Para reserva de cupo e inscripción a ambos niveles, toda la información, aquí:



Consultas: cursos@quenotelacuenten.org

Benedicamus Domino

Deo gratias

San Vicente de Lerins, el papa Francisco y la Iglesia Católica (COMENTARIOS PERSONALES)


JOSÉ MARTÍ


En Secretum Meum Mihi aparece una entrada del 30 de julio de 2022, titulada:

- La extraña respuesta de Francisco sobre repensar la doctrina sobre los anticonceptivos, y vuelve otra vez a cargar contra los “tradicionalistas”




Está tomada de la página web de Vatican News, en el link siguiente:


Reproduzco a continuación la entrada de  Secretum Meum Mihi

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San Vicente de Lerins, el progresista, poco más o menos así lo ha pintado Francisco en una respuesta sobre repensar la doctrina sobre los anticonceptivos durante la rueda de prensa en el vuelo que lo llevó de Canadá de regreso a Roma, de paso cargando otra vez contra los “tradicionalistas”. En esta ocasión ha pronto aparecido la transcripción de dicha rueda de prensa en Vatican News, medio de comunicación del Vaticano, cosa que no suele ocurrir porque son los medios de comunicación seculares los que suelen llevar la delantera al hacer esas transcripciones.

Esta es la respuesta de Francisco (repetimos, según Vatican News) en español.


[Claire Giangrave (RELIGION NEWS SERVICE):] Muchos católicos, pero también muchos teólogos, creen que es necesaria una evolución de la doctrina de la Iglesia respecto a los anticonceptivos. Al parecer, incluso su predecesor, Juan Pablo I, pensó que la prohibición total quizás debía ser reconsiderada. ¿Qué opina al respecto, es decir, está abierto a una reevaluación en este sentido? ¿O existe la posibilidad de que una pareja considere los anticonceptivos?

[Francisco:] Se trata de algo muy puntual. Pero sabed que el dogma, la moral, está siempre en vías de desarrollo, pero en un desarrollo en el mismo sentido. Para utilizar algo que está claro, creo que lo he dicho aquí antes: para el desarrollo teológico de una cuestión moral o dogmática, hay una regla que es muy clara y esclarecedora. Esto es lo que hizo Vicente de Lerins en el siglo X más o menos (*). Dice que la verdadera doctrina para avanzar, para desarrollarse, no debe ser tranquila, se desarrolla ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Es decir, se consolida con el tiempo, se expande y se consolida y se hace más firme pero siempre progresando. Por eso el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica, no se puede hacer teología con un "no" por delante (**). Luego será el Magisterio el que diga que no, que fuisteis más allá, que volváis, pero el desarrollo teológico debe ser abierto, los teólogos (ahí) están para eso. Y el Magisterio debe ayudar a comprender los límites. 

Sobre el tema de la anticoncepción, sé que ha salido una publicación sobre éste y otros temas matrimoniales. Estos son las actas de un congreso (***) y en un congreso hay ponencias, luego discuten entre ellos y hacen propuestas. Hay que ser claros: los que han hecho este congreso han cumplido con su deber, porque han tratado de avanzar en la doctrina, pero en sentido eclesial, no fuera, como dije con aquella regla de San Vicente de Lerins. Entonces el Magisterio dirá si es bueno o no es bueno. Pero muchas cosas se llaman. Pensemos, por ejemplo, en las armas atómicas: hoy he declarado oficialmente que el uso y la posesión de armas atómicas es inmoral. Piensa en la pena de muerte: hoy puedo decir que ahí estamos cerca de la inmoralidad, porque la conciencia moral se ha desarrollado bien. Para ser claros: cuando se desarrolla el dogma o la moral, está bien, pero en esa dirección, con las tres reglas de Vicente de Lerins. 

Creo que esto es muy claro: una Iglesia que no desarrolla su pensamiento en sentido eclesial (1) es una Iglesia que va hacia atrás, y este es el problema hoy, de tantos que se llaman tradicionales. No, no, no son tradicionales, son 'indietristas' (2), van hacia atrás, sin raíces: siempre se ha hecho así, en el siglo pasado se hizo así. Y el 'indietrismo' es un pecado porque no va con la Iglesia. En cambio, la tradición la dijo alguien -creo que lo dije en una de las intervenciones- la tradición es la fe viva de los muertos, en cambio estos "indietristas" que se llaman tradicionalistas, es la fe muerta de los vivos. La tradición es precisamente la raíz, la inspiración para avanzar en la Iglesia, y siempre ésta es vertical. Y el 'indietrismo' va hacia atrás, siempre está cerrado. Es importante entender bien el papel de la tradición, que siempre está abierta, como las raíces del árbol, y el árbol crece... Un músico tenía una frase muy bonita: Gustav Mahler, dijo que la tradición en este sentido es la garantía del futuro, no es una pieza de museo. Si concibes la tradición cerrada, esa no es la tradición cristiana (3) ... siempre es el jugo de las raíces el que te lleva hacia adelante, hacia adelante, hacia adelante. Por eso, por lo que dices, pensar y llevar la fe y la moral hacia adelante, pero mientras vaya en la dirección de las raíces, del jugo, está bien. Con estas tres reglas de Vicente de Lerins que he mencionado.

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(*) Lapsus: Fue en el siglo V (año 434)
(**) Cierto, pero no se puede hacer buena Teología si no es desde la fe. Un teólogo no creyente no puede hacer una verdadera Teología (será otra cosa).
(***) No indica a qué congreso se refiere, aunque eso, de momento, sea irrelevante.

(1) ¿Qué significa para Francisco "sentido eclesial"? No está claro. Como sabemos, no puede haber ruptura, sino continuidad entre el Magisterio anterior de la Iglesia, de casi dos mil años de duración y el "Magisterio" actual de poco más de 50 años, a contar desde el concilio número 21, el concilio vaticano II (un concilio, de dudoso origen, como se sabe, y que ha inducido a confusión en muchos puntos fundamentales de la Doctrina Católica, cuales son los relativos al Ecumenismo, al "diálogo" entre religiones y a la libertad religiosa. Todo esto está en estudio. Tenemos, entre otros, dos libros muy importantes, que lo explican: "Concilio Vaticano II, una explicación pendiente", de Brunero Gherardini; y "Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita" de Roberto De Mattei. La Iglesia Católica no ha comenzado en 1962, con el Concilio Vaticano II. Este Concilio es uno más que no puede contradecir a los anteriores concilios y apareció como meramente pastoral, sin pretender ningún cambio en el Dogma; aunque los hechos posteriores a este Concilio no son halagüelos, precisamente.

(2) Indietrista es una palabra inventada, que no se encuentra en el diccionario. Lo más parecido es indiestro: "el que no es diestro o hábil para algo", pero nada tiene que ver esta acepción con lo que Francisco pretende decir. Él habla de una Iglesia que va hacia atrás. Éste es el sentido que quiere dar a esa palabra, porque no le gusta que a los tradicionales les llamen tradicionales, sino indietristas. Y añade que "el indietrismo es un pecado porque no va con la Iglesia" (¿?). 

En primer lugar, los llamados tradicionalistas, aquellos que aman la Tradición viva de la Iglesia no son los que dicen "siempre se ha hecho así". Sencillamente se muestran fieles a la Tradición Perenne de la Iglesia, que quiere lo mejor para sus hijos. Se muestran, por lo tanto, como hijos obedientes de la Iglesia de siempre, de 2000 años, obedientes pues al mandato de Jesús: El que a vosotros oye, a Mí me oye. Jesucristo es, para ellos, el fundamento de todo. Y la voluntad de su Maestro le llega a través de la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. No se trata del "siempre se ha hecho así" sino de ser fieles a sus raíces: la Iglesia católica no ha nacido con el Concilio Vaticano II, al cual se le quiere canonizar. Eso es un grave error. 

(3) La Tradición no es una tradición cerrada, en absoluto. Es una tradición viva, en la que Jesucristo está siempre presente. Y existe un progreso, ciertamente, pero, como decía san Vicente de Lerins, al que Francisco nombra 4 veces, sobre el progreso: se trata de decir con palabras nuevas la doctrina de siempre, pero no de cambiar la doctrina. Este matiz es muy importante, pero no se lo señala, lo cual lleva a error o confusión al cristiano de a pie. Aunque el Papa dijera que 2 + 2 = 5, no por ello sería verdad esa igualdad, claramente falsa puesto que 2 + 2 = 4. Y esto es así aunque lo dijera un analfabeto. El valor absoluto de la verdad es lo que está aquí en juego. Se pueden decir las cosas con más sencillez, haciendo el Mensaje más accesible a todos ... ¡pero sin cambiar el Mensaje! 

Entradas personales sobre san Vicente de Lerins 

Recordando el Conmonitorio: ¿Cómo  puede Francisco hablar de san Vicente de Lerins, citándolo como maestro en materia de tradición y progreso en la Iglesia, cuando dice todo lo contrario de lo que este santo afirmó?




Entradas personales sobre el rumbo que está tomando la Iglesia




José Martí

NOTICIAS VARIAS 31 DE JULIO - 1 DE AGOSTO DE 2022



SECRETUM MEUM MIHI

- La extraña respuesta de Francisco sobre repensar la doctrina sobre los anticonceptivos, y vuelve otra vez a cargar contra los “tradicionalistas”

https://secretummeummihi.blogspot.com/2022/07/la-extrana-respuesta-de-francisco-sobre.html


GERMINANS GERMINABIT

- ¡Así que el Sínodo es lo que parece!


https://germinansgerminabit.blogspot.com/2022/07/asi-que-el-sinodo-es-lo-que-parece.html


Selección por José Martí

Benedicto XVI: «La Tradición es la continuidad orgánica de la Iglesia»



Acudir a los textos, homilías, predicaciones y mensajes de Benedicto XVI, es siempre una garantía en estos momentos de confusión.

Durante su pontificado el ahora Papa emérito y teólogo alemán, Joseph Ratzinger, se caracterizó por su profundidad teológica en sus escritos, que compensa leer y releer una y mil veces.

Esta semana, el Papa Francisco volvió a sorprender con una de esas frases que no dejan a nadie indiferente
«Nos toca hacernos cargo de esta tradición que recibimos, porque la tradición es la fe viva de nuestros muertos. Por favor, no la convirtamos en tradicionalismo, que es la fe muerta de los vivientes, como dijo un pensador», dijo Francisco.
Ese pensador que citó el Santo Padre es el estadounidense, Jaroslav Pelikan, quien se pasó del luteranismo a la Iglesia ortodoxa.

En abril del año 2006, en una de las audiencias generales, Benedicto VXI habló sobre «la Tradición, comunión en el tiempo». Les ofrecemos la catequesis que pronunció Benedicto XVI sobre la Tradición:

Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestro afecto!

En la nueva serie de catequesis, que comenzamos hace poco tiempo, tratamos de entender el designio originario de la Iglesia como la ha querido el Señor, para comprender así mejor también nuestra situación, nuestra vida cristiana, en la gran comunión de la Iglesia. Hasta ahora hemos comprendido que la comunión eclesial es suscitada y sostenida por el Espíritu Santo, conservada y promovida por el ministerio apostólico. Y esta comunión, que llamamos Iglesia, no sólo se extiende a todos los creyentes de un momento histórico determinado, sino que abarca también todos los tiempos y a todas las generaciones.

Por consiguiente, tenemos una doble universalidad: la universalidad sincrónica —estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo— y también una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos pertenecen; también los creyentes del pasado y los creyentes del futuro forman con nosotros una única gran comunión. El Espíritu Santo es el garante de la presencia activa del misterio en la historia, el que asegura su realización a lo largo de los siglos. Gracias al Paráclito, la experiencia del Resucitado que hizo la comunidad apostólica en los orígenes de la Iglesia, las generaciones sucesivas podrán vivirla siempre en cuanto transmitida y actualizada en la fe, en el culto y en la comunión del pueblo de Dios, peregrino en el tiempo.

Así nosotros, ahora, en el tiempo pascual, vivimos el encuentro con el Resucitado no sólo como algo del pasado, sino en la comunión presente de la fe, de la liturgia, de la vida de la Iglesia. 
La Tradición apostólica de la Iglesia consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de la comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu, de la comunión originaria. La Tradición se llama así porque surgió del testimonio de los Apóstoles y de la comunidad de los discípulos en el tiempo de los orígenes, fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en los escritos del Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la fe, y a ella —a esta Tradición, que es toda la realidad siempre actual del don de Jesús— la Iglesia hace referencia continuamente como a su fundamento y a su norma a través de la sucesión ininterrumpida del ministerio apostólico.
Jesús, en su vida histórica, limitó su misión a la casa de Israel, pero dio a entender que el don no sólo estaba destinado al pueblo de Israel, sino también a todo el mundo y a todos los tiempos. Luego, el Resucitado encomendó explícitamente a los Apóstoles (cf. Lc 6, 13) la tarea de hacer discípulos a todas las naciones, garantizando su presencia y su ayuda hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 19 s).

Por lo demás, el universalismo de la salvación requiere que el memorial de la Pascua se celebre sin interrupción en la historia hasta la vuelta gloriosa de Cristo (cf. 1 Co 11, 26). ¿Quién actualizará la presencia salvífica del Señor Jesús mediante el ministerio de los Apóstoles —jefes del Israel escatológico (cf. Mt 19, 28)— y a través de toda la vida del pueblo de la nueva alianza? La respuesta es clara: el Espíritu Santo.

Los Hechos de los Apóstoles, en continuidad con el plan del evangelio de san Lucas, presentan de forma viva la compenetración entre el Espíritu, los enviados de Cristo y la comunidad por ellos reunida. Gracias a la acción del Paráclito, los Apóstoles y sus sucesores pueden realizar en el tiempo la misión recibida del Resucitado: «Vosotros sois testigos de estas cosas. Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre» (Lc 24, 48 s). «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Y esta promesa, al inicio increíble, se realizó ya en tiempo de los Apóstoles: «Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen» (Hch 5, 32).

Por consiguiente, es el Espíritu mismo quien, mediante la imposición de las manos y la oración de los Apóstoles, consagra y envía a los nuevos misioneros del Evangelio (cf., por ejemplo, Hch 13, 3 s y 1 Tm 4, 14). Es interesante constatar que, mientras en algunos pasajes se dice que san Pablo designa a los presbíteros en las Iglesias (cf. Hch 14, 23), en otros lugares se afirma que es el Espíritu Santo quien constituye a los pastores de la grey (cf. Hch 20, 28).

Así, la acción del Espíritu y la de Pablo se compenetran profundamente. En la hora de las decisiones solemnes para la vida de la Iglesia, el Espíritu está presente para guiarla. Esta presencia-guía del Espíritu Santo se percibe de modo especial en el concilio de Jerusalén, en cuyas palabras conclusivas destaca la afirmación: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…» (Hch 15, 28); la Iglesia crece y camina «en el temor del Señor, llena de la consolación del Espíritu Santo» (Hch 9, 31).
Esta permanente actualización de la presencia activa de nuestro Señor Jesucristo en su pueblo, obrada por el Espíritu Santo y expresada en la Iglesia a través del ministerio apostólico y la comunión fraterna, es lo que en sentido teológico se entiende con el término Tradición: no es la simple transmisión material de lo que fue donado al inicio a los Apóstoles, sino la presencia eficaz del Señor Jesús, crucificado y resucitado, que acompaña y guía mediante el Espíritu Santo a la comunidad reunida por él.
La Tradición es la comunión de los fieles en torno a los legítimos pastores a lo largo de la historia, una comunión que el Espíritu Santo alimenta asegurando el vínculo entre la experiencia de la fe apostólica, vivida en la comunidad originaria de los discípulos, y la experiencia actual de Cristo en su Iglesia. En otras palabras, la Tradición es la continuidad orgánica de la Iglesia, templo santo de Dios Padre, edificado sobre el cimiento de los Apóstoles y mantenido en pie por la piedra angular, Cristo, mediante la acción vivificante del Espíritu Santo: «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2, 19-22).

Gracias a la Tradición, garantizada por el ministerio de los Apóstoles y de sus sucesores, el agua de la vida que brotó del costado de Cristo y su sangre saludable llegan a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos. Así, la Tradición es la presencia permanente del Salvador que viene para encontrarse con nosotros, para redimirnos y santificarnos en el Espíritu mediante el ministerio de su Iglesia, para gloria del Padre.

Así pues, concluyendo y resumiendo, podemos decir que la Tradición no es transmisión de cosas o de palabras, una colección de cosas muertas. La Tradición es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes. El gran río que nos lleva al puerto de la eternidad. Y al ser así, en este río vivo se realiza siempre de nuevo la palabra del Señor que hemos escuchado al inicio de labios del lector: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Una Declaración con luces y sombras | Actualidad Comentada | 22-7-2022 | Pbro. Santiago Martín FM



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Cultura de la cancelación | Actualidad Comentada | 29-07-2022 | Pbro. Santiago Martín FM



Duración 10:22 minutos


miércoles, 27 de julio de 2022

La última homilía del padre Gálvez: Solemnidad de Santiago Apóstol



Duración 39:40 minutos



Rememoramos hoy la última homilía pública del padre Alfonso Gálvez, justo un día como hoy en 2018, festividad de Santiago Apóstol. Vamos a ir republicando con asiduidad homilías y charlas del padre Alfonso, siempre imperecederas y que pronto tendrán una sección fija destacada en nuestra web.




Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). A lo largo de su vida ha alternado las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. Ha publicado Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes), La Fiesta del hombre y la Fiesta de Dios, La oración, El Amigo Inoportuno, Apuntes sobre la espiritualidad de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Esperando a Don Quijote, Homilías, Siete Cartas a Siete Obispos, El Invierno Eclesial, Los Cantos Perdidos y El Misterio de la Oración. Para información adicional visite su web http://www.alfonsogalvez.com. Falleción el 6 de julio de 2022

viernes, 22 de julio de 2022

¿Corrección a los obispos alemanes? Parece que no (Bruno Moreno)




Al enterarme de que la Santa Sede ha publicado una declaración para regañar a los obispos alemanes por su “camino sinodal”, he estado a punto de pedir al párroco que eche al vuelo las campanas de mi pueblo. A fin de cuentas, el comportamiento de los obispos alemanes, junto con muchos fieles “importantes”, lleva años siendo un gran escándalo para toda la Iglesia.

Estupefactos, hemos podido contemplar cómo sucesores de los Apóstoles han defendido en público y repetidas veces abandonar la enseñanza moral irreformable de la Iglesia en cuestiones como los anticonceptivos o las parejas del mismo sexo, además de poner en duda la fe católica sobre el sacerdocio el matrimonio y otros temas. Todo ello sin que la autoridad de la Iglesia los corrigiera.

Por fin parece que ha llegado el tiempo de la corrección. ¿Habrá que echar las campanas al vuelo? Me temo que no.

Si uno lee la declaración, al principio tiene la impresión de que, en efecto, la Santa Sede ha corregido a los obispos alemanes por pretender que se cambien la fe y la moral católicas, ya que el texto afirma que “el ‘Camino Sinodal’ en Alemania no está autorizado a obligar a los obispos y a los fieles a adoptar nuevas formas de gobierno y nuevas orientaciones de doctrina y moral”. Estupendo, nada que objetar. El famoso Camino Sinodal alemán no tiene absolutamente ninguna autoridad ni sobre los obispos, ni sobre los fieles, ni sobre la Iglesia ni sobre la doctrina o la moral.

El problema viene a continuación, cuando la declaración dice esto:

“No sería admisible introducir nuevas estructuras o doctrinas oficiales en las diócesis antes de que se haya alcanzado un acuerdo a nivel de la Iglesia universal, lo que constituiría una violación de la comunión eclesial y una amenaza para la unidad de la Iglesia”.

Me he quedado asombrado al leer ese párrafo, en el que se afirma que no se pueden introducir nuevas doctrinas “hasta que se haya alcanzado un acuerdo” en toda la Iglesia. Esto es increíble. Como sabe cualquier niño de catequesis de primera Comunión, lo católico es que no se pueden introducir nuevas doctrinas. Punto. La Iglesia no se inventa nuevas doctrinas ni las descubre, sino que transmite lo que recibió del mismo Cristo a través de los Apóstoles, el depósito de la fe. Puede y debe explicar lo mejor posible ese depósito, profundizar en él y aplicarlo a cada situación que vaya surgiendo, pero no cambiarlo ni añadir nada.

Esto es lo que la Iglesia ha creído siempre sobre sí misma: el Magisterio está al servicio del depósito de la fe, no es su dueño. El Concilio Vaticano I lo enseñó con absoluta claridad: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Constitución dogmática Pastor Aeternus). También el Concilio Vaticano II dice lo mismo en múltiples lugares: “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones” (Dei Verbum 7).

Igualmente asombroso es que el motivo de la supuesta corrección sea simplemente la “comunión” y la “unidad” de la Iglesia, de manera que queda abierto el camino a que esas mismas barbaridades contrarias a la fe que defienden muchos obispos alemanes sean asumidas por la Iglesia siempre que el cambio se haga conjuntamente y no por separado. Increíblemente, en lugar de condenar las negaciones de la fe que se están realizando en Alemania a la vista de todos, se piden que esas negaciones de la fe “desemboquen en el proceso sinodal”. ¡Y se afirma que eso contribuirá “al enriquecimiento mutuo” y a dar “testimonio” de unidad y de “fidelidad al Señor”! ¿Se han vuelto locos? ¿Negar públicamente la fe es testimonio de fidelidad a Dios siempre que se haga en unión con las otras diócesis del mundo?

Es terrible. No se hace ni una sola mención de la fe católica, que ha sido pública y repetidamente negada por los obispos alemanes. Es decir, en la práctica, las múltiples menciones que se hacen de la “comunión” eclesial no parecen referirse a la auténtica comunión en la fe que no puede cambiar y que hemos recibido del mismo Dios. Más bien se trataría de una especie de disciplina de partido eclesial, que impide que cada uno vaya por libre a la hora de cambiar la fe, pero no que la Iglesia entera cambie esa fe. El problema no es que, de hecho, los obispos alemanes hayan negado la fe y la moral de la Iglesia, sino que lo hagan por separado.

Desgraciadamente, esto no es nuevo. Empezando desde los dos sínodos de la familia y siguiendo con los de los jóvenes, la Amazonia o el actual sínodo de la sinodalidad, la consigna pública durante este pontificado ha sido siempre que se aceptan todas las opiniones, aunque sean contrarias a la fe. Para “hacer lío”, supongo. Como si la Iglesia pudiera reinventarse en cada momento y no hubiera ya un depósito de la fe que no se puede tocar. Por supuesto, después de los sínodos, incluso cuando no se asumen oficialmente esas posturas contrarias a la fe, el hecho es que nunca se condenan ni se reprende a los que las defienden. Multitud de obispos dijeron barbaridades sobre la indisolubilidad matrimonial en los sínodos sobre la familia y nunca se han molestado en retractarse. En la Academia Pontificia para la Vida se han nombrado miembros que abiertamente rechazan la moral de la Iglesia sobre los temas de los que se ocupa la propia Academia. Se está dando la comunión a los divorciados que viven en adulterio en multitud de diócesis del mundo, incluida la propia Roma. Y no pasa nada. Nunca pasa nada.

Así no podemos seguir. Aunque la Santa Sede no niegue la fe, de hecho y oficialmente permite que se niegue, no corrige esa negación e incluso anima a expresar opiniones contrarias a la fe católica en el sínodo sobre la sinodalidad. Esto, desgraciadamente, apenas se diferencia de abandonar la fe, porque cuando la fe se convierte en una opinión más entre otras, ya no es fe.

No dudo de que la declaración sea bienintencionada y quiera evitar un cisma, pero lo cierto es que todo lo que no se fundamente en la fe es como una casa construida sobre arena: llegan los vientos de la modernidad, las nuevas modas, las exigencias del mundo y la derriban.

Bruno Moreno

miércoles, 20 de julio de 2022

El papa Francisco y la muerte del espíritu del Concilio


No ha habido ningún concilio ecuménico en la historia aparte el Vaticano II del que se haya afirmado que tiene un espíritu propio. No hay un espíritu de Nicea, del segundo de Letrán ni del Concilio Vaticano I. El espíritu del Concilio Vaticano II fue inventado y avalado por teólogos, liturgistas y sacerdotes que creían, o al menos declaraban, que el texto propiamente dicho de los documentos del Concilio Vaticano II no fue otra cosa que el punto de partida para una relectura radical de la Fe y la práctica católicas a fin de acomodarse a las necesidades del hombre moderno.

La iconoclasia que caracterizó la década posterior al Concilio, en la que tantos templos fueron saqueados –altares desmontados y sustituidos por mesas, estatuas retiradas o destruidas, sagrarios trasladados a rincones en que pasaban desapercibidos, sustitución del canto gregoriano y la polifonía por canturreos sentimentaloides que imitaban algunas de las peores canciones populares de los años setenta, sorpresiva aparición de monaguillas y ministras de la Eucaristía– no se puede achacar directamente a Sacrosanctum Concilium, la constitución sobre la liturgia promulgada por el Concilio Vaticano II. Lo cierto es que la revolución litúrgica que siguió al Concilio es hija de quienes se sacaron de la manga el espíritu del Concilio con miras a imponer su concepto de aggionarmento o actualización de la Iglesia. Lo malo del aggionarmento es que su aplicación siempre llega con retraso. Cuando se pusieron en práctica los frutos del espíritu del Concilio ya habían pasado los años sesenta.

La santidad de Pablo VI no se forjó en su aceptación del espíritu del Concilio y su imposición del Novus Ordo Missae en la Iglesia, rito que no tiene mucho que ver con Sacrosanctum Concilium sino más bien con los supuestos peritos que despreciaban la Misa Romana tradicional. La santidad de Pablo VI se forjó después de descubrir que el humo de Satanás se había metido en la Iglesia postconciliar y aceptó el sufrimiento que le suponía saberlo. Desde luego, Dios escribe derecho con renglones torcidos.

Muy al contrario de los de sus dos predecesores inmediatos, el pontificado de Francisco se ha distinguido por una aplicación radical del espíritu del Concilio. De manera especial ha intentado imponer ese espíritu en la Iglesia de EE.UU. La repulsión de Francisco por EE.UU. es evidente. Esa repulsión no procede únicamente de que vea a los estadounidenses como unos groseros materialistas empedernidos en su concepto particular de sus obligaciones para con los pobres (lo cual no es del todo falso), sino también porque está claro que, en su mayor parte, EE.UU. no parece muy metido en el espíritu del Concilio. Por lo visto aceptó lo importante y siguió adelante. Claro, también en eso hay excepciones, y las premia con birretas rojas. Peor todavía es que a los ojos de Francisco los seminaristas de EE.UU. y los sacerdotes ordenados en los últimos años sean en su mayoría tradicionalistas, y algunos lleguen al extremo de amar la Misa Tradicional. Esto para el Papa es una pésima noticia, porque no se ajusta al espíritu del Concilio.

El torpe e incoherente motu proprio Traditiones custodes y la reciente carta apostólica Desiderio desideravi –esta última denota que el Papa al menos tiene noticia de que hay abusos generalizados en la Iglesia actual– son muestras de su irracional antagonismo hacia la tradición litúrgica. Ambos documentos son ejemplo de cómo el espíritu del Concilio hace posible afirmar cosas que enmarañan la realidad y la verdad. Ese espíritu siempre apunta a un futuro que ya pasó, que quedó atrapado en los años sesenta y setenta, empantanado en el hipismo, un optimismo superficial y una perspectiva del mundo que contrasta con la que presenta el Evangelio según San Juan.

Hay una foto que capta la esencia del espíritu del Concilio. Se ve mejor acompañada de la voz en off del misionero que se jacta de no haber bautizado nunca a un solo indígena de la zona. En la foto aparecen varios clérigos importantes, entre ellos el papa Francisco, en los jardines vaticanos observando un rito con la Pachamama. Uno o dos de los prelados presentes dan la impresión de sentirse incómodos en ese acto. Esto demuestra que el espíritu del Concilio no es infalible. El espíritu del Concilio ha encandilado a muchos, pero a algunos todavía les queda suficiente vista para que al menos por un momento se sientan incómodos en una ceremonia de esas características.

Algunos de esos que todavía ven algo son de la generación que mamó el espíritu del Concilio en el seminario durante la época postconciliar y no tienen mucha experiencia de cómo eran las cosas antes del Concilio, tanto las buenas como las malas. En su mayor parte están a cargo de la Iglesia actual. Es verdad que todavía respiran aires del Concilio, pero no en su pureza original, sino más bien como los fumadores pasivos. Muchos son excelentes personas que aman a Cristo y a la Iglesia. Pero ahora se las ven con un movimiento que desde dentro de la Iglesia los deja perplejos. Y también están descubriendo que no pueden con los jóvenes, sean consagrados o laicos, que han descubierto la Tradición católica, para los que ésta es algo nuevo y maravilloso que les proporciona gran dicha. Y lo han descubierto precisamente en el contexto de la Misa Tradicional. Lo que han descubierto esos jóvenes no es un espíritu de su edad. Han encontrado la perla preciosa de la parábola, reluciente en todo su esplendor. Y nadie les podrá arrebatar esa perla.

Padre Richard Gennaro Cipola

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

martes, 19 de julio de 2022

NOTICIAS VARIAS (VIDEOS Y ARTÍCULOS)





- Hablamos con Rocío Monasterio sobre los incendios que arrasan España y la dimisión de Lastra

¿Qué es la Tradición? Una respuesta católica (Roberto De Mattei)



Adelantamos una parte de la conferencia ¿Qué es la Tradición?, que pronunció el profesor Roberto de Mattei el 15 de julio en los cursos de verano de la Université Renaissance Catholique, en el castillo de Termelles en Abilly (Francia).

La crisis que atraviesa actualmente la Iglesia es inédita por sus características, pero ni es la primera ni será la última de la historia. Pensemos, por ejemplo, en el brusco ataque al Papado que supuso la Revolución Francesa.

En 1799 el ejército jacobino del general Bonaparte invadió Roma. Pío VI fue hecho prisionero en Valence, donde falleció el 29 de agosto consumido por los sufrimientos. Las autoridades municipales notificaron al Directorio la muerte de Pío VI, afirmando que acababan de sepultar al último papa de la historia. Diez años más tarde, en 1809, su sucesor Pío VII, también anciano y enfermo, fue detenido y tras dos años de prisión en Savona fue conducido a Fontainebleau, donde permaneció hasta la caída de Napoleón. Jamás se había mostrado el Papado tan débil a los ojos del mundo. Pero diez años después, en 1819, Napoleón había desaparecido de la escena y Pío VII estaba de vuelta en el trono pontificio, reconocido como autoridad moral suprema de los europeos. En aquel año de 1819 se publicaría Del Papa, obra maestra de Joseph de Maistre (1753-1821), obra que conocería centenares de reimpresiones y anticiparía el dogma de la infalibilidad pontificia, más tarde definida por el Concilio Vaticano I.

Joseph de Maistre es un gran defensor del Papado, pero se equivocaría quien quisiese hacer de él un apologista del pontífice déspota o dictador. Hay algunos tradicionalistas hoy que atribuyen la responsabilidad de los abusos de poder de los eclesiásticos a los católicos intransigentes del siglo XIX. Los ultramontanos y contrarrevolucionarios habrían atribuido una autoridad excesiva al Papa, dejándose arrebatar por el dogma de la infalibilidad. De esta errónea convicción se deriva la simpatía hacia los católicos galicanos que negaban la infalibilidad y el primado universal del Papa, y hacia los católicos liberales o semiliberales que aunque en principio no negaban el dogma de la infalibilidad consideraban inoportuna su definición. Entre ellos figuraba el arzobispo de Perugia, monseñor Gioacchino Pecci, que más tarde reinaría como papa con el nombre de León XIII, el cual una vez elegido fue el primer papa moderno que gobernó de un modo centralizador, imponiendo como poco menos que infalible la opción política del ralliement o entendimiento con la III República Francesa.

El dogma de la infalibilidad proclamado por Pío IX define con precisión los límites de ese extraordinario carisma que ninguna religión posee fuera de la católica.
El Papa no puede hacer en la Iglesia lo que le venga en gana, porque su voluntad no emana de su autoridad. La misión del Sumo Pontífice consiste en transmitir y defender mediante su Magisterio la Tradición de la Iglesia. Además del Magisterio extraordinario del Papa, que procede de la definición ex cathedra, existe una enseñanza infalible que se basa en la conformidad del magisterio ordinario de todos los papas con la Tradición Apostólica. Sólo creyendo con la Iglesia y con su Tradición ininterrumpida puede el Santo Padre confirmar en la fe a sus hermanos. La Iglesia no es infalible porque ejerza una autoridad, sino porque transmite una doctrina.
A veces son objeto de escándalo las palabras de Pío IX: «Yo soy la Tradición». Pero estas palabras hay que entenderlas en su recto sentido. Lo que quiere decir el Papa no es que su persona sea la fuente de la Tradición, sino que fuera de él no hay Tradición, del mismo modo que no existe una sola Scriptura fuera del Magisterio de la Iglesia. La Iglesia se asienta sobre la Tradición, pero no puede prescindir del Papa, cuya autoridad es intransferible: no la puede ejercer ni un concilio, ni el episcopado de un país ni un sínodo permanente.

Hay una frase de Joseph de Maistre que puede causar tanto estupor como la de Pío IX: «Si estuviese permitido establecer grados de importancia entre las cosas de institución divina, yo encabezaría la jerarquía con el dogma, por ser indispensable para la pervivencia de la Fe» (Joseph de Maistre, Lettre à une dame russe sur la nature et les effets du schisme et sur l’unité catholique, en Lettres et opuscules inédits, A. Vaton, París 1863, vol. II, pp. 267-268).

Esta frase resume el problema capital de la regula fidei en la Iglesia. El padre Giovanni Perrone (1794-1876), fundador de la escuela teológica romana, desarrolla este tema en los tres volúmenes de su obra Il protestantesimo e la regola di fede. Las dos fuentes de la Revelación son la Tradición y la Sagrada Escritura. La primera es divinamente asistida; la segunda, divinamente inspirada. «Escritura y Tradición se fecundan, ilustran y consolidan entre sí y completan el depósito siempre uno e idéntico de la revelación divina» Il protestantesimo e la regola di fede, Civiltà Cattolica, Roma 1953, 3 vol., vol. I, p. 15).

Pero para conservar este hilo, siempre uno e idéntico hasta el final de los siglos, Cristo lo ha confiado a una autoridad perennemente viva y hablante: la autoridad de la Iglesia, que consiste en el cuerpo universal de obispos unido con la cabeza visible de la Iglesia, el Romano Pontífice, a quien Cristo confirió plena potestad sobre la Iglesia universal.

La Sagrada Escritura y la Tradición son las normas remotas de nuestra Fe, pero la regula fidei próxima está representada por la autoridad docente y arbitradora de la Iglesia, que culmina en el Papa. En este sentido, la autoridad está por encima del dogma. Pero aunque quisiéramos atribuir al dogma prioridad en la jerarquía, no debemos olvidar que entre todos los dogmas, el que en cierto sentido sustenta a todos los demás es precisamente el de la autoridad infalible de la Iglesia. La Iglesia goza del carisma de la infalibilidad, aunque sólo de manera intermitente lo ejerza de forma extraordinaria. Pero la Iglesia es siempre infalible, y no desde 1870, sino desde que Nuestro Señor transmitió a su Vicario en la Tierra San Pedro potestad para confirmar en la Fe a sus hermanos.

La sucesión apostólica en la que se basa la autoridad de la Iglesia es un elemento fundamental de su divina constitución. El Concilio de Trento, al definir la verdad y las reglas de la Fe católica, afirma que éstas «se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros de los Apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o por inspiración del Espíritu Santo» (Denz-H, nº 783). «Es verdadera únicamente la Tradición que se apoya en la Tradición apostólica», subraya la teología romana contemporánea con monseñor Brunero Gherardini (1925-2017) (Quod et tradidi vobis, La Tradizione vita e giovinezza della chiesa, Casa Mariana, Frigento 2010, p. 405). Esto significa que el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro el príncipe de los Apóstoles, es el garante por excelencia de la Tradición de la Iglesia. Pero significa igualmente que en ningún caso puede el objeto de la Fe salirse del testimonio que nos dieron los Apóstoles.

Sola Scriptura y sola Traditio

Los protestantes han negado la autoridad de la Iglesia en nombre de la sola Scriptura. Este error lleva de Lutero al socinianismo, que es la religión de los relativistas modernos. Ahora bien, la autoridad de la Iglesia no puede negarse ni siquiera en nombre de la sola Tradición, como hacen los ortodoxos y como corren el riesgo de hacer algunos tradicionalistas. Separar la Tradición de la autoridad de la Iglesia conduce en este caso a la autocefalia, que caracteriza a quienes están desprovistos de una autoridad visible e infalible a la que remitirse.

Los protestantes partidarios de la sola Scriptura y los ortodoxos griegos de la sola Traditio tienen en común el rechazo de la infalibilidad del Papa y de su primado universal; el rechazo de la cátedra de Roma. Por eso, según Joseph de Maistre, no hay diferencia radical entre el cisma de Oriente y el protestantismo occidental. «Es una verdad fundamental en toda cuestión religiosa que toda iglesia que no es católica es protestante. En vano se ha tratado de establecer una distinción entre iglesias cismáticas y heréticas. Entiendo bien lo que se quiere decir, pero al final toda diferencia queda en las palabras, y todo cristiano que rechaza la comunión con el Santo Padre es protestante o no tardará en serlo. ¿Y qué es un protestante? Alguien que protesta; ¿qué más da que proteste contra uno o más dogmas, contra éste o aquél? Será más o menos protestante, pero no deja de protestar (Du Pape, H. Pélagaud, Lyon-Paris 1878, p. 401). «Una vez roto el vínculo de la unidad, ya no hay un tribunal común, ni por tanto una regla invariable de fe. Todo queda al arbitrio del juicio particular y la supremacía civil que constituyen la esencia del protestantismo» (Íbid. p. 405).

En la Iglesia Católica, la autenticidad de la Tradición está garantizada por la infalibilidad del Magisterio. Sin infalibilidad no habría la menor garantía de que lo que enseña la Iglesia es cierto. Entender la Palabra de Dios quedaría a la merced de la investigación crítica individual y se abrirían de par en par las puertas al relativismo, como pasó con Lutero y sus seguidores. Al negar la autoridad pontificia, la revolución protestante quedó condenada a padecer variaciones continuas en una caótica evolución doctrinal. Por su parte, después del cisma de 1054, la Iglesia Ortodoxa de Oriente, que en nombre de la sola Traditio acepta únicamente los siete primeros concilios de la Iglesia, quedó condenada a un estéril inmovilismo.

A quienes se dejan seducir por la ortodoxia convendría recordarles las palabras de Joseph de Maistre: «Todas las iglesias que se separaron de la Santa Sede a comienzos del siglo XII pueden compararse con cadáveres congelados cuya forma ha quedado preservada por el hielo» (Íbid., p.406).

Un teólogo agustino de la Anunciación, el P. Martin Jugie (1878-1954), desarrolló este tema en un libro que se publicó en 1923 titulado Joseph de Maistre et l’Eglise greco-russe, cuya lectura aconsejo: «Oriente se ha habituado desde hace muchos siglos a considerar la doctrina revelada como un tesoro que se debe custodiar, no disfrutar; como un conjunto de fórmulas inmutables en vez de como una verdad viva e infinitamente rica que el espíritu del creyente trata de entender y asimilar cada vez mejor» (Martin Jugie, Joseph de Maistre et l’Eglise greco-russe, Maison de la bonne presse, París 1923, pp. 97-98).

La Iglesia no fue fundada por Cristo como una institución rígida e irrevocablemente construida, sino como un organismo vivo que –al igual que el cuerpo, que es imagen de la Iglesia– tiene que desarrollarse. Este desarrollo de la Iglesia, su crecimiento en la historia, se ha dado por medio de contradicciones y luchas, combatiendo ante todo las grandes herejías que la atacaban desde adentro. «Si tenemos en cuenta las pruebas que ha atravesado la Iglesia Romana a través de la herejía y el maremágnum de naciones bárbaras que la atacaban en su interior –añade De Maistre– nos maravilla observar que en medio de tan terribles revoluciones todos sus atributos se han mantenido intactos y se remontan a los Apóstoles. Si la Iglesia ha cambiado algunas cosas en su forma externa, demuestra con ello que vive, porque cuanto vive en el universo se transforma según las circunstancias en todo lo que no tenga que ver con su esencia. Dios, que se las ha reservado, ha dado las formas al tiempo para que disponga de ellas conforme a determinadas reglas. La variación a la que me refiero es por otra parte señal indispensable de vida, pues la inmovilidad absoluto sólo es propia de la muerte» (Du Pape, p. 410).

Citando a San Vicente de Lerins, el Concilio Vaticano I explica que entender las verdades de fe es algo que debe crecer y progresar a lo largo de la vida y de los siglos con inteligencia, ciencia y sabiduría, si bien sólo dentro del propio dogma, en el mismo sentido y en la misma expresión» (Conmonitorio, cap.23,3). Progreso en la fe no significa necesariamente alteración de la fe. La condena a las alteraciones de la fe no significa el rechazo del desarrollo orgánico de los dogmas, que se realiza mediante el Magisterio de la Iglesia con la inspiración del Espíritu Santo y garantizado por el carisma de la infalibilidad. Y si la Iglesia es infalible es necesario que haya una persona que ejerza dicho carisma. Esa persona es el Papa y no puede haber otra. En la fe en la infalibilidad del Sumo Pontífice se afianzan las raíces de la fe en la infalibilidad de toda la Iglesia (Michael Schmaus, Dogmatica cattolica, Marietti, Casale Monferrato 1963, vol. III/1, p. 696).

La constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I establece claramente las condiciones de la infalibilidad pontificia. La infalibilidad del Papa no significa en modo alguno que en cuestiones de gobierno y magisterio goce de autoridad ilimitada y arbitraria. Al definir un privilegio supremo, el dogma de la infalibilidad fija sus límites precisos admitiendo la posibilidad de infidelidad, error y traición.

Para los papólatras e hiperpapalistas, el Papa no es el Vicario de Cristo en la Tierra al que se ha encomendado la misión de transmitir íntegra y pura la doctrina que ha recibido, sino un sucesor de Cristo que perfecciona la doctrina de sus antecesores adaptándola con arreglo a las situaciones que vayan surgiendo. La doctrina del Evangelio está en perfecta evolución, porque coincide con el magisterio del pontífice reinante. De ese modo, el magisterio perenne queda sustituido por un magisterio vivo expresado en una enseñanza pastoral que se transforma de día en día y tiene su regula fidei en el sujeto de la autoridad en lugar de en el objeto de la verdad transmitida.

No hay que ser teólogo para entender que en el deplorable caso de que haya disparidad –verdadera o aparente– entre el magisterio vivo y la Tradición, la primacía no se puede atribuir a la Tradición por una razón muy sencilla: la Tradición, que es el Magisterio vivo considerado en su universalidad y continuidad, es de por sí infalible, mientras que el llamado Magisterio vivo, entendido como la predicación actual de la jerarquía, sólo lo es en unas condiciones determinadas ( cf.R. de Mattei, Apologia della Tradizione, Lindau, Turín 2011).
De hecho, en tiempos de apostasía la regla de fe para la Iglesia es, en últimas, no el Magisterio vivo contemporáneo en lo que tiene de no definitorio, sino la Tradición, que constituye junto con las Sagradas Escrituras una de las dos fuentes de la Palabra de Dios.
¿Qué pasa cuando quien gobierna la Iglesia deja de custodiar y transmitir la Tradición, y en vez de confirmar a sus hermanos en la Fe les causa confusión y suscita amargura y resentimientos?

Cuando suceden estas cosas es hora de incrementar el amor a la Iglesia y al Papa. La solución al hiperpapalismo no está en el neogalicanismo de ciertos tradicionalistas ni en la sola Traditio de los cismáticos griegos y rusos. El tradicionalista no es un anarcotradicionalista sino un católico que repite con Joseph de Maistre: «Santa Iglesia de Roma, en tanto que tenga voz la emplearé en encomiarte. ¡Te saludo, Madre inmortal de la ciencia y la santidad! ¡Salve, magna parens!» (Du Pape, p.482). «En medio de todos los trastornos que quepa imaginar, Dios siempre ha velado por ti, Ciudad Eterna. Todo cuanto podía destruirte te ha sitiado y has permanecido en pie. Y así como hubo un tiempo en que fuiste centro del error, desde hace dieciocho siglos eres centro de la verdad» (Íbid., p.483).

El amor al Romano Pontífice, a sus prerrogativas y derechos, ha distinguido a lo largo de veinte siglos de historia a los espíritus verdaderamente católicos, porque, como afirma Plínio Corrêa de Oliveira, «ése es, después del amor a Dios, el más elevado que nos enseña la religión» (en R. de Mattei, Il crociato del secolo XX. Plinio Correa de Oliveira, Piemme, Casale Monferrato 1996, p. 309).

Eso sí, no hay que confundir el primado romano con la persona del pontífice reinante, del mismo modo que no se debe confundir el magisterio vivo con el magisterio perenne, ni las enseñanzas privadas y no infalibles del Papa con la Tradición de la Iglesia. Como bien ha destacdo el estudioso chileno José Antonio Ureta (Defending Ultramontanism en OnePeterFive, 20 de junio de 2022), el error no está en el ultramontanismo, sino en el neogalicanismo, que actualmente se presenta en dos versiones: la de los sinodalistas alemanes y la de algunos neotradicionalistas, sobre todo del mundo anglosajón.

La única esperanza para el futuro no está en hacer menguar el Papado, sino en que éste ejerza su autoridad suprema para condenar de modo solemne e infalible los errores teológicos, morales, litúrgicos y sociales de nuestro tiempo. Es absurdo discutir quién será el próximo papa. Lo importante es hablar de lo que tendrá que hacer el próximo pontífice, y rezar para que lo haga.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

A mi ya no me encierran más, ¿y a ti?



Están circulando, en los últimos días, muchas informaciones que nos llevan a muchos a sospechar que se está ideando una nueva farsa que se llevaría a cabo a lo largo del próximo otoño, o el invierno, a lo más tardar. Son muchas las voces que están alertando acerca de la posibilidad de que volvamos a ser encerrados o se vuelvan a plantear medidas restrictivas, ante las pruebas evidentes de borreguismo demostradas por una gran parte de la sociedad.

Y como el asunto del virus se está agotando, parece que toma fuerza la llamada viruela del mono, que no es más que uno de los efectos secundarios provocados por las inoculaciones. Además, la viruela del mono al afectar al aspecto físico de la gente, con sus granos y sus historias, provocaría más miedo entre los más aborregados y les llevaría a entrar en un pánico con el que, evidentemente, se dejarían hacer todo lo que hiciera falta.
Y sobre este asunto, los medios grandes de manipulación no dejan de lanzarnos globos sonda con los que perforar nuestros cerebros para que entremos en pánico: “Un experto de la OMS alerta sobre la viruela del mono: No creo que tardemos mucho en declarar la pandemia”
Pero llegados ya a un punto como éste, muchos, y se lo decimos muy en serio, no estamos dispuestos a obedecer esas órdenes, ni otras similares que se dictaran. Es nuestra obligación, como seres libres que somos, no cumplir nunca más órdenes ilegales de este tipo, o de otros del mismo estilo.

La libertad no se pide, la libertad se tiene, es nuestra. Y ya no estamos dispuestos a aguantar ninguna tomadura de pelo más. Y mucho menos, si esta tomadura de pelo es para cubrir y ocultar su propia criminalidad. Ellos han vacunado masivamente y son ellos, y solamente ellos, los culpables. Ahora, lo que tienen que hacer es rendir cuentas. Cumplir sus órdenes sería convertirnos en cómplices. Y nosotros no estamos dispuestos.