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jueves, 18 de marzo de 2021

La jerarquía ha renunciado al deber de corregir doctrinas falsas (Carlos Esteban)



De un tiempo a esta parte -digamos, desde el Vaticano II, aunque la cosa viene de antes-, la jerarquía eclesiástica ha renunciado en general a su labor de corregir doctrinas erróneas. No todas, lo que es casi peor: solo las que puedan chocar al mundo, las que puedan hacernos antipáticos y, quién sabe, provocar una nueva persecución.

Si uno va a ver, si consulta fuentes autorizadas, la doctrina sigue siendo la de siempre. Pero nadie lo diría. Porque un día con otro nos encontrábamos desde teólogos renombrados con cátedra a fieles corrientes y molientes defendiendo en público y en privado que “la Iglesia ya no defiende” tal o cual enseñanza perenne. Y, en un sentido del verbo, la afirmación era cierta: la doctrina en cuestión aún se mantiene, pero no se “defiende”.

Venía a ser un poco como la política con respecto a los homosexuales en el Ejército americano en tiempos de Bill Clinton, cuando la consigna era: “Don’t ask, don’t tell”. Los tiempos aún no parecían maduros para que se aceptara la homosexualidad abierta en filas, pero tampoco quedaba bien mantener la prohibición, así que se le aconsejaba al recluta que no lo proclamara y al oficial, que no preguntara.

Esta política permite a nuestros pastores llevar una vida plácida, hablando con pasión de ‘conversiones ecológicas’ y ‘acogidas’ varias. Por un lado, nadie puede echarles en cara que lo que dicen les sitúe fuera de la Iglesia o contradiga la doctrina inmutable; y, por otro lado, pueden seguir asistiendo a los cócteles de la gente de poder y evitar que la gente les tire piedras por la calle. ¿Que luego una holgada mayoría de católicos americanos no cree en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía? Bueno, no se puede tener todo. Que busquen en el Catecismo, que ahí sale.

Pero esta situación no puede durar indefinidamente, como empezamos a ver. El Papa acaba de refrendar un ‘responsum’ de Doctrina de la Fe negando que los sacerdotes puedan bendecir uniones homosexuales, porque Dios no puede bendecir el pecado y se ha desatado el infierno. Literalmente. Llevamos ya dos días dando noticias de rebeliones e indignaciones, como si la sodomía se acabara de declarar pecado, y no lo fuera desde bastante antes de Cristo.

Ese es el problema: renunciando a corregir las falsas percepciones sobre nuestra fe, lo que puede cambiar y lo que no, no vas a evitar que el mundo odie a la Iglesia con la pasión habitual, al menos en última instancia; solo conseguirás dejar por el camino un numero pavoroso de almas confundidas sobre su fe y en peligro de condenación eterna. Y es que siempre llegará un punto en que, entre la espada y la pared, ante la pregunta directa, no queda otra que confirmar aquello en lo que creemos, aunque repatee al siglo.

Porque la misión de la Iglesia es llevar almas a Dios, al Cielo. Lo demás es, por decirlo con jerga marxista, superestructura: a veces útil, a veces necesaria, a veces inevitable y otras, ninguna de las tres cosas. Pero el fin último es la salvación, que es para siempre, cuando el planeta y las galaxias sean un lejano recuerdo.

Carlos Esteban