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jueves, 21 de junio de 2018

RESPUESTA A JUAN SUAREZ FALCO (II), EL ECUMENISMO (Capitán Ryder)


Joseph Ratzinger dando la comunión al hermano Roger,
protestante de la comunidad de Taizé. Funeral de Juan Pablo II.
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En este primer artículo hablaremos de un tema que, en este blog, ha sido tratado minuciosamente. Por razones obvias, lo haremos de una manera más breve, resaltando solamente algunas ideas que confirmarían lo dicho por Dulles: la ruptura sobre la forma de tratar el ecumenismo que se produce en el Concilio y post-Concilio.
Afirmaciones de Juan Suarez Falcó
Juan Pablo II “En su debe, cabe recordar los Encuentros de Asís. Por cierto, la profanación de la basílica de abajo, donde colocaron una estatua de buda donde estaba el sagrario se hizo con absoluto desconocimiento del Pontífice, y en su ausencia; y Dios castigó a los que lo hicieron (sacerdotes indiferentistas) con un terremoto que hizo que se cayera el techo del Giotto de la basílica; y también, en su debe, hay que poner aquel beso (siempre he pensado que indeseado, forzado por las circunstancias) al Corán; y nombramientos muy discutibles, muchos de ellos, según creo, por engaño o fuerza de la masonería. Fallos humanos, en una vida llena de fidelidad a Cristo, al Evangelio y a la Iglesia. Y el papa más mariano desde el s. XIX”. 
Pablo VI “y explica que el verdadero ecumenismo es llamar a los separados y cismáticos a la Iglesia católica, no el irenismo e indiferentismo que se promovía desde muchas Cátedras de teología y desde los mismos púlpitos”.
NOTA DEL CAPITÁN: En la vida nos definen las palabras y los hechos. No podemos obviar aquellos que no nos gustan o rebajar su impacto, justificándolo de mil maneras, pues no encajan en el relato que tenemos escrito de antemano.
En los párrafos citados más arriba don Juan sólo expresa sus deseos y suposiciones, nada coincidentes con la realidad de lo ocurrido. Lo cierto es que hubo profanación, que no hay conocimiento de castigo a los responsables, fueran quienes fueran, que los encuentros fueron promovidos por Juan Pablo II, que siguieron organizándose posteriormente y dejaron algunas de las imágenes más tristes que un católico pueda imaginar. Y que la justificación para dichos encuentros, sin antecedentes en la historia de la Iglesia, fueron “que la Iglesia era ahora más consciente de sí misma”. En concreto, desde el Vaticano II.
Dicen los americanos que cuando un animal anda como un pato, vuela como un pato y hace cua-cua, tiene toda la pinta de ser un pato. Johannes Dörmann recuerda, en su magnífico ensayo, el discurso de apertura de las jornadas de Asís de Juan Pablo II y cómo se esfuerza en el mismo en negar el indiferentismo religioso que pueda parecer trasmiten dichas jornadas. No sería necesario negar nada si fuese tan evidente.
Documentos, ideas, artículos donde se refuta lo dicho por Juan Suarez Falcó, ya publicadas en este blog.
- Veamos cómo habla Romano Amerio del Ecumenismo en su indispensable Iota Unum (págs. 375 y 376).
Sin duda esta variación es la más significativa de las producidas en el sistema católico después del Vaticano II, y se encuentran reunidas en ella todos los motivos de la pretendida variación de fondo que solemos concretar en la fórmula de pérdida de las esencias.
La doctrina tradicional del ecumenismo está establecida en la Instructio de motione oecumenica promulgada por el Santo Oficio el 20 de diciembre de 1949 que retoma la enseñanza de Pio XI en la encíclica Mortalium animos. Se establece por tanto: 
Primero: “la Iglesia Católica posee la plenitud de Cristo” y no tiene que perfeccionarla por obra de otras confesiones. 
Segundo: no se debe perseguir la unión por medio de una progresiva asimilación de las diversas confesiones de fe ni mediante una acomodación del dogma católico a otro dogma. 
Tercero: la única verdadera unidad de las Iglesias puede hacerse solamente con el retorno (per reditum) de los hermanos separados a la verdadera Iglesia de Dios. 
Cuarto: los separados que retornan a la Iglesia católica no pierden nada sustancial de cuanto pertenece a su particular profesión, sino que más bien lo reencuentran idéntico en una dimensión completa y perfecta (“completum atque absolutum”).
La variación introducida por el Concilio es patente, tanto a través de los signos extrínsecos como del discurso teóricoEn el Decreto Unitatis Redintegratio la Instructio de 1949 no se cita nunca, ni tampoco el vocablo “retorno” (reditus). La palabra reversione ha sido sustituida por conversioneLas confesiones cristianas (incluida la católica) no deben volverse una a otra, sino todas juntas gravitar hacia el Cristo total situado fuera de ellas y hacia el cual deben converger.
Donde los esquemas preparatorios definían que la Iglesia de Cristo es la Iglesia católica, el Concilio concede solamente que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica, adoptando la teoría de que también en las otras Iglesias cristianas subsiste la Iglesia de Cristo y todas deben tomar conciencia de dicha subsistencia común en Cristo. Como escribe en OR (Osservatore Romano) de 14 de octubre un catedrático de la Gregoriana, el Concilio reconoce a las Iglesias separadas como “Instrumentos de los cuales el Espíritu Santo se sirve para operar la salvación de sus miembros”. En esta visión paritaria de todas las Iglesias el catolicismo ya no tiene ningún carácter de preeminencia ni de exclusividad.
- En esa entrada del blog, como católico perplejo, me permitía añadir estas NOTAS: No hace falta ser un experto para comprender el alcance de este planteamiento.
Si la Iglesia Católica “tiene que moverse hasta un Cristo situado fuera de ella”, ¿tiene sentido seguir hablando de una Revelación, fundamento de la Fe, que terminaría con la muerte del último apóstol y de la que se ha nutrido la Iglesia durante 2.000 años? 
¿Qué sería exactamente el dogma? En estos 2.000 años de historia ¿la Iglesia ha acariciado, siquiera rozado la Verdad? 
Los Santos que hemos elevado a los altares ¿en virtud de qué lo hemos hecho? ¿Qué sentido tiene un San Atanasio o un San Pedro Canisio? 
¿Han existido alguna vez las herejías? 
¿A qué piedra se refiere Jesucristo cuando funda la Iglesia? ¿Se trata de una piedra móvil? 
Y así podríamos seguir hasta el infinito.
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El Card. Bea retoma una concepción análoga del ecumenismo en “Civiltá cattolica” (enero de 1961), así como en conferencias y entrevistas (“Corriere del Ticino”, 10 de marzo de 1971). Declaró que el movimiento no es de retorno de los separados a la Iglesia Romana y, siguiendo la sentencia común, aseguró que los protestantes no están separados del todo, ya que han recibido el carácter del Bautismo. Sin embargo, citando la Mystici Corporis de Pío XII, según la cual “están ordenados al Cuerpo Místico”, llegaba a asegurar que pertenecen a Él y,  por lo tanto se encuentran en una situación de salvación que no es distinta a la de los católicos (OR, 27 de abril de 1962). La causa de la unión es reconducida por él a explicitación de una unidad ya virtualmente presente, de la cual simplemente se trata de tomar conciencia. Esta unidad es solamente virtual incluso en la Iglesia católica, la cual no debe tomar conciencia de sí misma, sino de esa más profunda realidad del Cristo total que es la síntesis de los dispersos miembros de la cristiandad. Por tanto, no se trata de una reversión de unos hacia otros, sino de una conversión de todos hacia el centro, que es el Cristo profundo.
En una intervención en el OR del 4 de diciembre de 1963, el Card. Bea, aunque reconociendo la diferencia entre las Iglesias, afirma que “los puntos que nos dividen no se refieren verdaderamente a la Doctrina, sino al modo de expresarla”, puesto que todas las confesiones suponen una idéntica verdad subyacente a todas: como si la Iglesia se hubiese engañado durante siglos y el error fuese simplemente un equívoco.
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En una perícopa incluida en el discurso del 23 de enero de 1969, Pablo VI parece próximo a tal opinión. A partir de la discusión teológica, dice el Papa, “puede verse cuál es el patrimonio doctrinal cristiano; qué parte de él hay que enunciar auténticamente y, al mismo tiempo, en términos diferentes, pero sustancialmente iguales o complementarios; y cómo es posible, y a la postre victorioso para todos, el descubrimiento de la identidad de la fe, de la libertad en la variedad de expresiones, de la que pueda felizmente derivar la unión para ser celebrada en un solo corazón y una sola alma”
Se desprende de esta perícopa que la unidad preexiste ubique (1) y debe tomarse conciencia de ella ubique, y que la verdad no se encuentra abandonando el error, sino profundizando su sustancia
Idéntica es la posición de Juan Pablo II en el discurso al Sacro Colegio de 23 de diciembre de 1982, con ocasión de la VI Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias: “Celebrando la Redención vamos más allá de las incomprensiones y de las controversias contingentes para reencontrarnos en el fondo común a nuestro ser de cristianos. En esa asamblea estaban representadas trescientas cuatro confesiones cristianas, las cuales, según OR, 25-26 julio 1983, “han expresado mediante el canto, la danza y la oración los diversos modos de significar una conducta de relación con Dios”.
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Es significativo el documento en lengua francesa del Secretariado para la unión en aplicación del decreto Unitatis Redintegratio … Sin embargo todo el documento se desarrolla después en una prospección en la unidad que se busca, más que se comunica, en una reciprocidad de reconocimientos gracias a los cuales se persigue “la resolución de las divergencias más allá de las diferencias históricas actuales” (2). 
Se contemplan las diferencias dogmáticas como diferencias históricas que el retorno a la fe de los primeros siete concilios debe hacer caer en la irrelevancia. 
Se niega así implícitamente el desarrollo homogéneo del dogma después de aquellos siete conciliosse imprime a la fe un movimiento retrógrado; y se da al problema ecuménico una solución más histórica que teológica.
Esta mentalidad por la cual la unidad debe conseguirse sintéticamente por recomposición de fragmentos axiológicamente (3) iguales (4), ha trastocado completamente la situación tradicional. 
La apelación hecha en la congregación LXXXIX del Concilio por el obispo de Estrasburgo para que “se evitase toda expresión alusiva al retorno de los hermanos separados”, se ha convertido en el axioma doctrinal y la directriz práctica del movimiento ecuménico.
Juan Pablo II, en este sentido, por ejemplo: "De todos modos, lo que ha salido a la luz, de modo convincente, es la profunda religiosidad de Lutero, que ardía de ansia abrasadora por el problema de la salvación eterna".
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La paralización de las conversiones
El padre Charles Bouyer, en OR del 9 de enero de 1975, con un artículo que choca con la tendencia del diario (3) en cuanto a la cuestión ecuménica y quedó sin resonancia alguna, revela las causas de tal recesión de conversiones, y las reconoce en el abandono generalizado por el mundo de la visión teotrópica (4), y también en la sugestión potente de la civitas hominis sobre la presente generación; pero acusa de ello explícitamente a la acción ecuménica. 
Se pretende que todas las Iglesias son iguales, o casi. Se condena el proselitismo (5), y para huir de él se evita la crítica de los errores y una clara exposición de la verdadera doctrina. Se aconseja a las diferentes confesiones conservar su identidad alegando una convergencia que se hará espontáneamente”. 
Aunque el autor atenúe su censura atribuyendo (con poca veracidad) dicha conducta especialmente a las confesiones separadas, realmente la argumentación invalida la sustancia del nuevo ecumenismos católico.
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La idea está desarrollada por Jean Guitton en el OR del 19 de noviembre de 1979. La diversidad (dice) es un bien, y nadie debe sacrificar nada. Pero es fácil oponer que hay diversidades constituidas por antítesis entre lo verdadero y lo falso, y que a veces existen en las religiones no cristianas errores que se deben sacrificar. De cualquier forma, según Guitton, el catolicismo no tiene nada que aportar de específico: sólo concurre para profundizar valores inmanentes a todas las experiencias religiosas
Por tanto, para un mahometano, convertirse significa ser cada vez más mahometano, para un judío ser más judío, para un budista ser más budista, etc. La renuncia a convertir (es decir, a hacer obra religiosa) se ha convertido en lugar común, y el llamamiento de la Iglesia Católica se evita como un deplorable proselitismo (1).
La novedad es evidente, y el decreto conciliar Ad gentes 1 sobre las misiones la fundamenta sobre el presente orden del mundo “ex quo nova exsurgit humanitis condijo”(2), si bien no abandona las fórmulas tradicionales que consideran las misiones como una “adhesión a la fe de Cristo”. La variación conduce, en línea teórica, a hacer superfluas las misiones. La novedad es coherente con todo el sistema de tendencial desaparición de la trascendencia específica de la Religión Católica.
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Pablo VI no ha despejado esa incertidumbre. En las citadas Conversaciones con Guitton, pp. 164-165, asegura: “No hay más que una Iglesia eje de convergencia; una sola Iglesia en la que todas las Iglesias deben reunirse”. Pero ¿cómo no ver que unirse en la Iglesia no es unirse a la Iglesia ya subsistente como unificante? Y cuando, concluida la parte de la fe, añade pero la caridad nos impulsa a respetar todas las libertades”, no aclara que ni conciencia ni libertad son autónomas, y que el catolicismo no es la religión de la libertad, sino de la verdad.
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Ahora bien, el titular del secretariado para las religiones no cristianas, en dos extensos artículos de OR, reduce las misiones a diálogo “no para convertir, sino para profundizar en la verdad”. 
En el OR del 15 de enero de 1971 se lee que “la Iglesia tiene necesidad, para crecer según el designio de Dios, de los valores contenidos en las religiones no cristianas”. 
La tesis no es nueva, e identifica el orden de la civilización con el de la religión, que conviene, sin embargo, distinguirTal afirmación implica que en el seno de las religiones no cristianas late el Cristianismo, y que basta profundizar en el Logos natural para encontrar el Logos sobrenatural del hombre-Dios y de la gracia. El Islamismo, por ejemplo, sería un germen de Cristianismo que debe ser hecho germinar y crecer (1). Al igual que en el ecumenismo para los cristianos separados, aquí tampoco se procede por acceso a la verdad cristiana, sino por explicitación y maduración de una verdad inmanente a todas las religiones. El decreto Ad gentes enseñaba que “todos los elementos de verdad y de gracia que es posible hallar entre los infieles por una cierta presencia secreta de Dios, una vez purgados de las escorias del mal, son restituidos a su autor, Cristo. Por lo cual todo el bien que se encuentra diseminado en el corazón y en la mente de los hombres o en las civilizaciones o en las religiones propias de ellos, no sólo no desaparece, sino que es sanado, elevado y llevado a su completitud”.
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La principal característica que se descubre en el sistema es su tendencia pelagiana. Pelagio no dejaba a salvo la trascendencia del Cristianismo, pues según él lo que salva no es la gracia (es decir: la especial comunicación que Dios hace de su propia realidad en la historia), sino la universal comunicación que Dios hace de sí mismo a las mentes mediante la luz de la racionalidad en la naturaleza
Por tanto se confunde el orden ideal con el orden real, la intuición de la idea con la presencia de lo real. La ordenación a los valores naturales, raíz de la civilización, es distinta de la ordenación a los valores sobrenaturales, raíz del Cristianismo; y no se puede ocultar el saltus de una a otra haciendo del Cristianismo algo inmanente a la religiosidad del género humano. Es imposible con la luz natural encontrar lo sobrenatural, que aunque injertado por Dios con un acto histórico especial en el fondo del espíritu, no proviene de dicho fondo (1).
La declaración conciliar Nostra Aetate 2 cita el célebre texto de San Juan Evangelista “luz que alumbra a todo hombre”, que constituiría el fondo de toda religión. Pero el Concilio no menciona lo que según Juan Pablo II es un misterio paralelo al de la Encarnación: esa luz ha sido rechazada por los hombres. Por tanto es imposible que constituya el fondo de todas las religiones (OR, 26-27 de diciembre de 1981). 
El Papa dice que la Navidad, además del misterio (en el cual se cree) del nacimiento del hombre-Dios, incluye también el misterio no resuelto de no haber sido acogido por el mundo y por los suyos. El Concilio no habla de luz sobrenatural, sino de “plenitud de luz”. El naturalismo que caracteriza los dos documentos, Ad gentes y Nostra aetate, es patente, incluso en la terminologíaal no parecer jamás el vocablo “sobrenatural”.
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Por el contrario, en el sistema de Mons. Rossano el Cristianismo, el Islamismo, el Budismo o el Hinduismo expresan correctamente la exigencia religiosa del hombre; todas son vehículos de salvación: “la alcanzan o pueden alcanzarla” (1); todas provienen inmediatamente de Dios, “que las ha hecho nacer”; no hay ni rastro del pecado original.
Aún va más allá el padre Rahner en OR, 10 de octubre de 1975: “no obstante su sobrenaturalidad y su carácter gratuito, la gracia puede ser considerada como algo que pertenece a la existencia del hombre”.
Es decir, lo plantean como una diferencia en el grado de perfección, entre la religión cristiana y el resto, pero que no es una diferencia de esencias o de especies.
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Sólo pocos decenios antes del Vaticano II, en su encíclica Mortalium animos (6.1.28)  «Acerca de cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa», el Papa Pío XI había expuesto y justificado por la fe el punto de vista de la Iglesia Católica sobre ese movimiento por la unión ecuménica e interreligiosa. La posición de Pío XI debería ser representativa de la de todos los Papas de esta época respecto de los movimientos por la paz y la unidad.
Pío XI menciona la aspiración de los pueblos a la unión y la unidad, que encuentra su expresión en los modernos «congresos de las religiones». Describe la composición de los asistentes a esos encuentros regulares: se invita «a la discusión a todos los hombres indistintamente, a los infieles de todas las categorías, a los fieles, y finalmente también a aquellos que desgraciadamente apostataron de Cristo o que niegan áspera y obstinadamente la divinidad de su naturaleza y su misión». Lo mismo podría decirse de los representantes de las «religiones» y «organizaciones mundiales» invitados a Asís. Pío XI juzga, sin embargo, las cosas de otro modo: «Tales esfuerzos no pueden contar, bajo ninguna circunstancia, con la aprobación de los católicos».
Pío XI menciona también las ideas y los motivos que dan lugar a la organización de congresos interreligiosos: puesto que hay muy pocos seres humanos que carezcan totalmente de algún tipo de sentimiento religioso, se piensa que «hay fundadas esperanzas en el sentido de lograr una especie de coincidencia o acuerdo sobre ciertos temas religiosos básicos. A pesar de la amplia divergencia de los conceptos religiosos que prevalecen entre los distintos pueblos, no se puede descartar la posibilidad de alcanzar un acuerdo fraternal sobre algunos principios básicos, los que podrían convertirse en el armazón o fundamento común de su vida espiritual».
Los participantes a tales congresos se apoyan sobre la opinión errónea de que «todas las religiones (de cualquier índole) son más o menos buenas y recomendables, en el sentido de que todas ellas revelan y traducen –aunque de manera bien diferente- el sentimiento natural e innato que nos lleva hacia Dios y nos inclina con respeto ante su supremacía».
Tales pensamientos fueron también expuestos para justificar el encuentro de oración en Asís. Pío XI dice al respecto: 
«Aquellos que comparten esa opinión no sólo son víctimas de error y autoengaño sino que, al deformar -y consecuentemente rechazar- la noción de la verdadera religión, se deslizan también paso a paso hacia el naturalismo y el ateísmo. Es evidente que aquellos que se adhieren sin reserva a tales ideas y aspiraciones, abandonan enteramente la religión divinamente revelada».
Pío XI piensa aquí en los «congresos de religiones», es decir en «discusiones» y no en actos de culto interreligioso.
La práctica de un culto interreligioso, que en la Iglesia postconciliar va mucho más lejos que aquellos «congresos», y más aún el hecho de que el mismo Papa organice tales cultos, estaba más allá de lo que Pío XI pudiera haberse imaginado
Es indiscutible que la actitud postconciliar de la Iglesia hacia las religiones no cristianas representa una ruptura radical con la Tradición.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES DEL CONSEJO DE LA IGLESIA EVANGÉLICA DE ALEMANIA
Museo de la catedral de Maguncia. Lunes 17 de noviembre de 1980
“Recuerdo en este momento a Martín Lutero que en 1510-1511, como peregrino, pero también buscando y preguntando, llegó a Roma, a las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles. Hoy vengo yo a ustedes, a los herederos espirituales de Martín Lutero; vengo como peregrino(1). Vengo para dar, en un mundo cambiado, un signo de la unidad en los misterios centrales de nuestra fe (2). “Nos alegramos no sólo de poder descubrir un consenso parcial en algunas verdades, sino una concordancia en las verdades centrales y fundamentales.
DISCURSO de JUAN PABLO II EN EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE LA IGLESIA NACIONAL DANESA
En la residencia del obispo luterano de Roskilde, martes 6 de junio 1989
Los resultados de su excomunión han producido heridas profundas que después de 450 años no han cicatrizado todavía y que tampoco pueden curarse mediante un acto jurídico (4). Después de que la Iglesia católica ha comprendido que la excomunión termina con la muerte de cada hombre (5), este tipo de procedimiento se ve como medida que afecta a alguien mientras vive. 
Hoy, ante todo, necesitamos una valoración nueva y común de muchos interrogantes que han surgido de Lutero y de su mensaje,(6). Por este motivo he podido afirmar en el curso del 500 aniversario del nacimiento de Martín Lutero: “En la práctica, los esfuerzos científicos de los investigadores evangélicos y de los católicos, que han logrado resultados excelentes, han conducido a un panorama pleno y diferenciado de la personalidad de Lutero y a una complicada conexión de los acontecimientos históricos en la sociedad, en la política y en la Iglesia de la primera mitad del siglo XVI. De todos modos, lo que ha salido a la luz de modo convincente es la profunda religiosidad de Lutero (7), que ardía de ansia abrasadora por el problema del la salvación eterna” (Carta al cardenal Willebrands, 31 de octubre, 1983: A AS 77, 1985, págs. 716-717).
Algunas peticiones de Lutero relativas a una reforma y a una renovación han hallado eco en los católicos desde diversos puntos de vista (8):
El deseo de escuchar nuevamente la palabra del Evangelio, y de convencerse de su veracidad que animaba también a Lutero (9)debe guiarnos a buscar el bien en los otros, a perdonar, a renunciar a visiones que están en contraste o son enemigas de la fe (10)
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Añadí una nota en su momento respecto a esta afirmación (5). Me pregunto si rige esto también para los seguidores de Monseñor Lefebvre. Éste falleció en 1991, pero Juan Pablo II no levantó las excomuniones a los obispos por él ordenados, a pesar de que, en 1989, manifestó que las excomuniones terminaban con la muerte.
El 31 de octubre de 1999, representantes de  la Iglesia Católica y de la Federación Luterana Mundial firmaron  la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación. Cuando se le preguntó si los católicos ahora pueden decir que los individuos están justificados por la sola fe, Jeffrey Cruz, portavoz de la Conferencia Nacional de Obispos, dijo: Sí, de hecho, el texto de la declaración lo dice muy claramente”.
Los firmantes de la Declaración Conjunta quisieron resaltar que las condenas del Concilio de Trento ya no estaban en vigor. De hecho, la Declaración Conjunta contiene tres secciones que indican exactamente esto.
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Añado unas declaraciones del mismo cardenal (me refiero al “super-ortodoxo” Muller) el 11 de octubre de 2011, en un discurso en homenaje al “obispo” protestante Johannes Friedrich en Baviera:
"El bautismo es el signo fundamental que nos une sacramentalmente en Cristo, y que nos constituye como la única Iglesia ante el mundo. Por tanto, nosotros, los cristianos, católicos y evangélicos ya estamos unidos, incluso en lo que llamamos la Iglesia visible. Estrictamente hablando, no hay varias iglesias, una al lado de la otra. Más bien, son divisiones y separaciones en un solo pueblo y en la casa de Dios".
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Hace unos días Kasper se refería a Juan Pablo II para justificar que se diese la comunión a los protestantes. Lo peor de todo es que el tiro no era al aire.
Mientras tanto, dos encíclicas de Juan Pablo II “Ut unum sint” y “Ecclesia de Eucharistía” han formulado una posición más avanzada que puede ser la norma interpretativa correcta del Concilio Vaticano II.
En concreto, se refiere a los puntos 45 y 46 de la segunda, que dicen:
45. Si en ningún caso es legítima la concelebración, si falta la plena comunión, no ocurre lo mismo con respecto a la administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a Iglesias o a Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. En efecto, en este caso el objetivo es satisfacer una grave necesidad espiritual para la salvación eterna de los fieles, singularmente considerados, pero no realizar una intercomunión, que no es posible mientras no se hayan restablecido del todo los vínculos visibles de la comunión eclesial.
46. En la Encíclica Ut unum sint, yo mismo he manifestado aprecio por esta normativaque permite atender a la salvación de las almas con el discernimiento oportuno: « Es motivo de alegría recordar que los ministros católicos pueden, en determinados casos particulares, administrar los sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia, de la Unción de enfermos a otros cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, pero que desean vivamente recibirlos, los piden libremente, y manifiestan la fe que la Iglesia católica confiesa en estos Sacramentos. Recíprocamente, en determinados casos y por circunstancias particulares, también los católicos pueden solicitar los mismos Sacramentos a los ministros de aquellas Iglesias en que sean válidos ».(97)
Capitán Ryder
P.D1: Respecto a los deseos del autor sobre el beso al Corán siento decepcionarle. Eso, o habrá que pensar que la bendición del descendiente de Toro Sentado también fue sin querer. Ahí estaba, supongo que, “forzado por las circunstancias”, recibiendo el “espíritu de Manitu”.
P.D2: Recomiendo especialmente el artículo “imágenes ecuménicas” donde queda bastante claro que este tipo de “gestos” han sido la norma y no la excepción. En la segunda, Pablo Vi entrega el anillo de pescador al anglicano Ramsey, pero sin promover el indeferentismo ni nada.