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jueves, 21 de junio de 2018

Instrumentum laboris del Sínodo de la Juventud … de 1968 (Carlos Esteban)



El larguísimo Instrumentum laboris del Sínodo de la Juventud parece confirmar lo que se vio en las sesiones preparatorias: esta juventud es la de 1968.

Tras la aparición del Instrumentum laboris del Sínodo de la Juventud sentimos un inmediato ‘déjà vu’ con respecto a las sesiones preparatorias y su documento final. Se suponía, y se supone, que no se trata solo ni principalmente de dirigirse a los jóvenes sino de escucharles, y en aquella ocasión ya leímos quejas y acusaciones de amaño, desde la selección de los jóvenes que debían ser escuchados hasta la omisión de opiniones que no casaban con lo que es difícil no considerar la ‘visión preestablecida’. Se llegó a acusar al texto de incluir como demandas de los jóvenes alguna que ni siquiera se mencionó en debate alguno.

Hemos hablado ya antes, tomando palabras de Vittorio Messori, del riesgo de una ‘Iglesia líquida’, de una doctrina en constante evolución, y una evolución guiada, por lo demás, por el más que cambiante espíritu de los tiempos. Pero no todo es líquido en el esbozo de la nueva Iglesia que empieza a desplegarse ante nuestros perplejos ojos; por ejemplo, la juventud es totalmente sólida.

Tan sólida, de hecho, que apenas ha cambiado sino imperceptiblemente desde 1968, usa el mismo lenguaje en general y tiene los mismos anhelos, idénticas quejas, iguales reivindicaciones. Se parece, en fin, como una gota a otra a la juventud de quienes, precisamente, hoy septuagenarios, copan los puestos de autoridad dentro de la Iglesia.

Es curioso que sea en un texto sobre los jóvenes, y recogido a partir de la voz de los jóvenes, el que resulte tan escaso de novedad que cualquier autor maduro podría elaborarlo en un par de tardes sin consultar con nadie de menos de 50. Así, que haya jóvenes que “no comparten las enseñanzas de la Iglesia sobre cuestiones polémicas, como la contracepción, el aborto, la homosexualidad, convivencia, matrimonio”, nos hace viajar hacia atrás en el tiempo, al Mayo Francés o al primer día del Postconcilio. Carlos Gardel se quedaba corto en su tango: no ya veinte años; medio siglo no es nada. Todo sigue igual.

Tampoco puede considerarse novedoso el hincapié sobre toda la temática LGTBI, que se cita así: “Algunos jóvenes LGBT, a través de diversas contribuciones llegadas a la Secretaría del Sínodo, desean beneficiarse de una mayor cercanía y experimentar una mayor atención por parte de la Iglesia, mientras algunas conferencias episcoles se preguntan qué proponer a los jóvenes que en lugar de formar parejas heterosexuales deciden constituir parejas homosexuales y, sobre todo, desean estar cerca de la Iglesia”. ¿Les suena? ¿A que podría haberlo escrito el mediático jesuita Padre James Martin, ya más cercano a los 60 que a los 50?

Si el Instrumentum laboris no estaba ya redactado hasta la última coma antes de que se consultara a un solo católico de menos de 40, llama la atención que se ajuste tan milimétricamente a dos realidades ajenas: la opinión de la juventud de quienes hoy peinan canas, cuando queda algo que peinar, y el proyecto que hace tiempo se dibuja, entre estampidas de caballo y paradas de burro, más por gestos que por palabras y estas, tan ambiguas como sea posible, como plantilla para la ‘renovación’ prometida de la Iglesia.

Personalmente siempre he pensado que lo más irritante, si no lo peor, de los modernos regímenes autoritarios es ese prurito de presentar sus decretos inapelables como la voz del pueblo, rodeándolos de un engorroso aparato de simulado consenso. Consultar a la juventud puede tener sus ventajas; enseñarle con autoridad las tiene sin duda. Pero ponerla como coartada para imponer un modelo que hace tiempo se ha diseñado, la verdad, apesta.

Carlos Esteban