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viernes, 5 de octubre de 2018

El Papa se emociona al dar la bienvenida a dos obispos nombrados por el Partido Comunista Chino (Carlos Esteban)



Al Papa se le quebró la voz de emoción al presentar en su homilía inaugural del Sínodo de los Jovenes a dos obispos chinos, fruto del acuerdo ‘provisional’ con el gobierno comunista. No fue un buen auspicio.

En las palabras que dirigió al Sínodo de los Jóvenes el miércoles con motivo de la misa inaugural, el Papa Francisco, visiblemente emocionado, mencionó a los dos obispos chinos presentes, primicia histórica, Joseph Guo Jincai, de la nueva diócesis de Chengde, y John Baptist Yang Xiao-ting, ordinario de Yan’an, de quienes dijo que “la comunión del episcopado entero es aún más visible gracias a su presencia”.

Olvidó mencionar, sin duda por falta de tiempo, que ambos han sido nombrados por el Partido Comunista Chino, que mantiene desde que gobierna una feroz persecución contra los católicos chinos, que pertenecían hasta el reciente acuerdo con Pekín a una Iglesia cismática y que como tales estaban excomulgados y que, al menos en el caso de Guo Jincai, ha sido diputado del 13º Congreso Popular Nacional.

Ambos figuran entre los obispos que, tras anunciar Roma el acuerdo provisional, hicieron pública profesión colectiva de fidelidad al Gobierno chino y al proyecto socialista.

Quizá sea la nueva influencia de la China comunista lo que ha llevado a que en este sínodo, a diferencia de los anteriores, las discusiones no sean públicas y abiertas mi la Oficina de Prensa de la Santa Sede vaya a publicar cada día qué ha dicho quién. Que esto vaya a convertir un sínodo ya de por sí bastante controvertido en una máquina de rumores está cantado.

No, no ha sido un comienzo muy distinto al que muchos esperábamos. Más sorprendente nos parecía que hubiera sido invitado al sínodo Robert Cardenal Sarah como miembro de la Comisión de Información, pero ha declinado por “motivos personales”. En su lugar se ha elegido a otro cardenal africano, Wilfrid Napier, Arzobispo de Durban, en Sudáfrica.

Napier se ajusta más al papel de lo que, visto lo visto, se espera del sínodo. Considerado ‘conservador’ con Benedicto XVI, ha sabido adaptarse con velocidad meteórica y entusiasmo inesperado a los nuevos aires de renovación. Esta misma semana publicaba en un la red social Twitter un par de comentarios reveladores del cambio, en respuesta a las fotos publicadas en la misma red por el Arzobispo de Miami, Thomas Wenski, de una misa celebrada en la forma extraordinaria.

Comentaba Napier: “Ver esas fotos me recuerda a mi infancia hace 70 años. Era una época en la que existía un universo entre el Clero, especialmente los obispos, y los fieles laicos. Se le podría llamar la era del clericalismo supremo. Para mí es un recordatorio de lo que nunca debemos volver a ser”.

En su homilía, el Papa pidió a los obispos que no temieran a expresar libremente sus opiniones lo que, quizá también por influencia china, nos ha recordado la política de Mao de “Que Florezcan Mil Flores”, cuando se animó a los intelectuales que expresaran sus críticas en completa libertad para así identificar y eliminar a los críticos. Sinceramente, el historial de nombramientos y ceses fulminantes de Francisco en estos cinco años anima a servirse de la ‘parresia’ o fraternal libertad de expresión con mucha moderación.

Habló mucho, repetidamente, de la necesidad de que los obispos ‘escuchen’ a los fieles, insistiendo en lo que la infinita multiplicidad de las experiencias humanas tiene que enseñarnos a todos. Imaginamos que se refiere a una escucha activa, que genere una respuesta, y no la insólita ‘escucha’ que ha mostrado él mismo a los cardenales redactores de los Dubia o a los fieles firmantes de la Correctio Filialis.

O al Arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, que sigue insistiendo en que no se usen las siglas LGBTI en los documentos eclesiales. Chaput, que pidió en su día que se pospusiese el sínodo en vista de la profunda crisis de abusos que vive la Iglesia, argumento que ésta no puede categorizar a la gente “por sus apetitos sexuales”.

Pidió el Pontífice, como es su costumbre, espíritu de discernimiento que, dijo, “no es un slogan, una técnica o una moda de este pontificado”. Y era, hasta ahora, cierto que el lenguaje usado por la Iglesia se ha mantenido siempre muy alejado de los esloganes al uso, aunque eso parece haber cambiado.

En la misma homilía, por ejemplo, ha dicho que espera que los frutos pastorales de este sínodo “planten sueños, susicten profecías y visiones, permitan florecer la esperanza, inspiren confianza, venden heridas y tejan relaciones”, todo lo cual es, en mi limitada experiencia, lo más parecido a una retahíla de lemas de márketing que he oído en boca de un Vicario de Cristo.

Ya dijimos ayer que pidió que la esperanza destruya la lógica del “esto siempre se ha hecho así”, aunque nos tememos que se refiera a cómo se hacían las cosas en una época que los jóvenes -y muchos adultos bastante adultos- no han llegado a conocer y que, de hecho, se pretende avanzar por el mismo camino que inició la Iglesia con el Concilio Vaticano II, es decir, a hacer lo que se lleva haciendo desde hace medio siglo, pero más.

De hecho tuvo una referencia al Papa iniciador del concilio, Juan XXIII, al denostar, como él, a los “profetas de desgracias”. Es curioso, porque el Papa Juan se refería en tal ocasión a quienes no compartían su visión optimista de que la apertura de la Iglesia iba a provocar una ‘primavera’ eclesial esplendorosa. Y no es por ponernos del lado de los ‘profetas de desgracias’, pero en este caso parece que algo de razón tenían, si miramos un poco los números y comparamos la práctica católica entonces con la de ahora.

Hay una cosa, al menos, que hay pocas esperanzas de que los jóvenes obtengan de este sínodo: certezas. Ya hemos dicho otras veces que si la doctrina católica ha sido comparada a lo largo de la historia como una roca, invariable en sus certidumbres con independencia de las modas ideológicas del mundo, hoy se lleva más la ‘doctrina fluida’. En palabras del Santo Padre, hablando del ‘diálogo’ que debía ser eje del sínodo, su primer fruto es que “todo el mundo está abierto a la novedad, a cambiar de opinión, gracias a lo que hemos oído a los otros”.

Y solo llevamos dos días.

Carlos Esteban