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martes, 20 de septiembre de 2016

Francisco inventa la octava obra de misericordia ¡Esto es ya el colmo! (Christopher A. Ferrara)



Después de más de tres años de este estrambótico pontificado una cosa salta a la vista de cualquier observador informado y objetivo: el «padre Bergoglio» — como se hace llamar mientras se dedica a minar la doctrina católica por teléfono— abusa del ministerio papal, como ningún otro Papa lo ha hecho antes al hacer de sus ideas personales un precepto vinculante dentro de la Iglesia.

  • Explaya sobre cuanto se le ocurre de manera incesante, al parecer en espera de que todo católico creyente acepte sus opiniones como si fuesen enseñanzas auténticas de la Iglesia:
  • permitir el acceso «en ciertos casos» a la sagrada comunión a personas viviendo en adulterio;
  • recibir con los brazos abiertos el ambientalismo, la histeria del «cambio climático» y las «metas del desarrollo sostenible» de las Naciones Unidas;
  • el blanqueo absurdo del islam, la llamada a la inmigración de musulmanes sin restricción alguna y la escandalosa equiparación moral entre el terrorismo islamista y un «fundamentalismo» católico;
  • declarar permisible el uso de anticonceptivos para combatir el Zika;
  • calificar a mujeres que han padecido más de un alumbramientos por cesárea como madres irresponsables que tientan a Dios al reproducirse como «conejos»;
  • declarar que toda persona bautizada pertenece a la misma Iglesia que los católicos;
  • desvalorar la definición del dogma de la transubstanciación a una «interpretación» colocándolo al mismo nivel que la herejía luterana;
  • censurar de la pena de muerte como inmoral per se;
  • la descripción de la Virgen María como resentida porque Dios la «engañó» acerca de la realeza de su hijo;
  • la descripción de Jesús como un patrañero que solo pretendía estar molesto con sus discípulos, y como un joven temerario que se vio obligado a pedir perdón a José y a María por «su correría» en la sinagoga mientras ellos lo buscaban;
En fin, una lista interminable que se ensancha a diario.

¿Y cuál es la novedad ridícula de esta semana? Se le ha puesto a Francisco que debe haber ocho obras corporales de misericordia y ocho obras de misericordia espirituales en vez de las siete reconocidas. Esta «octava obra de misericordia», a la vez corporal y espiritual, según él, es el «cuidado de nuestra casa común», el medio ambiente en otras palabras. Así lo declara Francisco en su Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación, citándose a sí mismo como la única autoridad en el asunto (según es su costumbre):

La vida cristiana incluye la práctica de las tradicionales obras de misericordia corporales y espirituales . «Solemos pensar en las obras de misericordia de una en una, y en cuanto ligadas a una obra: hospitales para los enfermos, comedores para los que tienen hambre, hospederías para los que están en situación de calle, escuelas para los que tienen que educarse, el confesionario y la dirección espiritual para el que necesita consejo y perdón… Pero, si las miramos en conjunto, el mensaje es que el objeto de la misericordia es la vida humana misma y en su totalidad»

Obviamente «la misma vida humana en su totalidad» incluye el cuidado de la casa común. Por lo tanto, me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de «la contemplación agradecida del mundo» (Laudatio Si, 214) que «nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir» (ibíd., 85). Como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita «simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo […] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» (ibíd., 230-231).

¿A quién mostramos misericordia espiritual durante «la contemplación agradecida del mundo»? Obviamente a nadie. Calificar la contemplación de las entidades físicas del mundo creado como una obra espiritual de misericordia es una tontería. Proponer tal cosa como una octava obra de misericordia corporal es una sandez congénere ya que no está dirigida a una persona en particular y no prescribe ninguna obra corporal específica.

En otro párrafo del mismo documento, sin embargo, Francisco —citándose a sí mismo una vez más—propone la ridícula idea de que «El examen de conciencia, el arrepentimiento y la confesión al Padre, rico en misericordia, nos conducen a un firme propósito de cambio de vida. Y esto debe traducirse en actitudes y comportamientos concretos más respetuosos con la creación; como, por ejemplo, hacer un uso prudente del plástico y del papel, no desperdiciar el agua, la comida y la energía eléctrica, diferenciar los residuos, tratar con cuidado a los otros seres vivos, utilizar el transporte público y compartir el mismo vehículo entre varias personas, entre otras cosas» (Laudato SI, 211).

Aparentemente, Francisco considera no adoptar prácticas «verdes» como un pecado mortal que requiere absolución y un cambio de vida. Esta postura se nos presenta en marcado contraste con la opinión acerca de personas que, incluso como lo enseña el nuevo catecismo, se encuentran viviendo «en una situación pública y permanente de adulterio» en supuestas «segundas nupcias» después de un divorcio. Francisco ha trabajado incansablemente por admitir a estos católicos descarriados al confesionario y a la sagrada Eucaristía sin ningún propósito de enmienda. No obstante, los católicos que desatiendan el cuidado de «nuestra casa común» aparentemente, según Francisco, no podrán recibir la absolución a menos que enmienden su camino «haciéndose verdes».

Imagínese usted lo que ocurriría si los católicos tomáramos en serio esta noción. Una confesión según los imperativos del ambientalismo podría ser algo rezar más o menos así:

Bendígame Padre porque he pecado. Mi última confesión fue hace un mes. Compre agua en botellas de plástico al menos en seis ocasiones. Usé utensilios de plástico y platos de cartón durante el día de campo familiar la semana pasada. En una ocasión use un rollo entero de toallas de papel para limpiar un derrame en el piso. Muchas veces he descartado plástico y vidrio en el cesto de los desperdicios regulares. En varias ocasiones dejé correr el agua mientras limpiaba la cocina. Me he llevado el auto a la tienda de abarrotes cada semana cuando podía haber utilizado el autobús. En otra ocasión deje las luces encendidas por la noche mientras salí de paseo. La semana pasada tiré unas sobras de lasaña, y aún no he plantado un árbol.

La vergüenza que causa este pontificado ha alcanzado niveles intolerables, incluso para comentaristas Novus Ordo de corriente conservadora de primer orden. En su favor, vale decir que su honestidad intelectual obliga a un creciente número de ellos a decir públicamente ¡Basta ya!

Philip Lawler, por ejemplo, acaba de publicar un artículo intitulado “Las impactantes declaraciones del Papa acerca del medio ambiente” en el cual se queja: «El papa Francisco frecuentemente me causa sorpresa, confusión o consternación, más nada de lo que ha dicho y hecho durante su pontificado, hasta hoy, me ha escandalizado tanto como su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación».

Lawler repetidas veces hace un esfuerzo lastimoso para reiterar que no se trata de una falta de respeto por la creación Divina, sino el hecho que «Francisco ha agregado a la lista tradicional de obras corporales y espirituales de misericordia. A menos que simplemente ignoremos sus declaraciones, la juventud católica de generaciones futuras recibirá enseñanzas que incluirán “ocho” obras en cada categoría. Junto a darle de comer al hambriento y vistiendo al necesitado encontraremos el cuidado del medio ambiente. Junto a enseñar al ignorante y prevenir al pecador habrá… qué exactamente, ¿el cuidado del medio ambiente? No es fácil enmendar un cambio de ese tipo».

Lawler advierte que Francisco «no está realizando ajustes orgánicos, sino que está introduciendo cuestiones —actos benévolos ciertamente— en categorías a las cuales no pertenecen. Cuando el Papa recomienda apagar luces innecesarias, por ejemplo, esta es indiscutiblemente una sugerencia positiva, es algo bueno en sí, mas ese acto no [el énfasis es suyo] constituye una obra de misericordia en el sentido en el que se entiende ese término. La obra de misericordia —tal y como la entendíamos hasta el día de ayer— tiene siempre como sujeto y objeto a un ser humano … En las nuevas obras que propone el papa Francisco el objeto es nuestro entorno natural y no un alma humana».

Es más, la petición por parte del Papa de «apagar las luces, compartir automóviles y separar el papel y los plásticos… parece estar por debajo de la dignidad de un Pontífice. El verdadero peligro consiste en que al descender a esa especie de especificidad prosaica el Papa diluye la autoridad de las enseñanzas a su cargo… ».

Yo diría que es más que un peligro. Esa autoridad ya se ha diluido de manera drástica, desde hace tiempo la continuidad de la enseñanza milenaria pontificia acerca de la moral y la fe se deslíe y se entremezcla casi diariamente con lo que Antonio Socci apropiadamente llama «bergoglianismos».

Siguiendo esa misma línea, Jeff Mirus, citando el mismo artículo de Lawler, ha publicado uno propio, con el mordaz título Razones que impiden que el cuidado por el medio ambiente sea incluido en la «lista de obras de misericordia». Una obra de misericordia, señala Mirus, está siempre dirigida a un alma en particular cuya necesidad presenciamos. La innovación de Francisco «inevitablemente desplaza nuestra atención de la persona a su medio ambiente [el énfasis es suyo]».

Mirus correctamente advierte que al exigir prácticas «verdes» como si fuesen «obras de misericordia» Francisco corre el riesgo de someter a los fieles a principios políticos que no tiene derecho a imponer sobre ellos.

Existe, asimismo, el grave peligro de eclipsar el carácter eminentemente personal de estas obras al incluir asuntos cuya naturaleza misma requiere una política social prudencial para lograr el bien común. No es posible exagerar este peligro. Es precisamente aquí donde lo personal desemboca en lo político y lo político desemboca en lo burocrático … Debemos resaltar aquí dos aspectos. Primeramente, hay un contraste marcado entre una obra de misericordia y el medio ambiente, acerca de este último dos personas de buena voluntad pueden estar diametralmente en desacuerdo sin carecer de misericordia. En segundo plano, el magisterio de la Iglesia no es competente para llegar a ninguna determinación práctica que por si sola pueda dar forma a una respuesta comunitaria apropiada acerca del medio ambiente. Lo que inevitablemente ocurrirá, por lo tanto, es que normas específicas quedaran identificadas como la postura “oficial” de la Iglesia, y estas mismas normas se harán pasar por las obras de misericordia que todos estarán llamados a “hacer”.

Mirus también advierte en un artículo relacionado publicado el día anterior: «Será extraordinariamente difícil para la cristiandad evitar el avance de la secularización si existe la percepción de que sus propios líderes espirituales los inducen a aunarse a causas mundanas potentes que de por si ya reciben un impulso sumamente amplio».

Todo lo cual es acertado, el acoplamiento de la Iglesia a la discutible política ambientalista de los gobiernos seculares y a las absolutamente inmorales Metas para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que aconsejan «acceso universal a la salud sexual y reproductiva», es precisamente el resultado que exige Francisco, y así lo declara en su mensaje:

La protección de la casa común necesita un creciente consenso político. En este sentido, es motivo de satisfacción que en septiembre de 2015 los países del mundo hayan adoptado los Objetivos del Desarrollo Sostenible, y que, en diciembre de 2015, hayan aprobado el Acuerdo de París sobre los cambios climáticos, que marca el costoso, pero fundamental objetivo de frenar el aumento de la temperatura global. Ahora los gobiernos tienen el deber de respetar los compromisos que han asumido, mientras las empresas deben hacer responsablemente su parte, y corresponde a los ciudadanos exigir que esto se realice, es más, que se mire a objetivos cada vez más ambiciosos.

El último pie del artículo de Mirus difícilmente podría ser más revelador: «He aquí el camino hacia la locura». Mas no hay necesidad alguna de circunscribirnos a una sugerencia velada. Podemos afirmar abiertamente que cualquier observador honesto con un sensus catholicus está ya convencido de que este pontificado carece de cordura. Sólo Dios sabe cómo terminará esto. Mientras tanto, solo nos queda esperar y rogar por una liberación de esta creciente insensatez.

Christopher A. Ferrara