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miércoles, 6 de diciembre de 2017

MOMENTO CRÍTICO. Reza para que la tormenta se calme (Michael Voris)




Este Vortex viene a usted en vivo desde la sede de Church Militant.com aquí en Detroit, siguiendo nuestras noticias de última hora del fin de semana, con respecto a la declaración de que la interpretación de Amoris Laetitia de los obispos argentinos debe ser tratada como “Magisterio auténtico”. La noticia es, por supuesto, extremadamente preocupante para muchos católicos: eruditos, teólogos, canonistas, clérigos, así como para los católicos de todos los días en las bancas.

Duración 7:49 minutos

Pero ciertamente nos gustaría abordar esto en un nivel diferente. Lo que ha provocado este extremo momento crítico es el desafío subyacente a la Fe. Si bien esto puede parecer una crisis con respecto al papado, quisiéramos señalar algo aún más crítico. Cualesquiera que sean los aspectos perturbadores y preocupantes de esto que involucra al papado y las enseñanzas de la Iglesia, el Espíritu Santo lo guiará y lo protegerá como siempre lo ha hecho.

Lo que, sin embargo, es aún más crítico, es que todo esto es el resultado de una pérdida de la creencia en la Presencia Real de Nuestro Bendito Señor en la Eucaristía. Con tantos clérigos y miembros de la jerarquía tan ansiosos por distribuir la Sagrada Comunión a aquellos en un estado objetivo de pecado mortal bajo la apariencia de “misericordia”, hay un problema mucho más apremiante. De hecho, puede ser que al proteger a la Iglesia y salvaguardar el Depósito de la Fe, el mismo Espíritu Santo haya permitido que se alcance este momento de crisis, parte de la Divina Providencia.

La lenta degradación de la creencia en la Presencia Real en las últimas décadas es el resultado directo de la pérdida de la fe sobrenatural por parte de los miembros de la jerarquía. La abrumadora mayoría de los laicos ya no cree en la presencia real. Esto no puede ser una sorpresa cuando uno se detiene y toma en cuenta la enorme cantidad de abusos, sacrilegios y errores en cuanto a la liturgia, que se han convertido en algo muy común en la Iglesia.

Desde voltear los altares para mirar de frente a la gente, hasta la remoción del tabernáculo del centro del santuario, la recepción de la Sagrada Comunión en la mano, la disminución de las procesiones eucarísticas y la casi ignorada oración de Adoración, hasta la lamentable falta de una catequesis que haga énfasis en la Presencia Real, la concesión de la recepción de la comunión de notorios pecadores públicos como los llamados políticos “católicos” pro-aborto, la actual promoción de la “Comunión compartida” con las congregaciones protestantes que rechazan la Realidad Divina para apoyar la idea de que el Santísimo Sacramento es “Pan para el viaje” para aquellos en pecado mortal que nunca puede serlo.

Todo esto y mucho más, paso a paso, ha servido para erosionar la Fe en la Presencia Real. Y ahora hemos llegado, tal vez afortunadamente, a un momento de decisión en el cual la Iglesia debe dar un paso adelante y, con una fuerte declaración de fe, afirmar una vez más en los términos más claros, contundentes y sin ambigüedades la Verdad Divina de que Jesucristo, el Logos Eterno, la Segunda Persona encarnada de la Santísima Trinidad, está presente real y sustancialmente, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo la apariencia de pan y vino.

Durante 50 años, muchísimos miembros de la jerarquía y el clero han permitido que la creencia disminuya debido a sus acciones en apoyo a los abusos en la liturgia que se centra en la presencia real. Hemos llegado a esta crisis precisamente porque la crisis subyacente, aún más apremiante, es que la gran mayoría de los miembros del cuerpo de Cristo ahora rechazan o son indiferentes al verdadero Cuerpo de Cristo en nuestros altares y en nuestros tabernáculos. Esto ha sido provocado por la falta de Fe en la Presencia Real entre los miembros de la jerarquía.

Han convertido a la Iglesia en un centro gigante de recursos de justicia social y han echado el Santísimo Sacramento a un lado. Han dirigido la atención de los fieles hacia los caprichos del hombre y han apartado la mirada de los fieles de lo Divino, y ahora se acerca la consecuencia natural de traicionar la Fe. La Iglesia se está reduciendo drásticamente por la razón de que la fuente y cumbre de la Fe, la Presencia Real de Nuestro Bendito Señor, ha sido descuidada, reemplazada por una liturgia centrada en el hombre, una catequesis protestantizada de “siéntete bien” centrada en el hombre, una pobre formación de seminaristas, una rebelión entre religiosos y una gran apostasía entre los fieles.

Los católicos comprometidos y fieles han estado creciendo en preocupación y deseo correspondiente de que el Cielo intervenga y corrija el rumbo. Lo que ahora estamos presenciando llegando a un punto crítico podría ser el comienzo de esa corrección Divina. En siglos pasados, a medida que la herejía y la crisis azotaban a la Iglesia, las cosas siempre llegaban a un punto crítico y ese momento crítico se convirtió en la oportunidad para restablecer la cordura espiritual. La Iglesia no está descarrilada, eso no es posible, pero muchos de sus líderes sí lo están.

En respuesta a todo esto, nos gustaría hacer un llamamiento para que cada católico que escuche esto, o que hable con otros acerca de esto, haga todo lo posible, como lo permitan sus compromisos diarios, para ponerse delante de Nuestro Bendito Señor en una capilla de adoración o delante de Él en el tabernáculo lo más pronto posible y orar con toda seriedad para que Él se despierte en la barca y calme la tormenta.

Sin embargo, el calmar la tormenta es decisión del Cielo. Pero es crítico que aquellos que creen en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía se pongan delante de Él lo más pronto posible y le supliquen que intervenga. Él está allí esperando que lo llames para que interceda.

Esta crisis puede convertirse en un poderoso momento de intercesión por el cual, una vez más, Nuestro Bendito Señor demuestra Su fuerza y poder.

No le digas qué hacer o cómo hacerlo. Simplemente, suplica ante Él. Este llamamiento en medio de la tormenta no será recibido con la respuesta “hombres de poca fe”. En cambio, será respondido con las dulces palabras: “Tu fe te ha salvado”.
Michael Voris