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domingo, 4 de enero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (1) [Fe y frutos]

"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 68-69).


Todos sabemos que esto es así: "Ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Heb 4, 12). Y, sin embargo, nos encontramos con una enorme cantidad de personas que se están apartando de Jesús y, por lo tanto, de su salvación eterna. Reina una gran confusión en el seno de la Iglesia Jerárquica, la cual se transmite también a los fieles: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Zac 13, 7; Mt 26, 31).

El mal avanza, cada vez más aceleradamente y, aunque hay una solución para vencerlo: "vence el mal con el bien" (Rom 12, 21), se requiere elegir el camino de la cruz y de la senda estrecha; y son muy pocos los que están dispuestos a ello. ¿Por qué? La causa principal es la apostasía generalizada, a nivel mundial. Se ha perdido la fe en Dios, y "sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que premia a los que le buscan" (Heb 11,6). En palabras del apóstol Juan: "¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5, 5). Pero, ¿cuántos están por la labor? Y, sin embargo, no hay otra solución posible: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4); una "fe que actúa por la caridad" (Gal 5, 2): ésta autentifica que la fe es verdadera y no un mero sentimiento.

Aunque podríamos preguntarnos, con san Pablo: "¿Cómo creerán en Aquél a quien no han oído? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" ( Rom 10, 14-15). De aquí la urgencia y la necesidad de sacerdotes santos que tiene el pueblo cristiano en la actualidad porque, pese a que todavía haya quienes hablen de "primavera de la Iglesia", lo cierto y verdad es que es un "invierno eclesial" lo que la domina.

Lo peor de todo es que se está utilizando la propia palabra divina por algunos falsos pastores que pasan ante todos como auténticos, cuando son, en verdad, "lobos rapaces disfrazados de ovejas" (Mt 7, 15). Por eso San Pedro nos advierte: "Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar" (1 Pet 5, 8). El cristiano tiene que vivir en permanente vigilancia si no quiere perder la fe. Porque, además, los enemigos se encuentran en la propia Iglesia, "intrusos, falsos hermanos, que en secreto se han infiltrado para espiar la libertad que tenemos, con el fin de someternos a esclavitud" (Gal 2, 4).

"En la cátedra de Moisés -decía Jesús- se han sentado los escribas y los fariseos. Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis según sus obras; porque ellos dicen y no hacen" (Mt 23, 2-3). El problema en la actualidad es aún mayor, porque ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos digan algunos de los que están sentados en la cátedra, es decir, de algunos pastores, que aparentan serlo, pero que no lo son realmente: ¿cómo podemos hacer, entonces, lo que nos digan? Sería un suicidio, pues actuaríamos contra la voluntad de Dios. Pero claro: necesitamos alguna regla segura para averiguar si estamos o no ante un falso pastor. Esa regla, que es de sentido común, nos la dio Jesús: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). 



¿En qué tipo de frutos piensa el Señor?Escuchemos sus propias palabras: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 6). "En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15, 8). Por lo tanto, el fruto que Dios espera de nosotros es que permanezcamos unidos a Jesucristo¿Y cómo sabemos que permanecemos en Él? 
Pues "conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros en que nos ha dado su Espíritu"(1 Jn 4, 13), de manera que "nadie puede decir: "Señor Jesús" sino por el Espíritu Santo" (1 Cor 12, 3). Además, "cualquiera que confiese que "Jesús es el Hijo de Dios", Dios permanece en él, y él en Dios" (1 Jn 4, 15), pues "¿quién es el vencedor del mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5, 6).

De nuevo la fe; una fe que nos es dada gratuitamente por el Espíritu, el cual habitará en nosotros, si se lo pedimos de modo insistente al Padre a través de su Hijo y con su Hijo: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13). Y si el Espíritu está en nosotros, por pura gracia, no necesitamos nada más: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16).

La fe en la divinidad de Jesucristo es la que nos hace permanecer en Jesús, que éste es el fruto que el Padre busca, de modo que se pueda decir de todos los cristianos: "Vosotros sois cuerpo de Cristo, y cada uno un miembro de Él" (1 Cor 12, 27). En la oración sacerdotal de la Última Cena, Jesús ruega a su Padre por sus discípulos y le dice: "Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Jesús ruega también por aquellos que han de creer en Él por su Palabra (Jn 17, 20)

Nos podríamos preguntar por qué todo esto es tan importante, porque lo es. Ciertamente, hay una razón - eso sí, misteriosa e incomprensible- y es que Dios nos ama y desea ardientemente estar con nosotros y ser amado por nosotros de la misma manera. Esto lo sabemos por su Hijo, a quien Él envió al mundo para salvarlo del pecado. Dios se hizo hombre en la Persona del Hijo ... ¡por puro Amor!. "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8); así nos lo dice san Juan; y nosotros, creados a su imagen y semejanza, hemos sido llamados a participar de su propia Vida, sin merecimiento alguno de nuestra parte.

Ese amor se puso de manifiesto en toda su existencia, desde el instante en que fue concebido en el vientre de María por obra y gracia del Espíritu Santo hasta su ascensión a los cielos, en cuerpo y alma. Pero hay unas palabras de Jesús que nos llegan al corazón; aquellas que pronunció en la oración sacerdotal que dirigió a su Padre durante la noche de la Última Cena. Así, por ejemplo, cuando dice : "Padre, quiero que donde Yo estoy estén también conmigo los que Tú me has confiado" (Jn 17, 24). "Yo les he manifestado tu Nombre, y se lo manifestaré, para que el Amor con el que Tú me amaste esté en ellos, y Yo en ellos" (Jn 17, 26). Nuestra imaginación es muy pobre y no podemos ni hacernos la menor idea de hasta qué punto nos ama Dios, a cada uno. Como decía el apóstol Pablo, citando -a su vez- al profeta Isaías: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman" (1 Cor 2, 9)
(Continuará)

jueves, 1 de enero de 2015

AÑO NUEVO 2015

El comienzo de un nuevo año nos recuerda el paso del tiempo. Y somos conscientes de que no vamos a tener otra oportunidad para salvarnos que no sea esta vida. Conforme a nuestras decisiones libres, tomadas en el tiempo, nos jugamos lo que queremos para nosotros en la eternidad. El tiempo es breve. Y no somos ciudadanos de este mundo, sino peregrinos: "Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo" (Fil 3, 20). Estamos aquí de paso. Ésta no es nuestra verdadera patria, sino un tiempo de prueba y "cada uno recibirá la recompensa según su trabajo" (1 Cor 3, 8). Por eso, según nos dice san Pablo "ya es hora de que despertemos del sueño, pues ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos" (Rom 13, 11). 



El artículo completo se encuentra en el blog católico de José Martí (2)

viernes, 26 de diciembre de 2014

Nuevos rumbos del Opus Dei ( de Cesáreo Marítimo)

Reproduzco aquí un artículo de Cesáreo Marítimo, quien escribe en el blog Germinans germinabit. Y lo reproduzco íntegro, porque me parece preocupante la deriva que está tomando el Opus Dei, cada vez más alejada, al menos en apariencia, tanto de la de su fundador San José María Escrivá de Balaguer como de la del beato Alvaro del Portillo. 

Tenemos muy reciente el caso de Monseñor Liviéres, miembro del Opus Dei, depuesto por el Papa Francisco de su cargo al frente de la diócesis de Ciudad del Este, en Paraguay, por razones de fidelidad a la Tradición, y al que han dejado en la estacada, señalando que sus declaraciones son de su entera responsabilidad; y no importando si lo que ha dicho es o no es verdad. Sinceramente, no lo acabo de entender. Y luego está el siguiente artículo, del que dejo el enlace, en donde aparece monseñor Mariano Fazio como acérrimo defensor del Papa: "La Obra -dice- está para servir a la Iglesia, siguiendo el camino que marca el Papa". Mi querido monseñor, con todos mis respetos, el Papa puede equivocarse; e incluso incurrir en herejía. ¿También, entonces, habría que seguir al Papa? Esa idea de que todo lo que el Papa dice es "palabra de Dios" es completamente errónea. Si se acepta a rajatabla se incurriría en una idolatría, a la que podríamos llamar "Papolatría". Sólo si el Papa está en comunión con la Iglesia de siempre y no intenta alterar la doctrina, se le debe fidelidad y obediencia. Hay que hablar, entonces, para expresarse con rigor, de fidelidad al Papado ; y ésta sí que debe de ser total.

Monseñor Fazio, nuevo Vicario General del Opus Dei
El nuevo Vicario General de la Prelatura del Opus Dei es argentino y amigo del papa Francisco. Supongo que se trata de alinear al Opus Dei con los nuevos tiempos de la Iglesia. Posiblemente el mismo Papa haya influido en este nombramiento. Y como en todo nombramiento en que se mueven instancias de poder, el nuevo Vicario General, monseñor Mariano Fazio, ha atraído sobre sí los focos de todo tipo de informativos. Y por supuesto se tira de hemeroteca para definir al personaje.

Se está dando estos días extensa circulación a un artículo que escribió monseñor Fazio en Clarín hace 3 años. El párrafo más llamativo de ese artículo, y el que ha levantado más comentarios, es el que sigue: “Vivimos días de búsqueda, en los que palabras como indignación, revuelta, manifestación, insatisfacción, poseen una especial resonancia. La sociedad de consumo no logra saciar al hombre, y los jóvenes lo denuncian. Ese es nuestro eclipse. Sin embargo, los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes, queremos gritar con fuerza lo mismo que hace tantos años “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!”. No queremos ceder al cinismo o al conformismo.”


¿Tiene sentido poner en tela de juicio la idoneidad de este monseñor por haber escrito estas palabras? La lástima, una verdadera lástima, es que sí tiene sentido lamentar estas palabras de monseñor Fazio, porque son nada más y nada menos que el grito de guerra de la Ilustración contra la Iglesia. Y que un miembro destacado de la Iglesia al que se le ha destacado más aún como altísimo dirigente de la misma, utilice como santo y seña de su apostolado el grito de guerra contra la Iglesia, es ciertamente preocupante. Parece que últimamente a la Iglesia le están creciendo los enanos. ¿Qué hace un supuestamente respetable monseñor, abanderando la supuesta modernización de la Iglesia con el grito de guerra de sus más feroces enemigos? 



Siendo ésta una maniobra genial de la masonería contra la Iglesia, siendo tan cierta la autoría de esa frase, algunos se han apresurado a relacionar a monseñor Fazio con esta sociedad secreta; porque efectivamente la Iglesia está infiltrada por la masonería y por otras organizaciones que persiguen su destrucción. Pero para soltar semejante desatino no se necesita ser masón: basta ignorar la historia del pensamiento anticristiano. Basta ignorar la relación entre la revolución francesa y el exterminio de católicos en la Vendée (una carnicería tan atroz que ha sido ocultada cuidadosamente por la historia oficial).




La Ilustración, que alimentó ideológicamente a la revolución, quiso ocupar el lugar de la Iglesia no atacándola y destruyéndola directamente (que también), sino compitiendo con ella en la búsqueda del bien del pueblo. Por eso desbancó a Dios (al que desfiguró y descristianizó con el nombre de “El Ser Supremo”) y en su lugar colocó al hombre cuya inclinación natural era la bondad, según el "Emilio" de Rousseau. Y como por naturaleza era bueno, no necesitaba para nada la bondad de Dios. Al hombre de la Ilustración y de la Revolución francesa bastaba ofrecerle, como dice monseñor Fazio, ideales grandes para que con el fuego de esos ideales transformase el mundo. Es lo mismo que hicieron luego el socialismo y el comunismo: buscar el bien del hombre, pero no sólo sin Dios, sino contra Dios. Y no nos han faltado clérigos que abrazasen esos movimientos que así promovían la fraternidad convertida en solidaridad.

¿Acaso no hubiesen sonado igual de bien las palabras de monseñor en el periódico de Marat (¡El amigo del pueblo!) o en boca de Robespierre o en los escritos de Rousseau? “Vivimos días de búsqueda, en los que palabras como indignación, revuelta, manifestación, insatisfacción, poseen una especial resonancia. El pueblo de París le hubiese aplaudido a rabiar. La sociedad de consumo no logra saciar al hombre, y los jóvenes lo denuncian. Ese es nuestro eclipse. Cambiemos la “sociedad de consumo” por “la sociedad feudal” y seguirán resonando los aplausos de los hombres de la revolución. Sin embargo, los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes, queremos gritar con fuerza lo mismo que hace tantos años “¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”. 


Pues de eso se trata, según monseñor Fazio, de gritar lo mismo que hace tantos años. De robarles la doctrina que usaron para expulsar al cristianismo de Europa. Y ahora que prácticamente lo han conseguido, ahora que en una parte importantísima de Europa sólo quedan sacerdotes muy ancianos cuya única misión parece ser la de ayudar a bien morir a la Iglesia en su territorio, precisamente ahora viene un alto jerarca de la Iglesia a hacer suyo el lema que emplearon sus mayores enemigos para acabar con ella.


Una maniobra más de acercamiento al mundo, sin duda. Son los signos de los tiempos. Estamos exhibiendo un amor tan intenso al pecador, que finalmente compartimos con él hasta el pecado. De hecho es el amor más perfecto. ¿Cómo podemos decir que amamos sinceramente al pecador si detestamos su pecado? Dos que se aman intensamente no se miran el uno al otro, sino que miran ambos en la misma dirección. Es que dejarse atraer por el pecador y pegar nuestro corazón al suyo sin que esto degenere en apego también a su pecado, sólo está al alcance de cristianos muy acrisolados, con una intensa vida interior que los mantiene unidos a Cristo. Pero no es ése el modelo que hoy se lleva, no es el más frecuente, sino el que nos indica el lema de la revolución francesa. Ejercer el bien pero sin Dios. El nuevo estilo de la Iglesia (no tenemos más que ver la laicización de Cáritas y de la mayoría de oenegés católicas): ni se les nombra a Dios, ni se les bendice en nombre de Dios, no vaya a ser que se sientan ofendidos los no creyentes a los que sirve la Iglesia.

Y así tenemos que el clérigo que afirma que “queremos gritar con fuerza ¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”, porque “los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes”, ha sido ascendido a uno de los más altos niveles directivos de la Iglesia. Ideales grandes son para este clérigo la “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la Ilustración y de la revolución Francesa. Ciertamente, cada una por separado son tres grandes virtudes. ¿Pero juntas y exactamente en ese orden? ¿De verdad que no ha sido capaz ese clérigo de encontrar en el Evangelio otros “ideales grandes” que no sean los que promovió la masonería? Es como si la Iglesia se dedicase hoy a promover como sus grandes ideales la Eugenesia y la Eutanasia. ¿Acaso no son cosas buenas y santas nacer bien y morir bien? ¡Claro que lo son! Pero no con el significado perverso que le da el mundo al “nacer bien” y al “morir bien”: un significado tan perverso como el que le dio al grito de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.

Si con estos bueyes hemos de arar, ¿cuál será la cosecha?


Cesáreo Marítimo

miércoles, 24 de diciembre de 2014

EL PORTAL DE RELIGIÓN DIGITAL NO PUEDE SER FINANCIADO POR LA IGLESIA: ¡ES INACEPTABLE! (Infovaticana)

Me parece oportuno que el Papa recuerde a la Curia y a todos los cristianos, en general, la existencia del pecado, que se manifiesta de formas diversas. Él enumera quince, como podría muy bien haber sido otro número. Pero en el trasfondo de todas ellas se puede encontrar la importancia fundamental de la unión con Jesucristo y en Jesucristo, de todos los cristianos como miembros vivos de su Cuerpo, que es la Iglesia. Una enseñanza muy bien explicada por el papa Pío XII, en su hermosa encíclica "Mystici Corporis"  de 1943.

No voy a entrar ahora en cada uno de los puntos enumerados, que deben ser motivo de reflexión, a modo de examen de conciencia para prepararse bien para la Navidad mediante el uso del sacramento de la Penitencia. La confesión nos es necesaria a todos, porque todos somos pecadores. Y necesitamos convertirnos todos los días.

Habla el Papa de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo (y es un gran acierto el citar al gran papa Pío XII), cuerpo dinámico y no estático, como son todos los cuerpos vivos. Sin entrar ahora en el contenido de cada uno de los quince puntos enunciados por el Papa como materia de examen de conciencia, algo que me gustaría hacer, me gustaría hacer hincapié en algo que no ha dicho. Pienso que le ha faltado concretar; pues es en los casos concretos, y en la toma de las medidas correspondientes, como podemos averiguar la autenticidad de las palabras que se pronuncian, por bellas que sean. No en vano dijo Jesús: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). Y también: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y arde" (Jn 15, 5-6). De donde se deduce que si los sarmientos dan fruto y fruto bueno y abundante es señal de que están unidos a la vid, que es Cristo

Por eso me extrañan determinadas decisiones papales: sus motivos tendrá, pero no los entiendo. Es el conocido caso de los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada, que tanto fruto han dado y, no obstante, se les ha castigado con dureza;  es también el caso de la destitución de Monseñor Livieres de la diócesis de Ciudad del Este en Paraguay, quien produjo mucho fruto en la diócesis que dirigía. Citando sus propias palabras: "Hay que tener en cuenta que duramente mi servicio a la Diócesis, los bautismos se triplicaron; las bodas se duplicaron y ordené a 70 sacerdotes, cosa que no ha ocurrido en todo el Paraguay, juntas las Diócesis, aletargadas desde hace decenios".  Por cierto, el propio Opus Dei, al que pertenece, le ha dejado en la estacada, lo que podría indicar dos cosas: o bien que tienen miedo de ser destituidos de sus cargos; o bien que se están abriendo a la nueva corriente modernista que domina hoy la "nueva" Iglesia. Creo que es un error, que les puede pasar factura. En fin, se podrían poner muchos otros ejemplos de personas ejemplares, fieles a la Tradición multisecular, gracias a los cuales mucha gente ha conocido a Jesucristo (que ése es el fruto que se espera de un cristiano y no otro). Y sólo por esa razón son perseguidos o reducidos al silencio, en el mejor de los casos. Y esto por sus mismos "hermanos" en Cristo [falsos hermanos, por supuesto].


Por contra tenemos abundantes casos que claman al cielo, en el seno de la Iglesia ... ¡y aquí no se hace nada! No se toma, absolutamente, ninguna medida contra ellos, siendo así que está demostrado -un día sí y otro también- que están haciendo mucho daño a la Iglesia, con sus "doctrinas" de tinte modernista, "doctrinas" que nada tienen que ver con la verdadera doctrina de la Iglesia; y presentándose -para más INRI- como portadores del verdadero mensaje de Jesucristo, cuando adulteran dicho mensaje. A ellos se les puede aplicar las palabras de Jesús, cuando dice: "En vano me rinden culto, ya que enseñan como doctrina preceptos de hombres" (Mt 15, 9). Son cizaña en el seno de la Iglesia, y no producen frutos, sino abrojos. Son sarmientos no unidos a la vid, que es Jesucristo; no forman parte, pues, del cuerpo místico de Cristo, cuyo mensaje profanan. Lo lógico sería que hubiera para ellos algún tipo de castigo, por parte de la alta autoridad eclesiástica. El pueblo cristiano agradecería que tales "personajes" fuesen destituidos. Entre ellos se encuentran muchos miembros de la Curia (cardenales, obispos, etc...) y del clero (sacerdotes, frailes, monjas, etc...), que actúan por su cuenta diciendo, permitiéndose incluso decir herejías ...No obstante -y teniendo conocimiento de esto las altas esferas de la Iglesia- estas personas campan a sus anchas, confundiendo al pueblo cristiano. Y no se les castiga. Ninguna reprimenda para ellos; es más, incluso se les pone como ejemplo en algunos lugares. 


¡Y eso es lo que no puede ser! Si las palabras, por hermosas que sean, se quedan en palabras, aunque se trate de la misma palabra de Dios, entonces son palabras engañosas. Me vienen a la mente algunos nombres, como Sor Forcades, partidaria del aborto, Sor Cristina, la monja ursulina que se dedica a cantar canciones de Madonna y a montar espectáculos en torno suyo que no conducen más que a ridiculizar la religión católica (no juzgo intenciones), Sor Lucía Caram,  religiosa dominica de clausura que hace del mundo su claustro, etc... Hay muchísimos nombres más que ahora mismo no recuerdo.



Lo que no se puede consentir (¡y no sólo se consiente, sino que, además, se promociona!) es que la propia Iglesia financie portales digitales como Periodista digital, un portal que, incluso el día de Nochebuena se permite dibujar viñetas blasfemasEsta vez el objeto de sus burlas es el propio Niño Jesús, en una viñeta en la que se afirma que “todos los niños nacen de un orgasmo”, negando así la Virginidad de María. ¿Cómo se puede permitir eso en un portal que se supone católico? Esto que digo no es ningún invento personal. Esta noticia la he sacado del portal de Infovaticana, en donde -entre otros muchos asuntos- se habla de cómo dicho portal impío es financiado por la misma Iglesia. ¿Cómo es esto posible? Dice así:

Una vez más, recordamos cuáles son, además de la Conferencia Episcopal Española, las instituciones católicas que financian ese portal, según el propio portal:

- La Universidad Pontificia Comillas
- La Fundación Pluralismo y Convivencia
- Universidad Pontificia de Salamanca
- Dominicos
- CEU
- Fragmenta
- Cáritas
- Manos Unidas
- Verbo Divino
- Herder
- San Pablo
- Publicaciones Claretianas
- Mensajeros de la Paz
- Edibesa


He leido también un artículo de Luis Fernando Bustamante director de Infocatólica, que reproduzco a continuación, en el que habla precisamente de esta noticia blasfema, y se expresa, como suele ser habitual en él, con bastante claridad y contundencia:



Hace bastante que tres prelados españoles deciden prestar su rostro y su nombre para aparecer como colaboradores de Religión Digital. Aparecen siempre debajo del viñetista de referencia de ese portal de información religiosa. Se llama José Luis Cortés y es un sacerdote renegado, apóstata y blasfemo. Muchas de sus viñetas son pura ofensa a Dios, a la Virgen y a la fe de la Iglesia.

Pero lo de hoy ya clama al cielo. En pleno día de Nochebuena, ha publicado una viñeta, cuya imagen no reproduzco porque no quiero manchar InfoCatólica con tanta inmundicia. Me limito a poner el enlace: 


http://blogs.periodistadigital.com/hermano-cortes.php/2014/12/24/universiculo-360

El señor Cortés no podría publicar eso si los responsables de Religión Digital no se lo permitieran. Pero ni el señor José Manuel Vidal ni el señor Jesús Bastante son arzobispos o cardenales. Sí lo son S.E.R Lluís Martínez Sistach, Cardenal y Arzobispo de Barcelona; Mons. Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid; y Mons. Jaume Pujol Balcells, Arzobispo de Tarragona.

El cardenal y los dos arzobispos, al permitir que sus caras y sus nombres aparezcan en ese portal y justo debajo de las viñetas de Cortés, son cómplices del blasfemo. Sería algo así como si admitieran que se publicaran sus artículos en un periódico debajo de anuncios de prostitución o de contactos sexuales. Con la diferencia de que es más ofensivo lo que “dibuja” Cortés que lo que hacen las prostitutas y chaperos.

Hay otros prelados que aparecen en la misma sección. De hecho, ponen al mismísmo papa Francisco. Pero como no son españoles, dudo que sepan bien lo que es Religión Digital y el señor Cortés. En todo caso, no estaría de más que alguien les informara.

Es muy triste tener que dedicar un post el día de Nochebuena a algo así. Pero más triste es ver que algunos de nuestros pastores consienten semejante afrenta a nuestro Señor y su Madre.

¡Basta ya!

Luis Fernando Pérez Bustamante

Por mi parte, y de momento, no tengo nada más que añadir.

FELIZ NAVIDAD A TODOS

lunes, 22 de diciembre de 2014

Fundamentalismo cristiano 2ª - (15) [Testigos de Cristo-2]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

¿Cristianos fundamentalistas y violentos? Tal como suena y sobreentendiendo por violencia la que se ejerce contra los demás para hacerles daño, es absurdo hablar de esa manera; esa expresión sólo tiene algún sentido si quitamos la palabra "cristianos" y la sustituimos por "musulmanes" o por "judíos". Y, sin embargo, el santo Padre: (1) Habla de que existe también un fundamentalismo cristiano.(2) Equipara este fundamentalismo cristiano, al que no define, con los otros dos

Ya se ha indicado en otras entradas que, si admitimos como hipótesis la expresión de "fundamentalistas", aplicada a los cristianos, éstos no pueden ser otros que aquellos que han puesto el fundamento de su vida en Cristo, y que vienen como un ejército, cargados de armas -aunque no las del mundo- para destruir, en sí mismos, todo aquello que se opone a la Verdad, que es Jesucristo. Los pasajes del Evangelio, que se han citado ya anteriormente, los repito aquí de nuevo, para refrescar la memoria: 
"En cuando al fundamento, nadie puede poner otro fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11) 

[Por eso prefiero usar la palabra "fundamentistas", para referirme a ellos, aunque se trate de un término que he inventado, y no la de fundamentalistas, que origina confusión; de todos modos, para el caso viene a ser lo mismo, según quien sea el que las use. Por eso, es lo más probable que yo mismo haga uso de dicho término ("fundamentalista") dando por hecho que ya se han leido las aclaraciones previas correspondientes]. 

Y también: "El Reino de los Cielos padece violencia; y son los violentos los que lo arrebatan" (Mt 11, 12) 

[Obsérvese el verbo usado: "padecer" violencia -que no "ejercer" violencia-; y la palabra "violentos" es entendida (se verá más adelante) como los "esforzados", "los que luchan" contra aquellos enemigos que pretenden apartarles del Señor (que no son las personas, sino el mundo, el demonio y la carne, según el catecismo), los que "se hacen violencia a sí mismos" y, por lo tanto, "toman su cruz" para poder así seguir a Jesús, único modo eficaz de seguirlo si se quiere dar fruto cristiano. Hablaremos ahora de la importancia capital y fundamental que tiene esta "violencia" (a la que vamos a denominar "lucha") en la vida de un cristiano que se quiera tomar en serio su amor al Señor, pues mediante ella le demuestra que su amor hacia Él es auténtico y no una mera palabra carente de contenido]



Esta lucha "a muerte" que debe de practicar un cristiano, una lucha que está dispuesto a mantener por amor a Jesús, tiene que manifestarse -¡hoy más que nunca!- en la fidelidad al depósito de la fe que ha recibido. Tal depósito se encuentra en las Sagradas Escrituras ( en particular en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición, confirmada -a su vez- por el Magisterio de la Iglesia durante dos milenios


[Como ya sabemos no basta la "sola escritura", como afirman los protestantes, la cual cada uno la interpreta a su manera, según su "conciencia"] 

Esa es la puerta por la que debemos entrar los cristianos si queremos llegar a buen puerto. Somos conscientes de la dificultad, pero estamos preparados para la lucha, no teniendo ningún miedo de las pruebas a las que, necesariamente, tendremos que enfrentarnos, pues contamos con la fuerza de Dios y en Él ponemos toda nuestra esperanza - y no en nosotros mismos. De lo contrario, podríamos darnos ya por perdidos. Pero no: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4).

Es preciso que sigamos el consejo del Señor, que es el Único que es Luz que ilumina nuestra mente y ensancha nuestro corazón: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). No hay otro camino: siempre el mensaje de la Cruz, que es el mensaje del Amor que Dios nos tiene: "Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt 10, 38). "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto" (Jn 12, 24). 


Estamos ya advertidos de que en la aventura que supone siempre la vida cristiana, seriamente vivida, vamos a tener muchas heridas, algunas muy graves, a consecuencia de las batallas que tendremos que librar contra los enemigos, que son muchos; nuestra propia concupiscencia, que tendremos que dominar, los embates del mundo, que serán continuos y, sobre todo, el propio Satanás: "Porque nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los Principados, las Potestades, las Dominaciones de este mundo de tinieblas , y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6, 12).De modo que no podemos dormirnos: "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11) -nos dice san Pablo. 


Esta lucha no puede ser realizada de cualquier manera, pues está en juego nuestra salvación eterna y la de muchos que dependen de nosotros. Se trata de una lucha a muerte"Todavía no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4), de una lucha continua y perseverante, sin volver la vista atrás y poniendo toda nuestra confianza en el Señor, porque sólo así será segura la victoria. Sabemos muy bien que solos no podríamos: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5), decía Jesús. Pero si ponemos todos los medios a nuestro alcance, colaborando con Él en cualquier cosa que nos pida, entonces todo lo podremos"Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). 

Merece la pena luchar así, junto al Señor: el trabajo, el dolor, el sufrimiento e incluso la muerte adquieren significado: nuestra vida tiene ahora sentido, el más hermoso de los sentidos: nos hace conscientes de que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la venidera" (Heb 13, 14). Y las palabras de san Pablo son consoladoras y esperanzadoras: "Ya no sois extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, sobre quien toda edificación bien trabada se alza para ser templo santo en el Señor" (Ef 2, 19-21)


Esta realidad, así creída y vivida, nos capacita para ser felices, ya aquí, en esta tierra, en la medida en la que eso es posible; con una alegría -eso sí- que nada tiene que ver con la que da el mundo, la cual es falsa - a todas luces- y deja el corazón vacío. La alegría -la auténtica- es patrimonio de los cristianos que viven unidos a Jesucristo (¿y qué otra cosa se puede pedir de un cristiano sino eso, precisamente?).  San Pablo en su primera carta a los Corintios, en el capítulo 15, nos dice unas palabras muy alentadoras, que nos indican lo que tiene que ser siempre la actitud de un cristiano ante cualquier circunstancia que la vida nos presente: "Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.  Por lo tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor" (1 Cor 15, 57-58)



(Continuará)

sábado, 20 de diciembre de 2014

Fundamentalismo cristiano 2ª - (14) [Testigos de Cristo-1]

Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Ellos son del mundo. Por eso el mundo hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha (1 Jn 4, 5)

Se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios (Jn 16, 2)


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En todo lo que venimos diciendo hasta ahora hemos podido ver cómo el Papa, a aquellos cristianos que se mantienen fieles a la Tradición y creen en Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre, a los que creen en lo sobrenatural y saben que Jesucristo resucitó verdaderamente y que tanto Él como su madre, la Virgen María, se encuentran en cuerpo y alma en los cielos, a aquellos que piensan que no tenemos aquí morada permanente sino que esperamos la definitiva, a todos ellos los califica de infinidad de maneras (hay que reconocerle, en esto, una cierta creatividad, aunque negativa): cristianos "rígidos", "tristes", "hipócritas", "con cara de pepinillo avinagrado", "encerrados en sí mismos", "con apariencias de religiosidad", "formalistas", "santurrones", que buscan sus propios intereses" "semipelagianistas autorreferenciales", "mundanos espirituales", "egocéntricos autocomplacientes", "seguros doctrinalmente" y un sinfín más de calificativos, llenos todos ellos de un componente de "misericordina" adicional para que vuelvan a la Iglesia progre.  

[De todo ello se ha hablado ya en este blog en varias entradas; por ejemplo, en la que se titula "Mundanidad espiritual"  Fundamentalismo cristiano (21) "Evangelii gaudium" Fundamentalismo cristiano (12) Una religión sin Dios Fundamentalismo cristiano (22) Hechos  Fundamentalismo cristiano (8) Análisis de los hechos, etc] 


Todo ha quedado reducido al pecado "social" hasta el punto de decir que "la corrupción es el peor de los pecados", siendo así que el pecado es la causa de todos los males, también de la corrupción. 


Lo que más llama la atención, sin embargo, es que apenas se habla de Jesucristo: sólo ecumenismo y más ecumenismo, diálogo interreligioso, libertad religiosa, "misericordia", etc... Y los que hablan de Jesucristo y de la fidelidad a la Iglesia de siempre son tachados de "fundamentalistas" y "violentos", por el propio Papa, en la mayoría de sus homilías en Santa Marta. 




Pero si esto es así, como lo es, y puestos a ser sinceros y a llamarle a las cosas por su nombre, ¿quiénes son, en realidad, los violentos contra los demás? Porque, desde luego, por más que el papa Francisco diga otra cosa, la violencia no es practicada [en ninguno de los sentidos, ni siquiera mentalmente], por aquellos a los que se ha dado en llamar cristianos tradicionalistas ("fundamentalistas", en interpretación papal). Véase, como referencia, el caso de los Franciscanos de la Inmaculada, que se han limitado a obedecer. Y punto. No se han sublevado, aun a sabiendas de que el proceder del Papa, con relación a ellos, no ha estado cargado de misericordia, sino todo lo contrario, como si hubieran cometido un grandísimo delito por el mero hecho de su fidelidad a la Tradición multisecular de la Iglesia. Aunque parezca increíble, eso es lo que está sucediendo.

Estos cristianos "fundamentalistas" actúan, sencillamente, imitando a su Maestro quien "aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer" (Heb 5, 8). Su "violencia" se limita a una lucha contra el pecado, contra las malas tendencias que tiene toda persona que viene a este mundo; una lucha que no usa las armas del mundo, sino que se manifiesta poniendo los medios que siempre ha recomendado la Iglesia: oración, penitencia y confianza en Dios, aunque sean tachados -con mentira- de "intolerantes", "antiguos", "no adaptados a los tiempos modernos", etc..., por parte de aquellos que tienen la obligación de ayudarles y defenderles. Actúan así porque saben que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). Y quieren hacer de sus vidas un testimonio de la vida de Jesús, no olvidando -y haciéndoselo recordar también al mundo- la importancia fundamental de lo sobrenatural en la vida cristiana y siendo conscientes de las palabras del apóstol san Juan: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Intentan hacer realidad en su vida estas palabras de la carta de san Pablo a los hebreos: "Aún no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4); unas palabras que nos recuerdan hasta qué punto tienen que estar dispuestos los cristianos a luchar contra la causa de todos los males que afectan a este mundo, que es el pecado. 


Es increíble -pero así es- que habiendo producido estos frailes tantísimo fruto de numerosas y auténticas vocaciones, de personas enamoradas de Jesús, algo tan necesario hoy en día, son, sin embargo, perseguidos por sus propios "hermanos" en Cristo, comenzando por aquel cuya obligación es la de "confirmar en la fe a sus hermanos" (Lc 22, 32). Están haciendo realidad en su vida aquellas palabras que dijo Jesús: "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 11-12). 

Éstos son los verdaderos "pobres", los que sufren y padecen necesidad, los que necesitan misericordia y les es negada por quien tanto la proclama y es considerado como "el papa de los pobres". Como Papa que es, yo lo respeto; pero es una persona que, excepto cuando habla ex cathedra (lo que no ha hecho hasta ahora) puede equivocarse. Su función de Papa no lo inmuniza contra el error. Sabemos, además, por la Historia, que no todos los Papas han sido modelos de vida, por desgracia. En este caso, la situación es aún más grave porque parece que se ponen en tela de juicio doctrinas que son dogmas de fe y, por lo tanto, intocables. 

Ante esta situación no debemos de asustarnos, pues tenemos a nuestro alcance la doctrina de la Iglesia de dos mil años, que no puede ser modificada. Y a eso es a lo que debemos de atenernos, si no queremos equivocarnos. La "pastoral" nunca puede contradecir la Doctrina. Pueden cambiar los enfoques para que llegue mejor a la gente el mensaje de Jesús ... ¡pero este mensaje no se puede escamotear ni tergiversar ni, por supuesto, cambiar! Si tal cosa ocurriera, nuestra obligación como cristianos no podría ser otra que la desobediencia, pues "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29). 

No olvidemos que antes que los Papas -y por encima de ellos- está Jesucristo, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Si un Papa actúa contra la verdad está actuando contra Jesucristo y, por lo tanto, no debe ser obedecido en ese punto concreto. Su misión no es la de inventar la Doctrina, sino la de transmitir íntegro el depósito de la fe que ha recibido. 

Por eso, los Franciscanos de la Inmaculada son testigos vivientes de Jesucristo, auténticos mártires. Y su sufrimiento y el castigo que están soportando, por parte de la Jerarquía eclesiástica, redundará, sin duda, en un florecimiento de la Iglesia, la auténtica Iglesia, no la inventada por los hombres: ésta tiene los días contados. Aunque aparezca aplaudida por casi todos y cuente con la mayoría de los poderes mediáticos de este mundo, sin embargo, esta Iglesia mundanizada y triunfalista no podrá destruir a la verdadera Iglesia, aquella que fue fundada por Jesucristo y que, cada día con más furor, está siendo rechazada incluso por sus propios "pastores". 


La prueba a la que ya están sometidos -y estarán- los que desean mantenerse fieles a Jesucristo y viven seguros de su fe (es decir, los verdaderos cristianos), una prueba que es sólo el comienzo de lo que se avecina- será muy dura y serán muchos los que apostatarán de su fe. Por eso, con humildad y confianza, debemos pedirle al Señor que nos conceda la gracia de la perseverancia, porque sin Él, sin su ayuda, no podríamos mantenernos firmes. Imposible. Pero
 "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13). 

En este sentido, si ponemos todo de nuestra parte, podemos tener la seguridad de que la ayuda de Dios nunca nos va a faltar, por muy difíciles que sean las pruebas a las que nos veamos sometidos. Jesús es Dios y sus palabras son Verdad. Él mismo es la Verdad y no puede engañarnos. Esa es la seguridad que tenemos: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). Y lo que ahora nos está diciendo es que "el que persevere hasta el fin, ése se salvará" (Mt 24, 13). 

El testimonio de los Franciscanos de la Inmaculada, al igual que el de otros muchos cristianos que son igualmente perseguidos, por la misma o parecida razón, ese testimonio de auténtica vida cristiana es, en realidad, digno de envidia (en el mejor sentido de esta palabra) y nos puede -y debe- servir como acicate para imitarlos, sin miedo de ninguna clase: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). 


Al igual que ellos también nosotros, los cristianos de a pie, debemos de luchar "hasta la sangre", si es preciso,  pero no contra los demás: Tal ocurre en el caso de los que sí son realmente fundamentalistas (en el genuino sentido de esa palabra), como judíos y musulmanes, en tanto en cuanto son fieles al Talmud y al Corán, libros cuyo lenguaje es, en sí mismo, violento, pues hablan del "ojo por ojo" y de "matar al infiel", respectivamente. No así el Nuevo Testamento, que es el mensaje del Amor que Dios al hombre y del amor que espera recibir de nuestra parte. Por eso los que queremos ser cristianos tenemos que estar dispuestos a dar nuestra vida, por amor a Jesús, si tal fuera su voluntad con relación a nosotros ...Y es que el seguimiento de Jesús no es ninguna broma: si lo seguimos (¡y lo seguimos de verdad!), nos lo tenemos que tomar muy en serio, pues nos jugamos en ello nuestra propia Salvación eterna: "Tengo por cierto que los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rom 8, 18).  Un cristiano tiene que vivir sin complejos y ser una persona alegre y valiente, con la confianza puesta completamente en las palabras del Señor, que son "Espíritu y Vida" (Jn 6, 63). Él jamás nos defraudará. De eso podemos estar completamente seguros.


(Continuará)

martes, 16 de diciembre de 2014

La Infalibilidad del Papa y el Sínodo (De Mattei)

Mientras el Sínodo de 2015 se acerca cargado de incógnitas y de problemas, una cuestión de fondo está sobre la mesa ¿Cuál es la autoridad de los documentos eclesiásticos que pueden ser producidos por el Magisterio ordinario de un Papa o de un Sínodo? Los progresistas o quizá mejor dicho los neo-modernistas atribuyen un carácter de infalibilidad a todos los actos del actual Pontífice y a los resultados del próximo Sínodo, independientemente de lo que sean.

A estos actos —dicen— es necesario obedecer porque, como en el caso del Concilio Vaticano II, el Papa o los Obispos a Él unidos, no pueden equivocarse. Por otro lado, los mismos progresistas niegan valor de infalibilidad a las enseñanzas de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI y afirman que la moral tradicional en campo matrimonial tiene que ser “aggiornata”, para adecuarse a las “convicciones vividas” por aquellos católicos que práctican la contracepción, la fecundación artificial, las convivencias extraconyugales.

En el primero de los dos casos, ellos parecen admitir la infalibilidad del Magisterio ordinario universal, identificándolo con el Magisterio viviente del Papa y de los Obispos después del Vaticano II; en el segundo caso niegan la infalibilidad del verdadero concepto de Magisterio ordinario universal, expresado por la Tradición de la Iglesia, según la conocida fórmula de Vicente de Lerins: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus.

Nos encontramos ante un evidente vuelco de las verdades de fe sobre el Magisterio eclesiástico. En efecto, la doctrina de la Iglesia enseña que cuando un Papa, solo o unido a los Obispos, habla ex cathedra es ciertamente infalible
Pero, para que un pronunciamiento pueda considerarse ex cathedra son necesarios algunos requisitos

1) Debe hablar como Papa y Pastor de la Iglesia universal.
2) La materia sobre la que se expresa debe concernir a la fe o a las costumbres. 

3) Sobre ese objeto debe pronunciar un juicio solemne y definitivo, con la intención de obligar a todos los fieles.

Si faltara incluso una sola de estas condiciones, el Magisterio pontificio (o conciliar) queda auténtico, pero no es infalible. Esto no quiere decir que sea equivocado, sino significa sólo que no es inmune de error: en una palabra, es falible.

Pero, hay que añadir que la infalibilidad de la Iglesia no se limita al caso extraordinario del Papa que, solo o unido a los Obispos, hable ex cathedra, sino que se extiende también al Magisterio ordinario universal. Para aclarar este punto, recurrimos a un escrito del Padre Marcelino Zalba (1908-2009) sobre Infalibilidad del Magisterio ordinario universal y contracepción, publicado en el número de enero-marzo de 1979 de la revista “Renovatio” (pp. 79-90) del Cardenal Giuseppe Siri.

El autor, considerado como uno de los más seguros moralistas de su época, recordaba que otros dos conocidos teólogos americanos, John C. Ford y Gerald Kelly, había estudiado en 1963, precisamente cinco años antes de la promulgación de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, el grado de certeza y de verdad que se debería atribuir, en campo teológico, a la doctrina católica tradicional concerniente la inmoralidad intrínseca y grave de la contracepción (John C. Ford s.j. y Gerald Kelly, s.j. Contemporary Moral Theology, vol. 2, Marriage Questions, Newman, Westminster 1964, pp. 263-271).

Según los dos teólogos jesuitas se trataba de una doctrina que debía ser considerada normativa para la conducta de los fieles. En efecto, sería inconcebible que la Iglesia católica, asistida por el Espíritu Santo en la conservación de la doctrina y de la moral evangélica, hubiera afirmado explícitamente en numerosas intervenciones que los actos contraceptivos son una violación objetiva de la ley de Dio, si no fuese realmente así. Con su intervención equivocada, la Iglesia habría originado innumerables pecados mortales, contradiciendo la promesa de la divina asistencia de Jesucristo.

Uno de los dos moralistas, el Padre Ford, en colaboración con el filósofo Germain Grisez, profundizó este problema en un sucesivo ensayo: Contraception and the Infallibility of the Ordinary Magisterium, (“Theological Studies”, 39 (1978), pp. 258-312). Los dos autores concluyeron que la doctrina de la Humanae Vitae podía considerarse enseñada de manera infalible, no en virtud de su acto de promulgación (que fue menos solemne y categórico que, por ejemplo, el de la Casti Connubii de Pío XI), sino porque la encíclica de Pablo VI confirmaba el Magisterio ordinario universal de los Papas y de los Obispos del mundo.

A pesar de no ser en sí misma infalible, la Humanae Vitae se convertía en infalible cuando, condenado la contracepción, reafirmaba una doctrina propuesta desde siempre por el Magisterio ordinario universal de la Iglesia. La constitución Dei Filius del Concilio Vaticano I estableció, en su capítulo 3º, que pueden haber verdades que deben ser creídas en la Iglesia, con fe divina y católica, sin que haya necesidad de una definición solemne, en cuanto están expresadas por el Magisterio ordinario universal.

Las condiciones necesarias para la infalibilidad del Magisterio ordinario universal son que se trate de una doctrina concerniente la fe o la moral, enseñada con autoridad en reiteradas declaraciones de los Papas y de los Obispos, con un carácter indudable y comprometedor

Hay que entender la palabra universal no en el sentido sincrónico de una extensión en el espacio de un determinado período histórico, sino en el sentido diacrónico de una continuidad del tiempo, para expresar un consenso que abraza todas las épocas de la Iglesia (Card. Joseph Ratzinger, Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la ‘Professio fidei’, nota 17).

Por ejemplo, en el caso de la regulación de la natalidad, la Iglesia ha condenado, desde el siglo III, los métodos artificiales. Cuando, a comienzo del siglo XIX, volvió a presentarse este problema, las declaraciones de los Obispos, en unión con el Papa, propusieron siempre como doctrina definitiva y vinculadora de la Iglesia que la contracepción es pecado mortal.

Las declaraciones explícitas de Pío XI, de Pío XII y de todos sus sucesores, confirman la enseñanza tradicional. Pablo VI en la Humanae Vitae confirmó esta doctrina del Magisterio ordinario, «fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina» (n. 4), rechazando las conclusiones de la comisión pontificia que había estudiado este problema porque tales conclusiones «se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza» (n. 6).

El discurso que el Padre Zalba, Padre Kelly, Padre Ford y el Prof. Grisez hacen a propósito de la contracepción puede extenderse a la fecundación artificial, a las uniones de hecho o a los divorciados vueltos a casar. Incluso en ausencia de pronunciamientos extraordinarios de la Iglesia sobre estos problemas morales, el Magisterio ordinario universal de la Iglesia se ha pronunciado en el curso de los siglos de manera coherente, constante y constringente, por lo que puede ser considerado infalible. Y en campo moral la praxis nunca podrá estar en contradicción con lo que la doctrina del Magisterio universal de la Iglesia ha establecido definitivamente.

Muy distinto es el discurso concerniente las novedades doctrinales incluidas en los documentos del Concilio Vaticano II. En ese caso, no sólo faltó un acto ex cathedra del Pontífice en unión con los Obispos, sino que además ninguno de los documentos fue expuesto en manera dogmática, con la intención de definir una verdad de fe o de moral y de obligar a los fieles al asentimiento. De infalible, en esos documentos, sólo hay algunos pasajes en los que es confirmada la doctrina de siempre de la Iglesia.

De hecho, católico, es decir universal, no es lo que en un determinado momento es creído “en todo lugar”, como puede acaecer en un Concilio o en un Sínodo, sino lo que desde siempre y en cualquier parte es creído por todos, sin equivocaciones ni contradicciones. 

El debate hermenéutico aún abierto sobre las novedades de los textos del Vaticano II confirma su carácter provisional y discutible, en ningún modo vinculante. ¿Cómo pueden pretender obediencia ciega e incondicionada a las novedades falibles del Concilio Vaticano II y del Sínodo sobre la familia quienes pretenden contradecir las enseñanzas infalibles del Magisterio ordinario universal de la Iglesia en temas de moral conyugal?