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miércoles, 17 de enero de 2018

¿Se prepara un juramento especial de lealtad al magisterio de Francisco? (Carlos Esteban)



Se rumorea que el Papa estaría dándole vueltas a la idea de instituir un juramento especial de lealtad a su magisterio, aparte de la obligación explícita que todo creyente, y de forma especial el clero, tiene de fidelidad al Santo Padre.

El contenido de un rumor no debe ser nunca contenido de una noticia. Sin embargo, es perfectamente posible, e incluso habitual, que la existencia misma del rumor se convierta en noticia, del mismo modo que unas declaraciones son información válida incluso cuando el declarante miente. Lo que dice puede no tener valor, pero sí el hecho de que lo diga.

Hay un rumor que circula insistentemente entre los círculos vaticanistas, entre quienes conocen San Pedro por dentro y por fuera, y aunque no otorgamos a su contenido credibilidad alguna, sí nos parece relevante el hecho mismo de que exista, de que se difunda y de que se crea.

Se rumorea que el Papa estaría dándole vueltas a la idea de instituir un juramento especial de lealtad a su magisterio, aparte de la obligación explícita que todo creyente, y de forma especial el clero, tiene de fidelidad al Santo Padre.

Insistimos en que no es el rumor -en sí mismo, nada- lo que consideramos noticioso en sí, si no más bien que alguien suficientemente bien situado se haya tomado la molestia de difundirlo y tantos conocedores de los ambientes vaticanos estén dispuestos a darle alguna credibilidad, considerándolo, como poco, no imposible.

No es meramente rumor, sino noticia publicada en el prestigioso semanario alemán Der Spiegel y nunca desmentida, que el Papa confesó a su círculo íntimo su temor a pasar a la Historia como el Papa que dividió en dos la Iglesia.

El improbable juramento podría tener ese sentido, de evitar el temido cisma cuando todavía las posiciones no están irreconciliablemente enfrentadas.

Ahora, ¿hay razones para pensar que las cosas están acercándose a este punto? Nos parece evidente. La percepción de una parte no despreciable de la Iglesia, al menos de la parte que espera clarificación y apoyo de la Santa Sede -quizá en un grado imprudente e históricamente innecesario-, es que las reformas de Francisco parecen encaminadas a crear una cesura en nuestra historia, un “antes y un después”, por emplear la manida expresión.

Es defendible, y en eso están muchos teólogos, que todo lo que Francisco ha escrito o dicho hasta la fecha, o es interpretable en línea con el Magisterio (con mayúsculas), o lo ha expresado en un contexto informal que no conlleva deber alguno de adhesión ‘de fide’.

Pero para el pueblo fiel, esa distinción, siendo esencial, no es la última palabra en este asunto. Todo lo que dice el Papa, por el hecho de serlo, tiene un peso especial, se examina con un particular cuidado. Y la dirección en la que parecen ir casi todas sus declaraciones de este tipo causan una comprensible alarma.

Porque, por decirlo rápido, todas ellas van en la línea de una ruptura con milenios de tradición o, si se prefiere, con una mundanización del mensaje eclesial. No, esta vez, en el sentido en que se dio en otros siglos, de relajación de las costumbres en el clero y afición desmedida en ellos de las cosas de este mundo, sino intento de contemporización del propio mensaje a las ideas dominantes en el mundo.

Cada día nos hacemos eco de noticias que hablan no solo de mensajes más que equívocos -los elogios a Bonino en su día, el reciente premio pontificio a una conocida abortista esta misma semana-, sino de una actitud en Su Santidad que parece contradecir sus primeras promesas de colegialidad y apertura a la crítica. Por el contrario, ha transcendido suficientemente su actitud de ‘silencio administrativo’ a todas las consultas que percibe como críticas, y que el más leve cuestionamiento suele hacer caer en desgracia al osado que lo plantea.

No hay cisma, no tiene por qué haberlo, incluso si Francisco mantiene la línea mantenida hasta hoy y que tanto preocupa a un sector de la Iglesia. Pero sí hay división, y como un desasimiento personal en muchos con respecto a lo que haga el Papa, una decisión implícita o explícita de mantener la vida de fe al margen de lo que salga de Santa Marta.

Carlos Esteban