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viernes, 31 de marzo de 2017

Sobre Benedicto XVI y la teoría de la conspiración, según Antonio Caponnetto


Parte de una entrevista que realizó Antonio José Sánchez Sáez a Antonio Caponnetto, con ocasión de su nuevo libro: "No lo conozco": Del Iscariotismo a la Apostasía.

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– ¿En estos pasos que usted marca, qué papel juega Benedicto XVI, que opinión le merece su renuncia sorpresiva, dejando inacabada una Encíclica, quedando vestido como Papa, manteniendo sus atributos pontificales, su tratamiento como “Su Santidad” y decidiendo permanecer en el Vaticano?

No soy de los que desechan la teoría conspirativa o la tesis del complot. Procuro sí, cuidadosamente, no abusar de ella. No todo complot explica un hecho histórico, ni todo hecho histórico es hijo de una conspiración. 


Lo que trato de decir es que, quienes quieran explicar la dimisión de Benedicto XVI por la vía del conspirativismo, tendrán suficientes elementos de juicio. Es bien conocida, por ejemplo, la existencia de la logia o de la mafia de San Galo, que habría tenido parte activa en el desmoronamiento de Ratzinger. 

Y han trascendido ya bastantes detalles oscuros del cónclave que eligió a Francisco. Pienso, por ejemplo, en el libro de Socci, "Non é Francesco"

Pero dicho esto, en mi opinión,
ha habido y hay, por parte de Benedicto XVI, una alianza activa o pasiva en pro de Bergoglio. Si Benedicto quisiera, y si lo hubiera querido, estuvo y está lleno de ocasiones para desenmascarar esa presunta conspiración que lo derribó


[¡Esta idea es muy importante no olvidarla, porque suele presentarse, a veces, a Benedicto XVI, como una víctima ... que no podía haber hecho otra cosa que lo que hizo, lo cual no es cierto!]

Eligió y elige el camino contrario: da su respaldo a Francisco, lo convalida, lo avala, lo cohonesta, lo elogia. Sea por omisión o por emisión de juicios. En las contadas pero relevantes ocasiones en las que se los vio juntos, jamás faltaron los encomios recíprocos, y en el libro reciente de Peter Seewald, “Últimas conversaciones”, calla redondamente al respecto, cuando nada le hubiera impedido hablar claro. Se me perdonará la crudeza, pero yo a esto lo llamo complicidad.

-¿No cabe algún atenuante, o la consideración de que factores que no conocemos lo obligan a comportarse así?

Por cierto que caben atenuantes, y por eso mismo expreso mi opinión de modo respetuoso y sin condenas. Pero supongamos que las amenazas que ha recibido y que recibe son tan brutales como para que no pueda levantar el índice acusador ante las ya inadmisibles impiedades y sandeces de Bergoglio. ¿Es necesario, además, que lo elogie, como cuando declaró, el 28 de junio de 2016, que se sentía protegido por su bondad? Si hay alguna “bondad” bajo cuyo manto protector yo no quisiera estar, es la de Bergoglio. Los argentinos católicos conocemos de sobra cómo funciona ese manto de bonhomía (afabilidad) protectora. Y ahora también lo saben quienes no son argentinos.

Me resisto a creer que Benedicto está en un gulag que le impide filtrar cualquier protesta, queja, advertencia o disidencia. Porque hasta en los gulags verdaderos, que eran genuinos infiernos, se pudo hacer algo para que la verdad trascendiera. 

¿Son tan infranqueables los muros del Convento Mater Ecclesiae, como para que no pueda llegarnos siquiera una pálida señal de que fue obligado a abdicar y de que en su lugar se encuentra el Pastor Insensato del que habla Ezequiel? Cabe la triste posibilidad, en suma, de que Benedicto y Francisco estén contestes en el curso de acción que han tomado los sucesos. Al fin de cuentas, hay diferencias sustantivas entre ambos, pero también hay un común denominador que coadyuva a instalar la hermenéutica de la ruptura. El espinazo que quebró el Concilio no lograron enderezarlo ninguno de los pontífices que le sucedieron. En el mejor de los casos, hubo intentos por ponerle un corset a ese espinazo fracturado.

-¿Cómo evalúa entonces, y en síntesis, la renuncia de Benedicto?

De evaluar su renuncia me ocupo en el capítulo tercero de este nuevo libro mío, “No lo conozco”. Se titula: “Ante una renuncia que nos duele”. No juzgo ni debo juzgar intenciones, pero entiendo que fue un acto de humana debilidad que podría haberse evitado; un abandono de rectificaciones incipientes que podrían haberse continuado hasta las últimas consecuencias. Una mirada más sobrenatural, acaso, hubiera podido retenerlo en el timón de la Nave. Hay unos versos del fraile Antonio Vallejos que se aplican al caso, y que pueden ayudarnos a entender mejor las cosas. Están dirigidos a San Pedro, y dicen en un fragmento:

“En ver­dad, en ver­dad te digo, Cefas:

cuando más joven, eras tú muy dueño
de ceñirte y de andar por don­de­quiera;
exten­de­rás, un día, siendo viejo,
tu dies­tra y tu sinies­tra;
y otro, no tú, te habrá ceñido y puesto
donde tú no quisieras.”

En determinadas circunstancias ya no puede Pedro optar por andar “por donde quiera”. Debe aferrarse a la cruz y concluir allí sus días. Dios le dé a Bene­dicto, “siendo viejo”, la gracia de no ser dueño de “andar por donde quiera”, sino de pre­fe­rir la dies­tra y la sinies­tra ceñi­das al Madero, para sal­var con san­gre el honor de la Verdad. 

Y Dios quiera que signifique algo bueno, como tú me sugerías antes, que él conserve sus atributos pontificales y el tratamiento de “Papa Emérito”. Por el momento, esto, al menos para mí, es una incógnita. Pero en lo que tu pregunta tiene de llamamiento a la esperanza, la acepto y la suscribo.