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Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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viernes, 12 de diciembre de 2025
Nuestra Señora de Guadalupe: Patrona de América
Ciudad de México, diciembre de 1531. Una mañana fría a las orillas del antiguo lago de Texcoco, un humilde indígena camina hacia sus clases de catecismo sin imaginar que está por presenciar un acontecimiento que transformará la historia espiritual de un continente. Juan Diego Cuauhtlatoatzin, chichimeca recién bautizado, sube al cerro del Tepeyac cuando el alba despuntaba. De repente oye un canto celestial y una voz dulce que lo llama por su nombre. En la cima del montículo se encuentra con una Señora de sobrehumana belleza, radiante como el sol, que se le presenta con palabras amables: “Yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive”. Así comienza la historia de la Virgen de Guadalupe, la advocación mariana que con el tiempo sería aclamada como Madre espiritual de toda una civilización y proclamada Patrona de América por la Iglesia católica.
Las apariciones de 1531: el milagro en el Tepeyac
El relato tradicional —preservado en documentos como el Nican Mopohua en náhuatl y las crónicas de la época— narra con detalle cuatro apariciones entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. En la primera, la “perfecta Doncella del Cielo” encarga a Juan Diego que solicite al obispo de México la construcción de un templo en ese lugar, “para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra”, en palabras de la propia Virgen. Con obediencia sencilla, Juan Diego acude a la ciudad y tras arduos esfuerzos logra entrevistarse con el fraile franciscano Juan de Zumárraga, primer obispo de México. El prelado, aunque piadoso, se muestra escéptico ante la petición insólita del campesino y le pide una prueba tangible de las apariciones antes de proceder.
Desanimado pero firme en cumplir el mandato celestial, Juan Diego vuelve al Tepeyac al día siguiente. La Virgen se le aparece de nuevo y promete concederle una “señal” para convencer al obispo. Sin embargo, el lunes 11 de diciembre Juan Diego falta a la cita: su tío Juan Bernardino ha caído gravemente enfermo, y él se apresura a buscar un sacerdote. La madrugada del martes 12, angustiado por la salud de su tío y temeroso de retrasar su deber filial, Juan Diego trata de rodear el cerro para evitar encontrarse con la Señora. Pero María sale a su encuentro en el camino: en esta cuarta aparición, la Madre de Dios lo escucha compasivamente y pronuncia palabras inmortales de consuelo: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? (…) ¿No te aflige esta enfermedad? Ten por seguro que ya sanó”. La dulce voz maternal de Guadalupe disipa el miedo de Juan Diego, asegurándole que su tío no morirá de aquel mal. En efecto, la tradición refiere que en ese mismo instante la Virgen se apareció también a Juan Bernardino para curarlo milagrosamente y revelarle el nombre con que deseaba ser invocada: Santa María de Guadalupe.
Convencido y lleno de fe, Juan Diego solicita entonces la señal prometida. La Virgen le indica que suba a la cumbre árida del Tepeyac y recoja las flores que allí encontrará. Juan Diego obedece y descubre, para su asombro, rosas frescas de Castilla florecidas en pleno invierno —algo imposible en el frío diciembre mexicano—. Corta tantas rosas como puede y las guarda en su tilma (un humilde ayate o manto de fibra de maguey). La Virgen acomoda con sus manos aquellas rosas en el regazo de Juan Diego y le ordena no abrir su tilma hasta estar ante el obispo.
Horas más tarde, en el palacio episcopal, ocurre el prodigio central. Juan Diego despliega su tilma frente a fray Zumárraga y los asistentes: las rosas caen al suelo, y al mismo tiempo aparece estampada en la tela la imagen bellísima de la Virgen María, tal como se había manifestado en el Tepeyac. Todos se quedan sobrecogidos: la Morenita del Tepeyac se revela con rostro sereno y manos juntas en oración, vestida con una túnica rosada adornada de motivos indígenas y un manto azul verdoso tachonado de estrellas. El obispo Zumárraga, conmovido hasta las lágrimas, se arrodilla ante aquel milagro tangible. En seguida toma la sagrada tilma y la entroniza en su capilla privada. Días después, el prelado, convencido ya de la veracidad de las apariciones, ordena la construcción inmediata de una ermita en lo alto del cerro del Tepeyac, tal como la Virgen había solicitado. Juan Diego, por su parte, dejó todo para vivir junto al nuevo santuario, donde durante el resto de sus días fue humilde custodio de la sagrada imagen y guía de los peregrinos que empezaban a acudir al lugar santo.
El impacto del fenómeno guadalupano fue inmediato. La sencilla ermita inicial pronto se quedó pequeña ante la multitud de fieles que acudían a venerar la imagen, para 1556 ya hay registros históricos de la devoción extendida entre diversos estratos de la Nueva España. Con los años, el santuario fue ampliándose y embelleciéndose hasta erigir un gran templo barroco. Ya entrado el siglo XVII, en 1709, se consagró la primera Basílica de Guadalupe, símbolo del arraigo permanente de esta devoción en el corazón del pueblo mexicano.
Evangelización y mestizaje espiritual: el legado de Guadalupe
La apariciones de Guadalupe ocurrieron apenas una década después de la caída de Tenochtitlan (1521). La Virgen del Tepeyac actuó —en palabras del Papa Pío XII— como un “instrumento providencial” escogido por Dios para atraer a los indígenas hacia Cristo. El milagro del ayate significó una poderosa confirmación de la fe: “Desde aquel momento histórico la total evangelización fue cosa hecha”, afirmó Pío XII, destacando que Guadalupe marcó el punto de inflexión que consolidó la conversión de México y, por extensión, de Hispanoamérica. De hecho, tras 1531 se registró un auge asombroso de bautismos y conversiones en la Nueva España –se habla de millones de indígenas que abrazaron la fe católica en las dos décadas siguientes–, un fenómeno que muchos han interpretado como una respuesta providencial a la pérdida de fieles en Europa durante la Reforma protestante. La Virgen “alzó una bandera, alzada una fortaleza (…) pilar fundamental de la fe en México y en toda América”, añade el Papa Pacelli, describiendo cómo Guadalupe estableció un baluarte espiritual que resistiría todas las tempestades de la historia.
Patrona de la Nueva España y Emperatriz de América
La veneración a Nuestra Señora de Guadalupe no tardó en recibir reconocimiento oficial en la Iglesia. En 1754 el Papa Benedicto XIV aprobó la Misa y Oficio propios de Santa María de Guadalupe para el 12 de diciembre, otorgando rango litúrgico a la fiesta en Nueva España. Cuentan que, al enterarse de los prodigios del Tepeyac y ver una copia de la sagrada imagen, el pontífice exclamó admirado en latín: “Non fecit taliter omni nationi” –“No ha hecho cosa igual con ninguna otra nación”–, reconociendo así que Dios había obrado en México un portento único en el mundo. Desde entonces, la Virgen del Tepeyac fue proclamada Patrona del Virreinato de Nueva España, protectora de la Ciudad de México y abogada de sus naturales.
Con el tiempo, su patronazgo se extendió a toda Hispanoamérica. El Papa San Pío X la declaró en 1910 “Patrona de toda la América Latina”, y su sucesor Pío XI la nombró Patrona de todas las “Américas” sin distinción entre el norte y el sur. Durante los convulsos años del siglo XX, María de Guadalupe siguió siendo faro de esperanza. En plena posguerra, el Papa Pío XII dirigió en 1945 un radiomensaje al pueblo mexicano con motivo del cincuentenario de la coronación pontificia de la imagen. En ese histórico discurso llamó a la Guadalupana “Emperatriz de América y Reina de México”, recordando cómo los fieles la habían coronado con amor filial en 1895. Pío XII alabó el “justísimo homenaje” que México rendía a su “Noble Indita, Madre de Dios y Madre nuestra”, reconociendo la gratitud de todo un pueblo hacia la Virgen que “tuvo la parte principalísima en su vocación a la verdadera Iglesia” y en “la conservación de la pureza de la fe” de una joven nación que en Ella fundió su identidad. Con vibrante elocuencia, el Papa describió a María de Guadalupe tomando la Cruz traída por las frágiles carabelas españolas y “paseándola triunfalmente por todas estas tierras, plantándola por doquier” desde su santuario sobre el cerro rocoso del Tepeyac, “para desde allí reinar en todo el Nuevo Mundo y velar por su fe”. Quedaba así confirmado desde Roma lo que los mexicanos habían sentido por siglos: que Guadalupe es reina y madre de las Américas bajo cuyo manto se gestó la cristiandad de este continente.
Identidad, fe y unidad bajo el manto de la Virgen
Hoy, casi medio milenio después de aquel amanecer milagroso, la Virgen de Guadalupe sigue siendo el corazón espiritual de millones de americanos. Su santuario en el Tepeyac es el destino de peregrinaciones multitudinarias: se calcula que más de diez millones de fieles lo visitan cada año, especialmente en torno al 12 de diciembre, convirtiéndolo en el recinto mariano más concurrido del orbe católico. La imagen original, intacta e incorrupta contra todo pronóstico científico, preside la Basílica y contempla amorosamente a sus hijos día y noche.
Contrario a las visiones reductoras o a la llamada leyenda negra que pinta la conquista como mero choque destructivo, el acontecimiento guadalupano ofrece una perspectiva veraz: en él se funden las herencias indígenas y españolas bajo la mirada amorosa de María, dando origen a algo nuevo y fecundo. La Virgen de Guadalupe, al escoger a Juan Diego y hablarle en su idioma, dignificó a los indígenas, mostrando que el mensaje cristiano no venía a aniquilar sus anhelos, sino a plenificarlos. Bajo su manto, el indio y el español encontraron hermandad como hijos del mismo Dios y de la misma Madre. Nació así esa “mestiza unidad” de la que hablaba San Juan Pablo II, para quien Guadalupe es “reina de toda América” y auténtica forjadora de comunión entre los diversos pueblos del continente.
P. Pasqualucci: En memoria de Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre.
Hace unos días conmemoramos el aniversario del arzobispo Lefebvre, un monumento de fidelidad inquebrantable. Nunca se doblegó, jamás se dejó dominar. Y salvó el sacerdocio y la misa durante siglos. Paolo Pasqualucci también lo recordó en el extenso texto que sigue, que con gusto comparto de Il blog di un filosofo [aquí].
Intentaremos recordar a nuestros lectores, a través de sus propias palabras, lo que representó y representa la larga, tenaz e inquebrantable batalla que libró el arzobispo Marcel Lefebvre en defensa del sacerdocio, la doctrina y la Santa Misa de todos los tiempos para los católicos fieles a la enseñanza tradicional de la Iglesia, que no pueden aceptar las "reformas" neomodernistas introducidas por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Al recordar estas palabras, también tendremos la oportunidad de reflexionar sobre la supresión ilegítima de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por él, ocurrida hace precisamente cincuenta años.
La constante fidelidad de Monseñor Lefebvre a la Iglesia y a sus líderes
El 7 de abril de 1980, Monseñor Lefebvre pronunció una homilía en italiano en la iglesia de San Simeone Piccolo de Venecia. Con la franqueza y claridad que caracterizaban su estilo, explicó a los fieles el significado general de su postura y la «Cruzada» a la que simultáneamente los convocaba.
Quizás algunos de ustedes tengan dudas. Se preguntarán por qué Monseñor Lefebvre vino aquí, a Venecia, sin ser invitado por el Cardenal Cé. Mi presencia crea una situación que, en la Iglesia, no es normal […] ¡Jamás querría hacer nada contrario a la Iglesia! Toda mi vida ha estado a su servicio: en los 50 años de sacerdocio, 33 de los cuales como obispo, no he hecho más que servir a la Iglesia como misionero, como obispo en Francia, como superior general de la Congregación del Espíritu Santo y como obispo misionero […] Hace diez años fundé esta obra —la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X— con la intención de querer siempre servir a la Iglesia. ¿Por qué, entonces, el Cardenal Cé, Patriarca de Venecia, no está contento con mi llegada y no entiende el motivo? ¿Qué puedo decirles? Evidentemente, no está contento de que continúe la labor que he realizado desde el día de mi consagración sacerdotal. Nunca he cambiado en nada, tanto cuando establecí nuevos seminarios en África como Como delegado apostólico de Su Santidad Pío XII, visité las 64 diócesis del África francesa a lo largo de once años.
Visité todos los seminarios, entregando a los obispos diocesanos las normas para los nuevos seminarios que se abrieron. Nunca las cambié. Nunca cambié lo que la Iglesia dijo en los Concilios de Trento y Vaticano I. Entonces, ¿quién las cambió? ¿Yo o el cardenal Cé? No lo sé, pero creo que, considerando cómo van las cosas, es decir, los frutos del cambio que se ha producido en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, podemos verlo con nuestros propios ojos como católicos.
Se puede ver. ¿Cómo van las cosas en la Iglesia hoy? Pregúntenle a Su Excelencia Monseñor Pintonello, ex obispo castrense, quien elaboró un informe detallado sobre la situación actual de los seminarios italianos: ¡una catástrofe! Una auténtica catástrofe. ¡Cuántos seminarios se han vendido o cerrado! El seminario de Turín, con 300 plazas, está vacío. ¿Y cuántos otros ven cerrados en sus diócesis? Entonces, seguramente, algo anda mal en la Iglesia, porque si no hay más seminarios, en el futuro no habrá más sacerdotes, ni más Sacrificio de la Misa. ¿Qué será de la Iglesia? Todo esto es imposible. Han cambiado, sí, han cambiado, pero ¿por qué?
La crisis en la Iglesia, provocada por el Concilio
“Lo hicieron”, continúa la homilía, “ciertamente con la idea de salvar la Iglesia, de hacer algo nuevo. Antes del Concilio, hubo un verdadero declive en el fervor, y entonces pensaron que, cambiando, quizás la Iglesia cobraría más vitalidad. Pero no se puede cambiar lo que Jesucristo instituyó […] También dicen que la Iglesia debe cambiar, como cambia el hombre moderno; como los hombres tienen un estilo de vida diferente, la Iglesia también debe tener una doctrina diferente, una nueva misa, nuevos sacramentos, un nuevo catecismo, nuevos seminarios… ¡y así todo se ha arruinado, todo se ha arruinado! […] ¿De dónde viene el catecismo holandés? Ciertamente no del católico, aunque está aprobado por cardenales y obispos. Incluso los catecismos francés e italiano (que conozco) contienen errores: ya no reflejan la verdadera doctrina católica tal como se ha enseñado siempre.
Esta es una situación muy grave.
En todo el mundo —y puedo decir esto porque he viajado por todo el mundo— he visto grupos de católicos como el suyo preguntarse: "¿Qué está pasando en la Iglesia?". Ya no sabemos cómo es la Iglesia católica hoy. Las ceremonias, el culto mitad protestante, mitad católico, son un teatro; el misterio del Sacrificio de la Misa, un gran misterio, un misterio sublime y celestial, ya no es un misterio. Ya no se siente la naturaleza sobrenatural de la Misa, y quienes asisten sienten una sensación de vacío y ya no saben si han participado en una ceremonia católica o profana […] Por el bien de la Iglesia, debemos resistir, sin oponernos a las autoridades. Nunca.
Siempre he tenido un gran respeto por el Santo Padre, por los obispos y por los cardenales; no soy capaz de pronunciar palabras indignas hacia su Cardenal Cé, pero esto no me impide afirmar la doctrina católica porque quiero seguir siendo católico. Cuando me bauticé, el sacerdote preguntó a mis padrinos: "¿Qué le pide este niño a la Iglesia?". Respondieron: "Fe. Le pide fe a la Iglesia". Y yo, todavía hoy, le pido fe a la Iglesia y hasta mi muerte le pediré fe, la fe católica.[2]
La reforma litúrgica ha oscurecido el significado fundamental de la Santa Misa
Mantener la misa del antiguo rito romano, impropiamente llamada misa tridentina, cuyo canon se remonta a los tiempos apostólicos, fue, con razón, un verdadero caballo de batalla del arzobispo Lefebvre, quien nunca celebró la misa del Novus Ordo. Esto fue cierto, cabe recordar, junto con Su Excelencia Monseñor De Castro Mayer, el obispo brasileño que siempre lo apoyó con valentía a él y a su congregación en la encarnizada batalla por la defensa del Depósito de la Fe. Los dos obispos fueron los únicos, entre los cientos que lucharon contra la mayoría progresista en el Concilio, que continuaron la lucha tras la clausura de la famosa asamblea.
La Misa es un sacrificio, el Sacrificio de la Cruz y, como dice el Concilio de Trento, es el mismo sacrificio del Calvario; con la única diferencia de que uno es cruento y el otro no, pero todo es lo mismo: el mismo sacerdote, Jesucristo, y la misma víctima, Jesucristo. Si la víctima es verdaderamente Jesucristo, Dios, nuestro Redentor, que derramó toda su sangre por nuestras almas, es imposible tomarla en nuestras manos como cualquier otro pedazo de pan.[3]
El significado y la eficacia salvífica de la Santa Misa se pierden si nos alejamos de ese rito, consagrado por una tradición casi bimilenaria, que garantiza su naturaleza de sacrificio propiciatorio y expiatorio, gracias al cual obtenemos la misericordia divina por nuestros pecados y las gracias que necesitamos.
En la homilía pronunciada en París con ocasión de su Jubileo sacerdotal, el 23 de septiembre de 1979, había dicho: Ciertamente, a través de mis estudios, conocí este gran misterio de nuestra fe, pero no había comprendido todo su valor, eficacia y profundidad. Lo experimenté día a día, año tras año, en África, y particularmente en Gabón, donde pasé 13 años de mi vida misionera, primero en el seminario, luego en la sabana, entre los africanos, entre los nativos […] Aquellas almas paganas, transformadas por la gracia del bautismo, por la asistencia a la Misa y por la Sagrada Eucaristía, comprendieron el misterio del Sacrificio de la Cruz y se unieron a Nuestro Señor Jesucristo; en el sufrimiento de su Cruz, ofrecieron sus sacrificios y sus sufrimientos con Nuestro Señor Jesucristo, viviendo como cristianos […] Pude ver pueblos de paganos que se habían convertido al cristianismo transformarse no solo espiritual y sobrenaturalmente, sino también física, social, económica y políticamente; transformados porque esas personas, de paganos que eran, tomaron conciencia de la necesidad de cumplir con su deber a pesar de las pruebas y los sacrificios, de mantener sus compromisos, y en particular las obligaciones del matrimonio. Entonces el pueblo… Se transformó gradualmente bajo la influencia de la gracia y el Santo Sacrificio de la Misa; y todos esos pueblos anhelaban tener su propia capilla y la visita del Padre. ¡La visita del misionero! ¡Con cuánta ilusión se esperaba poder asistir a la Santa Misa, confesarse y comulgar! Las almas se consagraban a Dios; religiosos, religiosas y sacerdotes se ofrecían y se consagraban a Él. Estos son los frutos de la Santa Misa.
La noción de sacrificio
¿Por qué todo esto? Finalmente, debemos estudiar las razones profundas de esta transformación: es Sacrificio. La noción de sacrificio es una noción profundamente católica. Nuestras vidas no pueden prescindir del sacrificio, ya que Nuestro Señor Jesucristo, Dios mismo, eligió tomar un cuerpo como el nuestro y nos dijo: «Sígueme. Toma tu cruz y sígueme si quieres ser salvo», y nos dio el ejemplo de su muerte en la cruz y el derramamiento de su sangre. ¿No nos atreveríamos nosotros, sus pobres criaturas, pecadores como somos, a seguir a Nuestro Señor en el camino de su sacrificio y su cruz?
Éste es todo el misterio de la civilización cristiana, de la civilización católica: la comprensión del sacrificio en la propia vida, en la vida cotidiana, y la comprensión del sufrimiento cristiano ; no considerar ya el sufrimiento como un mal, como un dolor insoportable, sino compartir los propios dolores y enfermedades [espirituales] con los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, mirando la Cruz, asistiendo a la Santa Misa que es la continuación de la Pasión de Nuestro Señor en el Calvario.»[4]
¿No son ciertas estas palabras? ¿No expresan el auténtico significado de la Santa Misa y la visión cristiana de la existencia? ¿Y por qué, para estar seguros de encontrar estos significados, debemos releer las homilías pronunciadas hace veinticinco años [en 1979, ahora 44] por el arzobispo Lefebvre? Porque la jerarquía católica, hoy bajo la influencia de ideologías profanas, habla mucho más de "derechos" ("derechos humanos", como se les llama) que del sacrificio , de la cruz que, durante nuestra vida terrena, si queremos salvarnos, debemos soportar y estar siempre dispuestos a soportar, siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, nuestro único modelo verdadero. Y tan resistente es la llamada Iglesia "conciliar" a la idea del sacrificio y la cruz, tan imbuida está de la ideología profana de los "derechos humanos" y de la idea de que gracias a estos y al "diálogo" fundado en ellos con todas las religiones del mundo, debemos "construir un mundo mejor", una especie de democracia universal; Tanto es así, que ha provocado incluso un cambio en el significado de la Santa Misa, entendida ahora por la mayoría —como si estuviéramos en los Misterios de Eleusis— como una fiesta en la que celebramos colectivamente la Resurrección de Dios que, al encarnarse, ya ha salvado al mundo entero.
Firme protesta de Monseñor Lefebvre contra la supresión ilegítima del Seminario de Écône
En su homilía en Venecia, Monseñor resumió así el entonces relativamente reciente suceso de la supresión de la Fraternidad que fundó: «Voy a Roma cinco o seis veces al año para rogar a los cardenales, y al propio Papa, que regresen a la Tradición, que restauren la Iglesia a su vida católica [...]. Mi Fraternidad, de hecho, fue reconocida oficialmente hace diez años por Roma y por el obispo de Friburgo, Suiza, en cuya diócesis se fundó. Posteriormente, obispos progresistas y modernistas vieron mis seminarios como una amenaza para sus teorías; se enojaron conmigo y dijeron: «Estos seminarios deben ser destruidos, debemos acabar con Écône y la obra de Monseñor Lefebvre porque son peligrosos para nuestro plan progresista-revolucionario». Se expresaron en el mismo tono en Roma, y Roma estuvo de acuerdo.
Pero como le dije a Su Santidad Juan Pablo II, la supresión se llevó a cabo de forma contraria al Derecho Canónico: ni siquiera los soviets juzgan como lo hicieron los cardenales de Roma por mi trabajo. Los soviets tienen un tribunal, una especie de tribunal para condenar a alguien; pero yo ni siquiera tuve este tribunal, nada. Fui condenado sin nada, ni siquiera una advertencia, una citación... nada. Un buen día llegó una carta [el 6 de mayo de 1975, del Ordinario local, S. E. Monseñor Mamie, Arzobispo de Friburgo, Suiza] para comunicarme que el seminario debía ser clausurado.[5]
La supresión del seminario de Écône debe considerarse inválida en todos sus aspectos.
Hace cincuenta años, en “sì sì no no”, recién fundada por Don Francesco Putti y completamente autónoma (entonces como ahora) de la FSSPX, un artículo bien documentado expuso las diversas y graves irregularidades del procedimiento implementado para atacar a la mencionada Fraternidad. Este procedimiento se vio fundamentalmente socavado por la ausencia de las “razones serias”, nunca documentadas por ser obviamente inexistentes, representadas por los “desórdenes morales” o las “desviaciones doctrinales” que exige el derecho canónico para una medida coercitiva de tal gravedad. “El cierre de un seminario, donde más de 100 estudiantes estaban bien formados [por reconocimiento de los mismos organismos competentes], no podía decretarse mediante una declaración de su Superior, desaprobada por la Autoridad eclesiástica, incluso si la desaprobación era fundada y justa [el 21 de noviembre de 1974, Monseñor Lefebvre, que ya había declarado oficialmente en 1971 el rechazo del Novus Ordo Missae, indignado por las declaraciones bastante heterodoxas dadas a conocer a sus seminaristas por dos visitadores apostólicos (11-13 de noviembre de 1974), se había posicionado públicamente contra las infiltraciones “neomodernistas” en la Iglesia oficial –y esto implicaba una crítica implícita al entonces Pontífice reinante, Su Santidad Pablo VI–, proclamando su inmutable fidelidad a la enseñanza del Concilio de Trento] […] Muchas veces los Superiores han sido despedidos por una declaración inaceptable o por un acto grave de desobediencia al Sumo Pontífice, pero los seminarios nunca sido cerrados, los institutos, por esta razón […] Y si a veces se pensaba que las ideas sostenidas por el fundador o por el superior actual ejercían una influencia maléfica sobre la formación de los estudiantes, se proveía nombrando un visitador permanente”.[6] El artículo no se detenía en la cuestión de la competencia del Ordinario en el caso concreto, cuestión que constituía el argumento clave del recurso inmediatamente presentado por Monseñor Lefebvre ante el Tribunal de la Signatura Apostólica y declarado inadmisible por este último, en el que, en cuanto a la competencia, se objetaba la invalidez intrínseca de la disposición y, por tanto, su nulidad radical, a todos los efectos, debido a la incompetencia tanto del Ordinario local para emitirla como de la “comisión cardenalicia” antes mencionada para juzgar al apelante en materia de fe.
La naturaleza jurídica real de la FSSPX
Sobre el punto crucial de la incompetencia del obispo Mamie, hagamos algunas consideraciones. La FSSPX, como se desprende de sus estatutos y de la actividad que desarrollaba, en perfecta consonancia con ellos, era una sociedad de vida en común sin votos (públicos), cuyo objetivo era la formación sacerdotal según los principios tradicionales de la Iglesia, principios que exigían, entre otras cosas, el mantenimiento de la Santa Misa Tridentina. Estas "sociedades", en el derecho canónico entonces vigente (CIC, 1917), se consideraban congregaciones en sentido amplio, con respecto a las "en sentido estricto", incluidas estas últimas, junto con las órdenes , en las religiones , cuyos miembros vivían en común y profesaban públicamente los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, votos que podían ser solemnes (que invalidaban ipso iure el acto cometido en violación de ellos) o simples (que convertían el mismo acto en ilícito, pero no en inválido).[7]
La existencia de sociedades de vida en común sin votos se produjo "a imitación de la de las religiones, aunque sin las rígidas restricciones, y con fines similares, es decir, alcanzar una mayor perfección espiritual y también realizar obras de caridad cristiana o apostolado religioso o social". Más propiamente, se asemejan a las congregaciones religiosas , con las que a veces se confunden externamente. El código reconoce su existencia, ya que los miembros ( sodales ) de dichas sociedades —que pueden ser tanto hombres como mujeres— viven en común, bajo el gobierno de los superiores y según sus propias constituciones, debidamente aprobadas, pero sin pronunciar los tres votos públicos habituales. Dichas sociedades, como establece expresamente el código, no son propiamente religiones, ni sus miembros pueden calificarse propiamente como religiosos; sin embargo, se distinguen, como las religiones, en clericales y laicas [si la mayoría no está compuesta por sacerdotes], y en sociedades de derecho pontificio y derecho diocesano , y están sujetas, en cuanto a su erección y supresión , a las normas vigentes para las congregaciones. como en general por analogía, y en la medida de lo posible, a las normas de derecho común relativas a estas […] Los nombres específicos que estas sociedades suelen asumir en la práctica ( oratorios, retiros, beaterios, conservatorios, sociedades piadosas, etc.) no están sujetos a normas precisas.”[8]
En la práctica, la terminología era bastante flexible. Pero lo que importa, a efectos de nuestra discusión, es la disciplina entonces vigente para la erección y supresión (siendo este último evento bastante raro) de las sociedades en cuestión, que era esencialmente la de las religiones . Las religiones se distinguían (ex can. 488. 3°, CIC 1917) como religiones de derecho pontificio , si habían obtenido la aprobación o al menos el decreto de alabanza de la Santa Sede, o de derecho diocesano si, erigidas por el obispo, aún no habían obtenido el decreto de alabanza.[9] El C. 492, § 2 del CIC establecía entonces que una Congregación de derecho diocesano, incluso si estaba «extendida en varias diócesis», seguía siendo de derecho diocesano, es decir, sujeta al obispo de la diócesis, hasta que hubiera recibido la «aprobación pontificia o el decreto de alabanza». Sin embargo, su supresión , una vez legítimamente fundada , quedó reservada a la Santa Sede: supprimi nequit nisi a Sancta Sede (c. 493). De esta manera, el derecho canónico introdujo limitaciones al poder del obispo, a cuya jurisdicción estaba sujeta la congregación.[10] Esta norma jugó un papel fundamental en la historia de la supresión de la Fraternidad, dado que la disciplina de la erección y supresión de religiones se extendió expresamente desde c. 674 a las sociedades de vida común sin votos, también llamadas congregaciones en la terminología flexible de la época.
La FSSPX había sido debidamente constituida por el predecesor de Monseñor Mamie, Monseñor Charrière, quien aprobó formalmente sus estatutos el 1 de noviembre de 1970. Por lo tanto, al estar debidamente constituida conforme a la ley, Monseñor Mamie solo podría haberla suprimido con autorización expresa del Papa, una especie de delegación de poderes. Pero dicha autorización no parece haber ocurrido. Tampoco parece que el entonces Pontífice reinante, Su Santidad Pablo VI, aprobara específicamente todo el procedimiento, altamente irregular, que concluyó con la carta suprimiendo la FSSPX. Dicha aprobación, que debe ser formal y expresa , habría remediado toda posible irregularidad y abuso, a menos que se hubiera violado la ley natural o divina. Y, de hecho, el Tribunal de la Signatura Apostólica declaró inadmisible la apelación de Monseñor Lefebvre, citando precisamente el argumento de la aprobación específica del Papa de la disposición impugnada, es decir, aduciendo un hecho cuya existencia nunca ha sido probada.
¿Sociedad de vida comunitaria sin votos o pia unio?
El hecho es que Mons. Charrière, al otorgar su autorización "observando todas las prescripciones canónicas", erigió la FSSPX "bajo el título de pia unio [au titre de 'Pia Unio']", no bajo el título de "sociedad de vida común sin votos" ( vulgo , "congregación", como se desprende del art. 1 del Estatuto de la misma: "société sacerdotale de vie commune sans voeux").[11] Entonces, ¿tenía razón Mons. Mamie, ya que, para la supresión de una "pia unio" no erigida por la Santa Sede y que operaba en la diócesis, el Ordinario local era competente, sin necesidad de autorización pontificia ad hoc, siempre sin perjuicio del derecho a apelar contra la disposición ante el Tribunal de la Signatura Apostólica? Pero ¿qué era una unión piadosa? Los institutos que brevemente tratamos aquí pertenecen ahora a la historia del derecho canónico desde el nuevo CIC, el de 1983. Modificó parcialmente la disciplina, innovando también la terminología. Por lo tanto, hoy en día es difícil formarse una idea precisa.
Las uniones piadosas , al igual que las terceras órdenes seculares y las cofradías , eran asociaciones tradicionalmente constituidas por fieles laicos, en las que obviamente también podían participar clérigos y religiosos. Los fieles que las componían, sin el vínculo de los votos ni el derivado de la «conexión orgánica y duradera con la asociación» (es decir, la vida en común), vivían en el mundo «dedicados a sus ocupaciones habituales», al tiempo que se proponían realizar «obras especiales» de piedad y caridad con un fin sobrenatural. Un ejemplo famoso de unión piadosa fue constituido por la Acción Católica , y otro por las Congregaciones Marianas , que, a pesar de su nombre, eran asociaciones de laicos que se proponían realizar labores apostólicas, difundiendo en particular el culto a la Santísima Virgen (por ejemplo, con las Hijas de María ).[12]
¿Debería la FSSPX considerarse una "pia unio" al igual que la Acción Católica y las Hijas de María ? Por supuesto que no. Su naturaleza jurídica intrínseca , como hemos visto, era la de una sociedad de vida en común sin votos, equivalente a las congregaciones en sentido estricto. ¿Cómo, entonces, explicar su nacimiento con el nombre de " pia unio "? El término debe entenderse, evidentemente, en un sentido técnico. Su uso demostraría la adopción de lo que debió ser una práctica consolidada entre los obispos. Dado que siempre debía haber un período de prueba (renovable) de varios años, generalmente seis, antes de alcanzar la approbatio definitiva , la sociedad que posteriormente se transformaría en congregación se estableció como una "pia unio". Cuando este título no se correspondía con la naturaleza y la actividad efectiva de la entidad, es decir, una entidad que, habiendo surgido como una pia unio efectiva (compuesta en esta ocasión predominantemente por clérigos), se transformaba en una sociedad de vida común sin votos, se estaba, cabe decir, ante una ficción jurídica que ofrecía al Ordinario la ventaja de una mayor libertad de acción respecto a la Santa Sede, dado que la erección de una entidad «bajo el título de pia unio» no estaba sujeta a una autorización previa de la Santa Sede, que sí era obligatoria para las congregaciones (c. 492 § 1). Y en este caso, si por casualidad se decidía la supresión de la entidad, ¿qué se extinguía: la unión piadosa formal a la que se refería el «título» (y entonces la competencia del Ordinario era indiscutible)[13] o la sociedad concreta de vida común sin votos? Nos encontramos entre quienes creen que, en ciertos casos, el ordenamiento jurídico concreto debe prevalecer sobre el formal, especialmente cuando este último es puramente formal. Y estamos convencidos de que esta actitud es coherente con el espíritu del derecho canónico. Es la entidad en su concreción institucional real, es lo que es según sus estatutos, confirmado por su comportamiento real, es esta entidad la que las autoridades deciden suprimir en un momento determinado. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta anterior nos parece obvia. La FSSPX ha operado desde el inicio de su existencia como una congregación de pleno derecho ; no hubo un período preliminar en el que sus miembros vivieran sin profesar votos, sin practicar la vida comunitaria, o sin observar la obligación de conformar todas sus acciones diarias a los dictados de los estatutos.
Dos confirmaciones fácticas de la tesis aquí sustentada
En nuestra opinión, otros dos hechos también prueban que la FSSPX siempre se ha considerado una sociedad de vida común sin votos. Entre 1971 y 1975, la Santa Sede autorizó la incardinación canónica de tres sacerdotes externos a la Fraternidad, mediante cartas dimisorias regulares.[14] Esto demuestra que la Fraternidad se consideraba una congregación y no una pia unio. Además, en el protocolo de acuerdo entre la FSSPX y la Santa Sede, firmado por ambas partes el 5 de mayo de 1988 —un protocolo que, como es sabido, no se siguió en absoluto—, en lo referente a las «cuestiones jurídicas» que debían regularse, se afirmaba: «Teniendo en cuenta que la Fraternidad, etc., fue concebida hace 18 años como una sociedad de vida común […] la figura canónica más adecuada [para su clasificación según el nuevo Código] es la de Sociedad de Vida Apostólica».[15] Se advierte que el hecho de su erección "como 'Pia unio'" queda relegado al olvido, evidentemente porque es irrelevante para la determinación de la naturaleza jurídica específica de la propia Fraternidad.
Estas declaraciones fueron firmadas en su momento por el cardenal Ratzinger. Esto significaba que la Santa Sede no tenía objeción a la afirmación de que la Fraternidad «había sido concebida durante 18 años [y, por lo tanto, desde el momento de su fundación] como una sociedad de vida común [sin votos públicos]». El estatus jurídico previsto para ella en el memorando de entendimiento, de conformidad con la disciplina del nuevo CIC, era el de una «sociedad de vida apostólica». Ahora bien, estas societates vitae apostolicae son precisamente, mutatis mutandis, las herederas directas, como es sabido, de las societates in communi viventium sine votibus del Código anterior. Incluso en el Código de Derecho Canónico de 1917 (cc. 673-681), estas sociedades [de vida apostólica] habían recibido tratamiento del legislador, también bajo el nombre de sociedades de vida común sin votos. Por lo tanto, es evidente en el legislador de ayer y de hoy la voluntad de excluirlas de la categoría de religiosas en sentido estricto […] Esto, sin embargo, no impide que sean consideradas [por el propio código] como similares a los institutos de vida consagrada [esta es la nueva denominación de las religiones ], ya sea porque viven en vida común, porque profesan votos religiosos o porque observan las constituciones [sus estatutos]».[16]
Dado que la FSSPX era una societas de vida común sin votos, su inclusión en la forma jurídica de la societas vitae apostolicae del nuevo Código constituyó su extensión natural dentro de la nueva orden, extensión a la que nadie objetó. Del memorando de entendimiento del 5 de mayo de 1988, derivamos, en nuestra opinión, una confirmación autorizada post festum de la verdadera naturaleza jurídica de la Compañía, que no es ni ha sido nunca la de una pia unio . Las «uniones pías» han desaparecido del nuevo Código como categoría autónoma. Se incluyen en las disposiciones generales del c. 304 sobre el «consociationibus christifidelium», sobre las «consociaciones» o «asociaciones» de fieles, públicas o privadas, «cualquiera que sea su nombre». De las antiguas asociaciones de fieles, solo las Terceras Órdenes se han mantenido como entidad autónoma, en el c. 303.
El sentido auténticamente religioso de la «Cruzada» invocado por Monseñor Lefebvre
Como es bien sabido, Monseñor Lefebvre no se doblegó ante la injusticia sufrida; se negó a cerrar su seminario (que aún se mantiene vigente) y procedió con las ordenaciones sacerdotales ya programadas para el 29 de junio de 1975. Por lo tanto, fue suspendido a divinis. ¿Qué significado debe atribuirse a esta "suspensión"? Creemos no ofender a nadie al afirmar que debe considerarse impugnable por falta de fundamento legítimo, ya que se impuso sobre la base de un acto que constituyó un abuso de poder por parte de la autoridad. En cualquier caso, es inválida porque la desobediencia de Monseñor Lefebvre no fue punible, ya que fue provocada por el estado de necesidad en el que se encontró repentina e injustamente.
Pero algo aún peor le ocurrió a Monseñor Lefebvre, como sabemos, en 1988, con la excomunión que lo tildó de «cismático», impuesta por haber ordenado a cuatro obispos como sus sucesores al frente de la FSSPX, desoyendo la voluntad del entonces Pontífice, quien lo había invitado a abstenerse de continuar las negociaciones que llevaban tiempo en marcha con la Santa Sede para la elección de su sucesor o sucesores. Sobre la cuestión de la excomunión y el supuesto «cisma» de Monseñor Lefebvre, esta publicación ya se ha pronunciado en dos estudios ad hoc, publicados hace unos años.[17] Por lo tanto, parece inútil volver al tema. Somos de los que creemos que Monseñor Lefebvre siempre actuó con la mayor buena fe. Estamos seguros, como lo demuestra toda su conducta, de que tomó su decisión convencido de encontrarse en estado de necesidad, debido a la reticencia y las ambigüedades observadas y continuadas en la contraparte vaticana respecto a la forma y el momento de la elección de los sucesores.[18] Por lo tanto, la excomunión es inválida, pues fue expresamente excluida por el CIC de 1983 como castigo por desobediencia motivada por tal convicción y un cisma inexistente, pues los hechos demuestran que Monseñor Lefebvre nunca quiso establecer una iglesia paralela, ni tampoco los cuatro obispos que consagró. La FSSPX debe seguir siendo considerada miembro de pleno derecho de la Iglesia Militante, de la que, obviamente, nadie puede ser excluido por disposiciones inválidas.
La “cruzada” a la que Monseñor Lefebvre invitó a los católicos no fue, pues, la de un sacerdote rebelde a las enseñanzas de la Iglesia, ¡más tarde absurdamente acusado incluso de cisma!
¿Qué debemos hacer? Queridos hermanos, sí, profundicemos en este gran misterio de la Misa. ¡Bien! Creo que puedo decir que debemos emprender una cruzada basada en el Santo Sacrificio de la Misa, en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo […] Debemos emprender una cruzada, una cruzada fundada precisamente en estas nociones de permanencia, de sacrificio, para restaurar el cristianismo; para rehacer un cristianismo con los mismos principios, el mismo Sacrificio de la Misa, los mismos sacramentos, el mismo catecismo, la misma Biblia. Debemos recrear este cristianismo […] No nos dejemos seducir por las ideas mundanas, por todas las corrientes del mundo que nos arrastran al pecado y al infierno. Si queremos ir al Cielo, debemos seguir a Nuestro Señor Jesucristo, cargar con nuestra cruz y seguir a Nuestro Señor Jesucristo; imitarlo en Su Cruz, en Su sufrimiento, en Su sacrificio […] Debemos confiar en la gracia de Nuestro Señor: Él es omnipotente. He visto Su gracia obrar en África; no hay razón para que no sea igual de activa aquí. También en nuestro país [Francia]. Esto es lo que quería decirles. Y ustedes, queridos sacerdotes que me escuchan, únanse en una profunda unión sacerdotal para difundir y animar esta cruzada para que Jesús reine, Nuestro Señor reine. Y para esto deben ser santos, deben buscar la santidad, mostrar la santidad, la gracia que obra en sus almas y corazones, esta gracia que reciben a través del sacramento de la Eucaristía y la Santa Misa que ofrecen. ¡Solo ustedes pueden ofrecerla! […] ¡ Mantengan la Misa eterna! Y verán florecer de nuevo la civilización cristiana , una civilización que no es para este mundo, sino una civilización que conduce a la ciudad católica, y esta ciudad católica prepara la ciudad católica del Cielo».[19]
Debemos recrear, a través de la fe, el ejemplo y la predicación, un espíritu de cruzada para restablecer la auténtica Misa católica, que nos haga amar la Cruz. «¡Así pues, somos cruzados! Amamos la cruz, seguimos las buenas tradiciones de todos aquellos que nos han precedido en la batalla espiritual contra el diablo, contra el pecado, contra toda ocasión de pecado, contra todos los escándalos».[20] Y el arzobispo Lefebvre concluyó su homilía en Venecia así: «Concluyo pidiéndoles a todos que se reúnan alrededor del altar, el verdadero altar, con un verdadero sacerdote, para continuar el Sacrificio de la Misa».[21] Y para concluir esta Conmemoración nuestra , en un plano más estrictamente cultural, citamos el Prefacio de la segunda edición de la Carta Abierta a los Católicos Perplejos : «En consecuencia, las llamadas de esta obra que lucha por el retorno a la Tradición se transforman en exigencias cada vez más urgentes para luchar por el honor de Dios, por el reino de Jesucristo, por la defensa de la Iglesia, por la salvación de las almas. Es una auténtica cruzada que debe despertarse para asegurar que los enemigos anidados en la Iglesia se conviertan o refuten, permitiendo así el retorno de el Reino universal de Jesús y María."[22]
Este llamado a la defensa inquebrantable del dogma de fe con las armas de la refutación racional y documentada de los errores, un llamado en el que hemos escuchado la voz de la Santa Iglesia perenne, siempre lo hemos hecho nuestro, buscando responder a él, con la ayuda de Dios, lo mejor que podemos. Y consideramos este llamado aún plenamente oportuno, dado que la grave crisis que ha asolado a la Iglesia durante sesenta años está lejos de terminar.4 de diciembre de 2025
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[1] Este artículo apareció bajo el seudónimo de “ Canonicus ” en la revista “ sì sì no no ”, n.º 20, noviembre de 2005, XXXI, pp. 2-4 con motivo del centenario del nacimiento de Monseñor Lefebvre (1905-1991). He realizado algunos ajustes externos. Monseñor Lefebvre nació el 29 de noviembre de 1905, en el norte de Francia, en Tourcoing.
[2] S. E. Monseñor Marcel Lefebvre, Homilía de Venecia , Iglesia de S. Simeone Piccolo, 7 de abril de 1980, en ID., La Crociata di SE Mons. Marcel Lefebvre , colección de tres homilías del mismo, editado por la FSSPX, sd, pp. 29-38, pp. 30-34. Los textos conservan el estilo hablado, con algunos ajustes léxicos para la homilía en italiano.
[3] Homilía de Venecia , cit., en La Crociata , cit., p. 34.
[4] Jubileo sacerdotal , en La crociata , cit., pp. 4-18. pp. 6-8. La cursiva es nuestra.
[5] Homilía de Venecia , en op. cit., pp. 35-6. El seminario tuvo que ser clausurado inmediatamente .
[6] Véase: Sí sí no no , I (1975), n. 9: Sobre el cierre del Seminario de Écône de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X: Ilegalidad de un procedimiento – iniquidad de una disposición , págs. 4-5, por Ulpianus . El autor era Mons. Arturo de Jorio, juez del Tribunal de la Sagrada Rota. La carta que suprimía el seminario con efecto inmediato, revocando la autorización para la existencia de la FSSPX, había sido precedida por una citación informal a Roma del arzobispo Lefebvre ante tres cardenales para un simple intercambio de ideas. También se había enfrentado a una comisión informal (ilegal por diversas razones, como demostraba el artículo, si se constituía y funcionaba como tribunal) que lo había reprendido duramente por su declaración del 21 de noviembre de 1974, acusándolo, en sus propias palabras, de "querer ser un Atanasio" (el obispo que prácticamente en solitario inició la lucha contra la herejía arriana en el siglo IV, siendo injustamente excomulgado en dos ocasiones). La carta de Monseñor Mamie se refería a la autoridad de esta "comisión cardinal" para justificar sus acciones, declarando que actuaba "en pleno acuerdo" ( en plein accord ) con la Santa Sede, una declaración que no demuestra, como tal, la existencia de una autorización específica (nunca presentada, por lo demás) conferida, por lo tanto, en las formas exigidas por el derecho canónico.
[7] Estos detalles de la institución de la sociedad de vida común sin votos los hemos extraído principalmente de: A. Bertola,La Costituzione della Chiesa, corso di diritto canonico , Torino, 1958, 3a ediz. clavado. e ampliada; Eichmann-Mörsdorf, Lehrbuch des Kirchenrechts [Manuale di diritto canonico], 1964, 11a ediz., München, Paderborn, Viena, I vol, seconda e terza parte.
[8] Bértola, op. cit., págs. 240-1. Corsivi nostri.
[9] op. cit., pág. 212.
[10] Eichmann-Mörsdorf, cit., p. 493.
[11] Statuts de la Fraternité des Apôtres de Jésus et Marie ou (selon le titre public) de la Fraternité Sacerdotale Saint Pie X , pp. V-VI e p. 3 (no numerados).
[12] Per i dettagli dell'istituto della pia unio , vedi: V. Del Giudice, Nozioni di diritto canonico , Giuffré, Milán, 1970, 12a ediz. rifatta e aggiornata con la colaboración del prof. Catalano, págs. 276-9.
[13] Sul punto: Bernard Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre, une vie , Clovis, 2002, p. 508. SE Mons. Tissier de Mallerais, en busca de la ópera fundamental para la comprensión della figura di Mons. Lefebvre, ritiene giuridicamente (anche se non moralmente) legítimamente la soppressione della FSSPX da parte di Mons. Mamie: "Le 25 avril en effet, le cardinal Tabera [uno de los componentes de la "commissione cardinalizia" di cui sopra] asegura Mons. Mamie qu'il "possède l'autorité nécessaire pour retirer les actes et concesiones" de su prédécesseur. C'est bien exacto, hélas! La Fraternité, n'ayant même pas reçu le Nihil obstat de Rome, n'est pas devenue société de droit diocésain, mais en est restée au stade préliminaire de pia unio. L'évêque peut donc la dissoudre (cfr. canon 492, § 1-2, et 493) pour une raison grave, la “declaration” [del 21 de noviembre]. 1974 sobre citada] l'est devant les hommes en place, même si elle ne l'est pas devant Dieu". Vedi anche alle pp. 459-460, ove si rivela che il ricorso alla formula della “pia unio” fu suggerito da autorevoli porporati amici di Mons. Lefebvre. In tal modo, aggiungiamo noi, si evitava di dover dipendere dall'autorizzazione preventiva della S. Sede (non richiesta per le pie unioni – c. 708: sufficit Ordinarii approbatio ), presso la quale S. Sede, Mons. Lefebvre aveva al tempo potenti nemici. Ma, osserviamo, l'erezione “a titolo di pia unio” non trasformava la FSSPX in una pia unio , non la faceva essere qualcosa di diverso da ciò che era, si limitava ad appiccicarle una'etichetta non correspondente al contenuto, per ragioni di opportunità perfettamente comprensibili, imposte dalla situazione a chi, nella Gerarchia, a fronte della grave crisi nella quale si trovavano i seminari investiti dalle “riforme” promosse dal Vaticano II, si preoccupava di farne sorgere uno Fedele all'insegnamento tradizionale.
[14] Manual de Roma y Écône , P2.
[15] El texto en Cor Unum , n. 30, junio de 1988, p. 31. Cursivas nuestras.
[16] Comentario al CIC de 1983, editado por Mons. Pio Vito Pinto, Pontificia Universidad Urbaniana, 1985, p. 462.
[17] Las consagraciones episcopales de Su Excelencia Mons. Lefebvre son necesarias a pesar del «no» del Papa. Estudio teológico , de Hirpinus, Sí, sí, no, no, 1999 (XXV) nn. 1-2; Una excomunión inválida: un cisma inexistente. Reflexiones diez años después de las consagraciones de Écône. Estudio canónico , de Causidicus, ibídem, nn. 3-9.
[18] Una exposición precisa e imparcial de los acontecimientos que llevaron a la consagración de los cuatro obispos de Écône la ofrece Bernard Tissier de Mallerais, op. cit., pp. 557-595.
[19] Homilía para el Jubileo Sacerdotal , cit., en La crociata , cit., pp. 13-18. La cursiva es nuestra.
[20] Homilía de Pascua dada en Écône el 6 de abril de 1980, en La Crociata , cit., pp. 22-28, p. 27.
[21] Homilía de Venecia , en op. cit., p. 37.
[22] Mons. Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos , tr. it. editado por la FSSPX, Spadarolo-Rimini, 1987, p. 7. El original en francés es de 1985. Cursiva nuestra.
jueves, 11 de diciembre de 2025
100 años de Quas Primas: Cristo Rey frente al laicismo de ayer y hoy
La encíclica Quas Primas, publicada hace un siglo por Pío XI, nació en un contexto en el que Europa emergía de la Primera Guerra Mundial devastada en lo material y en lo espiritual. Imperios antiguos –el austrohúngaro, el alemán, el ruso, el otomano– habían colapsado, dejando un vacío de poder y una profunda crisis de identidad colectiva. En medio de las ruinas de la posguerra germinaban ideologías radicales que prometían un orden nuevo sin referencia a Dios: crecía el secularismo militante junto al bolchevismo en Rusia y el fascismo en Italia. Estas corrientes, aunque distintas entre sí, coincidían en marginar o incluso perseguir la influencia de la Iglesia en la vida pública. La civilización occidental, arraigada durante siglos en la cristiandad, se veía sacudida por la eclosión de un nuevo orden laico que buscaba eliminar la voz de la fe en la sociedad.
En este escenario turbulento Pío XI alzó una voz firme. El Papa veía con claridad que los males sociales de aquella época –odios nacionales, inestabilidad política, auge de regímenes totalitarios– tenían una causa última: el apartamiento de Jesucristo, Rey de la historia, del centro de la vida de los hombres y de las naciones. Con Quas Primas, firmada el 11 de diciembre de 1925, el Pontífice respondió con una declaración de principios ante esos “enemigos ideológicos, políticos y sociales de la Iglesia”. Instituir la fiesta de Cristo Rey significaba proclamar que Jesucristo es soberano no solo en el ámbito espiritual privado, sino también sobre la vida pública y los destinos de las sociedades, por encima de caudillos y sistemas humanos. Era un contrapeso teológico y moral frente a movimientos emergentes que negaban a Dios su derecho de reinar en lo creado. Pío XI ofrecía así un remedio a la desesperanza de posguerra: volver la mirada de la humanidad al único Rey que puede traer la paz auténtica.
El reinado social de Cristo: doctrina de Quas Primas
Desde las primeras líneas de Quas Primas, Pío XI vincula los estragos de la posguerra con el rechazo de la ley de Cristo. Recuerda que ya en su primera encíclica (Ubi Arcano, 1922) había advertido que la catástrofe global se debió a que “la mayoría de los hombres se había alejado de Jesucristo y de su ley santísima” en la vida personal, familiar y política. Por eso, mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador, nunca brillará una esperanza de paz verdadera entre los pueblos. La doctrina central de Quas Primas es la afirmación de la Realeza universal de Cristo: un reinado sobre todas las personas, familias y naciones. Cristo tiene derecho a gobernar el orbe no solo por su divinidad, sino también en cuanto hombre, por haber redimido al género humano a precio de su sangre. Es un derecho natural y conquistado: natural, porque como Verbo encarnado toda la creación le pertenece; y conquistado, porque nos rescató del pecado a un inmenso costo de amor. “Fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo” (1Pe 1,18-19) – recuerda el Papa –; “Ojalá todos los hombres… recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador”. La realeza de Cristo, por tanto, abarca cada dimensión de lo humano, iluminando las inteligencias con la verdad, moviendo las voluntades al bien y reinando en los corazones por la caridad.
Ahora bien, ¿qué implica en la práctica el Reinado social de Cristo? Pío XI lo expone con claridad doctrinal. Significa ante todo que la ley de Cristo –que incluye la ley natural, inscrita en el corazón humano– debe ser el fundamento de la vida moral y jurídica. Jesucristo no es un rey entre otros, sino el Legislador supremo; sus mandamientos y enseñanzas (accesibles en gran medida a la razón mediante la ley natural) son el camino seguro para el bien común. De ahí se sigue que ni los individuos ni las autoridades civiles pueden prescindir de la ley de Dios sin caer en el desorden. La encíclica deplora que el moderno laicismo pretenda exactamente eso: construir la sociedad de espaldas a Dios. Pío XI lo llama sin rodeos “peste de nuestros tiempos”. Explica cómo esa peste fue incubando: “Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho… de enseñar al género humano… Después… la religión cristiana fue igualada con las demás falsas… Se la sometió luego al poder civil… Y se avanzó más: hubo quienes imaginaron sustituir la religión de Cristo con una religión natural… puramente humana. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios”. Esta descripción retrata la secularización radical: primero relegar a Cristo al ámbito privado, luego reducirlo a un credo opcional entre muchos, después subordinar la Iglesia al Estado, y por último entronizar el ateísmo de Estado. El resultado, señala el Papa, ha sido nefasto: odios y rivalidades encendidas entre pueblos, egoísmos ciegos, familias divididas, sociedades enteras “sacudidas y empujadas a la muerte” por haber arrancado de raíz la moral cristiana.
Frente a este panorama, Quas Primas proclama la urgente necesidad de restaurar el Reinado social de Cristo como “medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz”. ¿Qué implica esa restauración? Implica, en palabras de Pío XI, un reconocimiento público y privado de la soberanía de Jesús: que los individuos, las familias y las naciones “vuelvan a sus deberes de obediencia” hacia Cristo. En términos concretos, el Papa esperaba varios frutos de este homenaje público a Cristo Rey. Enumeró tres ámbitos: “para la Iglesia –pues recordará a todos la libertad e independencia del poder civil que le corresponde–; para la sociedad civil –que recordará que el deber de dar culto público a Jesucristo y obedecerle obliga tanto a los particulares como a los gobernantes–; y finalmente, para los fieles –que entenderán que Cristo ha de reinar en su inteligencia y en su voluntad”. Es decir, la Iglesia reafirmada en su derecho a no someterse a la hegemonía del César; la autoridad civil consciente de su deber de respetar y promover la ley moral de Cristo (que es la ley natural elevada por el Evangelio) en la vida pública; y cada cristiano reconociendo a Cristo no solo como rey lejano del cielo, sino como Rey de su mente, de su corazón y de sus acciones cotidianas. Solo así –insiste Pío XI– se podrá curar la herida profunda de la sociedad moderna. Cuanto más obstinadamente se silencie el nombre de Cristo en los parlamentos y foros internacionales, con mayor fuerza habrán los católicos de proclamarlo y de afirmar sus derechos reales sobre la sociedad.
De octubre a noviembre: evolución litúrgica de la fiesta de Cristo Rey
La encíclica Quas Primas no solo desarrolla una enseñanza doctrinal; también instituye una fiesta litúrgica nueva como instrumento pedagógico para el pueblo fiel. Pío XI estaba convencido del poder de la liturgia para formar las mentes y corazones de los católicos, especialmente en tiempos de confusión. Por eso, decidió coronar el Año Santo 1925 –conmemorativo de la paz tras la Gran Guerra y del XVI centenario del Concilio de Nicea– introduciendo la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey. Originalmente, el Papa dispuso que se celebrase el último domingo de octubre. Al finalizar el mes el año litúrgico estaba “casi finalizado”, de modo que “los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey”. Ubicar la fiesta antes de la solemnidad de Todos los Santos subrayaba simbólicamente que Cristo es el centro y culmen de la historia: tras celebrar todos los eventos de la vida de Jesús a lo largo del año, los fieles aclamarían su señorío universal sobre la creación entera.
Durante décadas, la Iglesia celebró a Cristo Rey en aquel último domingo de octubre. Sin embargo, con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II hubo ajustes significativos. En 1969, el papa Pablo VI trasladó la fiesta al último domingo del Tiempo Ordinario, es decir, al cierre del año litúrgico (finales de noviembre), elevándola de fiesta a solemnidad y dándole el título completo de Jesucristo, Rey del Universo. Esta reubicación realza el carácter escatológico del reinado de Cristo: se celebra inmediatamente antes de iniciar un nuevo Adviento, recordando que Cristo, alfa y omega, reinará plenamente al fin de los tiempos.
Un mensaje actual ante la crisis cultural y espiritual
Pasados cien años, las razones que llevaron a Pío XI a escribir Quas Primas no solo siguen vigentes, sino que en muchos aspectos se han agravado. La encíclica nació de una crisis de civilización, y hoy asistimos a una nueva crisis cultural y espiritual de proporciones globales. Si en 1925 el Papa denunciaba la “plaga” del laicismo que incubaba una sociedad atea, en 2025 constatamos que aquella sociedad secularizada ha florecido en todo el mundo occidental. Vemos a nuestro alrededor los frutos amargos de esta apostasía silenciosa: crisis moral, relativismo radical que niega diferencias entre el bien y el mal, proliferación de leyes inicuas contrarias a la ley natural (desde el desprecio a la vida humana hasta la subversión de la familia), violencia e injusticia que brotan de corazones vacíos de Dios. En el plano internacional, persisten las guerras y surgen desórdenes nuevos, mientras se expulsa sistemáticamente a Cristo del debate público. Se cumple el diagnóstico de Pío XI en Quas Primas: los males del mundo derivan de haber apartado a Cristo y su santa ley de la vida cotidiana de las naciones, por lo que la esperanza de una paz duradera… es imposible mientras individuos y Estados rechacen el imperio de Cristo Salvador.
Ante esta situación, el remedio propuesto por Pío XI mantiene plena validez: “instaurar el Reino de Cristo y proclamarlo Rey” de todas las dimensiones de la existencia humana. Esto no significa instaurar un teocracia temporal ni “imponer” por la fuerza creencias religiosas –objeción típicamente esgrimida por los secularistas–. Significa, más bien, trabajar por un orden social justo fundado en la verdad sobre el hombre y sobre Dios. Significa recordar que por encima de los proyectos humanos está la soberanía del Rey de reyes, cuyo “poder no conoce ocaso”. Ninguna ideología, por seductora que sea, puede sustituir a Cristo sin conducir tarde o temprano a la degradación del hombre. Por eso la Iglesia, fiel a su Señor, no puede dejar de proclamarlo.
¡Viva Cristo Rey!
Al celebrar el centenario de Quas Primas, no lo hacemos con una mirada nostálgica al pasado, sino con la convicción de su perenne actualidad. Aquel grito de Pío XI –“Cristo debe reinar”– resuena hoy con fuerza providencial. Nuestro mundo, sumido en una crisis de nihilismo y desconcierto, necesita a Cristo Rey tanto como (o más que) en 1925. Necesita reconocer que por encima de todos los poderes pasajeros se alza el poder benéfico de Aquél que es la Verdad misma y el Amor encarnado. Solo bajo el dulce yugo de este Rey encontrará la libertad verdadera; solo en su “reino de justicia, de amor y de paz”. hallarán sosiego las naciones en conflicto y los corazones atribulados.
La Iglesia, por su parte, debe retomar con renovada energía la proclamación del señorío de Cristo. No para conquistar tronos terrenos, sino para salvar almas y regenerar la sociedad conforme al plan de Dios. Cristo no ambiciona una corona hecha por manos humanas –ya llevó una de espinas–, sino reinar en las mentes y voluntades para transformarlas desde dentro. Pero ¿cómo creerán los pueblos si nadie les predica? Ha llegado la hora de sacudir la modorra y la vergüenza: “cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor…, tanto más alto hay que gritarlo” –exhortaba Pío XI. Esa exhortación sigue en pie. Hoy hace falta que obispos, sacerdotes y laicos –cada uno en su ámbito– den público testimonio de la soberanía de Cristo.
¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, por los siglos de los siglos!
Esta Navidad en el Vaticano se exhibirá por primera vez un belén “pro vida”.
Leo en LifeSiteNews que la próxima semana, por primera vez en su historia, el Vaticano exhibirá un belén explícitamente pro vida, que también será bendecido el 15 de diciembre por el Papa León durante una ceremonia en el Aula Pablo VI, donde permanecerá expuesto durante todo el tiempo de Navidad y para la clausura del Año Jubilar de la Esperanza.
El pesebre, titulado " Nacimiento Gaudium ", fue creado por la artista religiosa costarricense Paula Senoto con la ayuda de 40 Días por la Vida . Gracias a este evento, los organizadores afirman que también se dará a conocer mundialmente como "el mayor grito de guerra provida jamás escuchado desde el Vaticano".
El artefacto, que combina la iconografía bizantina con estatuillas franciscanas, contará con más de 25.000 cintas en lugar de la tradicional paja, cada una representando a uno de los niños salvados gracias a las oraciones y el testimonio de 40 Días por la Vida . La instalación también contará con una estatuilla de la Santísima Virgen María embarazada hasta el día de Navidad, cuando será reemplazada por una estatua de la Virgen adorando al Niño Jesús, recordando al mundo que Nuestro Señor vino al mundo como cualquier otro niño, sometiéndose a todas las leyes de la naturaleza humana, excepto la concepción.
Parece que este belén ya había sido aprobado por Bergoglio para su exhibición en 2027, pero hace apenas unos meses el Vaticano del Papa León XIV adelantó la fecha a 2025. El belén también será el primero en ser bendecido por él durante su pontificado.
El creador cree que Dios aceleró inesperadamente la fecha de la representación del nacimiento debido a los actos de violencia contra los defensores de la vida, así como al creciente número de católicos que han defendido el aborto (el asesinato de niños no nacidos) durante el último año. Paula Senoto también parece referirse al asesinato del influyente conservador y firme defensor de la vida Charlie Kirk.
Esta mirada a la trágica situación actual es buena, pero sobre todo recordamos que, más allá de la conmemoración del nacimiento del Salvador, la celebración cristiana nos ayuda a revivir la alegría y las gracias espirituales de un acontecimiento de inmenso valor, ocurrido «en la plenitud de los tiempos», en el corazón de la historia, cumpliendo una espera punzante y los planes de Dios.
En cualquier caso, la exhibición de este belén contrasta marcadamente con las exhibiciones recientes de belenes en el Vaticano, algunas de las cuales han sido abiertamente blasfemas. Recordamos con horror el de 2017, condenado eficazmente incluso por el arzobispo Viganò [ aquí ].
En 2017, la "Natividad de la Misericordia" del Vaticano presentó a un hombre desnudo y un cadáver. Más allá del hombre desnudo, esculpido y casi musculoso que acapara todas las miradas, el efecto más perturbador es la cúpula truncada y la sensación general de miseria [ aquí ; también puede ver imágenes de los horribles detalles en este enlace].
Destacamos cómo el énfasis en las obras de misericordia corporales, salpicado de elementos controvertidos (como el ángel con el manto arcoíris), eclipsó las obras de misericordia espirituales, que se ignoran incluso en la práctica común.
Otro belén modernista en el Vaticano, instalado en 2020, representaba figuras que parecían astronautas o eran completamente irreconocibles. La representación fue ridiculizada por los no católicos y horrorizó a muchos fieles. En aquel momento, el arzobispo Carlo Maria Viganò protestó, calificando la representación de «una arrogante imposición de blasfemia y sacrilegio como antiteofanía de la fealdad, un atributo necesario del Diablo».
El abismo entre las modernizaciones de la escena navideña por parte de artistas renacentistas y posteriores, que vistieron la procesión de los Reyes Magos con trajes de época, y la imposición arrogante de la blasfemia y el sacrilegio como antiteofanía de lo Feo, como atributo necesario del Mal, era ahora evidente.
No olvidemos el belén del año pasado [ aquí ], que presentaba a un Niño Jesús envuelto en una keffiyeh —en solidaridad con los cristianos y los musulmanes árabes del Líbano, Siria y Palestina—. La keffiyeh fue retirada rápidamente tras las protestas de la comunidad judía romana y las autoridades israelíes en Italia, por ser un símbolo de la identidad palestina. Aún no se atisbaba el horrendo 7 de octubre ni el infierno que le siguió; pero su inexplicable retirada desató un debate gracias a la aquiescencia del Vaticano. Fue, en cualquier caso, una politización inapropiada del evento espiritual central de la fe católica, ya demasiado secularizado por el consumismo y la secularización...
Concluyo recordando al Vaticano violado por enésima vez, por un pontificado tan inédito y anómalo como el anterior, también por el repetido goteo de migrantes, con una escultura que desfigura el esplendor de la columnata de Bernini. [ aquí ]
¿Podemos realmente esperar que esta atmósfera mefítica esté cambiando no solo en apariencia sino también en sustancia?
(María Guarini)
Consecuencias de la nota Mater Populi Fidelis (Roberto de Mattei)
El pasado 4 de noviembre se publicó la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, con la que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe se propone aclarar el sentido y los límites de algunos títulos marianos relativos a la cooperación de María a la obra de la salvación. La declaración ha suscitado consternación entre los fieles de a pie, y también entre los mariólogos, porque objetivamente reduce los privilegios reservados a la Virgen en la Tradición de la Iglesia. Cabe preguntarse las consecuencias que tendrá en la práctica.
La entrevista concedida a Diane Montagne por el cardenal Víctor Manuel Fernández el pasado 27 de noviembre, publicada por la citada vaticanista en su blog el día 27 [en español aquí], resulta muy oportuna para orientarse en el horizonte de confusión creado por el mencionado documento. En su respuesta a la periodista, monseñor Fernández explicó que la afirmación contenida en el párrafo 22 de la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, según la cual es «siempre inoportuno» emplear el título de Corredentora para referirse a la colaboración de María en la obra de la Redención de Cristo se refiere exclusivamente al empleo oficial del título de Corredentora en textos litúrgicos y documentos de la Santa Sede, pero no se extiende a la devoción privada ni a los debates teológicos entre fieles.
El momento central de la entrevista es cuando se dice que la expresión siempre inapropiado se aplica al título de Correndentora. Diane Montagne pregunta si dicho título, que según él «es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora» (…) «se refiere al pasado, especialmente teniendo en cuenta que fue utilizado por los santos, los doctores y el magisterio ordinario». Y el cardenal responde: «No, no, no. Se refiere al momento actual» (…) La periodista insiste: «Entonces, ¿«siempre» significa «a partir de ahora»? El purpurado confirma: «A partir de ahora, sin duda». La reportera, insatisfecha, pide otra aclaración sobre el sentido de la palabra siempre: «Fernández recalca que no se refiere al pasado sino únicamente al presente, y en un sentido limitado a los documentos oficiales.
Hay que tener en cuenta esta importante aclaración. En la nota doctrinal, el adverbio siempre no tiene el mismo sentido que en el lenguaje de todos los días. Cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que el adverbio siempre indica un periodo de tiempo ininterrumpido, sin excepciones, que abarca el pasado y el futuro. Por ejemplo, la ley divina y natural está siempre vigente, en cualquier época, lugar y situación. En cambio, en la respuesta del cardenal la palabra se redefine como apenas vinculada al presente e, hipotéticamente, al futuro: «A partir de ahora». Pero si, como afirma el Prefecto, siempre significa sólo a partir de ahora, la consecuencia es que, como del pasado al presente se ha dado un cambio, podría también haber un cambio entre el presente y el futuro. Eso quiere decir que Mater populi fidelis, aunque se haya presentado como una nota doctrinal, funda sus argumentos en medidas de índole pastoral que están sujetas a circunstancias de naturaleza histórica. La valoración que hace el documento de los títulos marianos no es absoluta ni definitiva, sino transitoria y contingente.
El cardenal confirma el carácter provisional de la nota con las siguientes palabras: «Esta expresión [“Corredentora”] no se utilizará ni en la liturgia, es decir, en los textos litúrgicos, ni en los documentos oficiales de la Santa Sede. Si se desea expresar la cooperación única de María en la Redención, se expresará de otras maneras, pero no con esta expresión, ni siquiera en los documentos oficiales».
El término que no es oportuno emplear «ni en los textos litúrgicos ni en los documentos oficiales» puede utilizarse legítimamente para todo lo que no entre en tan estrechos límites. La prohibición sólo afecta al ámbito oficial. Si un grupo de fieles comprende «bien el verdadero significado de esta expresión» (la cooperación subordinada de María a Cristo), «ha leído el documento» y está de acuerdo con lo que dice, puede usar libremente el título de Corredentora. En conclusión, los fieles son libres de creer y promover la verdad según la cual María siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias mientras se esfuerzan por conseguir que dicha verdad sea proclamada dogma de fe. Si ayer no era adecuado el título de Corredentora, podría llegar a serlo mañana. Aunque la verdad de la Corredención de María nunca se ha proclamado como dogma, pertenece al patrimonio doctrinal de la Iglesia. La nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe lo admite, limitando su uso al presente y en unas circunstancias determinadas. Pero, precisamente por esa razón, aunque ese título mariano no se cuente entre los dogmas oficiales de la Iglesia, podría llegar a contarse un día. Es algo que la nota no excluye ni puede excluir.
La definición dogmática del dogma de la Inmaculada Concepción tuvo lugar en 1854, y la de la Asunción en 1950. Desde aquellas fechas, todo católico que rechace estas verdades incurre en herejía, pero la Virgen siempre fue Inmaculada y asunta. Del mismo modo, tenemos libertad para creer no sólo que siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias, sino para poner todo nuestro empeño en que esas verdades sean proclamadas lo antes posible dogmas de fe, para que todo católico esté obligado a creer por siempre lo que en este momento se considera inoportuno, pero siempre ha sido cierto.
A la última pregunta de la vaticanista, «¿consultasteis (es decir, la DDF) a algún mariólogo para Mater populi fidelis?», el prefecto de Doctrina de la Fe repuso: «Sí, a muchos, muchos, así como a teólogos especializados en cristología».
Sin embargo, el padre Maurizio Gronchi, consultor del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que participó en la presentación de documento junto al cardenal Fernández, declaró a Aciprensa el pasado 19 de noviembre: «No se encontraron mariólogos colaborativos», y señaló que ni los miembros de la Pontificia Facultad teológica Marianum ni los de la Pontificia Academia Mariana Internacional participaron en la presentación junto a la curia jesuita. Silencio que, a su juicio, «puede entenderse como disenso» ().
Un destacado mariólogo ha confirmado indirectamente dicho disenso: el P. Salvatore Maria Perrella declaró que Mater populi fidelis «debería haber sido redactada por personas competentes en la materia», dando a entender con ello que fue redactado por personas carentes de formación mariológica. Y, podríamos añadir con todo respeto, que no saben razonar en buena lógica.
Y ahora que sabemos que Mater populi fidelis no tiene por objeto imponer límites arbitrarios a la devoción mariana ni negar la participación de María en la obra redentora de Cristo, y que la prohibición sólo se aplica al uso del título de Corredentora en los textos litúrgicos y actos de magisterio, y no a la devoción privada ni al debate teológico, es nuestra gran oportunidad de aceptar el reto y salir al ruedo.
Reiteramos lo que dijimos al día siguiente de la publicación del documento: «Tenemos el convencimiento de que actualmente hay en el mundo un puñado de sacerdotes y laicos de ánimo noble y generoso dispuestos a empuñar la espada de dos filos de la Verdad para proclamar todos los privilegios de María y exclamar a los pies de su trono: «Quis ut Virgo?» Sobre ellos se derramarán las gracias necesarias para el combate en estos tempestuosos tiempos. Y quién sabe si, como ha ocurrido cada vez que en la historia se ha intentado opacar la luz, el documento del Dicasterio de la Fe que trata de restar importancia a la Santísima Virgen María confirmará sin proponérselo su inmensa grandeza» ().
Roberto De Mattei
domingo, 7 de diciembre de 2025
El ROSARIO en DEFENSA del VALLE DE LOS CAÍDOS que la GUARDIA CIVIL ha QUERIDO PROHIBIR
DURACIÓN 39:51 MINUTOS
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