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martes, 11 de febrero de 2025

Julio Ariza envía un mensaje a sus "queridos enanitos"



DURACIÓN 14:46 MINUTOS

El tirano constitucional



Estamos asistiendo a un estallido. Lo que estalla es la arquitectura jurídico-institucional del sistema de 1978. El protagonista de la explosión es el Tribunal Constitucional, órgano concebido para ejercer como garante de derechos constitucionales, pero que bajo la presidencia de Cándido Conde Pumpido, auxiliado por una mayoría de izquierdas escogida por el poder político, aspira a convertirse en máxima instancia jurisdiccional del país, desplazando de esa posición al Tribunal Supremo. Los movimientos del TC no dejan lugar a dudas: ha exonerado de sus delitos a los responsables políticos del escándalo de los ERE, torciendo el brazo de los tribunales que los condenaron (Supremo incluido); ha auxiliado en sus demandas a la ex fiscal general y ex ministra Dolores Delgado (otra vez contra el Supremo); en el caso de la amnistía al golpismo separatista catalán, ha apartado al único magistrado que se había opuesto públicamente a ella y el propio Conde Pumpido intervendrá para que la balanza caiga del lado de la amnistía. Son sólo unos ejemplos, pero hay más. La tónica está clara: el Constitucional, que no es un órgano judicial, se propone corregir al Tribunal Supremo en aquellos casos políticamente relevantes al servicio del proyecto de poder del Ejecutivo.

Hay quien habla de «golpe de Estado». No es correcto. Un golpe de Estado es, precisamente, un golpe: hay una legalidad visible, alguien que se levanta contra ella y un conflicto patente. Pero aquí no: aquí es la propia legalidad institucional la que se retuerce sobre sí misma para provocar un conflicto político. Ante un golpe, un Estado tiene instrumentos materiales de defensa: fuerzas armadas, tribunales, etc. Pero ante un proceso como el que hoy estamos viviendo en España, no hay instrumentos que valgan, pues todos ellos dependen de un modo u otro del mismo poder que está ejecutando el movimiento. En un auto reciente, y sin que aparentemente viniera a cuento, el Tribunal Supremo deslizaba la eventualidad de que los magistrados del Tribunal Constitucional pudieran ser encausados por actuar contra la ley. Era algo más que un aviso a navegantes: en un caso extremo, podríamos encontrarnos con que el Supremo acusara al Constitucional de prevaricación. ¿Imposible? Bueno, ahora mismo tenemos a un Fiscal General del Estado investigado por revelación de secretos y, pronto, destrucción de pruebas y obstrucción a la Justicia. Cualquier cosa es posible hoy en España.

Es importante señalar que esta deriva de nuestro sistema no era imprevisible. La fragilidad de los órganos de control constitucional es bien conocida desde hace un siglo, cuando la célebre polémica entre Kelsen y Carl Schmitt sobre el «guardián de la Constitución». ¿Quién debe defender la Constitución frente a sus enemigos? Schmitt pensaba que un poder soberano capaz incluso de suspender la Constitución para defenderla, lo cual abría la pregunta acerca de las verdaderas intenciones del soberano. Kelsen, al contrario, pensaba que debía ser un tribunal, lo cual, por su parte, abría la pregunta sobre la capacidad real de ese tribunal para imponer sus decisiones. Lo que hoy tenemos en España es un Tribunal que ha empezado a comportarse como un poder soberano, en la medida en que se ha arrogado de hecho la capacidad para enmendar sentencias e incluso crear derechos fundamentales, como hizo en su sentencia de 2024 sobre el aborto. Este giro altera radicalmente la estructura del Estado de Derecho. Hemos pasado de una Nomocracia, es decir, el gobierno según las leyes, a una Telocracia, o sea, el gobierno según las finalidades (políticas), que ponen a su servicio las leyes modelándolas a su conveniencia. Y sin pedirnos permiso. Es verdad que estamos en plena crisis constituyente. Eso lo dijo —recordemos— Juan Carlos Campo, entonces ministro de Justicia y hoy magistrado del Tribunal Constitucional. En su momento, pocos lo entendieron, pero hoy el proceso es transparente: el estallido del sistema, en efecto.

Ahora la pregunta es qué hacer después. Imaginemos que todas las artimañas desplegadas por el Gobierno para mantenerse en el poder fracasan, que hay elecciones y que, pese a los mecanismos de control colocados aquí y allá por el Ejecutivo, Pedro Sánchez deja La Moncloa. El nuevo Gobierno tendrá ante sí el complicadísimo paisaje de un Tribunal Constitucional declaradamente hostil (incluso si Conde Pumpido finaliza su mandato en enero de 2026), lanzado por la pendiente de una redefinición de la estructura institucional del Estado, con una jurisprudencia tras de sí que le habilita para actuar como un poder judicial de hecho y sin ninguna instancia superior que pueda corregirle. El «guardián de la Constitución» se habrá convertido en un tirano constitucional. En ese paisaje, llenarse la boca con la «defensa de la Constitución» sería perfectamente absurdo: ese momento ya ha pasado. Inevitablemente habrá que tomar medidas de restauración del Estado de Derecho, medidas que tendrán que ir mucho más allá de un retorno a la situación anterior. Sólo cabe esperar que quien se vea llamado a la obra sea consciente de su magnitud.

José Javier Esparza

Nuestra Señora de Lourdes, salud de los enfermos



La de Lourdes es la advocación mariana más vinculada a los enfermos. «La Virgen hace muchos milagros» decía el Papa hace unos días. Que Nuestra Señora interceda por tantos niños enfermos.

(Mercaba.org)- En 1858 Lourdes era un pueblecito desconocido, de unas cuatro mil almas. Simple capital de partido judicial, tenía su juzgado de paz, su tribunal correccional y hasta un pequeño destacamento de gendarmería. Esto y un mercado bastante concurrido era lo único que le daba un poco de superioridad sobre los demás pueblecillos de los alrededores, perdidos, como él, en las estribaciones de los Pirineos.

Si el paisaje no ha cambiado, la población en cambio se ha transformado por completo. El pueblecillo, entonces ignorado, es hoy conocido en todo el mundo. El flujo y reflujo de Lourdes durante la época de las peregrinaciones no conoce descanso y es algo único e impresionante. De aquí el nacimiento de una nueva ciudad, la de los hoteles y las tiendas de recuerdos, que han venido a erigirse y casi a eclipsar a la antigua.

¿Qué ha ocurrido?

Había en Lourdes una pobre niña, analfabeta, que por su rudeza no había podido aprender el catecismo ni estaba aún en condiciones de hacer su primera comunión. Ni siquiera sabia hablar francés, y tenía que expresarse en el dialecto de la región. Era hija de padres pobrísimos, que atravesaban por aquellos días una situación de auténtica miseria. Pero, aunque pobre en las cosas materiales, era riquísima en las del espíritu, buena, humilde, caritativa, pura y, sobre todo, sincera. El testimonio de cuantos convivieron con ella a lo largo de su existencia es terminante sobre este punto: antes y después de las apariciones María Bernarda Soubirous, que así se llamaba la niña, había dicho siempre la verdad con la sinceridad más plena.

Un 11 de febrero, cuando ella llevaba escasamente quince días en Lourdes, a su regreso de Bartres, donde había estado haciendo de pastorcita, salió en busca de leña y de huesos, en compañía de una hermana suya y de una amiguita. Estaba en una pequeña isla, formada Por el Gave y el canal que en él desembocaba. Sus compañeras la habían dejado sola. Era el mediodía. Oyó un fragor como de tempestad, dirigió su vista hacia una concavidad que había en la roca por encima de ella, y la encontró ocupada por una jovencita de su misma estatura, de rostro angelical, vestida de blanco, ceñida por una banda azul, cubierta con un velo, que tenia un hermoso rosario entre las manos.

Había comenzado una serie de dieciocho apariciones que se sucederían durante los días siguientes, con algunos intervalos, hasta terminar el 16 de julio. Durante esa temporada, las autoridades estarían alerta, el pueblo dividido, el clero en un silencio total y más bien reticente. Sospechas, que humanamente podían considerarse fundadas, habrían de envolver a la niña. Era mucha la miseria que había en casa de los Soubirous para que se pudiera excluir la hipótesis de que acaso se estuviese buscando una solución a tan trágica coyuntura económica.


María Bernarda sufrió con paz celestial y sin inmutarse toda clase de pruebas. Ya sea el procurador imperial, ya el comisario de policía, ya el párroco, ya los visitantes…, a todos contestará con absoluta serenidad y paz, repitiendo exactamente las mismas expresiones. En vano los visitantes buscarán con habilidad la manera de sorprender su buena fe. Ella se mantendrá firme, dando testimonio de la verdad de lo que ha visto. Cuando los alrededores de la gruta estén rebosantes de público y la aparición no se produzca, ella dirá con toda sinceridad que nada ha visto. Cuando le amenacen para que calle, ella continuará diciendo siempre que ha sido verdad la aparición. Será testigo de la verdad, sin conocer un instante de vacilación, ni un desfallecimiento.

El párroco ha pedido una señal del cielo: quisiera que floreciese el rosal que está junto a la gruta. La aparición no ha querido que fuese así. Pero se va a producir un acontecimiento con el que nadie contaba. A lo largo de una aparición extraña, que decepciona al público, mientras Bernardita prueba unas hierbas no comestibles y araña la tierra, ésta se abre bajo sus dedos y brota una fuente. El público se marcha decepcionado. Hay críticas. Más de uno siente vacilar sus anteriores convicciones, favorables a la aparición. Y, sin embargo, aquel jueves, 25 de febrero, será decisivo en la historia de Lourdes. La fuente continuará brotando, para no secarse ya jamás. Muy pronto ese agua comienza a ser instrumento de maravillosas curaciones. Y el rumor de esas curaciones empezará a atraer las muchedumbres a Lourdes, que tampoco faltarán ya jamás.

La aparición ha dado a la niña un encargo concreto: decir al clero que han de edificar una capilla, y que se ha de ir allí en procesión. El cura de Lourdes se ha mostrado severo. No puede creer en semejante encargo, sin más ni más. Por otra parte, la aparición no ha dicho todavía su nombre. Es lo menos que puede exigírsele.

Y un día, el de la Anunciación, lo dice: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La niña no sabe lo que significa aquello. Es más, las primeras veces que cuenta lo que ha ocurrido, pronuncia mal la palabra «Concepción», hasta que las hermanas del hospicio de Lourdes la corrigen y la enseñan a decirlo bien. No importa. Esta misma ignorancia suya será una de las pruebas de que no se trata de nada que haya sido fingido. Ahora ya se sabe quién se aparece: la Santísima Virgen, a quien poco tiempo antes el Papa ha declarado solemnemente libre del pecado original desde el mismo instante de su concepción.


El 7 de abril, doce días después de la Anunciación, tiene lugar la decimoséptima aparición, y el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, la decimoctava. Bernardita no volverá a ver a la Santísima Virgen mientras esté en la tierra. El demonio no podía contemplar lo que estaba sucediendo sin intentar algo por desacreditarlo. Ya en una de las primeras apariciones, exactamente en la cuarta, unos diabólicos aullidos fueron apagados instantáneamente por una mirada severa de la Santísima Virgen. Era sólo el comienzo. Poco tiempo después, una epidemia de visionarios se produce en la pequeña ciudad pirenáica. Ahora son unas mujeres que dicen haber visto extrañas apariciones; luego unos niños momentáneamente delirantes y posesos; más tarde extravagantes hombres, que aparecen como portadores de extraños mensajes, y tienen que ser retirados por alucinados. Es cierto que nunca tan sacrílegas mascaradas llegan a poder utilizar la misma gruta. Pero sus alrededores son manchados con esta clase de manifestaciones. Es notable: el contraste con la serena majestad, con la humildad y dulzura de Bernardita es tal, que puede decirse que esta clase de manifestaciones, lejos de servir para oscurecer su gloria, sirvió, por contraste, para enaltecerla más y más. La diferencia entre la única vidente verdadera y las burdas falsificaciones diabólicas, apareció siempre manifiesta y clara.

No iba a ser fácil la realización de lo que la Virgen había pedido. Durante no poco tiempo la gruta misma iba a estar cerrada, y el acceso a la misma prohibido. Se conserva todavía el cuaderno en el que el guarda jurado fue apuntando, con pintoresca ortografía, los nombres de los contraventores. Un día fue la señora del almirante Bruat, aya de los hijos del emperador. El mismo día, Luis Veuillot, el temible polemista. Estas visitas producen una cierta emoción en la ciudad. Hasta que, por orden del emperador Napoleón III, desaparecen las barreras y se decreta de nuevo que el acceso a la gruta es enteramente libre. Fue un día de inmensa alegría en Lourdes.


Pero ¿hasta qué punto se podía hablar de apariciones verdaderas? El obispo de Tarbes había mantenido hasta entonces una actitud sumamente prudente. Casi al mismo tiempo que se decretaba la libertad para ir a la gruta, monseñor Laurence daba, por su parte, otro decreto constituyendo una comisión de información sobre los hechos ocurridos en Massabielle. Y la comisión comenzaba inmediatamente, de manera concienzuda, sus informaciones. Estas habrían de tardar más de dos años. Por fin, entregaba sus conclusiones al señor obispo. Este quiso presidir personalmente la sesión final, que tuvo lugar en la sacristía de Lourdes.

La asamblea era impresionante. En torno al señor obispo, todas las personalidades que formaban parte de la comisión. En medio, Bernardita, tocada con su capuchón, calzada con zuecos, hablaba con absoluta sencillez, pero con una autoridad sorprendente. Sobre todo, como siempre solía ocurrir, cuando llegó el momento en que reprodujo el gesto de la Virgen, juntó sus manos, alzó su mirada y dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción», y pareció envuelta de una gracia tan celestial, que un escalofrío circuló por toda la reunión. El anciano obispo sintió cómo se le humedecían las mejillas, y dos gruesas lágrimas resbalaron por su rostro. Apenas salió la niña, exclamó movido por la emoción: «¿Han visto ustedes esta niña?»

Sólo faltaba proclamar la verdad. El sábado 18 de enero de 1862 el obispo firmaba la «Carta pastoral con el juicio sobre la aparición que tuvo lugar en la gruta de Lourdes». Después de haber expuesto los antecedentes, declaraba con toda solemnidad: ‘Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardetta Soubirous el 11 de febrero de 1858 y días siguientes, en número de dieciocho veces, en la gruta de Massabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que tal aparición contiene todas las características de la verdad y que los fieles pueden creerla por cierto… Para conformarnos con la voluntad de la Santísima Virgen, repetidas veces manifestada en su aparición, nos proponemos levantar un santuario en los terrenos de la gruta».


Las dificultades no iban a ser, sin embargo, pequeñas. Unas veces nacerían del criterio restrictivo del ministerio de cultos, que había de dar su autorización para el nuevo santuario. Otras serían minúsculas cuestiones locales, como un pleito que hoy se nos antoja ridículo, entre el cabildo de Tarbes y la prefectura a propósito de la construcción de unos almacenes y unas cuadras en terreno de ésta, otras veces se mezclarían miras puramente humanas en lo que debiera ser única y exclusivamente sobrenatural. No importa: pese a tantas dificultades, el santuario de Lourdes habría de ser un hecho, y rápidamente, Massabielle cambiaría de fisonomía: ya el 22 de enero de 1862 escribía el párroco al señor obispo que Ia nivelación del terreno le da un aspecto grandioso». El arquitecto diocesano concibió un proyecto atrevido, que en un principio se creyó irrealizable: dar por corona gigantesca a la roca de la aparición un edificio que armonizase con el círculo de las graciosas colinas y cuya flecha ostentaría la cruz a una altura de cien metros sobre el nivel del Gave. De esta forma la gruta continuaría de la misma manera que cuando la consagraron las visiones de Bernardetta, abierta siempre sobre el río y su murmullo, bajo el cielo azul y las estrellas. No a todos gustó este proyecto, y se conserva la airada carta de un cura español al obispo de Tarbes, amenazándole con toda suerte de castigos del cielo si se llegaba a realizar. Pero a pesar de todo fue el que se llevó a cabo, y hoy los peregrinos agradecen tan feliz idea.

El 14 de octubre de 1862 se dio el primer golpe de pico para poner los cimientos de la futura capilla. Entre los sesenta obreros que trabajaban, se contaba Francisco Soubirous, padre de Bernardita, orgulloso de cooperar, desde puesto tan humilde, a tan grandiosa obra. El 4 de abril de 1864 se colocaba la estatua que todos los peregrinos conocen, en la gruta. Rápidamente Lourdes fue tomando el aspecto que hoy presenta. El 19 de mayo de 1866, vigilia de Pentecostés, quedaba consagrada la cripta, que había de ser el cimiento de la futura capilla. Su inauguración quedó señalada para dos días después, lunes de Pentecostés, en presencia de una inmensa multitud. Todavía pudo asistir a ella Bernardita. Pero le costaba reconocer el terreno. Estaba todo muy cambiado.


En 1873 se inician las grandes peregrinaciones francesas. En 1876 es solemnemente consagrada la basílica y coronada la estatua de la Virgen. Los veinticinco años de las apariciones se celebran con afluencia de una inmensa multitud, y colocando la primera piedra de la iglesia del Rosario, para suplir la insuficiencia, de la primitiva basílica. Seis años más tarde era inaugurada esta iglesia, que fue solemnemente consagrada en 1901. Todavía con la marcha del tiempo habría de resultar insuficiente, y el 25 de marzo de 1958, el cardenal Roncalli, futuro papa Juan XXIII, consagraba una nueva y más inmensa basílica subterránea, dedicada a San Pío X.

No ha faltado el sello oficial de la Iglesia. En 1869, Pío IX, por un breve de 4 de septiembre, proclamaba la luminosa evidencia de los hechos. León XIII autorizó un oficio especial y una misa en memoria de la aparición, que San Pío X, su sucesor, extendió por decreto de 13 de noviembre de 1907 a la Iglesia universal. Todos los Romanos Pontífices han rivalizado en dar muestras de benevolencia a este santuario mariano, Es digna de destacarse la preciosa encíclica Le pélerinage, de Pío XII, con motivo del grandioso centenario de las apariciones. Con tales testimonios de la Iglesia, el fiel cristiano puede invocar con seguridad a la Virgen de Lourdes y descansar tranquilo en su maternal regazo.

lunes, 10 de febrero de 2025

La ultraizquierda usa el Ministerio de Sanidad para promover una ideología anticientífica


La llegada de la extrema izquierda al poder en España de la mano de Pedro Sánchez está dando lugar a episodios puramente grotescos.



Un Ministerio de Sanidad que niega diferencias genéticas entre sexos

Ayer, el Ministerio de Sanidad, en manos de Mónica García -de la coalición comunista Sumar encabezada por Yolanda Díaz-, publicó un escandaloso mensaje en su canal oficial de Twitter que ha recibido multitud de críticas. El mensaje afirma lo siguiente: 
"Los hombres viven menos, se suicidan más y consumen más drogas. No es la genética: es una masculinidad que empuja a asumir riesgos y ridiculiza la vulnerabilidad".
Enlaza un artículo que no cita ni un solo estudio científico que lo respalde

El mensaje enlaza un artículo en un medio de ultraizquierda firmado por el secretario de Estado de Sanidad, que también es miembro de la citada coalición. El artículo en cuestión no cita ni un solo estudio científico: es un panfleto ideológico, pero eso sí, trata sus tesis ideológicas como algo indiscutible y que convierte en "negacionista" al que se atreva a contradecir a su autor, que dice cosas como ésta:
"La masculinidad no tiene por qué ser un determinante de enfermedad, y esto es algo que hay que resaltar. No hay nada genético ni prepolítico en que los hombres muramos antes, muramos más de forma violenta (a manos de otros hombres, por lo general) o adoptemos conductas más nocivas para nuestra salud".
Promoviendo una ideología anticientífica desde el Ministerio de Sanidad

Lo que el Ministerio de Sanidad ha difundido con ese mensaje no es ciencia: es ideología. Ideología de género, para más señas, un compendio de tesis ideológicas promovidas por la extrema izquierda desde hace décadas. Una de las tesis de esa ideología es que las diferencias entre sexos no tienen ninguna base biológica, sino que son el fruto de una construcción social. Básicamente, la ideología de género pretendía hacer con las diferencias sexuales lo mismo que el marxismo con las clases sociales: suprimirlas sin más.

Por mucho que la extrema izquierda intente presentarla como una verdad absoluta e incuestionable, la ideología de género carece de base científica y algunas de sus tesis son radicalmente anticientíficas, ya que contradicen hechos demostrados por la ciencia, como la prevalencia de ciertas enfermedades entre los varones por motivos biológicos, y no sólo por motivos exclusivamente sociales y culturales.

La prevalencia de ciertas enfermedades en función del sexo

No está de más recordar que el cáncer de próstata es el tipo de cáncer más frecuente entre los hombres en España (un 23% de los casos, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad relativos a 2023), y es una enfermedad exclusiva de los varones, al igual que la prostatitis y la orquitis. Por otra parte, debemos tener en cuenta que los hombres asumen empleos que requieren más fuerza física y más riesgo de muerte, y no es por motivos exclusivamente sociales y culturales, sino también biológicos, ya que de media los hombres tienen más tamaño corporal, más masa muscular y más fuerza que las mujeres.

Según los citados datos oficiales del Ministerio de Sanidad, en 2023 se detectaron 149.509 nuevos casos de cáncer entre hombres y 110.946 entre mujeres. Hay diferencias entre ambos sexos. Por ejemplo, el cáncer de pulmón afecta a un 14% de esos pacientes masculinos y sólo a un 7% de esas mujeres con cáncer. El cáncer colorrectal también tiene una mayor incidencia entre los hombres (17%) que entre las mujeres (14%).

Esos datos oficiales también señalan que el sobrepeso es mayor entre los hombres (61 %) que entre las mujeres (46 %), un problema en el que los hábitos alimenticios y las costumbres sociales tienen una notable influencia, pero en el que también influyen diferencias genéticas entre hombres y mujeres. Este exceso de peso aumenta el riesgo de enfermedades como la diabetes, la hipertensión, el cáncer y otras dolencias cardiovasculares. En 2019, una investigación del Hospital del Mar de Barcelona, revisando medio centenar de estudios epidemiológicos sobre la prevalencia del exceso de peso, pronosticó que en 2030 un 80% de los hombres y el 55% de las mujeres tendrán sobrepeso u obesidad. Uno de los autores de la investigación señaló:
"En los hombres, el exceso de peso es más corriente hasta los 50 años. Después, a partir de los 50, aumenta más la obesidad entre las mujeres. Son cuestiones intrínsecas relacionadas con el metabolismo hormonal. A partir de cierta edad, a las mujeres les cuesta más controlar su peso".
Una izquierda que reemplaza la ciencia por su pensamiento mágico

Es pasmoso que en España tengamos un Ministerio de Sanidad que difunde teorías anticientíficas en su canal de Twitter, presentándolas como hechos incuestionables y llamando "negacionistas" a quienes las contradicen, y sin aportar ni un solo estudio científico que respalde sus afirmaciones. 

Por algo como lo ocurrido ayer debería haber dimisiones inmediatas, pero en España esto no ocurrirá porque tenemos una izquierda que parece empeñada en reemplazar la ciencia por su particular pensamiento mágico.

ELENTIR

Trump y el espinazo de la modernidad



Parece que el presidente Trump nos despierta cada día con alguna nueva iniciativa, cada una más sorprendente que la anterior, desde la eliminación de organismos de subsidios turbios y la deportación de inmigrantes ilegales a la creación de un departamento de eficiencia gubernamental (un oxímoron donde los haya) o la marcha atrás en temas de transexualidad. Sus iniciativas y planes, además, no se limitan al interior de los Estados Unidos, sino que afectan a lugares tan dispares como Groenlandia, Gaza, Canadá, México o Panamá.

Sus enemigos políticos no esperaban esta vorágine de medidas y la nueva situación les ha pillado con el pie cambiado. Lo que más me interesa a mí, sin embargo, es la reacción de los católicos. Algunos están (con cierta razón) encantados con Trump y consideran desleal o desagradecido oponerle cualquier crítica. Otros (también con cierta razón) se empeñan en señalar que, en muchas cosas, las políticas de Trump y su conducta personal se apartan considerablemente de la moral católica, por lo que cualquier católico debe condenar públicamente al personaje.

A pesar de tener ambos su parte de razón, como ya he dicho, creo que ni unos ni otros aciertan en el diagnóstico general. Y tampoco lo hacen los que piensan que la verdad está en el término medio. Lo cierto es que la importancia de Trump no está en sus políticas concretas, algunas de las cuales son estupendas y otras absurdas o inmorales. Es necesario ir más allá. Lo importante de Trump es que es una señal, un signo de victoria que, de un solo golpe, ha roto el espinazo de la modernidad.

Me explico. La esencia de la modernidad, su ideología fundamental o, mejor dicho, su religión oficial es el progresismo. Se trata de una religión implícita e inconsciente para la gran mayoría de sus adeptos, pero no por eso menos real. Esa es la razón por la que izquierdas y derechas, conservadores o progresistas, ecologistas o nacionalistas, a la postre coinciden en promover o al menos conservar siempre el progresismo. Sus diferencias son meramente de detalle, envoltorios distintos para atraer a los diversos grupos o velocidades diferentes en una misma y única dirección.

El progresismo, a su vez, tiene un único dogma fundamental, que es el progreso continuo: lo nuevo siempre es mejor que lo viejo, hoy siempre es mejor que ayer, los hijos siempre saben más que los padres y los nietos más que los hijos. Eso es lo determinante y no los detalles. En concreto y en cada momento, lo “progresista” puede ser cualquier cosa e incluso lo contrario que lo progresista de ayer, porque lo que importa no es la cosa en sí, sino el mero hecho de ser lo nuevo, de ser un progreso, de diferenciarse del pasado.

La modernidad considera que, por su propia naturaleza, ese progreso es imparable e irreversible. A fin de cuentas, ¿quién querría retroceder, involucionar y volver al pasado, que es la suma de todos los males? Solo un loco o un malvado y esas son las categorías en las que se encuadra a cualquiera que rechace el último progreso inventado hace tres días. Los locos y los malvados enemigos del progreso deben ser, y generalmente son, acallados y marginados de la sociedad, de las instituciones y de todos los grupos sociales (incluidos los religiosos) implacablemente.

La mejor muestra de lo debilitado moral e intelectualmente que está Occidente es que durante décadas y décadas ha soportado este despropósito irracional y evidentemente manejado (o al menos aprovechado) por élites sin escrúpulos. Lo mismo, pero de forma más sangrante aún, se puede decir de una gran parte de los católicos, incluida la jerarquía, que se han rendido con armas y bagajes a la religión anticatólica del nuevo imperio mundial y le ofrecen alegremente incienso en toda ocasión. Como la clase política, unánimemente progresista, se ha asegurado además de debilitar también la familia, que era el otro ámbito de resistencia que quedaba, el dominio de la modernidad y su religión oficial ha sido casi absoluto durante toda mi vida.

En los últimos cincuenta o sesenta años no ha habido verdadera resistencia contra el progresismo, porque prácticamente el mundo entero se ha rendido o se ha pasado con entusiasmo al bando progresista vencedor. Inesperadamente, sin embargo, el más insólito campeón se ha presentado a hacer batalla: un setentón amigo del dinero, de moralidad dudosa, muy dado a las fanfarronadas y, además, con un historial político reducido y bastante decepcionante. En su contra, la práctica totalidad de la clase política mundial, la práctica totalidad de los medios de comunicación y, en apariencia, la práctica totalidad de la población de Occidente.

Más inesperadamente aún, el campeón setentón ha vencido arrolladoramente y, en vez de desaprovechar su victoria como hizo la vez anterior, la ha emprendido a mandoble limpio contra el edificio progresista en su país como si no hubiera mañana. Diversos “progresos” que parecían intocables y nadie se atrevía a cuestionar seriamente, sobre diversidad, transexualidad, multiculturalidad, fronteras abiertas y otros, han sido borrados de la faz de la tierra con una simple firma. Esto es un golpe terrible no tanto por su materialidad, porque las conquistas progresistas son legión y su eliminación requerirá décadas o siglos, sino por su carácter de signo visible: el progresismo, lejos de ser irreversible, se derrumba a poco que se le haga frente. Es posible y conveniente volver atrás en muchas cosas, en las que el camino tomado era claramente erróneo. El rey estaba desnudo, el gigante tenía los pies de barro y su aura de invencibilidad ha desaparecido, porque un estrafalario político norteamericano ha bailado sobre sus ruinas. El espinazo de la modernidad se ha roto.

En efecto, las fuerzas progresistas, al menos por el momento, parecen estar en desbandada y, para mayor humillación, se ha demostrado que su poder necesitaba apoyarse en una tupida trama de subvenciones ocultas. Sin ellas no tienen ninguna fuerza. Sin la percepción de que es invencible y cuando se corta el caudal interminable de dinero, el progresismo se disipa como un mal sueño. Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo; las mujeres reparten el botín.

Algo parecido han conseguido otros campeones menores, como Miléi, Bukele, en menor medida Orban y alguno más, cada uno a su estilo. La mayoría de ellos con grandes defectos personales o en cuanto a sus políticas concretas. De hecho, al igual que Trump, todos están más o menos infectados de progresismo, porque apenas hay nadie hoy que no lo esté. Por eso no hay nada de extraño en que muchas de sus políticas sean erradas, disparatadas o inmorales. ¿Cómo no van a serlo, si también ellos son progresistas? Pero lo importante es que, ellos también, han mostrado en sus países que el progresismo ateo, relativista, inmoral y anticatólico no es irreversible. No lo es y ese pequeño triunfo basta para cambiarlo todo.

Aunque sea doloroso, hay que señalar que, debido a la postración actual de la Iglesia, ninguno de esos campeones es católico. Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Por eso el campeón de la lucha contra el progresismo no ha podido ser un San Luis, un Carlomagno y ni siquiera un Constantino, porque de haberlo sido se habría tenido que enfrentar con toda probabilidad a la misma jerarquía católica. Tampoco ha podido serlo un gran teólogo, un San Agustín o un Santo Tomás. Porque nos lo merecemos, Dios nos ha dado la humillación de que los vencedores hayan sido otros, cuando era a la Iglesia a la que le tocaba por vocación liderar la lucha contra la hidra progresista y anticatólica. Como consuelo podemos fijarnos en que varios de los colaboradores cercanos de esos líderes son católicos, pero en conjunto, hay que reconocerlo, el catolicismo no ha estado a la altura.

En cualquier caso, el colmo de lo inesperado es que gran parte de la población norteamericana parece estar encantada con lo que está haciendo Trump, al igual que sucede, mutatis mutandis, en El Salvador, Argentina, Hungría et al. Y también en la población de otros países que mira a estos con apenas disimulada envidia. La reacción más frecuente ha sido el alivio: ya no hay que fingir que uno cree cien cosas imposibles y absurdas antes del desayuno, que los hombres son mujeres y las mujeres hombres, que la emergencia climática acabará con todos nosotros a pesar de que las predicciones al respecto no se cumplen nunca, que los delincuentes son honrados y los hombres honrados son el problema, que todo lo antiguo fue malo y todo lo nuevo es bueno por el hecho de ser nuevo, y un larguísimo etcétera. Lejos de ser algo inevitable e irrefutable, la cosmovisión progresista es claramente absurda y contradictoria y solo se puede mantener en el cerebro a base de una vigilancia política, legal, mediática y moral constante. Cuando la vigilancia cesa, los hombres normales rechazan ese absurdo.

Todo esto, sin embargo, no es la victoria, sino más bien un punto de inflexión en la batalla. Ni Trump ni sus versiones en otros países son en ningún sentido soluciones permanentes ni la victoria final puede venir de meras políticas humanas. Lo que se ha producido es, simplemente, un toque de trompeta esperanzador, que nos anuncia que no hace falta seguir huyendo, que la bestia no es invencible, que la victoria es posible y, para nosotros los católicos, que la fe y la moral de la Iglesia no son una carga obsoleta y oscurantista de la que convenga desembarazarse. Nada más y nada menos que eso.

Queda saber cómo vamos a reaccionar más allá del alivio inicial. El progresismo parece estar en desbandada, pero no sabemos si esta situación durará. ¿Retomaremos la iniciativa que hace tanto tiempo que habíamos perdido? ¿Aprovecharemos la victoria del insólito campeón norteamericano y sus no menos insólitos adláteres de otros países? ¿Osaremos dar el golpe de gracia a la bestia herida y, al menos por el momento, paralizada? ¿O seremos lo suficientemente estúpidos como para desaprovechar la ocasión, dejando que el progresismo se convierta de nuevo en el amo de Occidente? Hemos probado la libertad, ¿volveremos a la esclavitud de una ideología inhumana e irracional? Ante todo, ¿sabrá la Iglesia recuperar convicción de que solo Cristo tiene palabras de vida eterna y de que sus palabras no pasarán? El tiempo lo dirá.

Bruno Moreno

El Manifiesto de la Plataforma 2025 leído por los adheridos





Un Manifiesto para la Historia. 
Un Manifiesto que está haciendo historia. 
Un Manifiesto que es verdad histórica.


(Duración 10 Min.)

Los medios de comunicación ocultan el “poderoso testimonio” de personas afectadas por las vacunas contra la COVID



Información importante que surge de la investigación en curso sobre el Covid-19 en el Reino Unido está “pasando desapercibida” en la cobertura mediática

Campbell reprodujo fragmentos del testimonio de Kate Scott, que representa a la organización Covid Vaccine Injured & Bereaved (VIBUK) del Reino Unido. El marido de Kate, Jamie, sufrió una lesión cerebral traumática y quedó gravemente discapacitado por la vacuna de AstraZeneca . El testimonio de Kate es parte del cuarto módulo de la investigación, que investiga cuestiones relacionadas con las vacunas y terapias contra el COVID-19 .

Jamie era un deportista, un ejecutivo de alto nivel y un esposo y padre activo de dos niños hasta que casi murió después de sufrir una trombosis inmunitaria y trombocitopenia inducidas por la vacuna . Estuvo en coma durante cuatro semanas y cinco días.

Jamie sobrevivió, explicó Kate, pero su vida nunca será la misma. Su lesión cerebral traumática afecta sus procesos de pensamiento y sus emociones. Está parcialmente ciego y nunca podrá volver a trabajar, vivir de forma independiente ni cuidar de sus hijos.

Kate dijo que ella y su grupo estaban testificando para llamar la atención sobre el hecho de que muchas personas resultaron heridas por la vacuna, para eliminar el estigma de las lesiones por vacunas y para obligar al gobierno y a las compañías farmacéuticas «a analizar nuevamente cómo abordar el hecho inconveniente de las lesiones por vacunas y el duelo y las vidas que ha destrozado».

Dijo que los primeros efectos secundarios graves de la vacuna de AstraZeneca “deberían haber hecho sonar la alarma a la MHRA ( Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios ) y al gobierno del Reino Unido de que había un problema grave. Sin embargo, no se tomó ninguna medida”.

Presentó datos que VIBUK obtuvo a través de una solicitud de ley de libertad de información que muestran que al 30 de noviembre de 2024, 17.519 víctimas de lesiones por vacunas han presentado reclamos al plan de Pago por Daños por Vacunas del gobierno . De ellas, dijo, sólo 194 víctimas han sido notificadas de que tienen derecho a recibir un pago y sólo 55 han recibido algún pago. El pago máximo permitido es de 120.000 libras (unos 150.000 dólares).

Kate también reveló que las personas no son consideradas elegibles para recibir compensación si se les considera que tienen una discapacidad de menos del 60% y que muchas personas reciben diagnósticos de que tienen una discapacidad del 59%. “Un porcentaje de incapacidad también es algo ofensivo”, dijo. “Independientemente de si es del 10% o del 59% o, Jamie, muy por encima del 60%, o si está muerto (supongo que eso es una incapacidad del 100%) no hay compensación si la persona cae por debajo de ese [60%]”.

“La consecuencia de que te digan ‘lo siento, solo tienes un 55% de discapacidad’ es terrible, es devastador y luego no hay nada para ti, nadie que te ayude”. Al comentar su testimonio, Campbell preguntó: “¿Cómo puede un médico determinar que alguien tiene una discapacidad de solo el 59 %? ¿Por qué no del 58 %? ¿Por qué no del 61 %? ¿Cómo puede tener una discapacidad del 59 %? No lo entiendo. Simplemente no lo entiendo”.

Kate agregó: “Las estadísticas son interesantes, ¿no? Dentro de nuestro grupo, para el 100% de las personas que lo formaban, [la vacuna] no era ‘segura ni eficaz’”.

El grupo recomendó que las compañías farmacéuticas no financien a las agencias gubernamentales que las regulan. También dijeron que el programa Yellow Card (que es el sistema de notificación de eventos adversos del Reino Unido para medicamentos, vacunas, dispositivos médicos y otros productos) debería ser obligatorio en lugar de voluntario. Kate también dijo que el gobierno debería hacer un seguimiento cuando la gente presenta tarjetas amarillas. Muchas personas de su grupo habían presentado tarjetas amarillas, pero nadie se había puesto en contacto con ellas para investigar.

“Somos importantes”, afirmó. “Somos parte de esta historia de pandemia”.

Campbell se preguntó: “¿Por qué tantas cosas sólo salen a la luz gracias a solicitudes de libertad de información?”. Dijo que es una lástima que los medios no se hagan eco de estas historias. “Testimonios contundentes, pero que, por desgracia, no han recibido la debida cobertura”, dijo.

La dimisión de Sánchez no es suficiente: debe rendir cuentas ante la Justicia



Una vez más, y como ha ocurrido en múltiples ocasiones, Pedro Sánchez ha sido recibido con abucheos y gritos de ‘¡Fuera, fuera!’. Esta vez, la escena se repitió en la gala de los Premios Goya 2025, donde el presidente del Gobierno no pudo esquivar el rechazo de la ciudadanía y donde, además, le han pedido a gritos la dimisión. El descontento con su gestión ha calado hondo en un pueblo que ya no disimula su hastío y exige su dimisión.

Lo sucedido en los Goya no es un hecho aislado, sino el reflejo de una realidad incontestable: el pueblo español no quiere a Sánchez. Quiere su dimisión ya. Cada aparición pública del presidente se convierte en un bochorno nacional, con abucheos que se escuchan cada vez con mayor fuerza. Y es que no se trata de una simple erosión por el paso del tiempo en el poder, sino del hartazgo de los ciudadanos ante un Gobierno corrupto, que ha pisoteado sus derechos y traicionado a la nación. Pero la dimisión de Sánchez no es suficiente. Sánchez necesita rendir cuentas ante la justicia.

Sánchez no solo se aferra al poder a costa del bienestar de los españoles, sino que también ha convertido la Moncloa en un nido de corrupción. Su propio entorno familiar está salpicado por numerosos escándalos; desde su esposa Begoña Gómez hasta su hermano David están imputados por corrupción y tráfico de influencias hasta sus amigos socialistas. Pero el problema va mucho más allá: cada vez hay más evidencias que la corrupción se acerca al propio Sánchez y le salpicará a corto plazo.

El presidente no solo ha permitido la corrupción, sino que ha traicionado a España de manera reiterada. La aprobación de la ley de amnistía para los golpistas del ‘procés’ no solo fue un acto de claudicación, sino un peligroso precedente que legitima la ruptura de España. Su política de concesiones a los separatistas es una claudicación vergonzosa que ha puesto en jaque la unidad del país y a costa de la soberanía nacional.

Por si fuera poco, su relación con Marruecos es otro ejemplo de su sumisión a Mohamed VI. Su cambio de postura sobre el Sáhara Occidental, en contra de la tradición diplomática española y de los intereses nacionales, así como acciones posteriores promarroquíes ya no generan dudas sobre a quien sirve. Por otra parte, el intento de anexión de Ceuta y Melilla por Marruecos y la debilidad demostrada por Sánchez frente a Mohamed VI es clara, y evidencian que Sánchez está actuando en beneficio de intereses extranjeros.

El problema de Pedro Sánchez no se soluciona con una simple dimisión. No es un presidente que esté terminando su ciclo natural, y que el deterioro popular sea fruto de un desgaste, sino que es un dirigente que ha dejado un rastro de escándalos, de traiciones a España y destrucción que debe ser juzgado. Su salida no puede ser un retiro dorado mientras deja el país en ruinas. Debe rendir cuentas ante la Justicia.

¿Su probable sucesor, Alberto Núñez Feijóo, será la solución? Ni mucho menos, todo indica que será poco más que un recambio cosmético. El PP ha demostrado en demasiadas ocasiones su tibieza, su falta de valentía para revertir los desmanes del socialismo, así como seguir, al igual que el PSOE, las directrices globalistas. Pero el enjuiciamiento de Sánchez servirá, al menos, de aviso de navegantes para el próximo presidente de gobierno.

domingo, 9 de febrero de 2025

CURTIFICARNOS




El mundo es como es: valle de lágrimas. Muchos momentos difíciles e incluso dolorosos y algunos felices.

Nuestro Señor lo resumió diciéndonos que cargáramos cada cual con nuestra cruz de cada día; sí, de cada día o de cada instante. Ergo, cruces habrá hasta el final de nuestra existencia.

La vida está repleta de cruces, de adversidades, también tiene numerosas bonanzas, pero son más las primeras. Incluso cuando todo va bien… algo llega y lo empaña.

Pues bien, siguiendo como siempre a Nuestro Señor, y no sólo para saber sobrellevar la adversidades, las cruces, sino para sacarles rédito espiritual y mejor aún convertirlas en un tesoro allí donde no hay ladrón, ni gusano que lo robe o corroa, nada mejor que «curtificación»; sí, como lo leen: curtificación.

En la adversidad, en la cruz, hay que santificarse, pero, al tiempo, curtirse; o, si lo prefieren, curtirse y santificarse.

La adversidad, si la sabemos aprovechar, nos fortalece, nos enseña, nos hace reaccionar, nos curte.

Y la adversidad, asmida por amor a Dios y aceptándola como parte de Su voluntad hacia nosotros, nos santifica.

Aprendamos a curtificvarnos con la adversidad. Ensemos a los que nos rodean a ver en la adversidad una gran oportunidad de curtirnos y santificarnos, de curtificarnos.

JUAN CRUZ

La causa de Cristo siempre está en su última agonía



Por alguna extraña razón, las verdades más terribles de nuestra religión siempre me consuelan de una forma especial en mi debilidad. El pecado original, las infidelidades de Israel, la agonía y la muerte de Cristo, la traición de Pedro y los apóstoles, los innumerables pecados de clérigos y seglares en la historia de la Iglesia y el Juicio Final siempre han sido para mí una garantía de que la fe católica es cierta y no una teoría humana más o menos placentera, una mera ideología que somete la realidad a moldes estrechos y falsos.

Es cierto, soy débil, pecador, inconstante, necio y nada de fiar, pero precisamente por eso, cuando soy débil, entonces soy fuerte. Porque la salvación no depende de mí, sino de Cristo, que ha vencido al mundo. Es cierto, la Iglesia es un desastre, sus dirigentes a menudo parecen empeñados en destruirla, sus soldados rehúyen la batalla, sus santos escasean y da la impresión de que hasta sus vírgenes se han dormido. Pero sabiendo que esto había de suceder, Cristo la amó y se entregó por ella, para santificarla.

Con el deseo de animar a los lectores en estos tiempos difíciles, traduzco para el blog un pequeño texto de Newman (de sus tiempos anglicanos) en el que el gran cardenal hablaba de estas cosas. La Iglesia siempre ha sido un desastre y siempre lo será hasta el último día. Por supuesto, esto no quita gravedad a la situación actual, pero sí nos da una perspectiva diferente, de eternidad. Poned los ojos en las cosas de arriba y no en las de la tierra.

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En verdad, cuando analizamos toda la historia del cristianismo desde el principio, encontramos que no es más que una serie de problemas y desórdenes.
Cada siglo es como los demás, pero, para aquellos que viven en él, parece peor que todos los tiempos anteriores. La Iglesia siempre está enferma y permanentemente débil, llevando siempre en su cuerpo el morir de Jesús, de modo que se manifieste también en su cuerpo la vida de Jesús.

Siempre parece que la religión está a punto de perecer, que los cismas triunfan, que la luz de la Verdad se apaga y que sus defensores huyen derrotados. La causa de Cristo siempre está en su última agonía, como si solo fuera cuestión de tiempo que sea definitivamente derrotada uno de estos días. Los santos siempre están desapareciendo de la tierra y Cristo siempre está llegando. De este modo, el Día del Juicio está literalmente a las puertas y es nuestro deber estar esperándolo siempre, sin desanimarnos por haber dicho tantas veces “ahora es el momento", antes de que, en el último momento, contra lo que esperábamos, la Verdad vuelva a levantar la cabeza.

Esa es la Voluntad de Dios al reunir a sus elegidos, primero uno y luego otro, poco a poco, en los días soleados entre tormenta y tormenta o arrebatándolos de las garras del mal, incluso cuando las olas baten con mas furia.

Bien hacen los profetas en exclamar: ¿Cuando llegarán a su término, Señor, estas cosas asombrosas?, ¿Cuánto ha de durar este misterio? ¿Por cuánto tiempo este mundo que perece será conservado por las débiles luces que se esfuerzan por sobrevivir en su atmósfera malsana? Solo Dios sabe el día y la hora cuando se cumplirá lo que ha de pasar, como Él siempre nos advierte. Mientras tanto, nos consuela contemplar lo que ha sucedido en el pasado, para que no desesperemos ni nos desalentemos ni nos angustiemos por los problemas que nos rodean. Siempre ha habido problemas y siempre habrá problemas; son nuestra heredad.

Levantan los ríos su voz, Levantan los ríos su fragor, pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor.
Beato John Henry Newman, Conferencias sobre el oficio profético de la Iglesia, Conf. 14.

BRUNO MORENO

viernes, 7 de febrero de 2025

La inquisición progre contra la Iglesia






Aquí vamos otra vez. Un sacerdote hace lo que debe hacer –aplicar la doctrina de la Iglesia– y los inquisidores del pensamiento arcoíris ya han sacado las antorchas.

Esta vez, la cacería de brujas se ha desatado en Arcos de la Frontera, donde un cura se ha negado a aceptar como padrino de confirmación a un hombre que, oh sorpresa, vive en pareja con otro hombre. Y claro, los sumos sacerdotes de la nueva moralidad no han tardado en dictar sentencia.

La noticia intenta validar la indignación citando una frase de Francisco: «Son hijos de Dios y pueden ser padrinos de confirmación». Pero resulta que ser hijo de Dios no equivale a tener derecho automático a ser padrino. El padrino debe ser un modelo de vida cristiana, y alguien que vive abiertamente en contradicción con la moral de la Iglesia no cumple con ese requisito. Tan simple como eso.

Si este hombre viviera en castidad, el problema ni siquiera existiría. Pero no, aquí no estamos hablando de un hombre con atracción hacia su mismo sexo que vive según la enseñanza de la Iglesia. Hablamos de alguien que vive en unión con otro hombre de manera pública, causando escándalo. Y Jesucristo es muy claro sobre el escándalo: más le valdría atarse una piedra de molino y tirarse al mar (Mt 18,6). No lo dijo Aurora Buendía ni el párroco de Arcos de la Frontera; lo dijo Cristo.

Nos venden la historia como si la Iglesia estuviera persiguiendo a los homosexuales. Falso. La Iglesia no excluye a nadie por su orientación sexual, pero sí exige vivir conforme a la moral cristiana. ¿O acaso aceptaríamos como padrinos a un adúltero público? ¿A alguien que viva en unión libre sin casarse? La lógica es la misma. Pero claro, como es un tema LGTBI, hay que hacer escándalo.

Ahora resulta que la doctrina católica debe redactarse en los despachos de asociaciones activistas, que creen que su ideología está por encima de dos mil años de enseñanza cristiana. Se exige que la Iglesia promueva la igualdad y el respeto, pero lo que realmente buscan es que la Iglesia traicione su misión y se convierta en una entidad complaciente con las modas del mundo. Pero, ¿desde cuándo la misión de la Iglesia es ajustarse a los dictados de la corrección política en vez de predicar la verdad revelada por Dios?

Aquí la única autorizada para repartir carnés de católico es la Iglesia Católica. Y no cualquier interpretación caprichosa del Magisterio, sino la que está en continuidad con la Tradición y con lo que han enseñado todos los Papas anteriores. Francisco no es una isla en la historia de la Iglesia. Y el día que intente contradecir la doctrina bimilenaria de la Iglesia, su palabra valdrá lo mismo que la de cualquier tertuliano de televisión.

La fe no es un menú a la carta

Lo que de verdad molesta a estos inquisidores progresistas no es que este hombre no pueda ser padrino; es que la Iglesia se resista a convertirse en un club social donde todo vale. Lo siento, pero no. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, no una ONG con cruz.

Y por cierto, a mí personalmente me da igual que dos tipos hagan en su vida privada. Lo que me molesta es que pretendan erigirse en maestros de moral gay y nos digan a los católicos cómo debemos vivir nuestra fe. Porque resulta que el padrino de confirmación debe ser un referente para la vida cristiana del confirmado. Y en este caso, estamos hablando de un niño sin formación cristiana que necesita un modelo de vida católica, no una clase de adoctrinamiento progre.

Por supuesto, no podía faltar la etiqueta de ultraconservador. Porque hoy en día, si un sacerdote es coherente con la doctrina, automáticamente es un fanático peligroso.

Se le acusa sin pruebas, se asume que es culpable y se le exige rectificación pública. ¿Rectificar qué? ¿Por ser fiel a la enseñanza de la Iglesia? Entonces, que rectifique también Jesucristo, San Pablo, los Padres de la Iglesia y todos los Papas anteriores.

La Iglesia no es de izquierdas ni de derechas, no es conservadora ni progresista: es católica. Y la fe no es un menú donde cada uno elige lo que le conviene. Si alguien quiere vivir conforme a la doctrina católica, es bienvenido. Pero si lo que busca es que la Iglesia se adapte a sus deseos, está en el lugar equivocado. Aquí no estamos para seguir al mundo; estamos para seguir a Cristo. Y Cristo dejó claro que hay condiciones para ser su discípulo.

Por eso, el cura de Arcos de la Frontera no ha hecho más que cumplir su deber. Y por eso mismo, la única respuesta que debería dar a quienes le exigen rectificar es esta: Non serviam.

Aurora Buendía

Francisco y su cruzada contra la tradición: entre la difamación y la censura



Si hay algo que obsesiona al Papa Francisco es el tradicionalismo. No el falso tradicionalismo de los nostálgicos que idealizan un pasado inexistente, sino el catolicismo real que sigue llenando iglesias, formando familias y aferrándose a la doctrina de siempre. Ese es su enemigo. Y lo combate con todas las armas a su disposición: desprecio, caricaturización, censura y, ahora, difamación psicológica.

En su última biografía, Francisco vuelve a demostrar que no solo rechaza la tradición, sino que la odia. No porque la entienda y discrepe con ella, sino porque no la comprende y la teme. Para él, la liturgia preconciliar no es una manifestación legítima de fe, sino una «ideología» peligrosa que debe ser restringida con mano firme. Celebrar la misa en latín, según su lógica, no es un derecho de los fieles, sino un capricho que necesita permiso expreso del Dicasterio. Porque, claro, la liturgia tradicional puede “volverse ideología”, pero la pastoralidad líquida que él impulsa —donde la doctrina se amolda a la emoción y la verdad se relativiza en nombre de la «misericordia»— no es ideología, sino «apertura».

Pero Francisco no se detiene ahí. Su ataque a la tradición no es solo teológico, sino personal. En su afán por desacreditar el mundo tradicionalista, llega a sugerir que la atracción por la liturgia preconciliar responde a desequilibrios psicológicos, desviaciones afectivas y problemas de conducta. Ni siquiera Lutero se atrevió a tanto. Según él, quienes prefieren la misa tridentina no buscan lo sagrado, sino una especie de clericalismo disfrazado, una ostentación vacía, un refugio sectario. La caricatura es tan burda que causa vergüenza ajena.

Es grotesco, pero predecible. Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha impulsado la imagen del tradicionalista como un fariseo obsesionado con las normas, incapaz de amor y compasión. Ahora, da un paso más: si sigues la tradición, es posible que estés enfermo. Pero si bendices uniones homosexuales o destruyes la moral sexual católica, eso no es ideología ni problema de conducta, sino «acompañamiento pastoral».

Y por si el ataque no fuera suficiente, añade una falacia indignante: ¿cómo es posible que alguien se escandalice por la bendición a homosexuales o divorciados, pero no por la explotación laboral o la contaminación? Porque sí, el Papa ha decidido meter el ecologismo en la ecuación, como si los fieles que defienden la moral tradicional estuvieran automáticamente a favor de la explotación de los pobres y la destrucción del medio ambiente. Es la táctica de siempre: si no estás de acuerdo con su relativismo, es que eres un hipócrita insensible a las injusticias sociales. Como si fuera incompatible preocuparse por la moral sexual y al mismo tiempo denunciar el abuso laboral.

Lo más irónico de todo es que Francisco acusa a la tradición de ser un refugio para “desequilibrados”, mientras que su pontificado ha sido una autopista para clérigos corruptos, chantajeables y con verdaderos problemas de conducta. Es el Papa que protegió a Zanchetta hasta que el escándalo fue insostenible, el mismo que ha promovido en la Iglesia una cultura de purga ideológica mientras predica sobre la inclusión y el diálogo.

Pero lo que más le molesta, y lo que explica su odio visceral hacia la tradición, es que la liturgia preconciliar sigue atrayendo jóvenes. Y eso no lo puede tolerar. No puede aceptar que, en medio del colapso de la Iglesia progresista, haya una generación que busca algo más sólido que las homilías aguadas, las misas banales y la disolución doctrinal que él impulsa. No puede admitir que hay católicos que quieren ser católicos de verdad.

Francisco nos ha dejado claro que no quiere reconciliarse con la tradición. Quiere destruirla. Quiere desacreditarla. Quiere erradicarla. Pero la historia es testaruda: la Iglesia ha sobrevivido a Papas hostiles antes, y sobrevivirá a él.

Jaime Gurpequi

miércoles, 5 de febrero de 2025

Secretos de la España prohibida (1939-1975)



Toda nación necesita una identidad común basada en un relato compartido de su historia y en una celebración de sus éxitos. Sin ellos, la nación se debilita y a la larga se deshace, algo que no se comprende bien en España —aunque sus enemigos lo comprendan perfectamente—. Esto no implica negar nuestros fracasos, sino evitar detenerse en ellos de modo enfermizo. Olvidar el pasado es fatal, pero quedarnos embobados mirando atrás implica convertirnos en estatua de sal, como la mujer de Lot.

Es un deber someter a un examen crítico las creencias dominantes de nuestro tiempo cuando creamos que son erróneas. En este sentido, y sin perjuicio de la legítima crítica al personaje histórico del dictador o al régimen que encabezó, creo que demonizar genéricamente un período histórico tan largo como el franquismo debilita nuestra identidad nacional, socava nuestra confianza en nosotros mismos y denigra el esfuerzo de toda una generación de españoles ―de la que formaron parte nuestros padres y abuelos― que construyó los pilares sobre los que llevamos apoyándonos medio siglo.

Reconciliándonos con nuestro pasado

Permítanme recalcar una obviedad: nuestra historia no se interrumpió en 1939 para reemerger en 1975. Aunque Sánchez tenga un concepto patrimonialista y feudal del poder, un país no es propiedad de quien lo gobierna. La España de Franco no perteneció a Franco, como la España de Sánchez no le pertenece a él, aunque en su peculiar trastorno crea lo contrario. Por lo tanto, el pueblo español debe reclamar como propia, con toda naturalidad, toda su historia, incluyendo la Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo (1939-1975).

Respecto de la primera, sabemos bien el horror que supuso, particularmente respecto a las matanzas de civiles que se produjeron en la retaguardia de ambos bandos. Sabemos también que no todas las víctimas recibieron el mismo trato: aunque a los muertos nadie les devolvió la vida, a las decenas de miles de asesinados por el Terror Rojo (incluyendo las víctimas del genocidio católico) se les hizo justicia, mientras que a las decenas de miles de asesinados y ejecutados por el bando ganador, no, y sus familiares tuvieron que vivir con ese dolor añadido[1].

Pero lo cierto es que tras la dura represión de posguerra la sociedad española dejó de remover el pasado, no por imposición del régimen, sino por pura supervivencia psicológica: a la generación que vivió la guerra no le gustaba hablar de ella, aunque hubiera pasado mucho tiempo. Así, las heridas cicatrizaron con inusitada rapidez, de modo que el pueblo español era ya un pueblo reconciliado y en paz mucho antes de 1975. En dicha reconciliación, desde luego, tuvieron especial mérito quienes, por haber pertenecido al bando perdedor de aquella lucha fratricida, fueron capaces de perdonar sin que se les hiciera justicia. Por lo tanto, el llamado espíritu de la Transición caracterizado por el centrismo y la moderación se limitó a reflejar la reconciliación previa de una sociedad española que se encontraba muy alejada de extremismos o resentimientos.

Entonces, ¿cómo juzgar la dictadura de Franco cincuenta años después de su muerte? Sánchez ―que, por defecto, miente siempre― la he definido como unos «años oscuros». ¿Lo fueron? ¿Fue la población española liberada en 1975 de un triste y largo secuestro, como ocurrió en 1989 con las poblaciones del Telón de Acero tras la caída de las dictaduras comunistas? La respuesta rápida es no. En primer lugar, para que haya secuestro debe haber encierro, y desde el final de la Segunda Guerra Mundial los españoles siempre pudieron salir libremente de su país. Las dictaduras comunistas, por el contrario, levantaron muros con ametralladoras y alambradas de púas para evitar que su población escapara. En segundo lugar, la ilusión serena con la que la mayoría de los españoles vivió la Transición coexistió con dos fenómenos que hoy se mantienen en secreto: la sorprendente popularidad del franquismo y el espectacular crecimiento económico de España desde 1949 hasta la crisis del petróleo de 1974, sin parangón en nuestra historia (ni antes ni después).

La sorprendente popularidad del franquismo

Como escribió mi admirado Julián Marías, «los que manipulan el mundo cuentan, sobre todo, con la falta de memoria de los hombres». Hoy resulta difícil comprender el apoyo popular que en su día tuvo la dictadura franquista, un régimen que carecía de libertad política y mantenía graves restricciones a la libertad de expresión (como ocurre hoy con la sutil tiranía de la corrección política). Sin embargo, tal y como observó el propio Marías (encarcelado unos meses durante el franquismo, filósofo veraz y notario fidedignode la Transición), «las mayorías españolas estaban tan despolitizadas que la ausencia de libertad política les importaba muy poco», mientras que «la libertad social y personal se había multiplicado y, siempre que no se tratara del poder público, el español podía hacer en muy alto grado lo que quisiera»[2]. De hecho, probablemente el grado de autonomía o libertad personal en la vida cotidiana en el tardofranquismo fuera superior a la que se tiene ahora, con tantas regulaciones, permisos y prohibiciones.

Por otro lado, en contrapeso a la ausencia de muchas libertades públicas los españoles valoraban la ley y el orden del régimen (la tasa de criminalidad y la población reclusa eran una tercera y una cuarta parte, respectivamente, de lo que son ahora), el escaso nivel de corrupción (que no fue siquiera un tema de debate en las primeras campañas electorales) y el crecimiento económico antes señalado, que analizaremos con detenimiento más adelante.

Pero quizá sea mejor dejar que sean los españoles de la época ―los que mejor podían juzgar el régimen― quienes opinen a través de las encuestas del CIS de aquellos años. Unos meses antes de la muerte de Franco, el 80% de la población se definía como «muy feliz» o «bastante feliz»[3] y, cuando murió, un 42% de los españoles defendía que «no procedía» acometer reformas legales para que España tuviera una democracia similar a la de los países de su entorno. El 58% era partidario de hacer la transición[4], pero en general sin excesiva prisa[5].

Los resultados de estas encuestas fueron corroborados en las dos primeras elecciones democráticas en las que los españoles libremente eligieron que les siguiera gobernando el último presidente de la dictadura, Adolfo Suárez, si bien es cierto que al frente de un partido centrista y reformista, no continuista. Suárez, antiguo director de RTVE del régimen y secretario general del Movimiento, había sido seleccionado inicialmente por el rey Juan Carlos, entonces enormemente popular a pesar de haber sido elegido sucesor por Franco (o precisamente por ello). Aunque el rey ya había dejado clara su voluntad de llevar al país a la democracia y convertirse en rey de todos (la Corona sigue siendo la única institución de nuestro país no contaminada por la política), los resultados electorales dejaron claro que los españoles buscaban una reforma suave y desaprobaban el rupturismo.

A la luz de estos datos resulta difícil no llegar a la conclusión de que la España de Franco acabó siendo relativamente franquista. En efecto, el dictador gozó de una «visible popularidad», en palabras del general Vernon Walters (asesor e intérprete del presidente norteamericano Eisenhower en su visita a España en 1959[6]), lo que llevó al propio Eisenhower a sugerir en sus memorias que, de haber convocado Franco elecciones, las habría ganado[7]. En este sentido, nunca necesitó salir a la calle protegido por una legión de pretorianos, como ahora hace Sánchez cual impopular déspota, y nunca tuvo que huir de la ira popular, encogido y rodeado de escoltas, como hizo el cobarde aquél en Paiporta.

El hecho es que Franco murió ya anciano ocupando tranquilamente el poder sin contar con excesiva oposición fuera del terrorismo y del comunismo. Una inmensa muchedumbre despidió su féretro, como recuerdo perfectamente, y cuando al día siguiente a su muerte el CIS preguntó a los españoles qué sentimiento le había producido la noticia, el 49% contestó que había sentido «algo parecido a la muerte de un ser querido», mientras el 35% contestaba más sobriamente que le había parecido «normal, dada su edad»[8]. Curiosamente, el régimen decidió no publicar la encuesta.

Una popularidad duradera

Diez años después, en 1985, en plena democracia y con mayoría absoluta del antiguo y moderado PSOE —hoy lamentablemente extinto—, el CIS volvió a preguntar a los españoles qué habían sentido al morir Franco: un 28% recordaba haber sentido preocupación o miedo y un 21%, tristeza. Sólo un 10% recordaba haber sentido alegría. Además, un 46% definía ecuánimemente «el régimen de Franco» (el CIS no lo denominaba «dictadura») como una etapa «que había tenido cosas buenas y cosas malas», mientras un 18% lo consideraba claramente «un período positivo» para España. Sólo un minoritario 27% lo calificaba como un período netamente «negativo»[9].

Quizá esto explica la prudencia con la que ese mismo año 1985 se manifestaba el propio Felipe González (que llevaba tres años como presidente del gobierno con una abrumadora mayoría absoluta) cuando le preguntaron qué juicio le merecía Franco diez años después de su muerte: «Sigo teniendo una idea excesivamente simplificada, pues todavía no hay una perspectiva histórica para hacer un juicio con todas sus consecuencias» ―contestó con ponderación―. Y añadió: «Franco como personaje es muy difícil de juzgar, salvo el juicio negativo de que nos tuvo sometidos a una dictadura después de una guerra civil (…). Hay gente que se ha propuesto hacer desaparecer los rastros de 40 años de historia de dictadura: a mí eso me parece inútil y estúpido. Algunos han cometido el error de derribar una estatua de Franco; yo siempre he pensado que si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo»[10].

Pero quizá el dato más revelador se obtuvo en 1995 con el PSOE aún el poder, cuando el CIS volvió a preguntar sobre el tema: veinte años después de su muerte, un 30% de los que contestaron la encuesta (sin contar NS/NC) afirmaba que Franco había sido «uno de los mejores gobernantes que había tenido España en el último siglo»[11].

El espectacular éxito económico de España (1949-1974)

Sin duda lo que mejor explica la popularidad del régimen es el espectacular éxito económico que logró España desde 1949 hasta 1974. En efecto, esos 25 años constituyeron la etapa de mayor crecimiento económico de nuestra historia, récord que sigue vigente medio siglo después. El dato es poco conocido por ser políticamente incorrecto, pues pone al descubierto que la consigna con la que se autodefine el régimen constitucional del 78 («la etapa de mayor paz y prosperidad de nuestra historia») es falsa.

Así, de 1949 a 1974 el PIB per cápita en España creció (en términos constantes) a un ritmo del 6% anual, lo que significó salir de la pobreza y crear, por primera vez en nuestra historia, una contenta clase media. En una sola generación la renta de los españoles se multiplicó por cuatro (después de inflación), de modo que los hijos vivían muchísimo mejor de lo que habían vivido sus padres, lo contrario de lo que ocurre ahora. Este extraordinario crecimiento se produjo con una presión fiscal que era la mitad de la que sufrimos hoy y con un Estado que tenía la cuarta parte de funcionarios que tiene hoy. El desempleo era inferior al 4%, frente al 10% de hoy (y el 16% de desempleo medio desde 1978), la vivienda era accesible, y una familia podía sacar adelante a cuatro hijos con un solo sueldo mientras hoy dos sueldos apenas pueden sacar adelante a dos hijos.

Por lo tanto, el éxito económico de España en ese período resulta irrefutable, pero sería un error considerarlo un logro exclusivo de un régimen políticamente excluyente: fue un éxito colectivo de España del que todos deberíamos sentirnos orgullosos, independientemente de quien gobernara en aquel entonces o del sistema político imperante.

En efecto, aunque el crecimiento económico de España desde 1949 a 1974 tuvo que ver con determinadas políticas gubernamentales (especialmente con el Plan de Estabilización de 1959), fue ante todo logrado gracias al tesón y sacrificio de toda una generación de españoles, sin distinción de ideología o región de origen, que exhibieron esa constelación de virtudes que hacen posible el progreso: trabajo duro, honradez, seriedad, austeridad, cumplimiento de la palabra dada, espíritu de servicio y amor al trabajo bien hecho. A esa generación de españoles a la que pertenecieron mis padres, que madrugaban para dejar una España mejor para sus (muchos) hijos, quiero rendir tributo con este artículo.

Las comparaciones son odiosas

A efectos comparativos, resulta interesante dividir los últimos 75 años de historia económica de España en tres períodos consecutivos de 25 años cada uno: de 1949 a 1974 (durante el franquismo), de 1974 a 1999 (la España de la peseta) y de 1999 a 2024 (la España del euro). ¿Cómo se comparan entre ellos?

Utilizando datos del Banco Mundial (ajustados a la población), el crecimiento real del PIB per cápita en el período 1949-1974 fue del 6% anualizado; en el período 1974-1999 se redujo a un 2% anual; y en el período 1999-2024 fue de sólo el 0,9% anual[12]. Es decir, que el PIB per cápita creció durante esa etapa del franquismo el triple que en las primeras décadas de la democracia (con la peseta) y el séxtuple de lo que ha crecido en los últimos 25 años (con el euro). Dicho de otro modo, con la democracia nuestra economía ha crecido menos que con el franquismo y con el euro menos que con la peseta. Por otro lado, en 1974 la deuda pública era de sólo el 6% del PIB; en 1999 ya había subido al 61%; hoy es del 105% del PIB. Por lo tanto, un menor crecimiento ha sido acompañado de un aumento muy considerable de la deuda pública[13].

1974-2024: cincuenta años económicamente desperdiciados

Sin embargo, el crecimiento económico de un país tiene un poder descriptivo limitado: aunque un país crezca mucho, si los demás países crecen al mismo ritmo, ¿dónde está su mérito? De ahí la importancia de la comparativa internacional reflejada en el concepto de «convergencia», esto es, en la evolución a lo largo del tiempo de la renta per cápita de un país en términos relativos a un grupo comparable de países. En otras palabras, la convergencia compara el ritmo de crecimiento de renta per cápita de un país con los de su entorno.

En el caso de España, la convergencia se ha medido tradicionalmente con Europa. Sin embargo, esta costumbre presenta tres importantes limitaciones: primero, adolece de una visión eurocéntrica del mundo, hoy obsoleta; segundo, la ratio suele estar desvirtuada por la progresiva ampliación de la UE; y tercero, Europa es una comparación fácil, pues ha crecido relativamente poco respecto del resto del mundo como resultado no de una inexorable maldición bíblica, sino de la imposición de ideologías trasnochadas (impuestos elevadísimos, burocracia monstruosa y regulaciones disparatadas).

Por ello, resulta preferible comparar la renta per cápita española con una muestra más amplia del planeta, como es la media de la OCDE. Pues bien, como puede verse en el siguiente gráfico, el PIB per cápita español relativo a la OCDE alcanzó un pico hacia 1974 que en los siguiente 50 años sólo fue igualado por el espejismo creado por la burbuja inmobiliaria del 2007. Hoy sigue siendo inferior al que era al final del franquismo, por lo que, en términos de convergencia, hemos desperdiciado los últimos 50 años[14]:


La comparación con Europa no modifica esta conclusión ―que hoy estamos igual o ligeramente por debajo de donde estábamos en 1974―, aunque dependiendo del modo de cálculo la curva puede ser similar[15] o diferir en algunos puntos[16].

Debo añadir que esta muestra de mediocridad económica, que refuta una vez más el autobombo del régimen constitucional del 78, me sigue asombrando hoy igual que me asombró cuando me lo descubrió hace muchos años el que fuera uno de los mejores economistas españoles del s. XX, el profesor Velarde.
Conclusión

Ha pasado casi un siglo desde el comienzo del franquismo, pero se sigue ocultando la realidad sobre aquel período y demonizándolo como signo de virtud política. Un siglo rasgándose las vestiduras, ¿no es suficiente?

Debemos comprender que esta actitud, a la que ha contribuido toda nuestra clase político-periodística, daña a España. Unos lo han hecho por complejo o por ignorancia; otros, por sectarismo o por interés; y unos pocos, por incurable patología. Falta rigor y sobra frivolidad; faltan datos y sobran opiniones; falta ecuanimidad y sobra fanatismo; falta amor a la verdad y sobra el Himalaya de falsedades que denunció el socialista Besteiro. ¿Hasta cuándo seguiremos así?


[1] El estudio más serio es Pérdidas de la Guerra, de Salas Larrazábal, que estima en 72.500 los asesinados por el bando republicano y en unos 50.000 los asesinados por el bando nacional, incluyendo los 15.000 ejecutados en la represión de posguerra (según el estudio definitivo de Miguel Platón: La Represión de la Posguerra, Actas 2023).
[2] Julián Marías. La España Real. Espasa-Calpe 1976 p. 56-57.
[6] Vernon Walters. Misiones Discretas. Planeta, 1978 p. 322.
[7] Dwight Eisenhower. Waging Peace: The White House Years. Heinemann, London, 1965 p. 510
[13] Ibid.

Fernando del Pino Calvo-Sotelo