No hay que tener vergüenza en hablar de Dios y de sus cosas. Más bien, lo propio del cristiano es el santo desparpajo del que está a gusto hablando de Dios. Si la Trinidad misma habita en nuestro corazón por la gracia, ¿de qué otra cosa vamos a hablar? De lo que rebosa el corazón habla la boca.
La gente habla con entusiasmo de su equipo de fútbol, de su trabajo o de su salud, es decir, de las cosas que les enorgullecen, les gustan y les interesan. ¿Cómo no vamos a hablar nosotros con mucho más entusiasmo de lo que es nuestra gloria? El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, decía San Pablo y lo ponía en práctica hablando de Dios un día sí y otro también.
He conocido a varias personas que tenían en grado extremo este desparpajo para hablar de las cosas de Dios y siempre me han admirado y han avivado mi esperanza. A menudo, además, lo hacen con gracia (tanto sobrenatural como humana), igual que debían de hacerlo San Francisco Javier y el propio San Pablo. O, muy especialmente, Santa Teresa de Jesús, que podría ser la santa patrona del desparpajo en las cosas de Dios. Por algo en todos los conventos de carmelitas descalzas, se pueden leer estos versos en el locutorio:
“Hermano, una de dos:o no hablar, o hablar de Dios,que en la casa de Teresa,esta ciencia se profesa”.
Necesitamos hablar de sobre Dios y el mundo entero necesita escucharlo. Por eso, hablar de las cosas de Dios forma parte del primer mandamiento desde el tiempo de los israelitas: hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.
Nos pueden avergonzar nuestros pecados o una inconfesable propensión a llevar calcetines blancos con sandalias, por ejemplo, pero nunca hay que avergonzarse de las cosas de Dios. Si alguien se avergüenza de mí y de mi enseñanza, entonces yo me avergonzaré de él cuando venga en mi gloria y en la gloria de mi Padre y de los santos ángeles. Incluso los pecados, una vez perdonados, también pueden servir para que demos gloria a Dios por habernos sacado de ellos.
El santo desparpajo es un don y, por lo tanto, hay que pedirlo con insistencia a Dios. Por si ayuda a algún lector, he escrito una pequeña oración para hacer precisamente eso:
Dame, Señor, el santo desparpajo
para que hable a todos de ti,
con alegría y con su punto de sal,
sin miedo ni respetos humanos,
a tiempo y a destiempo,
en casa y de camino
a los que me escuchen
y a los que no me escuchen.
Haz que arda tu palabra
como fuego en mis entrañas
y que sea tu santo Espíritu
quien hable por mis labios,
de modo que yo disminuya
y seas Tú quien crezca.
Así, cantando tus maravillas,
te anunciaré a las naciones
y proclamaré tu gloria
ante todos los hombres.
Mi Señor del Viernes Santo,
no dejes que, en tu pasión,
me avergüence nunca de ti,
para que Tú tampoco
tengas que avergonzarte de mí
cuando vengas en tu gloria
como Rey victorioso,
con los ángeles y los santos.
Amén.
Bruno Moreno